lunes, abril 28, 2014
domingo, abril 13, 2014
butacas
La música de los títulos de crédito iniciales de E.T. es una de las más sobrecogedoras de la historia del cine familiar.
Imagina una familia, en los ochenta, sentados en sus butacas esperando a que empiece la nueva peli de la que todo el mundo habla.
Y John Williams les recibe con esto.
Imagina una familia, en los ochenta, sentados en sus butacas esperando a que empiece la nueva peli de la que todo el mundo habla.
Y John Williams les recibe con esto.
sábado, abril 12, 2014
nadie me miró las rodillas
Mis abuelos tenían
un limonero
en el huerto
cuánto tiempo llevaba ese árbol
allí
qué más da
cogíamos limones
cuando mi abuela hacía paella
alguna vez
en las tardes de verano
trepaba por sus ramas
brazos de gigante
y me quedaba sentado
allí
viendo cómo
las hormigas
desfilaban por
u
n
a
h
o
j
a
podía pasarme horas
hasta que mis piernas
se empezaban a entumecer
estando allí, inmóvil,
los pájaros se posaban en las ramas
creyéndome parte del árbol
creyéndose a salvo
un día me caí
y me rasgué las rodillas
que empezaron a sangrar
cuando aparté la tierra
sangre bajo la tierra
una lava latente y poderosa
que necesitaba oxígeno
coger una bocanada de aire
y manifestarse como algo limpio
y vivo
y rojo
nadie se enteró
porque
nadie me miró las rodillas
hoy
cada vez que parto un limón
me acuerdo de mis abuelos
de la paella que nunca más comeré
de aquellas tardes de verano
dejando que las horas pasaran
como sombras chinescas
reflejadas en la pared
hoy
cada vez que parto un limón
hormigas trepan
por mi
p
i
e
r
n
a
que ya se empieza a entumecer
sangran mis rodillas
y vienen pájaros a mis manos
que se posan
en mis dedos
creyéndose
a salvo.
un limonero
en el huerto
cuánto tiempo llevaba ese árbol
allí
qué más da
cogíamos limones
cuando mi abuela hacía paella
alguna vez
en las tardes de verano
trepaba por sus ramas
brazos de gigante
y me quedaba sentado
allí
viendo cómo
las hormigas
desfilaban por
u
n
a
h
o
j
a
podía pasarme horas
hasta que mis piernas
se empezaban a entumecer
estando allí, inmóvil,
los pájaros se posaban en las ramas
creyéndome parte del árbol
creyéndose a salvo
un día me caí
y me rasgué las rodillas
que empezaron a sangrar
cuando aparté la tierra
sangre bajo la tierra
una lava latente y poderosa
que necesitaba oxígeno
coger una bocanada de aire
y manifestarse como algo limpio
y vivo
y rojo
nadie se enteró
porque
nadie me miró las rodillas
hoy
cada vez que parto un limón
me acuerdo de mis abuelos
de la paella que nunca más comeré
de aquellas tardes de verano
dejando que las horas pasaran
como sombras chinescas
reflejadas en la pared
hoy
cada vez que parto un limón
hormigas trepan
por mi
p
i
e
r
n
a
que ya se empieza a entumecer
sangran mis rodillas
y vienen pájaros a mis manos
que se posan
en mis dedos
creyéndose
a salvo.
domingo, abril 06, 2014
el autor les saluda
El día veintitrés he pedido fiesta en el trabajo para ir a esto.
Ni que fuera el Primavera Sound.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y, de alguna manera, pedirle perdón por haberle (¿haberlo? ¡Gabriela!) dejado abandonado.
Él que me quería tanto.
