Un día salí a pasear con una amiga. Empezó a llover y nos refugiamos en la única librería. Como no paraba, tuvimos tiempo de hojear algunos libros. Yo me compré un ensayo de Stephen King titulado "Mientras escribo". A ella le regalé "Lolita" de Nabokov. Salimos cuando paró de llover. Luego fuimos a casa e hicimos una competición de eructos. Me ganó por dos segundos. Nos reímos y hablamos sin pensar. Más tarde, como siempre hacíamos, jugamos a leer un párrafo al azar de diferentes libros. Así pasábamos las horas, escribiendo en el aire un libro absurdo a dos voces. El juego se acababa cuando un párrafo terminaba de tal forma que realmente pudiera ser el final de un libro. Tenía que ser una decisión unánime. Quien acababa, ganaba. Por eso siempre discutíamos cuando alguno de los dos no veía claro que ese fuera un buen final.
Pero ese día el juego lo gané yo. Abrí al azar el libro que me acababa de comprar y me puse a leer. Cuando llegué al punto, sabía que había ganado.
"Al final de mis aventuras bebía cada noche una caja de latas de cerveza de medio litro, y tengo una novela, "Cujo", que apenas recuerdo haber escrito. No lo digo con orgullo ni con vergüenza; sólo con la vaga sensación de haber perdido algo. Es un libro que me gusta, y ojalá guardara un recuerdo agradable de haber redactado las partes buenas".
jueves, noviembre 30, 2006
say it loud, I'm idiot and I'm proud
Paseando por youtube tropecé con Irán.
Quizá alguno de vosotros ya habrá visto este video.
No es una broma.
America! Fuck! Yeah!
Quizá alguno de vosotros ya habrá visto este video.
No es una broma.
America! Fuck! Yeah!
miércoles, noviembre 29, 2006
terrorista del arte
En noviembre del 1966, Yoko Ono celebró una exposición con todas sus obras en la Indica Gallery of London. A esa exposición acudió John Lennon. Quería conocer a aquella artista japonesa de la que todo el mundo hablaba. Una de las obras de la exposición consistía en una escalera de mano a la que el público tenía que ir subiendo para ver lo que ponía en un pequeño cuadro colgado del techo. Una pequeña lupa colgaba del cuadro para así poder ver las pequeñas letras. Desde el suelo se podía ver que allí había algo escrito, pero era imposible leerlo. La consigna a todo aquel que subiese era no decir nada al resto de asistentes a la exposición. Así, quien sientera curiosidad, subiría.
John Lennon fue uno de los curiosos y, ese acto, sin nadie saberlo, cambiaría para siempre la historia de la música pop en el planeta. Mientras Lennon iba subiendo la escalera, los Beatles iban desapareciendo. Cada peldaño eran cinco años menos de vida para el cuarteto; un disparo en el hombro a Paul, un escalón, otro en la rodilla a George, siguiente escalón, otro en el brazo a Ringo, tercer escalón. Y así hasta llegar al último, desde donde John Lennon pudo leer en el pequeño cuadro la palabra YES. Sólo eso. Una simple palabra en negro sobre fondo blanco. YES. Y todo a tomar por culo.
Lennon baja la escalera perdidamente enamorado de Yoko Ono. Quizá hipnotizado hasta el último de sus días. Según sus propias palabras, después de tomarse la molestia de subir una escalera de mano, le gustó que la artista hubiera escrito allí algo positivo. John y Yoko se casan en 1969.
(A veces me he imaginado que soy un terrorista del arte y entro por una ventana la noche antes de la exposición. Subo la escalera, cojo el rotulador de mi bolsillo y escribo NO encima del YES existente. Y ese NO que escribo cambia la historia de la música y deja de ser para siempre una palabra negativa).
Lo que sigue a esta exposición es la decadencia del mayor grupo pop de la historia. Ese YES marca un antes y un después en la banda, mucho más que el álbum Revolver o el Sgt. Peppers.
Una exposición de arte conceptual fue el David Chapman particular de la música pop.
Así que, si un día subís una escalera de mano para leer algo, antes de hacer cualquier tontería, por favor os lo pido, pensad en la gente que os quiere.
martes, noviembre 28, 2006
jason
Si algún día me pedís que os recomiende un cómic, os recomendaré ¡Chhht!.
