viernes, marzo 30, 2007

vamos


Hold Steady, miércoles 18 de abril. Apolo[2]
Akron/Family, miércoles 25 de abril. Apolo[2]

con la que parece


El año pasado, supongo que lo recordaréis, la Escuela de escritores de Madrid, entre otros, se propuso encontrar la palabra más bonita del castellano. La elegida fue "amor". Aunque mucha gente relacionó "palabra bonita" con lo que significaba y no con su sonoridad, que era lo que se pedía. En fin, creo que por mucho que lo hubiesen explicado, el resultado hubiera sido el mismo. Y con esto no culpo a nadie. Por ejemplo, para mi, escoria o ataúd son palabras bonitas, pero está claro que no me proporcionan una sensación de alegría suprema cuando las nombro. Y eso fue lo que pasó.
Pues este año, la antes citada escuela junto con l'Ateneu Barcelonès, nos proponen apadrinar palabras en vías de extinción, palabras que nos gusten, que nos traigan buenos recuerdos, etc, pero que ya no se utilicen o se utilicen de manera incorrecta.
Podéis apadrinar en castellano o en catalán y también votar palabras que ya estén en la lista. El juego empieza mañana sábado y acaba el 21 de Abril, el cumpleaños de mi hermana, que es la e. que a veces deja comentarios y con la que parece que me lleve muy bien.
Espero que participéis. Yo aún no he pensado la mía.
Para apadrinar y enterarse mejor del meollo, clicaquí.

miércoles, marzo 28, 2007

ejercicio

Aquí os dejo con los deberes que tendría que haber entregado el miércoles pasado. Se trata de una descripción en la que el marco, la atmósfera y la acción tenga más o menos la misma importancia. No estoy nada orgulloso de este ejercicio así que lo voy a colgar antes de tener tentaciones de borrarlo.

Lo único que recuerdo de aquellos años es una cicatriz. Era lo primero que veías. Antes que su nariz afilada, su barba cana, sus enormes orejas, antes que sus ojos negros bajo unas despeinadas cejas, antes de saber si estaba sonriendo o gruñendo, lo primero que veías era una cicatriz. Incluso la podías ver antes de entrar cada tarde. Desde la calle se podía escuchar la guerra de pianos, de los cuatro pianos que habitaban en la pequeña academia. Y allí, de pie, con los ojos cerrados, antes de picar al timbre para empezar las dos horas de clase diarias, siempre me gustaba perder unos minutos intentando deshilachar la sonata de la fuga que estaba enredada en la escala. Y entre el manojo de notas y silencios, allí se te aparecía la cicatriz. Entonces abría los ojos sobresaltado y apretaba el timbre. Toda la claridad de la tarde se transformaba en sombra en cuanto cerrabas la puerta. Era como si retrocedieras tres siglos. La única luz que alumbraba la estancia provenía de las lamparillas que iluminaban las partituras. No había otra luz que las de los cuatro pianos, colocados uno al lado de otro y separados por pequeños biombos que servían para que los alumnos no se distrajeran entre sí. Al final del pasillo estaba el despacho de la cicatriz. Me gustaba caminar poco a poco hasta llegar al despacho. No era por miedo, ni mucho menos, era por el olor a madera vieja que salía a saludarte a cada paso que dabas. Ese olor mezclado con la colonia de los niños que tocaban el piano formaba un universo propio que nunca más he podido encontrar. También, en el camino, me distraía unos segundos pisando una antigua baldosa que bailaba en el suelo y decía clic-clac cuando ibas y clac-clic cuando volvías.
Después de empaparme de olores y sombras llegaba a la puerta abierta del despacho. Allí estaba la cicatriz, sentada en su butaca de cuero, con unas minúsculas gafas que resbalaban poco a poco sobre su afilada nariz. Entonces la cicatriz y sus ojos negros me miraban y me indicaban el piano en el que me tenía que sentar a practicar. Yo siempre me quedaba unos segundos mirando fijamente e intentando descubrir dónde estaba esa cicatriz, hasta que su voz me repetía que ya me podía sentar a practicar. Entonces me giraba y deshacía el maravilloso camino que acababa de caminar un minuto atrás, volvía a recoger los olores, pisaba de nuevo la baldosa clac-clic y miraba el color de mi ropa y mis manos bajo la tenue luz de las lamparillas. Todos los pianos eran antiguos, con nombres rusos inscritos en pequeñas placas doradas, a casi todos les fallaba el martillo de una u otra tecla, y eran tan grandes que alguien dijo una vez que habían servido de ataúdes y que si abrías la tapa de cualquiera de ellos podías encontrar los huesos de algún bandido. Pero nadie comprobó si esta historia era cierta.

