domingo, diciembre 31, 2006
salir ileso
Sentado en su sillón y tocando la guitarra vemos a Rick Rubin, un hombre capaz de meterse en el estudio con System of a down y con Shakira el mismo año y salir ileso.
He decidido que es una persona que me cae lo suficientemente bien como para cerrar el año en mi blog.
viernes, diciembre 29, 2006
ain't no grave gonna hold my body down
Cuando no me puedo dormir:
-leo,
-escucho música,
-miro al techo,
-cuento cds,
-pienso en cosas absurdas y luego
-escribo cosas absurdas en el blog.
-A veces,
-también,
-busco tumbas
-leo,
-escucho música,
-miro al techo,
-cuento cds,
-pienso en cosas absurdas y luego
-escribo cosas absurdas en el blog.
-A veces,
-también,
-busco tumbas
jueves, diciembre 28, 2006
miércoles, diciembre 27, 2006
amasijo de agua sucia
Soy un charco. Un charco de calle, de ciudad, de asfalto. No de camino en la montaña. Un charco de agua y gasolina, de basura y lágrimas.
No es nada fácil mi vida. Ni siquiera escribir esto. Todo me cuesta mucho esfuerzo. Porque estoy acostumbrado a no moverme en una temporada. Viviendo en un socavón construido por ruedas y llantas, las mismas que ahora me salpican y me destruyen. La gente me maldice. Algunos conductores me buscan para divertirse. Otros me esquivan. Yo no puedo hacer otra cosa que mirar al cielo y esperar a que salga el sol y se me lleve. Y volver a las nubes. Y allí encontrarme con los demás, el agua del mundo, toda unida, de todos los lugares, esperando la caída. Gente de mares que no conozco, de surtidores, de lagos, de macetas abandonadas. Azules, verdes, transparentes, marrones. Pero todos volveremos al sitio de donde procedemos. Porque así debe ser.
Me gustaría viajar a cualquier océano, cualquier mar, cualquier lago, a cualquier sitio, me gustaría ver cosas nuevas. Pero esto no va a suceder. Volveré a otro charco. Porque soy ese agua, ese tipo de agua. Porque ya hay dentro de mi alquitrán, envoltorios y lágrimas de un niño esperando a la salida del colegio.
Yo no serviría para nadar en un océano, me perdería entre el plancton, me tragaría una ballena en un descuido. Y entonces desearía estar en mi charco, en cualquiera. Porque es allí donde estoy bien. Aunque quiera estar en otro sitio.
He viajado a muchas ciudades. Pero en todas me siento el mismo. En todas recibo un escupitajo, un pisotón o un orín de perro. He vivido delante de grandes edificios, de monumentos históricos, de famosas avenidas. He observado a gente de todos los lugares del mundo sin que ellos lo supieran. Y no he encontrado muchas diferencias. Todas lloran cuando están solas.
Soy un charco. Un charco de calle, de ciudad, de asfalto. No de camino en la montaña. Un charco de agua y gasolina, de basura y lágrimas.
Un recipiente que se vacía poco a poco del agua que llevaba y se va llenando de cosas que no quería. Pero que ahora son tan suyas que le dan sentido a todo.
Muchas veces, arriba en las nubes, alguien del océano me dice que es una lástima que no podamos visitarnos. Yo le digo que no me importa, que prefiero que me expliquen cómo es. Y así me lo imagino cuando estoy allí abajo. Y el tiempo pasará más rápido si pienso que estoy en medio del océano y se avecina una tempestad.
Yo no quiero irme a ningún sitio. Muchos no lo entienden. Pero no hay nada que hacer. Ellos tampoco podrán ser nunca charcos, nunca podrán sentir lo que yo siento. En ese sentido, todos somos iguales. Pero veo que sienten pena por mi, por ese amasijo de agua sucia, alquitrán y gasolina en el que me convierto. Yo les digo que no se preocupen, que soy feliz a mi manera, igual que ellos a la suya. Y entonces me dicen que no saben qué puede hacer feliz a alguien siendo charco. Yo les digo que muchas cosas. Me dicen que les diga una. Y yo les explico que, a veces, algún niño me señala y dice “mira, el arco iris”.
No es nada fácil mi vida. Ni siquiera escribir esto. Todo me cuesta mucho esfuerzo. Porque estoy acostumbrado a no moverme en una temporada. Viviendo en un socavón construido por ruedas y llantas, las mismas que ahora me salpican y me destruyen. La gente me maldice. Algunos conductores me buscan para divertirse. Otros me esquivan. Yo no puedo hacer otra cosa que mirar al cielo y esperar a que salga el sol y se me lleve. Y volver a las nubes. Y allí encontrarme con los demás, el agua del mundo, toda unida, de todos los lugares, esperando la caída. Gente de mares que no conozco, de surtidores, de lagos, de macetas abandonadas. Azules, verdes, transparentes, marrones. Pero todos volveremos al sitio de donde procedemos. Porque así debe ser.
Me gustaría viajar a cualquier océano, cualquier mar, cualquier lago, a cualquier sitio, me gustaría ver cosas nuevas. Pero esto no va a suceder. Volveré a otro charco. Porque soy ese agua, ese tipo de agua. Porque ya hay dentro de mi alquitrán, envoltorios y lágrimas de un niño esperando a la salida del colegio.
Yo no serviría para nadar en un océano, me perdería entre el plancton, me tragaría una ballena en un descuido. Y entonces desearía estar en mi charco, en cualquiera. Porque es allí donde estoy bien. Aunque quiera estar en otro sitio.
He viajado a muchas ciudades. Pero en todas me siento el mismo. En todas recibo un escupitajo, un pisotón o un orín de perro. He vivido delante de grandes edificios, de monumentos históricos, de famosas avenidas. He observado a gente de todos los lugares del mundo sin que ellos lo supieran. Y no he encontrado muchas diferencias. Todas lloran cuando están solas.
Soy un charco. Un charco de calle, de ciudad, de asfalto. No de camino en la montaña. Un charco de agua y gasolina, de basura y lágrimas.
Un recipiente que se vacía poco a poco del agua que llevaba y se va llenando de cosas que no quería. Pero que ahora son tan suyas que le dan sentido a todo.
Muchas veces, arriba en las nubes, alguien del océano me dice que es una lástima que no podamos visitarnos. Yo le digo que no me importa, que prefiero que me expliquen cómo es. Y así me lo imagino cuando estoy allí abajo. Y el tiempo pasará más rápido si pienso que estoy en medio del océano y se avecina una tempestad.
Yo no quiero irme a ningún sitio. Muchos no lo entienden. Pero no hay nada que hacer. Ellos tampoco podrán ser nunca charcos, nunca podrán sentir lo que yo siento. En ese sentido, todos somos iguales. Pero veo que sienten pena por mi, por ese amasijo de agua sucia, alquitrán y gasolina en el que me convierto. Yo les digo que no se preocupen, que soy feliz a mi manera, igual que ellos a la suya. Y entonces me dicen que no saben qué puede hacer feliz a alguien siendo charco. Yo les digo que muchas cosas. Me dicen que les diga una. Y yo les explico que, a veces, algún niño me señala y dice “mira, el arco iris”.
martes, diciembre 26, 2006
Flip-book
Acabo de finalizar la tercera comida pantagruélica de estas navidades en menos de 48 horas. Mi estómago me grita hipodeputa. Lo oyen hasta los vecinos. Yo ya no le hago caso. Me he puesto a recortar. Es lo mejor para hacer la digestión.
1952
VLADIMIR: Tú también debes estar contento en el fondo, confiésalo.
ESTRAGON: ¿Contento? ¿De qué?
VLADIMIR: De haberme encontrado de nuevo.
ESTRAGON: ¿Tú crees?
VLADIMIR: Dilo, aunque no sea cierto.
ESTRAGON: ¿Qué debo decir?
VLADIMIR: Di: estoy contento.
ESTRAGON: Estoy contento.
VLADIMIR: Yo también.
ESTRAGON: Yo también.
VLADIMIR: Estamos contentos.
ESTRAGON: Estamos contentos. (Silencio) ¿Y qué hacemos ahora que estamos contentos?
VLADIMIR: Esperamos a Godot.
ESTRAGON: Es cierto.
(Silencio.)
lunes, diciembre 25, 2006
por supuesto
Erno Rubik es el inventor del cubo más lanzado al suelo de la historia de los cubos. Al menos por mi parte.
Podréis encontrar la solución explicada en muchas páginas de la web, pero, en estos casos, lo mejor son los ejemplos visuales.
El mejor, Michel Gondry resolviendo el cubo con los pies.
Por supuesto, es un fake. Pero tiene su gracia.
sábado, diciembre 23, 2006
lost highway
Renee sits down on a couch and sips her drink. Fred comes
over to her, kisses her on the neck, which makes her laugh.
FRED: It's nice to know I can still make you laugh.
RENEE: I like to laugh, Fred
FRED: That's why I married you.
viernes, diciembre 22, 2006
cloc-clac (parte 4 de 5)
Si el mapa que tienes en tus manos no es el del país donde estás, no lo dobles y lo vuelvas a guardar en tu mochila por si acaso vas algún día. Simplemente quémalo.
A los veinte años yo era una bola de pinball en descenso directo al agujero, ese espacio estrechito por donde sólo pasa la bola, yo. Un espacio que existe entre dos palancas que se mueven frenéticamente por salvarme y lanzarme hacia arriba y, al menos, conseguir 20 puntos. Pero cuando la succión por el agujero negro era inevitable, cuando de fondo ya se oía un ohhh de pena y de indiferencia a la vez, entonces apareció ella.
Hacia tiempo que la venía observando, me gustaba. Pelo castaño, alta, ojos grandes, tetas perfectas, culo también y, sobretodo, lo que me volvía loco de ella, su acento afrancesado. Era mi mujer ideal, siempre había soñado con ella, siempre la había mirado de lejos sin atreverme a nada. Pero un día ella me miró y me habló y me invitó a subir a su casa. Estuvimos seis años juntos.
Al principio yo no me lo creía. Cómo una chica así se podía fijar en alguien como yo. Pensaba en eso cuando la veía salir de la ducha después de hacer el amor durante horas. Mientras se ponía leche hidratante yo miraba su reflejo en el espejo del lavabo. Se ponía por todo el cuerpo excepto por los pechos, que dejaba para mí. Un patán como yo poniéndole crema hidratante en las tetas a esta modelo de lencería francesa. Un mes antes ni lo podía imaginar. Ni esta situación ni nada que se le acercase. A mi familia les encantaba. Porque era encantadora. Todos querían conocerla, que viniera a cenar a casa o a comer los domingos. Y ella venía, con su sonrisa y sus ojos brillantes. Porque era encantadora.
Ahora el descenso era un ascenso. Mi vida había dado un cambio importante y yo era otro hombre. Y todo gracias a ella.
Pero el tiempo pasa. Nos guste o no, el tiempo pasa. Y decir el tiempo pasa significan muchas cosas, algunas buenas, otras, muchas, malas. Y con el paso del tiempo descubres cosas que pensabas que no existían o, al menos, no ahí. Un tronco de árbol puede ser bellísimo, pero si te acercas y pasas un tiempo observándolo verás hormigas, insectos, larvas, resina y madera podrida. Que también pueden ser cosas bellas, no lo niego, pero ahora ese tronco ya no es lo mismo. Y así con todo.
Una noche no podía dormirme y daba vueltas sin parar en la cama. A mi lado dormía ella, dulce, desnuda, recién duchada, con su olor a crema hidratante. Serían las cuatro de la mañana cuando sucedió. Ella estaba de lado, yo con las manos en la nuca mirando al techo. Entonces se tiró un peo. Un peo sonoro y largo, tan largo que al principio no sabía de dónde venía ese sonido y tan sonoro que pensé que algún vecino se habría despertado. Cuando el ruido cesó, entonces silencio, y luego hedor. Un profundo olor a podrido subió entre las sábanas y se estrelló en mi cara, introduciéndose por mi nariz y haciéndome toser. Ella seguía durmiendo plácidamente a mi lado, ladeada mirando hacia la pared.
Ella seguía a mi lado, sí, pero ya no era la misma persona.
Cómo una chica tan increíble, deseada por todos, con esa cara de ángel, cómo esa chica que representaba la belleza francesa podía tener esa putrefacción en su interior. Por la mañana me desperté con ella durmiendo abrazada a mi pecho. Con disimulo la aparté de mi cuerpo y me fui a duchar.
Fue a partir de ese día que me empecé a fijar en detalles en los que nunca me fijaba. Y quizá era porque no existían antes. Me quedaba muchas noches despierto a su lado para ver si seguía tirándose peos mientras pensaba que yo estaba durmiendo, la escuchaba cuando iba al lavabo y podía oír el cloc-clac de su caca al caer, me molestaban algunos pelos de su sobaco que antes ni siquiera había notado, descubría granos en su cara incluso antes de que le salieran.
Y todo lo que antes me excitaba de ella, ahora me producía repulsión. Ya no le untaba los pechos con crema hidratante poniéndole cualquier excusa que nadie creería; ya no hacíamos tanto el amor y, cuando lo hacíamos, ya no me excitaba su voz afrancesada susurrándome al oído “fóllame”; ya no íbamos a comer a casa de mis padres, ni salíamos a ningún sitio y empezamos a comer siempre lo mismo.
Habían pasado ya seis años desde que la conocí. Aquella francesita que me invitó a su casa ahora, sin decírmelo, me invitaba a salir. O quizá no, quizá ella seguía queriéndome, seguía siendo la misma persona, quizá fui yo quien se autoexpulsó, un jugador de fútbol escupiéndole al árbitro en la cara.
Y me fui. Y así acabó todo. Así acabó mi estancia de seis años en unos centros comerciales. Ahora a la francesita se la estarán follando otros. Espero que no se queden despiertos.
De esos seis años me quedo con la gente que he conocido y que son las personas a las que más quiero en este momento, después de mi familia.
Ya sabéis quienes sois.
El resto, por mi parte, puede arder en el infierno.
