El día veintitrés he pedido fiesta en el trabajo para ir a esto.
Ni que fuera el Primavera Sound.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y, de alguna manera, pedirle perdón por haberle (¿haberlo? ¡Gabriela!) dejado abandonado.
Él que me quería tanto.
Siempre he pensado que las firmas en Sant Jordi son una oportunidad para dar las gracias. El verdadero lector no debería llevar un libro para que se lo firmara el autor (¡explícale esto a su editor!) sino sólo la mano extendida, los brazos abiertos, besos lanzados desde la yema de los dedos y que vayan cayendo aquí y allá, que la gente los pise y se mezclen con los pétalos de rosa que los niños irán recogiendo y guardando en los bolsillos de sus chaquetas, porque ese día nunca es del todo caluroso, y luego ya en casa la madre o el padre colgaría de nuevo la chaqueta en el armario del hijo, de la hija, y al cabo de unos días ya el anticiclón y la chaqueta guardada hasta el año que viene, aunque el año que viene ya no será de su talla y la madre o el padre decidirán guardarla en una de las cajas de tela que compraron para estos casos, y doblarán la chaqueta y la guardarán junto con toda la ropa de ese invierno y esa primavera, y la madre o el padre se subirán a ese taburete que compraron para estos casos y ajustarán la caja en el hueco de la estantería que tienen en el altillo para estos casos, y pasarán los años y el hijo o la hija tendrán hijos o hijas y en una conversación la madre o el padre, ahora abuelos, les recordarán que en el altillo tienen ropa de cuando eran pequeños, y el hijo o la hija deciden subir y abrir las cajas para escoger las prendas que más les gusten, y abren la caja donde estaba la chaqueta, que sigue ahí, por supuesto, quizá veinte años después y, al verla, recordarán aquel Sant Jordi y aquellos pétalos que fueron cogiendo del suelo para guardarlos en los bolsillos, y ahí estarían, pétalos de rosa enredados con los besos que la gente iba lanzando, y el hijo o la hija vaciarían los bolsillos de aquellos pétalos de rosa y se los llevarían para, más tarde, ya en casa, extenderlos sobre la cama y tumbarse encima y cerrar los ojos.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y que Vila-Matas les dedique un libro a mis hijos, que todavía no saben leer, pero que algún día decidirán empezar París no se acaba nunca y descubrirán que en la primera página el autor les saluda.
Eso es lo único que quiero: dejarles pétalos entre las páginas.
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