martes, marzo 27, 2007

la marea


No estoy en condiciones de escribir ninguna historia ni de actualizar el blog con algo sensato debido a que estoy demasiado enamorado de mi esposa y eso hace que colapse todas las ideas si es que las pudiera tener.
Así que trabajen otros: aquí os dejo con un corto interesante y español al mismo tiempo.

domingo, marzo 25, 2007

mika


Modo de preparación:
Ingredientes para cuatro personas, toda la familia, vamos:
1 kg de Freddie Mercury al piano.
0.5 kg de Elton John con bastón.
0.15 kg de Bee Gees sin barba.
Una botella de 2 litros de MTV.
Cocer a fuego rápido y engullir sin pensar.
Consumir preferentemente antes de que se pase la borrachera de MTV.
Esto, al día siguiente, comida para los perros.

viernes, marzo 23, 2007

pi$o$


Me apropio de unas viñetas del blog de El Listo, descubierto a través de otro blog, el de Mauro Entrialgo, siguiendo las recomendaciones de este hombre, al que no conozco pero que agradezco el descubrimiento.
(Clika en la viñeta si achinas los ojos para leer).

frikazo noruego


El stop-motion es la técnica de aquellos que:
a) tienen mucho tiempo libre,
b) tienen mucho dinero libre, o
c) la a) y la b).
Un ejemplo, este frikazo noruego, con pasta y tiempo para regalar, llamado Lasse Gjertsen, que crea un auténtico temazo.
Quizá no os sobra dinero, pero si tenéis cinco minutos visitad su myspace. Hay algunos vídeos que no están mal.
En la foto, Ray Harryhausen, la bestia parda del stop-motion, manipulando una de sus múltiples creaciones.

jueves, marzo 22, 2007

nuevas


Nuevas confirmaciones para el Primavera blablabla:
The White Stripes, Beirut, Portastatic, Hot Chip, Fujiya & Miyagi, Black Lips, Battles, Alexander Tucker, Sr. Chinarro, Half Foot Outside.

bukowski


I met a genius on the train
today
about 6 years old,
he sat beside me
and as the train
ran down along the coast
we came to the ocean
and then he looked at me
and said,
it's not pretty.

It was the first time I'd
realized
that.

miércoles, marzo 21, 2007

olor de fondo

El otro día, mientras me arrancabas el corazón, me di cuenta del verdadero color de tus ojos. Siempre había pensado que eran verdes pero el otro día, mientras tus manos buceaban en mi pecho, descubrí que son de un marrón extraño, marrón gris verde oscuro, marrón tormenta, marrón me cuesta respirar. Y ese olor de fondo, de tostadas quemadas, así es como huele un corazón arrancado. Nunca había estado tan cerca de ti como el otro día. Has pensado en eso. Nunca antes te había mirado a los ojos desde tan cerca. Qué guapa estabas, con ese olor de fondo.

haz el favor

Si algún día notas que ya no sientes lo que estás sintiendo ahora mismo por mí, te lo suplico, haz el favor de matarme. Coge la escopeta con la que mataste a mi padre y dispárame mientras me cantas aquella canción tan triste, que sea lo último que oiga, esa canción tan triste, te acuerdas, verdad, tienes que acordarte, aquella canción que cantaba ese puto vagabundo que vivió en el portal, cómo se llamaba, da igual, ya sabes qué canción, joder, ahora no me voy a poner a cantar.

anorak

La última vez que le vi llevaba puesto ese anorak tan horrible que le compraron hace años. Igual que sus ojos tristes, no se lo quitaba nunca. Se metió en su casa y ya no lo he vuelto a ver nunca más. Siempre lo recordaré con un cielo gris de fondo y el sonido del trueno al cerrar la puerta.

martes, marzo 20, 2007

ahora ya no vale


Hace unos días quería recomendar el nuevo cd de LCD Soundsystem.
Ahora ya no vale, porque hoy la pitchfork le ha dado un 9.2.