A los veinte años yo era una bola de pinball en descenso directo al agujero, ese espacio estrechito por donde sólo pasa la bola, yo. Un espacio que existe entre dos palancas que se mueven frenéticamente por salvarme y lanzarme hacia arriba y, al menos, conseguir 20 puntos. Pero cuando la succión por el agujero negro era inevitable, cuando de fondo ya se oía un ohhh de pena y de indiferencia a la vez, entonces apareció ella.
Hacia tiempo que la venía observando, me gustaba. Pelo castaño, alta, ojos grandes, tetas perfectas, culo también y, sobretodo, lo que me volvía loco de ella, su acento afrancesado. Era mi mujer ideal, siempre había soñado con ella, siempre la había mirado de lejos sin atreverme a nada. Pero un día ella me miró y me habló y me invitó a subir a su casa. Estuvimos seis años juntos.
Al principio yo no me lo creía. Cómo una chica así se podía fijar en alguien como yo. Pensaba en eso cuando la veía salir de la ducha después de hacer el amor durante horas. Mientras se ponía leche hidratante yo miraba su reflejo en el espejo del lavabo. Se ponía por todo el cuerpo excepto por los pechos, que dejaba para mí. Un patán como yo poniéndole crema hidratante en las tetas a esta modelo de lencería francesa. Un mes antes ni lo podía imaginar. Ni esta situación ni nada que se le acercase. A mi familia les encantaba. Porque era encantadora. Todos querían conocerla, que viniera a cenar a casa o a comer los domingos. Y ella venía, con su sonrisa y sus ojos brillantes. Porque era encantadora.
Ahora el descenso era un ascenso. Mi vida había dado un cambio importante y yo era otro hombre. Y todo gracias a ella.
Pero el tiempo pasa. Nos guste o no, el tiempo pasa. Y decir el tiempo pasa significan muchas cosas, algunas buenas, otras, muchas, malas. Y con el paso del tiempo descubres cosas que pensabas que no existían o, al menos, no ahí. Un tronco de árbol puede ser bellísimo, pero si te acercas y pasas un tiempo observándolo verás hormigas, insectos, larvas, resina y madera podrida. Que también pueden ser cosas bellas, no lo niego, pero ahora ese tronco ya no es lo mismo. Y así con todo.
Una noche no podía dormirme y daba vueltas sin parar en la cama. A mi lado dormía ella, dulce, desnuda, recién duchada, con su olor a crema hidratante. Serían las cuatro de la mañana cuando sucedió. Ella estaba de lado, yo con las manos en la nuca mirando al techo. Entonces se tiró un peo. Un peo sonoro y largo, tan largo que al principio no sabía de dónde venía ese sonido y tan sonoro que pensé que algún vecino se habría despertado. Cuando el ruido cesó, entonces silencio, y luego hedor. Un profundo olor a podrido subió entre las sábanas y se estrelló en mi cara, introduciéndose por mi nariz y haciéndome toser. Ella seguía durmiendo plácidamente a mi lado, ladeada mirando hacia la pared.
Ella seguía a mi lado, sí, pero ya no era la misma persona.
Cómo una chica tan increíble, deseada por todos, con esa cara de ángel, cómo esa chica que representaba la belleza francesa podía tener esa putrefacción en su interior. Por la mañana me desperté con ella durmiendo abrazada a mi pecho. Con disimulo la aparté de mi cuerpo y me fui a duchar.
Fue a partir de ese día que me empecé a fijar en detalles en los que nunca me fijaba. Y quizá era porque no existían antes. Me quedaba muchas noches despierto a su lado para ver si seguía tirándose peos mientras pensaba que yo estaba durmiendo, la escuchaba cuando iba al lavabo y podía oír el cloc-clac de su caca al caer, me molestaban algunos pelos de su sobaco que antes ni siquiera había notado, descubría granos en su cara incluso antes de que le salieran.
Y todo lo que antes me excitaba de ella, ahora me producía repulsión. Ya no le untaba los pechos con crema hidratante poniéndole cualquier excusa que nadie creería; ya no hacíamos tanto el amor y, cuando lo hacíamos, ya no me excitaba su voz afrancesada susurrándome al oído “fóllame”; ya no íbamos a comer a casa de mis padres, ni salíamos a ningún sitio y empezamos a comer siempre lo mismo.
Habían pasado ya seis años desde que la conocí. Aquella francesita que me invitó a su casa ahora, sin decírmelo, me invitaba a salir. O quizá no, quizá ella seguía queriéndome, seguía siendo la misma persona, quizá fui yo quien se autoexpulsó, un jugador de fútbol escupiéndole al árbitro en la cara.
Y me fui. Y así acabó todo. Así acabó mi estancia de seis años en unos centros comerciales. Ahora a la francesita se la estarán follando otros. Espero que no se queden despiertos.
De esos seis años me quedo con la gente que he conocido y que son las personas a las que más quiero en este momento, después de mi familia.
Ya sabéis quienes sois.
El resto, por mi parte, puede arder en el infierno.
miércoles, diciembre 20, 2006
lo ideal
"-¿Sabes qué sería lo ideal?
-¿Lo ideal para qué?
-Lo ideal en general, para ti, para mi.
-¿Qué?
-Conocer a una persona y que cada día te enamores un poco más de ella.
-Y así hasta cuándo.
-No lo sé."
-¿Lo ideal para qué?
-Lo ideal en general, para ti, para mi.
-¿Qué?
-Conocer a una persona y que cada día te enamores un poco más de ella.
-Y así hasta cuándo.
-No lo sé."
martes, diciembre 19, 2006
bloques de cemento (parte 3 de 5)
Acabar BUP y COU no significa nada, simplemente que has ido siguiendo las instrucciones correctamente.
Pero a partir de ahora olvídate del librito de instrucciones. Si lo quieres, hazlo tú mismo. Es decir, no sólo tendrás que pensar lo que quieres hacer, sino tenerlo tan claro como para plasmarlo en un papel y, lo más importante, hacerte caso. Y está claro que eso no te lo han enseñado, ni siquiera te han avisado que te pasaría. Bueno, quizá sí. En mi colegio, los curas solían utilizar metáforas de semillas plantadas que dan su fruto y todo ese rollo de curas. Mientras, tú mirabas sin disimulo el reloj y maldecías porque la clase de al lado ya estaba saliendo. Si hubiesen sido más directos, la cosa quizá hubiera funcionado: "chavales, cuando salgáis de aquí, de este puto colegio de pijos que os están pagando vuestros padres, de esta puta institución centenaria, cuando salgáis de aquí, digo, os vais a llevar la puta ostia de vuestra vida, colegas. O espabiláis ya, o la ostia será tan fuerte que no sabréis ni donde estáis. Palabra del Señor. Te alabamos, Señor". Esa hubiera sido una buena fórmula, al menos para que estuviésemos atentos al cura de Dios. Pero no fue así. Bueno, hablo de mí, claro. Supongo que de allí habrán salido triunfadores que llevan corbatas y gomina y dicen ven a mi despacho y conducen un BMW y se siguen viendo con otros triunfadores de 1º de BUP para comparar tarjetas de visita, novias, llantas y precios de coca. Que les vaya muy bien. Me dan absolutamente igual. No tenemos nada que ver. Fin de la historia.
COU acabó con unas notas pésimas. Septiembre fue la tabla de salvación, pero llevaba demasiado tiempo en el agua y ya estaba podrida. Así que sólo me sirvió para salvar el cuello pero no para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta.
Ese verano, el del 96, mi familia y yo hacemos un viaje a Estados Unidos que, si no cambió nuestras vidas, al menos sirvió para unirnos más de lo que estábamos. Explicar ese viaje en este blog me parece ridículo, no porque no pueda, sino porque no sé. Las cosas especiales que pasan en la vida no se pueden explicar y, si las puedes explicar, el receptor nunca imaginará lo que tú sentiste. Nunca.
El año siguiente lo pasé en una academia para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta en selectividad. Tanto académica como personalmente fue uno de los mejores años de mi vida, obviando preescolar, claro. Es un año que recuerdo con cariño. No mantengo relación alguna con la gente que conocí en mi clase, pero recuerdo que nos caíamos muy bien entre todos. Supongo que si al otro le llega el agua al mismo nivel que a ti, entonces te cae muy bien.
Después de ese año entro a estudiar en la uni. Educación Infantil. Estoy dos años, no acabo la carrera, que son tres, y, por mucho que me lo repita mi madre: no, no me arrepiento, ahora no, quizá dentro de veinte años estoy llorando por haber abandonado la carrera pero hoy, mientras escribo esto, os puedo asegurar que no.
Antes de empezar la carrera, el verano del 97, en agosto, voy con un amigo de COU y su familia a un apartamento que tienen en Almería. No pasó nada excepcional, fueron unos días tranquilos, de la cama a la playa, de la playa a comer, de comer a la siesta, de la siesta a cenar, de cenar a ir al mismo bar. Y así cada día. Si me preguntáis qué es la felicidad, os relataré ese verano.
Estudiar Ed.Infantil significa que vas a estar rodeado de chicas en clase. Éramos 70: 67 chicas, 3 chicos. Aunque diciéndolo así parece que hubiese entrado en la mansión Playboy con dos colegas, os puedo asegurar que no fue así.
Pese a no tener claro mi futuro, lo pasé bien esos dos años y conocí, entre esa marabunta de futuras señoritas, a dos chicas demasiado encantadoras como para dirigirme la palabra. Con ellas he pasado muchos de los mejores momentos de mi vida. Ahora hace tiempo que no sé nada de ellas. Y sé que es por mi culpa, porque lo dejo todo sin hacer y, si lo dejo hecho, lo dejo demasiado tiempo y cuando vuelvo ya se ha quemado. Cada día que pasa me arrepiento de no mandarles un mail y decirles simplemente que me acuerdo de ellas. Pero no sé ni cómo empezaría. Hay cosas que no sé ni cómo empezar.
Al dejar la carrera tenía que hacer otra cosa, eso estaba claro. Retomé las clases de música que había dejado al empezar BUP. Mis dedos en el piano eran bloques de cemento y mis compañeros tenían diez años menos que yo y olían al sudor de jugar al salir de clase y la profesora regañaba gritando los nombres y yo estaba en esa clase no de profesor, sino de alumno.
Estuve un año, un año que me sirvió para recapacitar y ver que estaba más perdido de lo que pensaba.
No es que mi mapa estuviera al revés, es que era el de otro país.
Y yo ahora estaba en el desierto.
Pero a partir de ahora olvídate del librito de instrucciones. Si lo quieres, hazlo tú mismo. Es decir, no sólo tendrás que pensar lo que quieres hacer, sino tenerlo tan claro como para plasmarlo en un papel y, lo más importante, hacerte caso. Y está claro que eso no te lo han enseñado, ni siquiera te han avisado que te pasaría. Bueno, quizá sí. En mi colegio, los curas solían utilizar metáforas de semillas plantadas que dan su fruto y todo ese rollo de curas. Mientras, tú mirabas sin disimulo el reloj y maldecías porque la clase de al lado ya estaba saliendo. Si hubiesen sido más directos, la cosa quizá hubiera funcionado: "chavales, cuando salgáis de aquí, de este puto colegio de pijos que os están pagando vuestros padres, de esta puta institución centenaria, cuando salgáis de aquí, digo, os vais a llevar la puta ostia de vuestra vida, colegas. O espabiláis ya, o la ostia será tan fuerte que no sabréis ni donde estáis. Palabra del Señor. Te alabamos, Señor". Esa hubiera sido una buena fórmula, al menos para que estuviésemos atentos al cura de Dios. Pero no fue así. Bueno, hablo de mí, claro. Supongo que de allí habrán salido triunfadores que llevan corbatas y gomina y dicen ven a mi despacho y conducen un BMW y se siguen viendo con otros triunfadores de 1º de BUP para comparar tarjetas de visita, novias, llantas y precios de coca. Que les vaya muy bien. Me dan absolutamente igual. No tenemos nada que ver. Fin de la historia.
COU acabó con unas notas pésimas. Septiembre fue la tabla de salvación, pero llevaba demasiado tiempo en el agua y ya estaba podrida. Así que sólo me sirvió para salvar el cuello pero no para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta.
Ese verano, el del 96, mi familia y yo hacemos un viaje a Estados Unidos que, si no cambió nuestras vidas, al menos sirvió para unirnos más de lo que estábamos. Explicar ese viaje en este blog me parece ridículo, no porque no pueda, sino porque no sé. Las cosas especiales que pasan en la vida no se pueden explicar y, si las puedes explicar, el receptor nunca imaginará lo que tú sentiste. Nunca.
El año siguiente lo pasé en una academia para sacar nota alta, sacar nota alta, sacar nota alta en selectividad. Tanto académica como personalmente fue uno de los mejores años de mi vida, obviando preescolar, claro. Es un año que recuerdo con cariño. No mantengo relación alguna con la gente que conocí en mi clase, pero recuerdo que nos caíamos muy bien entre todos. Supongo que si al otro le llega el agua al mismo nivel que a ti, entonces te cae muy bien.
Después de ese año entro a estudiar en la uni. Educación Infantil. Estoy dos años, no acabo la carrera, que son tres, y, por mucho que me lo repita mi madre: no, no me arrepiento, ahora no, quizá dentro de veinte años estoy llorando por haber abandonado la carrera pero hoy, mientras escribo esto, os puedo asegurar que no.
Antes de empezar la carrera, el verano del 97, en agosto, voy con un amigo de COU y su familia a un apartamento que tienen en Almería. No pasó nada excepcional, fueron unos días tranquilos, de la cama a la playa, de la playa a comer, de comer a la siesta, de la siesta a cenar, de cenar a ir al mismo bar. Y así cada día. Si me preguntáis qué es la felicidad, os relataré ese verano.
Estudiar Ed.Infantil significa que vas a estar rodeado de chicas en clase. Éramos 70: 67 chicas, 3 chicos. Aunque diciéndolo así parece que hubiese entrado en la mansión Playboy con dos colegas, os puedo asegurar que no fue así.
Pese a no tener claro mi futuro, lo pasé bien esos dos años y conocí, entre esa marabunta de futuras señoritas, a dos chicas demasiado encantadoras como para dirigirme la palabra. Con ellas he pasado muchos de los mejores momentos de mi vida. Ahora hace tiempo que no sé nada de ellas. Y sé que es por mi culpa, porque lo dejo todo sin hacer y, si lo dejo hecho, lo dejo demasiado tiempo y cuando vuelvo ya se ha quemado. Cada día que pasa me arrepiento de no mandarles un mail y decirles simplemente que me acuerdo de ellas. Pero no sé ni cómo empezaría. Hay cosas que no sé ni cómo empezar.