Siempre he pensado que las firmas en Sant Jordi son una oportunidad para dar las gracias. El verdadero lector no debería llevar un libro para que se lo firmara el autor (¡explícale esto a su editor!) sino sólo la mano extendida, los brazos abiertos, besos lanzados desde la yema de los dedos y que vayan cayendo aquí y allá, que la gente los pise y se mezclen con los pétalos de rosa que los niños irán recogiendo y guardando en los bolsillos de sus chaquetas, porque ese día nunca es del todo caluroso, y luego ya en casa la madre o el padre colgaría de nuevo la chaqueta en el armario del hijo, de la hija, y al cabo de unos días ya el anticiclón y la chaqueta guardada hasta el año que viene, aunque el año que viene ya no será de su talla y la madre o el padre decidirán guardarla en una de las cajas de tela que compraron para estos casos, y doblarán la chaqueta y la guardarán junto con toda la ropa de ese invierno y esa primavera, y la madre o el padre se subirán a ese taburete que compraron para estos casos y ajustarán la caja en el hueco de la estantería que tienen en el altillo para estos casos, y pasarán los años y el hijo o la hija tendrán hijos o hijas y en una conversación la madre o el padre, ahora abuelos, les recordarán que en el altillo tienen ropa de cuando eran pequeños, y el hijo o la hija deciden subir y abrir las cajas para escoger las prendas que más les gusten, y abren la caja donde estaba la chaqueta, que sigue ahí, por supuesto, quizá veinte años después y, al verla, recordarán aquel Sant Jordi y aquellos pétalos que fueron cogiendo del suelo para guardarlos en los bolsillos, y ahí estarían, pétalos de rosa enredados con los besos que la gente iba lanzando, y el hijo o la hija vaciarían los bolsillos de aquellos pétalos de rosa y se los llevarían para, más tarde, ya en casa, extenderlos sobre la cama y tumbarse encima y cerrar los ojos.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y que Vila-Matas les dedique un libro a mis hijos, que todavía no saben leer, pero que algún día decidirán empezar París no se acaba nunca y descubrirán que en la primera página el autor les saluda.
Eso es lo único que quiero: dejarles pétalos entre las páginas.
Ni que fuera el Primavera Sound.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y, de alguna manera, pedirle perdón por haberle (¿haberlo? ¡Gabriela!) dejado abandonado.
Él que me quería tanto.
Siempre he pensado que las firmas en Sant Jordi son una oportunidad para dar las gracias. El verdadero lector no debería llevar un libro para que se lo firmara el autor (¡explícale esto a su editor!) sino sólo la mano extendida, los brazos abiertos, besos lanzados desde la yema de los dedos y que vayan cayendo aquí y allá, que la gente los pise y se mezclen con los pétalos de rosa que los niños irán recogiendo y guardando en los bolsillos de sus chaquetas, porque ese día nunca es del todo caluroso, y luego ya en casa la madre o el padre colgaría de nuevo la chaqueta en el armario del hijo, de la hija, y al cabo de unos días ya el anticiclón y la chaqueta guardada hasta el año que viene, aunque el año que viene ya no será de su talla y la madre o el padre decidirán guardarla en una de las cajas de tela que compraron para estos casos, y doblarán la chaqueta y la guardarán junto con toda la ropa de ese invierno y esa primavera, y la madre o el padre se subirán a ese taburete que compraron para estos casos y ajustarán la caja en el hueco de la estantería que tienen en el altillo para estos casos, y pasarán los años y el hijo o la hija tendrán hijos o hijas y en una conversación la madre o el padre, ahora abuelos, les recordarán que en el altillo tienen ropa de cuando eran pequeños, y el hijo o la hija deciden subir y abrir las cajas para escoger las prendas que más les gusten, y abren la caja donde estaba la chaqueta, que sigue ahí, por supuesto, quizá veinte años después y, al verla, recordarán aquel Sant Jordi y aquellos pétalos que fueron cogiendo del suelo para guardarlos en los bolsillos, y ahí estarían, pétalos de rosa enredados con los besos que la gente iba lanzando, y el hijo o la hija vaciarían los bolsillos de aquellos pétalos de rosa y se los llevarían para, más tarde, ya en casa, extenderlos sobre la cama y tumbarse encima y cerrar los ojos.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y que Vila-Matas les dedique un libro a mis hijos, que todavía no saben leer, pero que algún día decidirán empezar París no se acaba nunca y descubrirán que en la primera página el autor les saluda.