te cambiabas de sitio

Algunas noches los dientes se me mueven.
No hablo de moverse en el sentido de que estén a punto de caer. Digo que los dientes se me mueven, se cambian de sitio, pasean por mi paladar y por mi lengua. Y esto lo sé porque a veces me despierto de madrugada y los noto correr volviendo a sus sitios.
Cuando era pequeño no me preocupaba, pensaba que era algo normal. Pero ahora sé que lo que me pasa no es habitual.
Hace unos años fui al médico y le expliqué lo que me sucedía. El médico pensó que le estaba tomando el pelo y me recetó unas pastillas para dormir. Creo que necesitas descansar, sentenció, y su sonrisa escribió “no me hagas perder el tiempo, niñato”. Salí de la consulta y tiré la receta en la primera papelera que encontré.
No me atreví a contárselo a mis padres hasta hace bien poco. Eso debe ser que lo sueñas, me tranquilizó mi madre. La verdad es que no había oído nada parecido, se extrañó mi padre. Esa noche oí hablar a mis padres a través de la pared de su habitación. Mi madre dijo algo así como “deberíamos decírselo”, y mi padre respondió “bueno, mañana con más calma”.
Al día siguiente fui con mis padres a visitar a mi abuelo al hospital. Me senté a su lado, en un pequeño sillón, y miré la tele con él. Mis padres estuvieron un rato y al poco se fueron. Me dijeron que más tarde volverían a por mí. En la tele estaban retransmitiendo carreras de caballos. Era lo único que le gustaba a mi abuelo. Siempre que acababa una carrera decía lo mismo: “mira, ha ganado el que yo pensaba”. Pero ese día no decía nada. Transcurrieron tres carreras hasta que al fin habló. “¿Se te mueven los dientes?”. Al principio no sabía de dónde procedía esa voz, pero luego fui consciente de que no había nadie más en esa habitación y la relacioné con mi abuelo. Lo miré y le dije sí. “A mí también me pasaba. No hay nada que hacer”, me dijo con tranquilidad. “Me pasa desde los cinco años. Bueno, ahora ya no”, y señaló con la cabeza hacia la mesita de noche y el vaso que contenía su dentadura postiza. “¿Por qué pasa esto, abuelo?”, le pregunté sin mucha esperanza. Y él me respondió que nadie lo sabía. “He visitado a médicos de todo el mundo para que me respondieran a lo que acabas de preguntarme y ninguno me ha sabido dar una explicación. Todos lo achacaban a cuestiones mentales. Y supongo que es lo que te ha pasado a ti”. Asentí y continué mirando las carreras. “He leído libros de medicina, de odontología, de fenómenos extraños, de sueños, y nada. En ninguno de ellos he descubierto nada. Ya digo, no hay nada que hacer”. Estuvimos un rato en silencio oyendo al comentarista de las carreras hípicas con el cabalgar de fondo. Al fin, mi abuelo dijo: “Ya que nadie sabe nada, intenta explicártelo tú mismo, es lo que hice yo. No pensé que fuera nada malo, al contrario. Imagina que eres un diente. Toda la vida en la misma posición, haciendo lo mismo, día tras día. ¿Acaso no te moverías y buscarías nuevas experiencias en cuanto pudieses? Eso es lo que hacen ellos” Le escuchaba con atención y no pude hacer otra cosa que reírme imaginándome como diente. “Los incisivos, siempre ahí, en primera línea, llevándose todos los golpes cuando somos pequeños, helándose de frío en verano con los helados, mordisqueando galletas, ¿no crees que deben estar cansados? Los caninos, siempre con esa fama de desgarradores, arrancándolo todo desde que el hombre tiene uso de razón. ¡Nadie les ha dado la oportunidad de ser más pacíficos! Los molares, siempre triturando, haciendo el trabajo sucio, siempre trabajando en la sombra de la cueva. Supongo que es eso lo que pasa. Los dientes quieren vivir nuevas sensaciones, quieren saber qué hubiera pasado si hubiesen nacido en otro lugar. Es igual que cuando de pequeño te cambiabas de sitio en clase por un día, lo veías todo diferente, incluso tú no te creías el mismo por un momento. Quizá es eso, quizá el incisivo quiere saber lo que se siente al triturar y el molar lo que se siente al cortar. Aunque todos sepan que luego tendrán que volver a su sitio. Quizá a los dientes les pasa lo mismo que a todos nosotros. Y por eso nadie ha sabido darnos una explicación a lo que nos pasaba por las noches. Porque no hay nada que explicar. Así es la vida”.
Mi abuelo acabó su explicación y siguió mirando la carrera hípica. Yo hice lo mismo y, con la lengua, fui palpando mis dientes, comprobando que todos estuvieran en su sitio.
Entonces me dormí.