Al dejar la carrera tenía que hacer otra cosa, eso estaba claro. Retomé las clases de música que había dejado al empezar BUP. Mis dedos en el piano eran bloques de cemento y mis compañeros tenían diez años menos que yo y olían al sudor de jugar al salir de clase y la profesora regañaba gritando los nombres y yo estaba en esa clase no de profesor, sino de alumno.
Estuve un año, un año que me sirvió para recapacitar y ver que estaba más perdido de lo que pensaba.
No es que mi mapa estuviera al revés, es que era el de otro país.
Y yo ahora estaba en el desierto.
lunes, diciembre 18, 2006
madvillain
"The amount of weed, Heineken, and gray goose consumed during the making of Madvillainy cost 2.068$"
domingo, diciembre 17, 2006
sábado, diciembre 16, 2006
237
All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy. All work and no play make Jake a dull boy.
viernes, diciembre 15, 2006
como las uñas de un muerto
"Y Marie, su amor, era desde entonces como las fundas de disco y las fotografías amarillentas, y esos estilos retro, y esas sonrisas del ayer, y toda la belleza del mundo; del mundo de Vincent que estaba muerto, y que se deterioraba suavemente, y era lo propio del hombre, retener la belleza escurridiza y los paraísos perdidos. Y el Arte, hoy, era como todo lo demás, era como las uñas de un muerto. Que siguen creciendo más allá de la muerte".
(Ce siècle aura ta peau, de Patrick Eudeline)
Este texto abre el libro del que voy a hablar. Me ha gustado y he decidido compartirlo con vosotros.
Ayer me compré en La Central (c/Mallorca), una librería en la que cuando pisas el suelo parece que estés en un buque pirata abandonado, "Último inventario antes de liquidación" de Frédéric Beigbeder, uno de los autores franceses que más me gustan. Ahora que lo pienso, por ahora, todos los autores franceses que he leído me gustan.
El libro está compuesto por reseñas de los cincuenta mejores libros del s.XX, escogidos por seis mil lectores franceses. Así, Beigbeder, comenta estos libros como si acabaran de aparecer en el mercado, y lo hace de tal manera que lo único que puedo hacer es recomendarlo.
De los cincuenta libros de la lista sólo me he leído cuatro, lo que quiere decir que los franceses no tienen ni puta idea de literatura. Francia, ya me dirás tú qué ha hecho por la cultura.
En fin, aquí os dejo con los diez primeros: 10-"La espuma de los días", de Boris Vian; 9-"El gran Meaulnes", de Alain-Fournier; 8-"Por quién doblan las campanas", de Hemingway; 7-"Las uvas de la ira", de Steinbeck; 6-"Viaje al fin de la noche", de Céline; 5-"La condición humana", de Malraux; 4-"El Principito", de Saint-Exupéry; 3-"El proceso", de Kafka; 2-"En busca del tiempo perdido", de Proust; 1-"El extranjero", de Camus.
jueves, diciembre 14, 2006
I shot a man in Reno just to watch him die
Hace algún tiempo que me compro la revista Mojo. Prácticamente cada mes intento conseguirla. El otro día me compré la de enero 2007, que ya está a la venta. Como cada revista musical importante, ese mes contiene la lista de lo mejor del año pasado. Este año las han elaborado siguiendo una estética pulp que las hacen bastante atractivas a la vista. Elaboran varias secciones: band of the year, track of the year, dvd of the year, reissue of the year,... pero quizá la que más me gusta es "the best thing i've heard all year", en la que la revista pregunta qué ha sido lo que más les ha gustado a unos cincuenta artistas relevantes del año. Muchos años me ha dado absolutamente igual, ya que no había nigún artista que me gustase tanto como para sentir curiosidad por lo que ha escuchado. De hecho, este año, sólo me ha interesado uno: Tom Waits. Por ejemplo, Cat Power recomienda a Mary J. Blige, Norah Jones a Joanna Newsom, Jack White a Gnarls Barkley, Jason Lee a Midlake, Christoper Lee me decepciona y nombra a Il Divo (!!!), y así unos cuantos más. Pero cuando le preguntan a Tom Waits qué es lo mejor que ha escuchado este año 2006 dice: Shooby Taylor, the human horn. Y recomienda su página web, donde puedes verlo y oírlo. Si eran las tres de la mañana cuando estaba leyendo la revista, a las tres y dos minutos estaba encendiendo el ordenador y tecleando www.shooby.com. Indiferente no me dejó, ya os lo digo.
Waits recomienda escuchar, sobretodo, la versión de Folsom Prison Blues, de Johnny Cash.
Disfrutad.
miércoles, diciembre 13, 2006
marie antoinette
No sé cómo estará la película, pero la banda sonora no está nada mal. Me hizo recordar que apenas he escuchado el "Drukqs" de Aphex Twin.
Ayer la estuve escuchando en la tienda donde paso las tardes, dentro de un centro comercial exquisito, exquisitísimo diría yo, situado delante de la bolera más grande de España, esa donde un día irán nuestros hijos antes de matar a sus amigos.
hikikomori
Me acabo de enterar que este blog está siendo leído por una hikikomori. Pese a estar aislada, he podido contactar con ella durante unos segundos. Me ha dicho que qué hago tardando tanto en subir cosas al blog. Y tiene razón, porque no hago nada.
"Demasiado" es "mucho" cuando desborda.
ejercicio 4.2
Hacía dos horas que estaba sentada en el mismo sitio. Aquel tren ya había finalizado su recorrido dos veces. A ella no le importaba lo más mínimo. De hecho, ahora no estaba allí. Su mente seguía recordando con todo lujo de detalles lo que había hecho. Todo sucedió muy rápido, de madrugada. A la mierda todo, pensó. La luz del sol le calentaba las manos, frías de miedo. En el vagón había poca gente, desordenada pero formando un todo uniforme. Pensó en que no le importaría en absoluto que el tren se estrellara. De hecho, la idea la reconfortaba cuando pasaba por su cabeza. Ahora ya nada tenía sentido. Hace unas horas, aún tenía a su hija. Ahora ya no tenía nada. Sólo tiene que esperar a que toda esta pesadilla acabe. O ponerle fin ella misma, de cualquier manera. Su vista continúa perdida desde hace dos horas. Nota una gota de sudor cayendo por su espalda tensa. Pero no se mueve, deja que siga su camino y muera en la goma de sus braguitas. Se frota las manos lentamente para mantenerlas calientes mientras su mente viaja de nuevo al escenario. Todo estaba en silencio. Y luego un chasquido, sangre, un grito ahogado. No sabe si esto ha pasado realmente. Debe haber sido un sueño, piensa. Pero inmediatamente piensa lo contrario: no puede haber sido un sueño, es demasiado real. Quiere llorar pero no puede. Sus piernas están dormidas ya que apenas se ha movido desde que se sentó. Sentado un poco más lejos, ve a un chico que la mira. Ella se da cuenta pero al instante ya no vuelve a estar allí. Se pregunta por qué tiene que ser todo tan complicado. Pero no haya respuesta. Le ha parecido ver que el chico le arqueaba las cejas. Menudo imbécil, piensa, lo que me faltaba. Luego vuelve a perderse en su mundo. Oye sus pasos en la noche, la puerta abrirse, su niña durmiendo, su niña durmiendo, su niña durmiendo. Pero ahora ya no está durmiendo. Ahora ya no está. Por qué lo ha hecho, se pregunta. Todas las respuestas que tenía ayer, hoy han desaparecido. Ve que el chico se está acercando pero ella mantiene su vista perdida. Si se me acerca más soy capaz de matarle, piensa. Pero inmediatamente quiere borrar ese pensamiento de su mente. El chico sigue acercándose sin disimulo. Ella está demasiado cansada como para prestarle atención. Lo ve pero no lo mira. Sus ojos ven a través de él y a través de cualquiera que se ponga delante suyo. Apenas recuerda el momento en que se subió al tren, ni siquiera cómo llegó a la estación. Se acuerda de un coche gris que le hizo luces cuando iba andando por la carretera, de un golpe con el bordillo y de la luz de la farola de la estación. Pero no lo recuerda nítidamente, sino como si fuera algo que le hubiesen contado sus abuelos de pequeña. El chico que se le estaba acercando se sienta por fin delante suyo. Le sonríe y le dice hola. Ella le responde “será mejor que te vayas ahora mismo”.
ejercicio 4.1
Aquí dejo el ejercicio que entregaré hoy. Estamos trabajando los tipos de narrador, en concreto la focalización interna. El ejercicio consta de dos partes que corresponden a dos visiones de dos personajes en una misma escena.
Esta es una visión, la siguiente entrada es la otra. La focalización interna se caracteriza porque blablablablá... Mejor me callo y os dejo leyendo. Si queréis, claro.
Se había dormido. Cada mañana había sido fiel a su despertador, menos hoy. Y ahora estaba sentado en un tren que nunca cogía, un tren que pasaba cuando él ya debería estar en el trabajo. El vagón no iba muy lleno, apenas diez personas. No conocía a nadie, estaba aturdido, se sentía perdido al no coincidir con la misma gente de cada mañana y tuvo ganas de bajarse y volver a su casa y meterse en la cama otra vez. La luz del sol no era la misma de cada mañana. Ni él tampoco. Miraba a su reloj como si, a base de mirarlo, las agujas pudieran moverse para atrás. No le había dado tiempo a ducharse, ni a lavarse la boca ni, mucho menos, a elegir lo que se iba a poner. Se olió con disimulo el sobaco y, al bajar la cabeza, vio que se había puesto un calcetín de cada color. De paso, se subió la bragueta mientras miraba las caras de la gente. Y fue así como la vio. Una chica, al final del vagón, le estaba mirando. Al cruzarse las miradas, ella no apartó la vista y, por un momento pareció que le iba a saludar. Pero no fue así. La chica lo miraba fijamente desde el último asiento del vagón. Aunque estaba lejos, podía ver con certeza que lo estaba mirando a él. Aguantó unos segundos más la mirada y luego la apartó, con una mezcla de terror y nerviosismo adolescente. Precisamente hoy que voy hecho un desastre, que ni me he duchado, que apenas he dormido, precisamente hoy tengo que ligar en el tren, pensó mientras miraba de nuevo su reloj. El tren avanzaba muy lento. La luz del sol ya no le calentaba la cara. Disimuló mirando un rato por la ventana, como si no le importara si la chica le seguía mirando, pero no pudo aguantar mucho tiempo y la miró de nuevo. Allí seguía ella, con su mirada clavada en la suya, desafiante y perdida a la vez. Quizá está muerta, llegó a pensar. O quizá quiere sexo en el lavabo, siguió pensando y sonrió. Volvió a mirar por la ventana y decidió que aquella chica estaba mal de la cabeza, una desequilibrada que cada mañana hacía el mismo trayecto y no había porqué preocuparse. Aunque al principio quiso olvidar que la chica estaba allí, sentía una curiosidad tan grande que, sin pensárselo dos veces, la volvió a mirar y levantó las cejas a modo de saludo. La chica no reaccionó. Sus ojos permanecían clavados en los suyos. Pensó que quizá la distancia que les separaba le había impedido ver su saludo. Fue entonces cuando se levantó y se acercó dos asientos. Le hizo el mismo gesto y recibió la misma respuesta que antes. Se volvió a levantar y se sentó tres asientos más cerca. Ahora sólo le separaban dos. Observó sus pequitas por encima de la nariz y sus ojos marrones. Volvió a saludarla. Ella ni se inmutó. Luego se dio cuenta que había estado todo el trayecto en su campo de visión y decidió moverse a los asientos laterales, como apartándose de un imaginario láser que saliese de sus ojos. Efectivamente, la chica tenía la mirada perdida. Y él había estado durante todo el viaje detrás de esa pantalla en blanco no siendo, ni siquiera, una sombra del protagonista que él se creía. Más tranquilo, se acercó, se sentó delante suyo y le dijo hola. Será mejor que te vayas ahora mismo, le respondió ella.
Esta es una visión, la siguiente entrada es la otra. La focalización interna se caracteriza porque blablablablá... Mejor me callo y os dejo leyendo. Si queréis, claro.
Se había dormido. Cada mañana había sido fiel a su despertador, menos hoy. Y ahora estaba sentado en un tren que nunca cogía, un tren que pasaba cuando él ya debería estar en el trabajo. El vagón no iba muy lleno, apenas diez personas. No conocía a nadie, estaba aturdido, se sentía perdido al no coincidir con la misma gente de cada mañana y tuvo ganas de bajarse y volver a su casa y meterse en la cama otra vez. La luz del sol no era la misma de cada mañana. Ni él tampoco. Miraba a su reloj como si, a base de mirarlo, las agujas pudieran moverse para atrás. No le había dado tiempo a ducharse, ni a lavarse la boca ni, mucho menos, a elegir lo que se iba a poner. Se olió con disimulo el sobaco y, al bajar la cabeza, vio que se había puesto un calcetín de cada color. De paso, se subió la bragueta mientras miraba las caras de la gente. Y fue así como la vio. Una chica, al final del vagón, le estaba mirando. Al cruzarse las miradas, ella no apartó la vista y, por un momento pareció que le iba a saludar. Pero no fue así. La chica lo miraba fijamente desde el último asiento del vagón. Aunque estaba lejos, podía ver con certeza que lo estaba mirando a él. Aguantó unos segundos más la mirada y luego la apartó, con una mezcla de terror y nerviosismo adolescente. Precisamente hoy que voy hecho un desastre, que ni me he duchado, que apenas he dormido, precisamente hoy tengo que ligar en el tren, pensó mientras miraba de nuevo su reloj. El tren avanzaba muy lento. La luz del sol ya no le calentaba la cara. Disimuló mirando un rato por la ventana, como si no le importara si la chica le seguía mirando, pero no pudo aguantar mucho tiempo y la miró de nuevo. Allí seguía ella, con su mirada clavada en la suya, desafiante y perdida a la vez. Quizá está muerta, llegó a pensar. O quizá quiere sexo en el lavabo, siguió pensando y sonrió. Volvió a mirar por la ventana y decidió que aquella chica estaba mal de la cabeza, una desequilibrada que cada mañana hacía el mismo trayecto y no había porqué preocuparse. Aunque al principio quiso olvidar que la chica estaba allí, sentía una curiosidad tan grande que, sin pensárselo dos veces, la volvió a mirar y levantó las cejas a modo de saludo. La chica no reaccionó. Sus ojos permanecían clavados en los suyos. Pensó que quizá la distancia que les separaba le había impedido ver su saludo. Fue entonces cuando se levantó y se acercó dos asientos. Le hizo el mismo gesto y recibió la misma respuesta que antes. Se volvió a levantar y se sentó tres asientos más cerca. Ahora sólo le separaban dos. Observó sus pequitas por encima de la nariz y sus ojos marrones. Volvió a saludarla. Ella ni se inmutó. Luego se dio cuenta que había estado todo el trayecto en su campo de visión y decidió moverse a los asientos laterales, como apartándose de un imaginario láser que saliese de sus ojos. Efectivamente, la chica tenía la mirada perdida. Y él había estado durante todo el viaje detrás de esa pantalla en blanco no siendo, ni siquiera, una sombra del protagonista que él se creía. Más tranquilo, se acercó, se sentó delante suyo y le dijo hola. Será mejor que te vayas ahora mismo, le respondió ella.
lunes, diciembre 11, 2006
FELICIDADES
Hace unos años, mi padre me regaló un libro llamado "Monkey business. La vida y leyenda de los Hermanos Marx".