Eso es lo único que quiero: dejarles pétalos entre las páginas.
miércoles, abril 02, 2014
{cejas arqueadas}
He empezado a leer Lolita, de Nabokov. Hace falta decir de Nabokov, pregunta seria, Gabriela, hace falta, cal, poner el nombre del autor cuando se trata de una obra clásica, o de un nuevo clásico o como le quieras llamar a Lolita o a La metamorfosis o a A sangre fría. Todo esto era una pregunta. Sigo preguntando: en qué momento se deja de decir el nombre del autor, como pasa con El Quijote, Cien años de soledad, Hamlet, yo qué sé, un montón más, nano. Quién o qué decide cuándo obviar el nombre del autor. Es el tiempo, pregunto, es la magnitud de la obra, pregunto, es el supuesto conocimiento que debe de tener el público la sociedad la masa, pregunto.
La cuestión es que he empezado a leer Lolita, entre muchos motivos, después de leer un libro de poesías de Billy Collins, recogido en el más que recomendable Navegando a solas por la habitación (DVD Ediciones), titulado Picnic, rayos. Y al llegar a la poesía que daba título al libro, descubrí de dónde había salido: a modo de dedicatoria, el Collins copia y pega una frase de Lolita.
My very photogenic mother died in a freak accident (picnic, lightning) when I was three.
Que el traductor de este libro de Collins (Eduardo Moga) resuelve con gran acierto:
Mi muy fotogénica madre murió en un accidente absurdo (picnic, rayos) cuando yo tenía tres años.
Fue ese (picnic, rayos) así, entre paréntesis, el que me hizo coger el libro de Nabokov. Ese detalle. Un cuento dentro de ese paréntesis. Un cuento de dos palabras. Una novela de dos palabras. Hay en esas dos palabras separadas por una coma más historias que en toda la literatura española de los noventa. Por poner un ejemplo.
(picnic, rayos)
Qué puede hacer uno ante tanta maestría.
Sólo una cosa: arrodillarse.
Lo deja ahí, como diciendo: no te voy a cansar con historias, tampoco vale la pena, sólo era mi madre. Y lo que hace Nabokov, con toda la intención, es llevarnos de la mano hasta ese día y dejarnos ahí, bajo un toldo que nos protege de la lluvia, a cierta distancia, imaginando lo que sucedió. (No sé si más adelante entrará en detalles, no he llegado).
(picnic, rayos)
La madre que lo parió.
Pero cuál es mi sorpresa {cejas arqueadas} cuando llego a esta parte, al principio de la novela, y la traducción de Francesc Roca para Anagrama es esta:
Mi madre, muy fotogénica, murió a causa de un absurdo accidente (un rayo durante un picnic) cuando tenía yo tres años.
Por qué decide Francesc Roca traducir (picnic, lightning) como (un rayo durante un picnic) y deshacer la magia y la pureza y el encanto y la poesía y la majestuosidad que contenía y contiene (picnic, rayos). Parece como si hubiera pensado por un momento que quizá el lector no lo iba a comprender. No sé, digo yo. No le veo otra explicación. O quizá él lo tradujo como (picnic, rayos) y un corrector, o quien quiera que se encargue de supervisar el trabajo de un traductor, lo cambió por este (un rayo durante un picnic).
De todas formas, escojo sin dudar la frase entera traducida por Eduardo Moga (poeta), más limpia, ¡sin comas! y sin ese cuando tenía yo tres años, que me saca de quicio, de Francesc Roca.
Cuánta maestría me estoy perdiendo por no leer del original.
Cuánta.
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