viernes, marzo 16, 2007

de cuclillas

Cuando a la pequeña Laura le preguntaron qué quería ser de mayor ella respondió, de cuclillas, con su voz de rodillas peladas en verano y sin levantar la vista de la fila de hormigas que estaba desordenando: “aurora boreal”.

zumbido

Dice que cuando se cortó los dedos no sintió nada, ni dolor, ni rabia, ni pena, nada, dice que nada. Dice que oía como un zumbido de cien aviones despegando al mismo tiempo. Eso es lo que me dijo, no te rías, sí, así me lo explicó. No sé, cómo voy a saber si es verdad, no lo sé pero me lo creo, es él quien se ha cortado los dedos y me lo ha explicado para que pueda escribir sobre esto. Ahora está bien, bueno, bien dentro de lo que cabe, claro, no, no creo que esté pensando en nada de eso ahora mismo.

martes, marzo 13, 2007

no se hagan añicos

Hay tres cajones. Tres. Podría haber más. Pero hay tres. Todos los tenemos. Al menos esos tres sí. Puede haber más, ya digo. Pero ahora sólo hay tres cajones.
El de la izquierda, el del centro y el de la derecha.
En el de la izquierda está todo lo que podría haber sido. En el del centro está todo lo que somos. En el derecho todo lo que queremos ser.
El cajón de la izquierda hay que abrirlo lo menos posible, el de la izquierda, lo menos posible. Porque allí vamos a encontrar cosas que quizá nos pongan tristes. Y nadie quiere ponerse triste. Bueno, a lo mejor sí que alguien quiere ponerse triste, pero seguro que no con lo que podría haber sido. En el cajón de la izquierda las cosas están desordenadas siguiendo un orden cronológico. Todo lo que encontraremos en ese cajón tendrá sabor a polvo y se oirá con eco. Todo servirá para que nos quedemos paralizados pensando. Tocaremos los objetos al azar, sin pasión, porque sabemos que ya no hay nada que hacer. Ese es el cajón de la izquierda. Lo correcto es que tenga una llave y lo cerréis. Después de cerrarlo, lo mejor es ir a una vía de tren y depositar la llave en un rail.
En el cajón del centro está todo lo que somos. Lo primero que veremos es un espejo. Es preferible no quedarse mucho rato mirándose porque puede producir un efecto de envejecimiento. Sobre todo si pasas años mirándote. Allí dentro están todas las cosas que te rodean en este momento, todo lo que estás haciendo cada día, todo lo que eres. Y las cosas son de diferente tamaño dependiendo de la importancia para ti. Quizá es el cajón más aburrido, pero puede que el más importante. Sin él, los dos laterales no existirían.
En el cajón de la derecha está todo lo que queremos ser. No todo lo que podemos ser, sino todo lo que queremos ser, que es muy diferente. Es el cajón más grande y pesado. Normalmente está desordenado aunque en ocasiones lo podremos encontrar totalmente en orden. Igual que en el cajón de la izquierda, tocaremos las cosas al azar, pero esta vez con una ilusión con la que no habíamos tocado nada antes. Contiene los objetos más frágiles, por eso es conveniente no abrirlo mucho para que, con el ajetreo, no se hagan añicos.
Estos son los tres cajones. Tres. Podría haber más. Pero hay tres. Todos los tenemos. Al menos esos tres sí. Puede haber más, ya dije. Pero ahora sólo hay tres cajones.
El de la izquierda, el del centro y el de la derecha.

viernes, marzo 09, 2007

pop!


Esta peli creo que aún no tiene fecha de estreno en este país donde vivimos.
Se titulará "Tú la letra, yo la música". La protagonizan Hugh Grant y Drew Barrymore.
No la iré a ver ni aunque la pistola del otro día siga en mi cabeza, pero la canción y el vídeo no tienen desperdicio.

miércoles, marzo 07, 2007

ejercicio

Aquí os dejo el ejercicio que entregaré hoy. Se trataba de practicar el manejo del tiempo introduciendo dos flashbacks en el relato. Lo he hecho a última hora, lo acabo de terminar ahora mismo. Joder, sólo funciono si me apuntan en la cabeza.