En la primera página me escribió esta dedicatoria:
"Diego,
procura rodearte de personas
que te faciliten la vida, no te la compliquen
que te hagan reír, no llorar
que sean buenas y, si puede ser, mejor que tú"
Hoy es el cumpleaños de una de esas personas.
domingo, diciembre 10, 2006
extraño peluche
Sus padres le regalaron una boa cuando ella cumplió seis años.
Al principio, la serpiente vivía en un terrario pero, poco a poco, la pequeña boa fue conviviendo con la familia fuera de él. Los primeros días la sacaban una hora de su hábitat artificial y la serpiente se deslizaba por entre los pies del padre, entre los cojines del sofá, por debajo de las sábanas, con un silencio casi mágico que los hipnotizaba a los tres. Pasaron los meses y la serpiente ya podía estar todo el día fuera de su terrario y a nadie le extrañaba. Sólo cuando recibían visitas la metían de nuevo en su jaula de cristal. Para la niña fue casi como una hermana. Aunque la serpiente iba aumentando su tamaño, los padres nunca le negaron el contacto con el reptil.
Casi un año después, la serpiente ya no utilizaba su terrario para nada y, como éste era un estorbo, lo guardaron en el trastero. El reptil empezó a dormir en la cama con la niña, convirtiéndose así en un extraño peluche áspero. Antes de dormirse, la madre le contaba un cuento y luego las arropaba a las dos. La boa parecía estar bien bajo las sábanas.
Los familiares y amigos de la pareja no estaban conformes con esta actitud, pero decidieron que ya eran adultos para saber lo que hacían. A su vez, la pareja comprendía los reproches pero siempre hicieron lo que ellos pensaron mejor para su hija. Pero dormir con una boa no es natural, deberíais meterla otra vez en el terrario, puede no ser muy higiénico para la niña, eran algunas voces de amigos. Los padres sonreían y decían que no se preocupasen, que la niña y la serpiente estaban perfectamente.
Llegó un día en que el padre descubrió varios ratones sin comer, apilados en una esquina del salón. Al principio se extrañó un poco, pero luego no le dio mucha importancia. Pensó que serían ciclos de alimentación, o acumulación de víveres ahora que llegaba el invierno. Pero los días pasaban y la serpiente continuaba sin alimentarse. Durante el día, sus movimientos eran más lentos de lo normal y, muchas veces, por la mañana, la podías encontrar enroscada sobre un cojín. Por la noche, a la hora de irse a dormir la niña, la boa acudía a su cama como de costumbre y se estiraba todo lo larga que era al lado de ella. La madre notó algo raro, ya que normalmente se enroscaba bajo las sábanas, pero tampoco le dio mayor importancia.
Los padres se empezaron a preocupar cuando pasaron tres semanas y la serpiente no había comido nada. Los ratones acumulados se habían tenido que tirar a la basura y la serpiente continuaba durmiendo estirada al lado de la niña. Decidieron llevarla al viejo veterinario del pueblo.
Cuando el padre acabó de contarle lo que sucedía, el veterinario fue claro y directo en su pregunta: ¿cuándo piensan matar a la serpiente? Los padres, desconcertados ante la pregunta del doctor, no sabían de qué hablaba, por qué la tenían que matar. El viejo veterinario, pausado y sabio, respondió: la serpiente está ayunando... y se estira al lado de su hija para medirse,...porque está pensando en comérsela.
Al principio, la serpiente vivía en un terrario pero, poco a poco, la pequeña boa fue conviviendo con la familia fuera de él. Los primeros días la sacaban una hora de su hábitat artificial y la serpiente se deslizaba por entre los pies del padre, entre los cojines del sofá, por debajo de las sábanas, con un silencio casi mágico que los hipnotizaba a los tres. Pasaron los meses y la serpiente ya podía estar todo el día fuera de su terrario y a nadie le extrañaba. Sólo cuando recibían visitas la metían de nuevo en su jaula de cristal. Para la niña fue casi como una hermana. Aunque la serpiente iba aumentando su tamaño, los padres nunca le negaron el contacto con el reptil.
Casi un año después, la serpiente ya no utilizaba su terrario para nada y, como éste era un estorbo, lo guardaron en el trastero. El reptil empezó a dormir en la cama con la niña, convirtiéndose así en un extraño peluche áspero. Antes de dormirse, la madre le contaba un cuento y luego las arropaba a las dos. La boa parecía estar bien bajo las sábanas.
Los familiares y amigos de la pareja no estaban conformes con esta actitud, pero decidieron que ya eran adultos para saber lo que hacían. A su vez, la pareja comprendía los reproches pero siempre hicieron lo que ellos pensaron mejor para su hija. Pero dormir con una boa no es natural, deberíais meterla otra vez en el terrario, puede no ser muy higiénico para la niña, eran algunas voces de amigos. Los padres sonreían y decían que no se preocupasen, que la niña y la serpiente estaban perfectamente.
Llegó un día en que el padre descubrió varios ratones sin comer, apilados en una esquina del salón. Al principio se extrañó un poco, pero luego no le dio mucha importancia. Pensó que serían ciclos de alimentación, o acumulación de víveres ahora que llegaba el invierno. Pero los días pasaban y la serpiente continuaba sin alimentarse. Durante el día, sus movimientos eran más lentos de lo normal y, muchas veces, por la mañana, la podías encontrar enroscada sobre un cojín. Por la noche, a la hora de irse a dormir la niña, la boa acudía a su cama como de costumbre y se estiraba todo lo larga que era al lado de ella. La madre notó algo raro, ya que normalmente se enroscaba bajo las sábanas, pero tampoco le dio mayor importancia.
Los padres se empezaron a preocupar cuando pasaron tres semanas y la serpiente no había comido nada. Los ratones acumulados se habían tenido que tirar a la basura y la serpiente continuaba durmiendo estirada al lado de la niña. Decidieron llevarla al viejo veterinario del pueblo.
Cuando el padre acabó de contarle lo que sucedía, el veterinario fue claro y directo en su pregunta: ¿cuándo piensan matar a la serpiente? Los padres, desconcertados ante la pregunta del doctor, no sabían de qué hablaba, por qué la tenían que matar. El viejo veterinario, pausado y sabio, respondió: la serpiente está ayunando... y se estira al lado de su hija para medirse,...porque está pensando en comérsela.
carl stalling
"The Carl Stalling Project, vol.1 & 2"
Mi última adquisición.
(El siguiente texto, como mi nueve veces comprada Rayuela, se puede leer de dos formas: o bien las preguntas, o bien las respuestas. Leyendo las preguntas descubriréis a mi yo más dubitativo y frágil, el perdedor; leyendo las respuestas seré un hombre con las ideas claras y los zapatos relucientes, el ganador. Elige tu propia aventura.
¿Esto es una tontería como una casa? Esto es una tontería como una casa)
¿Todo lo que me gusta es caro?
Todo lo que me gusta es caro.
¿Y me gusta más porque es caro?
Y me gusta más porque es caro.
¿La atracción aumenta cuando el producto no lo encuentras en ninguna tienda de tu país?
La atracción aumenta cuando el producto no lo encuentras en ninguna tienda de tu país.
¿Así, si es fácil de conseguir, no me gusta tanto?
Así, si es fácil de conseguir, no me gusta tanto.
¿Y esto será así siempre?
Y esto será así siempre.
¿Siempre tiene que haber más problemas que soluciones?
Siempre tiene que haber más problemas que soluciones.
¿Es necesario?
Es necesario.
¿La vida no puede ser más fácil?
La vida no puede ser más fácil.
¿Es posible que me esté convirtiendo en un imbécil?
Es posible que me esté convirtiendo en un imbécil.
¿Y es posible que no me importe?
Y es posible que no me importe.
viernes, diciembre 08, 2006
el dedo gordo del pie derecho (parte 2 de 5)
Mi hermana nació cuando yo tenía cinco años. Es decir, que es cinco años menor que yo. Cuando nació yo ya tenía cinco años. Ahora, a día de hoy, sigue teniendo cinco años menos que yo. Es decir, si yo ahora tengo 28, ella tiene 23. Todo esto lo repito porque quizá, quizá, quizá algún día la llegáis a ver y sé, y sé, y sé que voy a escuchar como alguien le dice eso de "pues pareces mayor que tu hermano", lo sé, sé que alguien lo va a decir. Y quizá ese alguien tenga razón, no lo niego. Por eso vuelvo a repetir, mi hermana tiene cinco años menos que yo porque nació cuando yo tenía cinco. El tiempo, ese gran hijodeputa, por suerte o por desgracia, pasa igual para todos. Él es la resina, nosotros los bichitos.
Cuando me dicen "es tu hermanita", frunzo el ceño, me cruzo de brazos y me hago pipi en la cama durante una temporada. Esa fue la reacción alérgica a su llegada. Oigo hablar bajito a mis padres que dicen "eso son celos, ya se le pasará". De esa etapa, el ceño se me quedó fruncido y ahora sólo lo relajo cuando me río o cuando me ducho con agua fría. El esfínter conseguí controlarlo.
No sé si sentí celos, rabia, dolor, pena o lo que sea que un niño siente cuando nace su hermano. Me da igual. Lo único que sé es que ahora nadie la quiere tanto como yo. (Cuando escribo estas líneas ella está en alguna discoteca de París, provocando paros cardíacos)
Volviendo al colegio, recuerdo mi vida de los seis a los catorce años como una de las etapas más tranquilas. Y digo tranquila en el amplio sentido de la palabra. El colegio, los amigos de toda la vida, las clases de música, todo eso tendría que existir aún, mierda. Pero nada de eso existe ya. Mierda.
Paso los cursos sin esfuerzo, no porque sea un superdotado sino porque EGB se pasa sin esfuerzo; en música me tengo que aplicar mucho más que en cole. Mis recuerdos de esa época son salir del cole e ir a música. Cada día excepto el viernes: el mejor día de la semana. Cuando no estaba haciendo los deberes, estaba ensayando en el piano y, cuando no hacía ninguna de estas dos cosas, mi madre me estaba llamando para que ensayara o hiciera los deberes. Aunque así escrito pueda parecer que pasé una infancia traumática, os puedo asegurar que no lo fue.
En 1992 yo voy a octavo de EGB. Ese año pasa una cosa importante en mi vida, más que nada porque podría haber significado el fin, morir a los catorce años. Jugando con mi hermana a pasarnos la pelota como dos Teletubbies, ésta se cuela encima de un tejado de cristal, unos cristales que sirven de patio de luz al parking. Me subo a cogerla y el cristal se rompe bajo mis pies. Caigo a la planta -2 del parking más rápido que el ascensor del Empire State. Me despierto tumbado en el suelo y lo primero que veo es la pared gris del parking. Es entonces cuando pienso "ésto no puede ser estar muerto". Me levanto. Me duele el dedo gordo del pie derecho y en el pecho parece que alguien se me haya sentado sin avisar. Soy consciente de que estoy en el parking y también de que esa caída es algo más que una caída en bici. Fue un once de abril. Para mi madre "el día que naciste otra vez, hijo mío". Así que, si tenemos en cuenta esta fecha, entonces mi hermana sí que es mayor que yo.
La caída se quedó en un susto para mis padres y en el dedo gordo del pie derecho roto para mí. Mi vida no cambió ni vi las cosas de otra manera ni todo ese rollo de los libros finitos de autoayuda. Seguí siendo el mismo niño tranquilo que lo deja todo para el último día y que de tímido que es piensan que es tonto.
Después de EGB estudié BUP en un colegio de Barcelona. No sé porqué, pero quería irme lejos de donde estaba, no coincidir con nadie, no conocer a nadie. Supongo que quería ser el único, ya que no podía ser el primero.
Mi estancia en ese cole pasa sin pena ni gloria: los años críticos de la adolescencia, la muerte de Kurt Cobain que no me importaba en absoluto, los planes de futuro, mira qué tetas se le han puesto a esa, mira, ese tío es el que las ha cateado todas y la puta carrera que hay que elegir cuando a duras penas eliges a tus amigos. Y todo pasa tan rápido y tan aburrido que no me queda más remedio que resumirlo en cinco frases, porque no da para más
En definitiva, no guardo un mal recuerdo de BUP pero tampoco me emociono cuando lo recuerdo. Simplemente pasó.
Y este es el final de la segunda parte de esta vida tan apasionante.
Creo que voy a empezar a inventarme cosas porque estoy viendo que están bajando las visitas al blog. O eso o empezaré a regalar cosas.
