El otro día, caminando desde c/Mallorca hasta Jardinets de Gràcia, fui plenamente consciente de lo mayor que soy, como un rayo que iluminara todo el trayecto, pintado de azul como en google maps, paso a paso, durante esos a duras penas diez minutos, las puertas de la percepción se me abrieron, y tú caminando lo iluminas todo, consciente de lo mayor que soy en apenas diez minutos, un trayecto ligero con un también ligero desnivel ascendente, corría una ligera brisa, todo muy ligero menos yo, incluso durante un momento del recorrido decidí simular una sutil cojera, nada, algo casi imperceptible para el transeúnte común pero que colmó mi ser al menos unos minutos y me llenó de un estúpido regocijo propio de los imbéciles, esa grácil e inapreciable deformidad en mi andar, sólo para ocultar mi vejez y mi sobrepeso, como aquellos partidos en el patio del colegio donde fingías que te había dado una rampa justo cuando se te escapaba el delantero y marcaba gol, allí me vi, allí quise volver, cuántas veces he querido volver al patio de mi colegio y quedarme allí en medio dejando que pasaran entre mis piernas las cuatro pelotas de los cuatro partidos simultáneos que se estaban jugando durante esos a duras penas diez minutos de alegría infantil, y quedarme quieto mientras me como el bocadillo, toda la vida por delante, todo lleno de futuro, y yo sin saberlo, no ya ahora, veinte o treinta años después, todo muy ligero menos yo.
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