El viejo Marcus camina quejumbroso por el pasillo de su casa. Detrás de él, vigilando sus torpes movimientos, camina su perra Laika. Se apoya en las paredes mientras respira con dificultad. Vive solo, todos ya se fueron, a ningún sitio, pero lejos de él. Su vida se apaga por momentos aunque para él, su vida acabó cuando Sophia murió. El cielo está totalmente tapado. Sophia le llama susurrando su nombre. Él se acerca y le acaricia la cabeza. Todo irá bien, ya verás, le dice. Ella pestañea lentamente como si estuviera debajo del agua, de un agua negra, oscura, final. Marcus le besa la frente con suavidad y, mientras lo hace, piensa en su nieta recién nacida hace dos meses, piensa en la fragilidad de todo, de lo nuevo y de lo viejo. Cuando separa sus labios de su frente, Sophia, con los ojos cerrados le murmura “en la caja”. Marcus la mira extrañado y le pregunta que qué quiere decir. Pero Sophia ya no respira. Él se queda inmóvil, mirándola durante dos horas y veinte minutos, hasta que su vecina Rose llama al timbre. Marcus llega al lavabo y se apoya en el marco de la puerta, respirando con dificultad. Se asea y se peina. En la calle luce un sol espléndido que lo riega y lo ilumina todo como una risa de niño en verano. ¿Por qué me peino? ¿Adónde voy? Marcus almuerza unas tostadas con mermelada mientras deja que los rayos del sol calienten sus pies. Hoy se cumplen diez años de la muerte de Sophia, diez años de soledad, de preguntas sin respuesta, diez años intentando averiguar qué quiso decir su esposa en el momento antes de morirse. Laika deja descansar su cabeza en los pies del viejo. Su pelo brilla iluminado por el sol y adquiere tonalidades mágicas. Los días se acaban, vieja, lo notas, ¿verdad? No sé quién de los dos se irá primero, pero si soy yo, acuérdate de apagar la luz, a ti no te hace falta. La perra ha levantado la cabeza de sus pies y lo mira con la lengua fuera. Sé que me entiendes, vieja, lo sé, me has ayudado mucho, sí, tú, pero al final no vamos a encontrar ninguna caja ni nada que se le parezca, ¿eh, vieja?, ¿o tú sí que sabes algo pero no me lo vas a decir? Marcus acaricia la cabeza de la perra y luego su lomo. Se levanta de la silla. Laika sale de la cocina antes que él. Ayudándose con la mesa, el viejo Marcus camina arrastrando los pies a lo largo de toda la cocina. Ya en el sillón mira un documental sobre criaturas abismales. Se queda dormido y sueña que Laika viene a sus pies con una caja en su boca. Él le pregunta dónde la ha encontrado, esperando que la perra pueda hablar, y la perra le dice “siempre ha estado aquí”. Marcus limpia el polvo acumulado encima de la caja. Tiene un cerrojo con la llave introducida. Sólo tiene que girar la llave y la caja se abrirá. Y eso es lo que hace. Marcus abre la caja y allí dentro encuentra una colección de cromos que perdió cuando era niño. Fue el abuelo Clay quien se los regaló, una tarde de verano, en el patio de casa. Mira, pequeño Marcus, en estos cromos están todos los países que puedes visitar durante tu vida, a todos puedes ir si te lo propones. Yo he visitado todos estos, cada cromo lo compré en el país al que corresponde. El abuelo Clay mostraba las ilustraciones al pequeño Marcus que, sentado en las rodillas de su abuelo, se sentía la persona más importante del mundo. Una suave brisa jugaba a colarse por entre las piernas del pequeño. Mientras tanto, la abuela preparaba la merienda. El olor a jazmín impregnaba el patio aquella tarde de verano, el mismo olor que brotó de la caja cuando Marcus la abrió. No pudo reprimir sus lágrimas. Allí estaban todos los países que él no había visitado, todo el tiempo perdido estaba dentro de esa caja. La muralla china, los Andes, el Nepal, Roma, París, Alaska, México. Las estampas mantenían su color, estaban nuevas, como esperando que alguien las devolviera a su lugar de origen. Pasó los dedos por encima del dibujo del Empire State y éste empezó a borrarse. Lo mismo pasó con el Big Ben, la torre Eiffel y la estatua de Buda. Todos se difuminaban hasta desaparecer. Sus cromos se estaban transformando en láminas en blanco. Fue entonces cuando Marcus se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor, el sol seguía iluminando la estancia, en la televisión aparecían unos peces de ciencia ficción y Laika dormía plácidamente a sus pies. En el suelo, delante de su hocico, había una caja.