Cuando me dicen "es tu hermanita", frunzo el ceño, me cruzo de brazos y me hago pipi en la cama durante una temporada. Esa fue la reacción alérgica a su llegada. Oigo hablar bajito a mis padres que dicen "eso son celos, ya se le pasará". De esa etapa, el ceño se me quedó fruncido y ahora sólo lo relajo cuando me río o cuando me ducho con agua fría. El esfínter conseguí controlarlo.
No sé si sentí celos, rabia, dolor, pena o lo que sea que un niño siente cuando nace su hermano. Me da igual. Lo único que sé es que ahora nadie la quiere tanto como yo. (Cuando escribo estas líneas ella está en alguna discoteca de París, provocando paros cardíacos)
Volviendo al colegio, recuerdo mi vida de los seis a los catorce años como una de las etapas más tranquilas. Y digo tranquila en el amplio sentido de la palabra. El colegio, los amigos de toda la vida, las clases de música, todo eso tendría que existir aún, mierda. Pero nada de eso existe ya. Mierda.
Paso los cursos sin esfuerzo, no porque sea un superdotado sino porque EGB se pasa sin esfuerzo; en música me tengo que aplicar mucho más que en cole. Mis recuerdos de esa época son salir del cole e ir a música. Cada día excepto el viernes: el mejor día de la semana. Cuando no estaba haciendo los deberes, estaba ensayando en el piano y, cuando no hacía ninguna de estas dos cosas, mi madre me estaba llamando para que ensayara o hiciera los deberes. Aunque así escrito pueda parecer que pasé una infancia traumática, os puedo asegurar que no lo fue.
En 1992 yo voy a octavo de EGB. Ese año pasa una cosa importante en mi vida, más que nada porque podría haber significado el fin, morir a los catorce años. Jugando con mi hermana a pasarnos la pelota como dos Teletubbies, ésta se cuela encima de un tejado de cristal, unos cristales que sirven de patio de luz al parking. Me subo a cogerla y el cristal se rompe bajo mis pies. Caigo a la planta -2 del parking más rápido que el ascensor del Empire State. Me despierto tumbado en el suelo y lo primero que veo es la pared gris del parking. Es entonces cuando pienso "ésto no puede ser estar muerto". Me levanto. Me duele el dedo gordo del pie derecho y en el pecho parece que alguien se me haya sentado sin avisar. Soy consciente de que estoy en el parking y también de que esa caída es algo más que una caída en bici. Fue un once de abril. Para mi madre "el día que naciste otra vez, hijo mío". Así que, si tenemos en cuenta esta fecha, entonces mi hermana sí que es mayor que yo.
La caída se quedó en un susto para mis padres y en el dedo gordo del pie derecho roto para mí. Mi vida no cambió ni vi las cosas de otra manera ni todo ese rollo de los libros finitos de autoayuda. Seguí siendo el mismo niño tranquilo que lo deja todo para el último día y que de tímido que es piensan que es tonto.
Después de EGB estudié BUP en un colegio de Barcelona. No sé porqué, pero quería irme lejos de donde estaba, no coincidir con nadie, no conocer a nadie. Supongo que quería ser el único, ya que no podía ser el primero.
Mi estancia en ese cole pasa sin pena ni gloria: los años críticos de la adolescencia, la muerte de Kurt Cobain que no me importaba en absoluto, los planes de futuro, mira qué tetas se le han puesto a esa, mira, ese tío es el que las ha cateado todas y la puta carrera que hay que elegir cuando a duras penas eliges a tus amigos. Y todo pasa tan rápido y tan aburrido que no me queda más remedio que resumirlo en cinco frases, porque no da para más
En definitiva, no guardo un mal recuerdo de BUP pero tampoco me emociono cuando lo recuerdo. Simplemente pasó.
Y este es el final de la segunda parte de esta vida tan apasionante.
Creo que voy a empezar a inventarme cosas porque estoy viendo que están bajando las visitas al blog. O eso o empezaré a regalar cosas.
jueves, diciembre 07, 2006
estamos marcados por lo que no ocurre
Las recomendaciones literarias de C. y T. son fundamentales en mi vida. Sin ellos no hubiera leído ni la mitad de lo que he leído.
(Antes de seguir, tenéis que saber que juntos formamos la Cúpula, o, lo que es lo mismo, tres personas que pueden salirse de la cola de un concierto en cualquier momento)
A pesar de todas sus recomendaciones, yo también intento moldear mi propio criterio (o griterío, así mi abuela), más que nada por la edad que uno tiene, que ya ve a sus primos casados y con hijos y preguntándote eso tan bonito de "bueno, ¿y tú qué?" y entonces hago un google earth y me voy a ningún sitio, pero lejos.
En fin, mi criterio literario se nutre, sobretodo, de frases leídas en un determinado momento. De las sensaciones provocadas por estas frases. Éstas pueden aparecer unidas y formar un libro o sueltas, dichas, por ejemplo en una entrevista.
Así que cuando leí "Diccionario de nombres propios" de Amélie Nothomb, no pude hacer otra cosa que comprarme toda su bibliografía el mismo día mientras una dulce y hermosa cajera me miraba de reojo y pensaba "q'chaladojoder".
Y hace unos días me sucedió algo parecido con J.J.Millás, del cual leo sus artículos en El País pero sólo he leído uno de sus libros, "El desorden de tu nombre", quizá porque me gusta demasiado. Pues en estos momentos estoy a punto de comprarme la bibliografía de Millás, como la gente en rebajas esperando que abra El Corte Inglés, simplemente por una frase que dijo en la feria del libro de Guadalajara (México) la semana pasada.
Una frase hará que mi estantería se curve un poco más y que mi madre diga algo así como "pero, ¿pa' qué tantos, hijo?".
Una frase que, seguramente, no es de Millás.
Una frase que podría ser el título elegido por Diane Arbus para esta fotografía.
apretando mucho los dientes
Michael Haneke ha finalizado el rodaje del remake americano de Funny games. Con Naomi Watts por ahí en medio. Qué queréis que os diga.
Estoy apretando mucho los dientes, así que voy a dejar de escribir esto. Hay noticias que me dan ganas de coger el hacha que tengo bajo mi cama.
miércoles, diciembre 06, 2006
adrian tomine
"Rubia de verano" y "Sonámbulo y otras historias".
Sólo digo que deberíais estar leyendo ahora mismo estos cómics en lugar de estar perdiendo el tiempo en este blog.
P.D.: Hoy no puedo continuar la historia de mi vida, no porque no me acuerde, sino porque me he quemado en un dedo cogiendo un plato recién salido del horno. ¿He oído por ahí "qué idiota"? Pues la verdad es que un poco sí. Espero estar mejor mañana.
pieles de mandarina (parte 1 de 5)
Antes de nacer eres alguien que no está en el sitio donde pasan las cosas.
Yo nací el 1 de mayo de 1978. "¡Anda, tú sí que sabes, el día del trabajador!", es la cantinela que he tenido que oír más de una vez. ¿Yo sí que sé? ¿El qué? ¿Me estás diciendo que elegí yo el día? ¿Acaso un feto es consciente del día en que nace? ¿Crees que tenía un calendario flotando ahí dentro y dije "hoy salgo"? Yo no sé nada. Ni antes, ni mucho menos ahora.
Lo único que sé es que el día de mi cumpleaños nadie trabaja. Y de pequeño llegué a pensar que era gracias a mi. Mi nacimiento estaba a la altura del nacimiento de Jesús. En el calendario su nacimiento y el mío estaban en rojo, siempre, año tras año. Eso quería decir que éramos igual de importantes. Y de eso estuve seguro cuando un día descubrí, en casa de mi abuela, una figurita del niño Jesús y, a su lado, en la misma estantería, una foto mía. Sentí un poco de celos por el niño en pañales y lo tiré a la basura, dejando vacía la alfombrilla que le hacía de camita. En su lugar puse a un pitufo de goma con el que jugaba, pensando que nadie notaría la diferencia cromática. Cuando mi abuela apareció por ahí gritó "¡¡¿y el niño?!!". Yo pensaba que le había dado un ataque de ceguera porque yo estaba ahí, sentado, viendo La bola de cristal, y le dije "estoy aquí, yaya, ¿no me ve?". Luego deduje que no era a mí a quien se refería. Como la vi tan afectada, sin que ella se diese cuenta, fui a la basura, cogí la figurita, la pasé por debajo del grifo para quitarle las pieles de mandarina y la volví a poner sigilosamente en su camita. Mi abuela había salido a preguntarle a las vecinas si habían vista a su niño. Yo la miraba desde la ventana y veía la cara que ponían las vecinas: "pero si su niño está ahí en la ventana, jugando con los pitufos esos". Cuando volvió a casa, le expliqué lo que había hecho. Cuando acabé de hablar, ella me miró muy seria y me dijo "eso no se hace, ¡que Dios te castiga!" ¿Dios? ¿El mismo hombre en el que se cagaba mi padre cuando se enfadaba? ¿Ese Dios me va a castigar? No puede ser la misma persona, pensé, aquí hay alguien que se está equivocando. O quizá hay dos dioses, uno que te castiga y otro para cagarse. Como tenía el triple de preguntas que de respuestas, dejé que el tiempo pasase y ordenara mi cabeza por mí. Hoy, veintiocho años después, aún está en ello.
Recuerdo vagamente la etapa de preescolar. Sobretodo me acuerdo de olores y sabores más que de cosas concretas. El olor a lápiz, a plastilina, el tacto frío del barro, abrocharse los botones de la bata. Este tipo de cosas son las que hoy recuerdo, y las que más me gusta recordar. O, simplemente, las que quiero recordar.
Un día, cuando tenía seis años, mis padres me preguntaron "¿qué quieres hacer: karate como tu primo, ballet como tu prima o música?" Yo nunca he sido de pegarme con otra gente y menos aún de bailar, por lo que la tercera opción me pareció lo suficientemente atractiva como para gritarla de alegría. Al menos nadie me pegaría ni nadie se reiría por lo mal que bailo. Quizá fue esa misma tarde cuando me apuntaron a una academia. Ese día, el día que grité música, marcó un antes y un después en mi vida. Pero estas cosas se saben muchos años después, claro. En ese momento yo lo único que quería era cantar la escala y tocar el piano. No era consciente de que eso me formaría como persona y menos aún, que determinaría totalmente mi forma de ser, el yo que hoy escribe este texto. Quizá no estaría mal que algún día le diese las gracias a mis padres. Se las daría ahora pero son casi las cuatro de la mañana y no quiero despertarlos. Además, imaginad la escena.
En fin, empiezo en una academia de música, empiezo primero de EGB, tengo seis años, ya no soy pequeño, y además toco el piano chicas acercaos te dejo copiar si me dejas oler tu nueva goma Milán le he visto las bragas en el patio uala! sumas llevando qué bestia ¡te has colao! castigado a preescolar.
Pero no tan rápido, no tan rápido. Antes de todo esto ha pasado algo importante que merece un capítulo aparte.
Cuando yo tenía cinco años algo sucedió en casa. Apareció alguien que había estado dentro de mi madre. De MI madre. Un ser pequeño que sólo me dejaron coger cuando estaba en el sofá rodeado de cojines. Venía gente de lejos para ver a ese ser que apenas abría los ojos. Soy yo el importante, qué está pasando, pensaba mientras nadie me miraba.
Me dijeron que era mi hermanita.
Yo nací el 1 de mayo de 1978. "¡Anda, tú sí que sabes, el día del trabajador!", es la cantinela que he tenido que oír más de una vez. ¿Yo sí que sé? ¿El qué? ¿Me estás diciendo que elegí yo el día? ¿Acaso un feto es consciente del día en que nace? ¿Crees que tenía un calendario flotando ahí dentro y dije "hoy salgo"? Yo no sé nada. Ni antes, ni mucho menos ahora.
Lo único que sé es que el día de mi cumpleaños nadie trabaja. Y de pequeño llegué a pensar que era gracias a mi. Mi nacimiento estaba a la altura del nacimiento de Jesús. En el calendario su nacimiento y el mío estaban en rojo, siempre, año tras año. Eso quería decir que éramos igual de importantes. Y de eso estuve seguro cuando un día descubrí, en casa de mi abuela, una figurita del niño Jesús y, a su lado, en la misma estantería, una foto mía. Sentí un poco de celos por el niño en pañales y lo tiré a la basura, dejando vacía la alfombrilla que le hacía de camita. En su lugar puse a un pitufo de goma con el que jugaba, pensando que nadie notaría la diferencia cromática. Cuando mi abuela apareció por ahí gritó "¡¡¿y el niño?!!". Yo pensaba que le había dado un ataque de ceguera porque yo estaba ahí, sentado, viendo La bola de cristal, y le dije "estoy aquí, yaya, ¿no me ve?". Luego deduje que no era a mí a quien se refería. Como la vi tan afectada, sin que ella se diese cuenta, fui a la basura, cogí la figurita, la pasé por debajo del grifo para quitarle las pieles de mandarina y la volví a poner sigilosamente en su camita. Mi abuela había salido a preguntarle a las vecinas si habían vista a su niño. Yo la miraba desde la ventana y veía la cara que ponían las vecinas: "pero si su niño está ahí en la ventana, jugando con los pitufos esos". Cuando volvió a casa, le expliqué lo que había hecho. Cuando acabé de hablar, ella me miró muy seria y me dijo "eso no se hace, ¡que Dios te castiga!" ¿Dios? ¿El mismo hombre en el que se cagaba mi padre cuando se enfadaba? ¿Ese Dios me va a castigar? No puede ser la misma persona, pensé, aquí hay alguien que se está equivocando. O quizá hay dos dioses, uno que te castiga y otro para cagarse. Como tenía el triple de preguntas que de respuestas, dejé que el tiempo pasase y ordenara mi cabeza por mí. Hoy, veintiocho años después, aún está en ello.
Recuerdo vagamente la etapa de preescolar. Sobretodo me acuerdo de olores y sabores más que de cosas concretas. El olor a lápiz, a plastilina, el tacto frío del barro, abrocharse los botones de la bata. Este tipo de cosas son las que hoy recuerdo, y las que más me gusta recordar. O, simplemente, las que quiero recordar.
Un día, cuando tenía seis años, mis padres me preguntaron "¿qué quieres hacer: karate como tu primo, ballet como tu prima o música?" Yo nunca he sido de pegarme con otra gente y menos aún de bailar, por lo que la tercera opción me pareció lo suficientemente atractiva como para gritarla de alegría. Al menos nadie me pegaría ni nadie se reiría por lo mal que bailo. Quizá fue esa misma tarde cuando me apuntaron a una academia. Ese día, el día que grité música, marcó un antes y un después en mi vida. Pero estas cosas se saben muchos años después, claro. En ese momento yo lo único que quería era cantar la escala y tocar el piano. No era consciente de que eso me formaría como persona y menos aún, que determinaría totalmente mi forma de ser, el yo que hoy escribe este texto. Quizá no estaría mal que algún día le diese las gracias a mis padres. Se las daría ahora pero son casi las cuatro de la mañana y no quiero despertarlos. Además, imaginad la escena.
En fin, empiezo en una academia de música, empiezo primero de EGB, tengo seis años, ya no soy pequeño, y además toco el piano chicas acercaos te dejo copiar si me dejas oler tu nueva goma Milán le he visto las bragas en el patio uala! sumas llevando qué bestia ¡te has colao! castigado a preescolar.
Pero no tan rápido, no tan rápido. Antes de todo esto ha pasado algo importante que merece un capítulo aparte.
Cuando yo tenía cinco años algo sucedió en casa. Apareció alguien que había estado dentro de mi madre. De MI madre. Un ser pequeño que sólo me dejaron coger cuando estaba en el sofá rodeado de cojines. Venía gente de lejos para ver a ese ser que apenas abría los ojos. Soy yo el importante, qué está pasando, pensaba mientras nadie me miraba.
Me dijeron que era mi hermanita.
martes, diciembre 05, 2006
where the wild things are
"Donde viven los monstruos", de Maurice Sendak.
Cuando era pequeño alguien me hizo este regalo.
Alguien vio este libro en una librería y pensó en mi. Yo ahora no recuerdo quién fue.
Cuando era pequeño acompañé a Max al lugar donde viven los monstruos. Un millón de veces.
Y siempre descubría algo nuevo. Y siempre me asustaban las mismas cosas. Pero yo volvía. Tenía que volver.
Y ese viaje lo haré cada vez que vea estas ilustraciones. Nadie podrá impedírmelo. Ni yo mismo.
Estas ilustraciones significan ser feliz. Y olor a jazmín.
Debería recordar a la persona que me regaló este libro.
Simplemente para decirle lo feliz que soy cuando lo miro.
un meñique precioso
En 1931, durante el rodaje de "Frankenstein", un actor estaba tan aterrorizado con el maquillaje que convertía a Boris Karloff en el monstruo que se negó a rodar una escena en la que tenía un cara a cara con él. Para que superara su miedo y fuese consciente de que debajo del maquillaje había una persona, el bueno de Karloff le dijo que, durante la toma, le mirase el dedo meñique y así evitaría mirarle a la cara. Fue así como la escena se rodó con éxito.
Un día estaba sentado en un banco esperando el metro y el hombre sentado a mi lado se me puso a hablar y me contó la historia que acabáis de leer, historia que yo no sabía. Me dijo que él antes se enamoraba de mujeres con una facilidad espantosa. Al cabo del día se podía haber enamorado de unas setenta mujeres. Yo le escuchaba sin intervenir. Aunque pensé que estaba mal de la cabeza, todo lo que me decía tenía sentido, incluso me sentía identificado. Luego me dijo que estaba felizmente casado cosa que, no sé porqué, no creí. Miré con disimulo el tiempo que faltaba para que llegase el metro. Tres minutos cincuenta segundos. Siguió hablando y me dijo que ahora ya no se enamoraba de ninguna mujer, no porque no le gustaran, sino porque aplicaba la técnica de Karloff: mirar sus meñiques. Se me escapó un poco la risa pero él se quedó serio y me dijo "no es fácil". Yo le contesté "me imagino que no, yo sería incapaz". Entonces me dijo que lo intentase, que cuando viera a una chica que me podía gustar, no le mirase ni la cara, ni las tetas, ni el culo, ni las piernas, nada, sólo el meñique. Le dije que qué pasaba si, por ejemplo, la chica tenía las manos en los bolsillos de la chaqueta y él me respondió "pues intenta imaginarte el meñique, como si lo vieras a través del bolsillo". Le dije que lo haría sabiendo que no podría hacerlo. Luego le pregunté que qué hay de malo en enamorarse. Él me respondió "todo".
Vino el metro, me levanté y subí. El hombre se quedó sentado. Le miré desde dentro del vagón mientras me sentaba. Su mirada decía "he dormido más de lo que tú has vivido". El metro cerró sus puertas.
En la siguiente parada una chica se sentó delante mío. Tenía un meñique precioso.
lunes, diciembre 04, 2006
the devil dances inside empty pockets
japan dead bizarre musical
Como bien dije hace unos días, ayer domingo fui a ver "The happiness of the Katakuris" con dos chicas que me caen bastante bien, por no decir muy bien, y a las que sé que no les caigo muy bien porque, a veces, las he encontrado cuchicheando y, cuando me he acercado, se han callado y han tosido, y eso quiere decir que estaban hablando mal de mi. Lo vi en una serie de televisión.
A mí no me importa que hablen mal de mi mientras me paguen la entrada al cine, me besen a la vez, una en cada mejilla, y me cojan cada una de un brazo mientras paseamos. Ahora que lo pienso, creo que no hicieron ninguna de estas tres cosas. Mierda. En fin, da igual. Me siguen cayendo muy bien a pesar de todo.
La película es un japan dead bizarre musical. El término/s me lo acabo de inventar, como podéis comprobar, y la peli, dentro de unos años, estará considerada "de culto" en los circuitos culturales más inesperados. Tiempo al tiempo.
Hoy es lunes, tendría que haber hecho unas cosas que dije que haría y no he hecho. Mejor aún, me voy a ir a dormir sin haberlas hecho y no me voy a sentir culpable. Antes de dormirme leeré un rato "Tokio blues" y luego intentaré soñar que dos chicas me pagan la entrada al cine, me besan a la vez, cada una en una mejilla, y luego paseamos del brazo los tres.
Hoy me levantaré tarde.
viernes, diciembre 01, 2006
jueves, noviembre 30, 2006
un recuerdo agradable
Un día salí a pasear con una amiga. Empezó a llover y nos refugiamos en la única librería. Como no paraba, tuvimos tiempo de hojear algunos libros. Yo me compré un ensayo de Stephen King titulado "Mientras escribo". A ella le regalé "Lolita" de Nabokov. Salimos cuando paró de llover. Luego fuimos a casa e hicimos una competición de eructos. Me ganó por dos segundos. Nos reímos y hablamos sin pensar. Más tarde, como siempre hacíamos, jugamos a leer un párrafo al azar de diferentes libros. Así pasábamos las horas, escribiendo en el aire un libro absurdo a dos voces. El juego se acababa cuando un párrafo terminaba de tal forma que realmente pudiera ser el final de un libro. Tenía que ser una decisión unánime. Quien acababa, ganaba. Por eso siempre discutíamos cuando alguno de los dos no veía claro que ese fuera un buen final.
Pero ese día el juego lo gané yo. Abrí al azar el libro que me acababa de comprar y me puse a leer. Cuando llegué al punto, sabía que había ganado.
"Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de cerveza de medio litro, y tengo una novela, "Cujo", que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo con orgullo ni con vergüenza; sólo con la vaga sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas".
Pero ese día el juego lo gané yo. Abrí al azar el libro que me acababa de comprar y me puse a leer. Cuando llegué al punto, sabía que había ganado.
"Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de cerveza de medio litro, y tengo una novela, "Cujo", que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo con orgullo ni con vergüenza; sólo con la vaga sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas".
say it loud, I'm idiot and I'm proud
Paseando por youtube tropecé con Irán.
Quizá alguno de vosotros ya habrá visto este video.
No es una broma.
America! Fuck! Yeah!
Quizá alguno de vosotros ya habrá visto este video.
No es una broma.
America! Fuck! Yeah!
miércoles, noviembre 29, 2006
terrorista del arte
En noviembre del 1966, Yoko Ono celebró una exposición con todas sus obras en la Indica Gallery of London. A esa exposición acudió John Lennon. Quería conocer a aquella artista japonesa de la que todo el mundo hablaba. Una de las obras de la exposición consistía en una escalera de mano a la que el público tenía que ir subiendo para ver lo que ponía en un pequeño cuadro colgado del techo. Una pequeña lupa colgaba del cuadro para así poder ver las pequeñas letras. Desde el suelo se podía ver que allí había algo escrito, pero era imposible leerlo. La consigna a todo aquel que subiese era no decir nada al resto de asistentes a la exposición. Así, quien sientera curiosidad, subiría.
John Lennon fue uno de los curiosos y, ese acto, sin nadie saberlo, cambiaría para siempre la historia de la música pop en el planeta. Mientras Lennon iba subiendo la escalera, los Beatles iban desapareciendo. Cada peldaño eran cinco años menos de vida para el cuarteto; un disparo en el hombro a Paul, un escalón, otro en la rodilla a George, siguiente escalón, otro en el brazo a Ringo, tercer escalón. Y así hasta llegar al último, desde donde John Lennon pudo leer en el pequeño cuadro la palabra YES. Sólo eso. Una simple palabra en negro sobre fondo blanco. YES. Y todo a tomar por culo.
Lennon baja la escalera perdidamente enamorado de Yoko Ono. Quizá hipnotizado hasta el último de sus días. Según sus propias palabras, después de tomarse la molestia de subir una escalera de mano, le gustó que la artista hubiera escrito allí algo positivo. John y Yoko se casan en 1969.
(A veces me he imaginado que soy un terrorista del arte y entro por una ventana la noche antes de la exposición. Subo la escalera, cojo el rotulador de mi bolsillo y escribo NO encima del YES existente. Y ese NO que escribo cambia la historia de la música y deja de ser para siempre una palabra negativa).
Lo que sigue a esta exposición es la decadencia del mayor grupo pop de la historia. Ese YES marca un antes y un después en la banda, mucho más que el álbum Revolver o el Sgt. Peppers.
Una exposición de arte conceptual fue el David Chapman particular de la música pop.
Así que, si un día subís una escalera de mano para leer algo, antes de hacer cualquier tontería, por favor os lo pido, pensad en la gente que os quiere.
martes, noviembre 28, 2006
jason
Si algún día me pedís que os recomiende un cómic, os recomendaré ¡Chhht!.
No encontraréis ni una sola palabra, pero lo leeréis más de una vez.
la huella digital
Escuchando hace unos días el programa de radio Ser curiosos, de la Cadena Ser, oía la noticia de que el blog la huella digital había ganado el BOBs, premio al mejor blog en español del 2006.
sick my duck
Paseando hace unos meses por Barcelona me encontré con este dibujo y me hizo gracia. El otro día lo recordé, no me preguntéis el motivo, y busqué la imagen en google. Esta búsqueda me condujo a una página interesante. Bueno, al menos a mí me lo pareció. Se trata de un completo diccionario con toda la jerga urbana existente. En inglés, eso sí. He pensado que lo mejor sería compartirla con vosotros que sabéis idiomas. Yo aún estoy aprendiendo a poner tildes.
domingo, noviembre 26, 2006
I love Celine Dion
Navegando por flickr.com, en un descuido mi barca tumbó. Cuando me di cuenta estaba rodeado de olas salvajes. Pensé que lo mejor era perder el conocimiento y cuando desperté, ya en mi habitación, me encontré con esta foto.
Bret Easton Ellis sentado durante una firma de libros, en lo que parece la sección infantil de una libreria americana, muestra a la cámara un folio donde podemos leer I read informationleafblower.com every day. Si buscamos en la enciclopedia "resignación" encontraremos esta foto. Pagaría por saber lo que estaba pensando en ese momento. Quizá incluso había hecho un esbozo en el papel arrugado a su izquierda. Aunque eso da igual ahora porque la foto cumple su misión (la misión del que la hizo, claro). No la de mostrar a uno de los mejores escritores norteamericanos actuales, no la de plasmar a un escritor agobiado por la promoción de su libro, no la de fotografiar artísticamente a un personaje admirado (de artística, poco), sino la de producir la curiosidad suficiente como para mirar esa página web.
Pero, ¿miraríamos cualquier página web que recomendase cualquier personaje, aunque no lo admirásemos? ¿Cambiaría nuestra forma de ver a una persona, dependiendo de la página web que publicite? ¿Dejaría de ser una pedorra Celine Dion si un día unos paparazzis la pillan con una camiseta donde puede leerse I love pitchforkmedia? ¿Quizá viésemos Titanic con otros ojos? Buf. No sé qué deciros. Dejo la pregunta en el aire.
Volviendo al tema de B.E.Ellis, después del ingenio del interesado que hizo la foto, está el ingenio de cada uno en hacer que ese folio diga lo que nosotros queramos.
He intentado, no lo niego, que en ese folio se pudiera leer algo tan descomunalmente gracioso como que el pobre Ellis leía este blog cada día (algo que no hago ni yo). Pero no he podido modificar la fotografía. Mierda.
Quizá es mi ordenador, que tiene la decencia que me a mí me falta.
viernes, noviembre 24, 2006
nueve Rayuelas
Bien, después de este breve paréntesis onanísta convirtiendo este blog en un fotolog de un quinceañero que quiere ser aceptado, de no escribir ni una sola palabra durante varios días excepto nombres de actrices, de escuchar voces lejanas que me dicen que deje de subir fotos de tías, que eso es aburrido, después de todo esto, ha llegado la hora de seguir bajando a toda pastilla por esta espiral de sinsentidos varios en la que se ha convertido este blog con una nueva entrega de:
Algunas frases sueltas (vol.5)
Para hacerme el listillo y el pelota a la vez, le pregunto a mi profesor por alguna revista interesante de literatura. Me recomienda tres: para marujear y entretenerse el Qué leer, para leer buenas críticas de libros, Revista de libros, y para ajustarse las gafas de pasta con el índice mientras sonríes a la cajera, la revista Quimera.