martes, marzo 06, 2007

the host


Ayer lunes por la noche fui a ver esta película con mi esposa. Antes habíamos estado caminando por Barcelona como si fuésemos los Reyes Magos a pie, mirando balcones como si nos saludasen niños. Después cenamos en un pakistaní de la calle Tallers, cerca de Ronda Universitat, el cual recomiendo. Quince minutos más tarde nos dirigimos hacia el cine, no sin antes pensar en nuestra salud y engullir goma y lacasitos.
“The Host” es una buena película. Ya me gustó cuando salí del cine. Hoy, un día después, con la digestión del tiempo, puedo seguir afirmando que es una buena película. No creo que tarden en hacer el remake USA tan querido.
Aquí dejo el tráiler.

lunes, marzo 05, 2007

extraño fruto

Mi bisabuelo plantó un árbol en el que mi hijo se ahorcará dentro de cinco minutos, cuando acabe de contar esta historia.
Lo plantó en el huerto de su casa, ahora nuestra, cuando tenía quince años.
Era un apasionado de la botánica. Su árbol preferido era el sauce llorón. Y ese fue el que plantó. Aunque muchos conocidos le dijeron que era muy difícil que ese tipo de árbol echara raíces en la tierra de su huerto, él no desistió y el árbol fue creciendo año tras año hasta convertirse en el majestuoso sauce que es ahora, ese que inunda de sombra y frescor las tardes de verano en nuestra casa.
El sauce es uno más en la familia. Desde que tengo uso de razón lo recuerdo así como es ahora, siempre majestuoso y envuelto en un misterio difícil de explicar.
En los días de tormenta, cuando era pequeño, me asomaba a la ventana de mi habitación para ver sus hojas agitarse violentamente, luchando contra la tempestad. En verano, me podía quedar horas mirando los rayos del sol colarse por entre sus ramas, dibujando en mi camiseta espectros luminosos.
También recuerdo un año en el que una especie de oruga afectó a sus raíces y el sauce perdió todas sus hojas. Por las noches, entonces, dibujaba la silueta de todas las películas de terror juntas. Mis padres creían que estaba muerto, podrido por dentro, y decidieron talarlo. Pero, milagrosamente, el mismo día en que mi padre cogió el hacha, al árbol le estaban empezando a salir nuevas hojas. Me alegré mucho y, en un momento mientras mis padres preparaban la comida, me acerqué al sauce y lo abracé. Hoy me parece estúpido, pero en aquel momento era lo que necesitaba hacer.
Pasaron los años y el sauce se recuperó por completo de su enfermedad. En verano celebrábamos una fiesta bajo su sombra con todos los vecinos del barrio para conmemorar el día en que el árbol se recuperó.
En la universidad conocí a la que sería mi mujer. Pronto se vino a vivir conmigo a nuestra casa; a mis padres no les importó, al contrario, la adoraban. Acabamos nuestros estudios a la vez y tuvimos a nuestro único hijo, el mismo que se ahorcará en el sauce dentro de unos tres minutos.
Mi hijo tiene ahora diecisiete años. Es demasiado joven para entender nada y demasiado mayor para tener que explicárselo todo. No quiere saber nada de la familia, de sus antepasados, no le importan en absoluto. Yo le intento explicar que gracias a ellos él es quien es, pero él me contesta ¿y quién soy? Mi mujer no puede hablar con él, bueno, no habla con él desde hace un par de años, cuando una fuerte discusión acabó en un accidente que pudo haberle costado la vida a mi esposa. Soy el único que intenta saber qué es lo que pasa por su cabeza, aunque por mucho que hable con él nunca llegue a ninguna conclusión.
Una tarde de primavera, fuimos a dar un paseo por el campo que rodea nuestra casa. Todo era muy agradable: la temperatura, una brisa suave, la conversación animada, incluso algunas risas que hacía mucho tiempo que no salían de él. Estábamos caminando tranquilamente, yo con las manos cogidas en mi espalda, él dentro de sus bolsillos. Y entonces me dijo que se iba a suicidar. Por un momento no sabía si lo que había oído era real y le dije que no le había escuchado. Me volvió a repetir lo mismo. No sabía qué decir, opté por reírme y recomendarle que no dijera tonterías, que esas cosas eran muy serias. Él me dijo que no era una tontería, era una cosa que había pensado hace tiempo, ya lo tenía todo planeado. Le pregunté por qué quería hacer eso y el me respondió “tú me contaste que un día abrazaste al sauce”. No continuó la frase, estuve esperando un largo rato en silencio, sin que se sintiera presionado por mis preguntas o por mi insistencia, pero no me dijo nada más. Llegamos a casa casi al anochecer. No quise comentarle nada a mi mujer.
Pero hoy se lo tendré que decir. Le tendré que decir que nuestro hijo se ha ahorcado en el sauce del huerto, que hay que llamar a la policía, que no lo podemos tocar ni descolgar hasta que vengan.
Mi bisabuelo plantó el árbol donde se acaba de ahorcar mi hijo.
Me pregunto si, de haber sabido la historia final, mi bisabuelo hubiera seguido regando sus raíces. Puede que sí, quizá no hubiera creído lo que le estaban contando y hubiese continuado regando y abonando la tierra que sostiene a mi hijo. Y si aquel día nadie hubiese visto las pequeñas hojas brotar de nuevo y mi padre hubiera talado el sauce. Y si yo no hubiera conocido a mi mujer y no hubiésemos tenido a nuestro hijo, ese extraño fruto que ahora cuelga del sauce al que un día me abracé.
Ahora mismo lo estoy mirando desde la ventana de su habitación, la que antes fue mía.
Empieza a hacer viento, las hojas se agitan con violencia.