Al salir de clase cojo unas gafas de pasta de General Óptica, les quito la alarma y me las llevo puestas, luego les quito los cristales apretando con el pulgar, click y click, voy a la Central del Raval, busco en la sección de revistas por la Q, encuentro la revista, la hojeo, ojeo a la cajera, ojeo más que hojeo, dejo caer un poco mis gafas para poder ajustármelas mientras pague, voy a pagar, la cajera no me mira, le doy el dinero (cinco euros vale), sigue sin mirarme, me da la revista en una bolsa, sigue sin mirarme, ¿qué tengo que comprarme para que me mires? ¿Rayuela otra vez? Nueve Rayuelas tengo ya, malditas cajeras arpías. Salgo a la calle y tiro las gafas en la primera papelera que encuentro. De la papelera cojo el suplemento Cultura/s de La Vanguardia que alguien me ha tenido la delicadeza de dejar. Me lo pienso y vuelvo a coger las gafas de pasta. Este suplemento debería regalarlas algún día. Como en una novela de Auster, el último artículo del suplemento habla sobre una web que vende, al precio de cien dólares, cajas con basura recogida en las calles de Nueva York. ¿Bufonada artística o negocio del siglo?, nos pregunta el artículo. Pues, para mí, más bien lo segundo. Pero un aplauso le doy, claro que sí.
Hojeo ya en casa la revista Quimera y creo conveniente recomendarla a todos vosotros, seres del inframundo que perdéis el tiempo leyendo este blog. Millones y millones de páginas web por descubrir y vosotros leéis ésta. La verdad es que os merecéis un trozo de cielo. No sé si podré, pero intentaré incluirlo en la recopilación, de la cual no me he olvidado.
Pues bien, antes de que se acabe noviembre, os recomiendo esta revista que este mes contiene un dossier de literatura y música más que interesante. Recomendable de verdad.
Nada más por hoy. Despedirme con cuatro palabras sacadas de El diccionario de Coll, libro que compraron mis padres allá por el 1976 y que leo cuando no leo Rayuela. Un libro que me hace sonreír con facilidad y olvidarme, aunque sea por unos minutos, de toda la cultura/s basura que nos rodea.
Galopar: pareja de franceses.
Pateo: que niega la existencia de Dios con los pies.
Demoño: diablo, espíritu del mal, con el pelo recogido en la parte posterior de la cabeza.
Cleptómono: el que roba simios de manera inconsciente e inevitable.
Algunas frases sueltas (vol.5)
Para hacerme el listillo y el pelota a la vez, le pregunto a mi profesor por alguna revista interesante de literatura. Me recomienda tres: para marujear y entretenerse el Qué leer, para leer buenas críticas de libros, Revista de libros, y para ajustarse las gafas de pasta con el índice mientras sonríes a la cajera, la revista Quimera.
Al salir de clase cojo unas gafas de pasta de General Óptica, les quito la alarma y me las llevo puestas, luego les quito los cristales apretando con el pulgar, click y click, voy a la Central del Raval, busco en la sección de revistas por la Q, encuentro la revista, la hojeo, ojeo a la cajera, ojeo más que hojeo, dejo caer un poco mis gafas para poder ajustármelas mientras pague, voy a pagar, la cajera no me mira, le doy el dinero (cinco euros vale), sigue sin mirarme, me da la revista en una bolsa, sigue sin mirarme, ¿qué tengo que comprarme para que me mires? ¿Rayuela otra vez? Nueve Rayuelas tengo ya, malditas cajeras arpías. Salgo a la calle y tiro las gafas en la primera papelera que encuentro. De la papelera cojo el suplemento Cultura/s de La Vanguardia que alguien me ha tenido la delicadeza de dejar. Me lo pienso y vuelvo a coger las gafas de pasta. Este suplemento debería regalarlas algún día. Como en una novela de Auster, el último artículo del suplemento habla sobre una web que vende, al precio de cien dólares, cajas con basura recogida en las calles de Nueva York. ¿Bufonada artística o negocio del siglo?, nos pregunta el artículo. Pues, para mí, más bien lo segundo. Pero un aplauso le doy, claro que sí.
Hojeo ya en casa la revista Quimera y creo conveniente recomendarla a todos vosotros, seres del inframundo que perdéis el tiempo leyendo este blog. Millones y millones de páginas web por descubrir y vosotros leéis ésta. La verdad es que os merecéis un trozo de cielo. No sé si podré, pero intentaré incluirlo en la recopilación, de la cual no me he olvidado.
Pues bien, antes de que se acabe noviembre, os recomiendo esta revista que este mes contiene un dossier de literatura y música más que interesante. Recomendable de verdad.
Nada más por hoy. Despedirme con cuatro palabras sacadas de El diccionario de Coll, libro que compraron mis padres allá por el 1976 y que leo cuando no leo Rayuela. Un libro que me hace sonreír con facilidad y olvidarme, aunque sea por unos minutos, de toda la cultura/s basura que nos rodea.
Galopar: pareja de franceses.
Pateo: que niega la existencia de Dios con los pies.
Demoño: diablo, espíritu del mal, con el pelo recogido en la parte posterior de la cabeza.
Cleptómono: el que roba simios de manera inconsciente e inevitable.
jueves, noviembre 23, 2006
miércoles, noviembre 22, 2006
martes, noviembre 21, 2006
patricia
Empieza aquí otro coleccionable, ya que las ideas brillan por su ausencia.
Se trata de mis diez actrices favoritas de los últimos cien años.
Próximamente mis diez actores preferidos.
Esta vez me será imposible haceros una recopilación.
ejercicio 3.2
Me levanto de madrugada porque tengo sed. Todos duermen. Voy a la cocina, lleno un vaso de agua y me siento a la mesa. Quiero disfrutar de este vaso porque presiento que va a ser el último. No puedo aguantar más esta situación. He soportado mucho, he luchado con todas mis fuerzas por mantener todo esto unido, pero ahora veo que ya nada vale la pena. Tantos años luchando. Para nada. Cómo es posible. No puede ser. Qué es lo que he hecho mal. No lo sé, pero algo. O quizá no. Tengo frío y me duele el cuello. Me levanto y voy al sofá. Enciendo la lamparita y sigo disfrutando de mi vaso de agua. Estoy agotada pero no puedo dormirme. Me ha parecido ver a mi hijo mirándome desde la puerta de la cocina. Será el cansancio que me está jugando una mala pasada. Además, él siempre se duerme enseguida. Y nunca haría eso. No puede ser. Tú me entiendes lo que quiero decir, no, no me refiero a eso, me refiero a todo lo demás, todo lo que ha pasado hasta hoy, tú lo has visto, yo no aguanto más todo esto. Me levanto y me asomo a la ventana, pero hace demasiado frío y la vuelvo a cerrar. La luz me molesta y apago la lamparita. Camino alrededor de la mesa porque es lo que más me gusta. Me recuerda a cuando era pequeña y pasaba horas y horas dando vueltas a la mesa del comedor de mi abuela. Aquella mesa tan grande entonces, tan pequeña ahora. Soy feliz mientras doy vueltas a la mesa, me olvido de mis problemas, por muy graves que sean. Provoco un remolino en el centro de la mesa y por ahí se van. Y cuanto más rápido voy, más fuerte es el remolino y más grandes pueden ser los problemas que trague. Pero estoy cansada y me empiezo a marear. Además me estoy dando golpes con las patas de las sillas. Oigo pasos por el pasillo pero supongo que serán del vecino de arriba. Daré unas cuantas vueltas más y pararé. De todas formas, este problema no hay remolino que se lo lleve. Nunca. Todo acabará esta noche. Ya no me importa nada, no siento pena por nadie porque nadie la ha sentido por mí. Paro de dar vueltas y me quedo unos minutos de pie mirando al suelo. Voy a la cocina y cojo las llaves de la caja donde guardo la pistola. La historia de esta pistola es tan oscura como el agujero de su cañón. Miro por él y no sé qué espero ver. Supongo que la solución a todo esto. Pero ahí no se ve nada. Dejo la pistola encima de la mesa de la cocina y me siento de nuevo en una silla. Entonces oigo que mi marido se levanta y escondo la pistola en mi regazo, debajo del camisón. Mi marido me pregunta que qué hago a estas horas levantada y yo le digo que no tengo sueño. Entonces empieza con su sermón de siempre. Ese mismo sermón es el culpable de que yo tenga una pistola apuntándole por debajo de la mesa. Cuando me canso de oírlo, lo apunto directamente a la cara. Él me suplica algo que yo no oigo porque tengo mil enjambres zumbando en mis oídos. Cierro los ojos, disparo y cae al suelo. Siento una paz descomunal. Espero no haber despertado a mi hijo. Dejo la pistola en la mesa y voy a ver si duerme. Duerme como un angelito y le acaricio su pelo. Luego salgo de su habitación y voy a la cocina a por un vaso de agua.
ejercicio 3.1
Aquí dejo el tercer ejercicio. Hay dos partes, son dos textos que cuentan la misma historia desde dos puntos de vista diferentes. El primero, este, es un narrador testigo: cuenta lo que le pasa al protagonista y es un personaje secundario de la historia. El segundo (ejercicio 3.2), es un narrador protagonista: escrito en primera persona, conoce sus propios pensamientos pero no los del resto de personajes.
Yo tendría unos siete años cuando esto pasó. Aunque ya era muy tarde, no podía dormirme. Todo estaba a oscuras y eso era una de las cosas que no me gustaban. Entonces se encendió la luz del pasillo y mi madre pasó por delante de la puerta abierta de mi habitación hacia la cocina. Muchas veces se levantaba para beber agua y por eso no me extrañé. Pero aquella noche tardaba en volver más de lo normal. Me levanté, fui sin hacer ruido a la cocina y me quedé escondido tras la puerta de tal forma que ella no pudiera verme pero yo a ella sí. Allí estaba mi madre, sentada en una silla, como esperando la cena. Tenía un vaso de agua entre las manos y lo miraba con la mirada perdida. De vez en cuando bebía un pequeño trago y luego seguía mirando el vaso. Negaba con la cabeza mientras en voz baja repetía “no puede ser”. Pasado un rato, se puso el pelo por detrás de las orejas y miró hacia el techo. Estuvo mirando el techo tanto rato que al final también miré yo. Pero allí no había nada. Después bajó la vista, se levantó y fue hacia el salón. Tuve que cambiar mi posición para continuar espiándola. Encendió una lamparita y se sentó en el sofá, aún con el vaso de agua entre las manos. Fue entonces cuando se puso a hablar. Hablaba en susurros y desde mi posición no la podía escuchar bien. Cuando hablaba miraba a su lado y gesticulaba con las manos, como si allí hubiera alguien. Pero allí no había nadie. Se quedó sentada en el sofá un rato, hablando sola y bebiendo agua de vez en cuando. Luego se levantó, abrió la ventana, se asomó, se frotó los brazos y cerró de nuevo la ventana. Apagó la lamparita y caminó a oscuras por el salón dando vueltas a la mesa y repitiendo en voz baja “no puede ser”. Pude contar unas cincuenta vueltas. Yo tenía las piernas dormidas de estar agachado y decidí irme a mi cama porque tenía los pies congelados. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello. Entonces oí que mi madre cogía unas llaves y abría una caja. Cogió algo metálico de dentro y lo puso encima de la mesa de la cocina. Supuse que era algo pesado. Aún podía oírla susurrar “no puede ser” de vez en cuando. Oí que se sentaba de nuevo en una silla de la cocina. Entonces mi padre se levantó, se asomó a mi habitación para ver si yo dormía y fue hacia la cocina. Le preguntó a mi madre que qué hacía ahí y ella le respondió que no podía dormir. Oí como mi padre se sentaba en otra silla y empezaba a hablar con ella. Pude oírle decir “seguir así”, “tranquila”, “vuelve a la cama”, “¿qué tienes ahí?” ,“¿qué es eso?” y “no”. Estas fueron las últimas palabras que mi padre le dijo a mi madre. Luego se oyó una explosión y un golpe en el suelo. Y luego nada más. Me di la vuelta y cerré los ojos. Alguien vino de la cocina, entró en mi habitación, me arropó y me acarició la cabeza. Volví a darme la vuelta para ver quien había sido, antes de que saliese de mi habitación. Pero todo estaba tan oscuro que no pude distinguir la silueta.
Yo tendría unos siete años cuando esto pasó. Aunque ya era muy tarde, no podía dormirme. Todo estaba a oscuras y eso era una de las cosas que no me gustaban. Entonces se encendió la luz del pasillo y mi madre pasó por delante de la puerta abierta de mi habitación hacia la cocina. Muchas veces se levantaba para beber agua y por eso no me extrañé. Pero aquella noche tardaba en volver más de lo normal. Me levanté, fui sin hacer ruido a la cocina y me quedé escondido tras la puerta de tal forma que ella no pudiera verme pero yo a ella sí. Allí estaba mi madre, sentada en una silla, como esperando la cena. Tenía un vaso de agua entre las manos y lo miraba con la mirada perdida. De vez en cuando bebía un pequeño trago y luego seguía mirando el vaso. Negaba con la cabeza mientras en voz baja repetía “no puede ser”. Pasado un rato, se puso el pelo por detrás de las orejas y miró hacia el techo. Estuvo mirando el techo tanto rato que al final también miré yo. Pero allí no había nada. Después bajó la vista, se levantó y fue hacia el salón. Tuve que cambiar mi posición para continuar espiándola. Encendió una lamparita y se sentó en el sofá, aún con el vaso de agua entre las manos. Fue entonces cuando se puso a hablar. Hablaba en susurros y desde mi posición no la podía escuchar bien. Cuando hablaba miraba a su lado y gesticulaba con las manos, como si allí hubiera alguien. Pero allí no había nadie. Se quedó sentada en el sofá un rato, hablando sola y bebiendo agua de vez en cuando. Luego se levantó, abrió la ventana, se asomó, se frotó los brazos y cerró de nuevo la ventana. Apagó la lamparita y caminó a oscuras por el salón dando vueltas a la mesa y repitiendo en voz baja “no puede ser”. Pude contar unas cincuenta vueltas. Yo tenía las piernas dormidas de estar agachado y decidí irme a mi cama porque tenía los pies congelados. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello. Entonces oí que mi madre cogía unas llaves y abría una caja. Cogió algo metálico de dentro y lo puso encima de la mesa de la cocina. Supuse que era algo pesado. Aún podía oírla susurrar “no puede ser” de vez en cuando. Oí que se sentaba de nuevo en una silla de la cocina. Entonces mi padre se levantó, se asomó a mi habitación para ver si yo dormía y fue hacia la cocina. Le preguntó a mi madre que qué hacía ahí y ella le respondió que no podía dormir. Oí como mi padre se sentaba en otra silla y empezaba a hablar con ella. Pude oírle decir “seguir así”, “tranquila”, “vuelve a la cama”, “¿qué tienes ahí?” ,“¿qué es eso?” y “no”. Estas fueron las últimas palabras que mi padre le dijo a mi madre. Luego se oyó una explosión y un golpe en el suelo. Y luego nada más. Me di la vuelta y cerré los ojos. Alguien vino de la cocina, entró en mi habitación, me arropó y me acarició la cabeza. Volví a darme la vuelta para ver quien había sido, antes de que saliese de mi habitación. Pero todo estaba tan oscuro que no pude distinguir la silueta.
lunes, noviembre 20, 2006
en los ratos libres
Mi compañera de trabajo me cae muy bien aunque no tenemos absolutamente nada en común.