domingo, marzo 04, 2007

sin que nadie


Oigo voces que me recriminan lo aburrido de esta sección, así que cambiaré el formato de los seis puntos a seguir y dejaré de utilizar el corta y pega.
El cuadro de hoy se titula "The cloud" y lo pintó Monet en 1903. No se puede visitar en ningún museo porque pertenece a una colección privada. Así que si un día váis a cenar a casa de alguien y, al ir al lavabo, véis que tiene este cuadro encima del w.c., puede que sea el original. Por tanto, ya que el cuadro puede estar situado en cualquier rincón del mundo, es recomendable que llevéis siempre con vosotros (o al menos cuando vayáis a cenar a casa de alguien) el siguiente tema: "Fleurette africane" de Duke Ellington, contenida en el disco "Money jungle".
(Ya sé que no me váis a hacer ni puto caso, pero este disco vale menos de nueve euros en cualquier tienda. Ya que en esta ocasión os ahorráis el billete a la ciudad de turno, sería un detalle invertir vuestro dinero en un disco de 1962).
Una vez meando o cagando delante del cuadro, bueno, orinando o defecando, escuchad los 3:33 minutos de canción. El inicial contrabajo de Mingus os convertirá en un pequeño pájaro de alas cortas que sobrevolará el estanque sin que nadie advierta vuestra presencia. Os quedaréis quietos, sintiendo la brisa primaveral y observando el movimiento de las nubes reflejadas en el agua.
Nunca ir al lavabo os cambiará tanto la vida.

morning train

time after time

jueves, marzo 01, 2007

trozos de bostezos

Son las dos de la mañana. Me acabo de despertar en el sofá. Me quedé durmiendo a las doce y media pasadas. Prometí que escribiría algo pero en estas condiciones prefiero dejarlo para hoy jueves por la tarde. Ahora mismo no puedo con mi arma. Mañana (hoy jueves) entro a las nueve de la mañana porque hay que limpiar la tienda. Imaginadme fregando, por favor os lo pido. Y pasando la mopa. Seguro que a la hora de recoger el polvo encuentro trozos de bostezos. Supongo que los habréis visto alguna vez, tienen forma de a rota.
Aún no he visto la última de Lynch.
Por cierto, mi opinión a algún comment pasado: espero que nunca le den un Oscar a Lynch. El día que esto suceda, David Lynch dejará de significar David Lynch.
Sé que me entendéis.

Buenas noches.
Buenos días.