Es por eso por lo que me cae muy bien.
Y no tener absolutamente nada en común significa no tener absolutamente nada en común. Es decir, que tanto ella como yo decimos "ah, ¿si?" cuando nos contamos nuestra vida en los ratos libres.
No le puedo recomendar un disco, ni un libro, ni una peli. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un restaurante, ni un bar, ni una cafetería. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar una exposición, ni un fotógrafo, ni un dibujante de cómics. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un país para visitar, ni una ciudad para perderse, ni un pueblo donde vivir. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un sonido, ni un olor, ni un sabor. Ella a mí tampoco.
No nos podemos recomendar nada porque no tenemos absolutamente nada en común.
Algún día le recomendaré que lea este blog y así sabrá que me cae muy bien.
Aunque no tengamos absolutamente nada en común.
sábado, noviembre 18, 2006
ya os lo digo ahora
Ayer estuve a punto de poner punto y final a esta aventura bloggera en un repentino ataque por acabar con todo lo que me conecta con el mundo exterior.
Iba a poner una foto que significa final y el título iba a ser "beautiful friend". Pero ví que no valía la pena poner punto y final. Ni a esto ni a casi nada. Y, sobretodo, no puse punto y final porque ahora, no sé porqué, no puedo poner una foto encabezando el texto. Ha desaparecido esa opción. En fin.
Mi cerebro sigue de vacaciones o bacaciones, ahora no sé bien bien cómo va. Me ha enviado una postal en la que me dice que está bien, que no me preocupe por él, que ha tenido unos pequeños problemas con la justicia pero que saldrá adelante. Que ha experimentado cosas que conmigo nunca había sentido pero que, de todas formas, me echa de menos y volverá pronto, sobretodo porque le gusta la camita que le compré y la calefacción y la tele de plasma que le puse la navidad pasada y esa sensación de no hacer nada que encuentra en mí, esa sensación de Agosto contínuo.
Por último, no soy muy sociable, ya os lo digo ahora, pero no me importaría en absoluto jugar a esto algún día.
Iba a poner una foto que significa final y el título iba a ser "beautiful friend". Pero ví que no valía la pena poner punto y final. Ni a esto ni a casi nada. Y, sobretodo, no puse punto y final porque ahora, no sé porqué, no puedo poner una foto encabezando el texto. Ha desaparecido esa opción. En fin.
Mi cerebro sigue de vacaciones o bacaciones, ahora no sé bien bien cómo va. Me ha enviado una postal en la que me dice que está bien, que no me preocupe por él, que ha tenido unos pequeños problemas con la justicia pero que saldrá adelante. Que ha experimentado cosas que conmigo nunca había sentido pero que, de todas formas, me echa de menos y volverá pronto, sobretodo porque le gusta la camita que le compré y la calefacción y la tele de plasma que le puse la navidad pasada y esa sensación de no hacer nada que encuentra en mí, esa sensación de Agosto contínuo.
Por último, no soy muy sociable, ya os lo digo ahora, pero no me importaría en absoluto jugar a esto algún día.
y fue entonces
El otro día mi madre me dejó esta nota antes de irse a trabajar: "No vengas a comer, por lo que más quieras, te lo pido por favor, come donde sea pero, sobretodo, no vengas a comer, por favor, hazme caso, no vengas"
Yo no sabía si era alguna broma. Volví a leer la nota unas cinco veces más para asegurarme de lo que me estaba diciendo. No entendía nada. No había pasado nada grave en nuestra familia, todo iba genial. No sabía a qué venía esta nota. Aún con la nota en la mano pensé en llamar a mi madre pero sabía que estaba en el trabajo y desistí. Mi padre igual, no cogería el teléfono. Entonces pensé en mi hermana. Quizá estaba en la hora del recreo y podía hablar unos minutos. La llamé al móvil y lo cogió a las tres señales. Le dije lo de la nota y ella me dijo que ya lo sabía, que estaba mientras mi madre la escribía. Y luego me preguntó "¿es que no sabes lo que ha pasado?", y yo le pregunté "¡¿qué es lo que ha pasado?!". Pero la batería de su móvil se le acabó. Me puse bastante nervioso y entonces hice lo que siempre hago cuando me pongo nervioso: me miro al espejo y voy acercando la cara poco a poco hasta que dejo de reconocerme. Lo hice unas cuatro veces pero no me calmé mucho. Decidí llamar a mi madre pero su móvil estaba desconectado. Mi padre era la última opción. Lo llamé. Cogió el teléfono, susurró "te llamo luego, ahora no puedo hablar" y colgó. No me dio tiempo a decir nada. Estaba perdido. En mi propia casa. Fui a la ventana del comedor y me quedé un rato mirando la carretera. Luego me senté en el sofá. Fui de nuevo a la cocina, donde estaba la nota, y la volví a leer intentando encontrar un guiño irónico en esas palabras. Por lo que más quieras. No vengas. Hazme caso. Te lo pido por favor. Rompí la nota y la tiré a la basura. Luego me quedé un rato de pie en el centro de la cocina mirando el microondas. A todo esto, yo me había levantado para ir al trabajo. Llamé y dije que me encontraba mal. Continué un rato más en la cocina y luego fui a mi habitación. Me estiré en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la una del mediodía y sentí un terror inexplicable. Mi madre no tardaría en venir a comer y yo estaba en casa desobedeciendo su nota. Por lo que más quieras. No vengas. Si entraba y me encontraba en casa, qué pasaría. Recordé las palabras de mi hermana. No quise llamar a mis abuelos para no asustarlos. Seguía sentado en mi cama y mi mirada estaba perdida en algún lugar entre las baldosas de mi habitación. Ya era la una y media y mi madre no aparecía. A esa hora normalmente ya estaba en casa. Me levanté de la cama y caminé por el pasillo lentamente. Daba un paso, contaba hasta diez y daba otro. Llegué a la cocina. Todo estaba igual, no había pasado nada, claro, no había nadie, qué esperaba. Era la hora de comer y yo estaba ahí donde mi madre me había dicho que no estuviera. Pero, a la vez, tampoco me había ido. Así que no había venido. Me sentí reconfortado por esa estúpida afirmación y luego me senté en una silla de la cocina. Todo en silencio, sólo el segundero del reloj. Tragué saliva varias veces y miré a mi alrededor. Me levanté y decidí volver a llamar a mi padre. Apagado. El reloj marcó las dos. Decidí salir de casa y dar un paseo. Empecé a caminar sin rumbo fijo. Pronto olvidé la nota y al poco olvidé a mi madre. Luego fue mi padre y por último mi hermana los que desaparecieron de mi memoria. Seguía caminando sin saber a dónde ir pero sin importarme demasiado. Llegué a un parque y me senté en uno de sus bancos. Un perro se acercó, olisqueó mis pies y luego se fue. Empezó a llover pero no me importó, seguí sentado. Estuve dos horas bajo la lluvia. La gente me miraba al pasar. Luego me levanté y me fui a casa. Entré pero no había nadie. Me cambié de ropa, me tumbé en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la mañana siguiente. Mi boca sabía a hierro. Fui a la cocina pero no había nadie. Me quedé un rato de pie en el centro de la cocina, justo debajo de la lámpara, mirando el fregadero. Del grifo caía lentamente una gota y luego otra y luego otra. Me quedé casi una hora viendo las gotas caer, imaginándome una de ellas. Y fue entonces cuando recordé todo lo que había pasado.
Y fue entonces cuando me sentí bien.
Yo no sabía si era alguna broma. Volví a leer la nota unas cinco veces más para asegurarme de lo que me estaba diciendo. No entendía nada. No había pasado nada grave en nuestra familia, todo iba genial. No sabía a qué venía esta nota. Aún con la nota en la mano pensé en llamar a mi madre pero sabía que estaba en el trabajo y desistí. Mi padre igual, no cogería el teléfono. Entonces pensé en mi hermana. Quizá estaba en la hora del recreo y podía hablar unos minutos. La llamé al móvil y lo cogió a las tres señales. Le dije lo de la nota y ella me dijo que ya lo sabía, que estaba mientras mi madre la escribía. Y luego me preguntó "¿es que no sabes lo que ha pasado?", y yo le pregunté "¡¿qué es lo que ha pasado?!". Pero la batería de su móvil se le acabó. Me puse bastante nervioso y entonces hice lo que siempre hago cuando me pongo nervioso: me miro al espejo y voy acercando la cara poco a poco hasta que dejo de reconocerme. Lo hice unas cuatro veces pero no me calmé mucho. Decidí llamar a mi madre pero su móvil estaba desconectado. Mi padre era la última opción. Lo llamé. Cogió el teléfono, susurró "te llamo luego, ahora no puedo hablar" y colgó. No me dio tiempo a decir nada. Estaba perdido. En mi propia casa. Fui a la ventana del comedor y me quedé un rato mirando la carretera. Luego me senté en el sofá. Fui de nuevo a la cocina, donde estaba la nota, y la volví a leer intentando encontrar un guiño irónico en esas palabras. Por lo que más quieras. No vengas. Hazme caso. Te lo pido por favor. Rompí la nota y la tiré a la basura. Luego me quedé un rato de pie en el centro de la cocina mirando el microondas. A todo esto, yo me había levantado para ir al trabajo. Llamé y dije que me encontraba mal. Continué un rato más en la cocina y luego fui a mi habitación. Me estiré en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la una del mediodía y sentí un terror inexplicable. Mi madre no tardaría en venir a comer y yo estaba en casa desobedeciendo su nota. Por lo que más quieras. No vengas. Si entraba y me encontraba en casa, qué pasaría. Recordé las palabras de mi hermana. No quise llamar a mis abuelos para no asustarlos. Seguía sentado en mi cama y mi mirada estaba perdida en algún lugar entre las baldosas de mi habitación. Ya era la una y media y mi madre no aparecía. A esa hora normalmente ya estaba en casa. Me levanté de la cama y caminé por el pasillo lentamente. Daba un paso, contaba hasta diez y daba otro. Llegué a la cocina. Todo estaba igual, no había pasado nada, claro, no había nadie, qué esperaba. Era la hora de comer y yo estaba ahí donde mi madre me había dicho que no estuviera. Pero, a la vez, tampoco me había ido. Así que no había venido. Me sentí reconfortado por esa estúpida afirmación y luego me senté en una silla de la cocina. Todo en silencio, sólo el segundero del reloj. Tragué saliva varias veces y miré a mi alrededor. Me levanté y decidí volver a llamar a mi padre. Apagado. El reloj marcó las dos. Decidí salir de casa y dar un paseo. Empecé a caminar sin rumbo fijo. Pronto olvidé la nota y al poco olvidé a mi madre. Luego fue mi padre y por último mi hermana los que desaparecieron de mi memoria. Seguía caminando sin saber a dónde ir pero sin importarme demasiado. Llegué a un parque y me senté en uno de sus bancos. Un perro se acercó, olisqueó mis pies y luego se fue. Empezó a llover pero no me importó, seguí sentado. Estuve dos horas bajo la lluvia. La gente me miraba al pasar. Luego me levanté y me fui a casa. Entré pero no había nadie. Me cambié de ropa, me tumbé en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la mañana siguiente. Mi boca sabía a hierro. Fui a la cocina pero no había nadie. Me quedé un rato de pie en el centro de la cocina, justo debajo de la lámpara, mirando el fregadero. Del grifo caía lentamente una gota y luego otra y luego otra. Me quedé casi una hora viendo las gotas caer, imaginándome una de ellas. Y fue entonces cuando recordé todo lo que había pasado.
Y fue entonces cuando me sentí bien.
martes, noviembre 14, 2006
frenad antes del muro
Oigo en la radio esta noticia: "El suicidio es la principal causa de muerte en Barcelona entre jóvenes de 15 a 40 años"
Si alguna vez pensáis en suicidaros, haceos antes las cinco siguientes afirmaciones que expondré a continuación. Las respuestas serán Verdadero o Falso. Si al acabar, las respuestas F superan las V, volved a dejar las cuchillas de afeitar en su sitio, y el cuchillo también, cerrad la ventana, cortad el gas, guardad las pastillas, deshaced el nudo y, sobretodo, frenad antes del muro.
1- Escuché "Jesus' blood never failed me yet" de Gavin Bryars y no me pareció tan precioso como decía ese pringado del blog.
2- Leí "Esperando a Godot" y no me entraron ganas de comprarme más libros de Beckett. Lo mismo me pasó con "Diccionario de nombres propios" de Amélie Nothomb, no quiero saber nada de esa freak snob. Y lo mismo con Sergi Pàmies.
3- Ví "Freaks" de Tod Browning y me pareció la película más falsa de la historia, un despropósito y un asco de peli.
4- Tal como pedía el idiota del blog, escuché "Picture in a frame" de Tom Waits mientras miraba las hojas de los árboles moverse con el viento y sentí que estaba perdiendo el tiempo con estupideces. Lo mismo sentí cuando ví el concierto en el Olympia de Jaques Brel. Puto imbécil.
5- Quedé para cenar con mis dos mejores amigos, fuimos donde siempre y, al despedirnos, pensé "ya era hora".
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