No encontraréis ni una sola palabra, pero lo leeréis más de una vez.
la huella digital
Escuchando hace unos días el programa de radio Ser curiosos, de la Cadena Ser, oía la noticia de que el blog la huella digital había ganado el BOBs, premio al mejor blog en español del 2006.
sick my duck
Paseando hace unos meses por Barcelona me encontré con este dibujo y me hizo gracia. El otro día lo recordé, no me preguntéis el motivo, y busqué la imagen en google. Esta búsqueda me condujo a una página interesante. Bueno, al menos a mí me lo pareció. Se trata de un completo diccionario con toda la jerga urbana existente. En inglés, eso sí. He pensado que lo mejor sería compartirla con vosotros que sabéis idiomas. Yo aún estoy aprendiendo a poner tildes.
domingo, noviembre 26, 2006
I love Celine Dion
Navegando por flickr.com, en un descuido mi barca tumbó. Cuando me di cuenta estaba rodeado de olas salvajes. Pensé que lo mejor era perder el conocimiento y cuando desperté, ya en mi habitación, me encontré con esta foto.
Bret Easton Ellis sentado durante una firma de libros, en lo que parece la sección infantil de una libreria americana, muestra a la cámara un folio donde podemos leer I read informationleafblower.com every day. Si buscamos en la enciclopedia "resignación" encontraremos esta foto. Pagaría por saber lo que estaba pensando en ese momento. Quizá incluso había hecho un esbozo en el papel arrugado a su izquierda. Aunque eso da igual ahora porque la foto cumple su misión (la misión del que la hizo, claro). No la de mostrar a uno de los mejores escritores norteamericanos actuales, no la de plasmar a un escritor agobiado por la promoción de su libro, no la de fotografiar artísticamente a un personaje admirado (de artística, poco), sino la de producir la curiosidad suficiente como para mirar esa página web.
Pero, ¿miraríamos cualquier página web que recomendase cualquier personaje, aunque no lo admirásemos? ¿Cambiaría nuestra forma de ver a una persona, dependiendo de la página web que publicite? ¿Dejaría de ser una pedorra Celine Dion si un día unos paparazzis la pillan con una camiseta donde puede leerse I love pitchforkmedia? ¿Quizá viésemos Titanic con otros ojos? Buf. No sé qué deciros. Dejo la pregunta en el aire.
Volviendo al tema de B.E.Ellis, después del ingenio del interesado que hizo la foto, está el ingenio de cada uno en hacer que ese folio diga lo que nosotros queramos.
He intentado, no lo niego, que en ese folio se pudiera leer algo tan descomunalmente gracioso como que el pobre Ellis leía este blog cada día (algo que no hago ni yo). Pero no he podido modificar la fotografía. Mierda.
Quizá es mi ordenador, que tiene la decencia que me a mí me falta.
viernes, noviembre 24, 2006
nueve Rayuelas
Bien, después de este breve paréntesis onanísta convirtiendo este blog en un fotolog de un quinceañero que quiere ser aceptado, de no escribir ni una sola palabra durante varios días excepto nombres de actrices, de escuchar voces lejanas que me dicen que deje de subir fotos de tías, que eso es aburrido, después de todo esto, ha llegado la hora de seguir bajando a toda pastilla por esta espiral de sinsentidos varios en la que se ha convertido este blog con una nueva entrega de:
Algunas frases sueltas (vol.5)
Para hacerme el listillo y el pelota a la vez, le pregunto a mi profesor por alguna revista interesante de literatura. Me recomienda tres: para marujear y entretenerse el Qué leer, para leer buenas críticas de libros, Revista de libros, y para ajustarse las gafas de pasta con el índice mientras sonríes a la cajera, la revista Quimera.
Al salir de clase cojo unas gafas de pasta de General Óptica, les quito la alarma y me las llevo puestas, luego les quito los cristales apretando con el pulgar, click y click, voy a la Central del Raval, busco en la sección de revistas por la Q, encuentro la revista, la hojeo, ojeo a la cajera, ojeo más que hojeo, dejo caer un poco mis gafas para poder ajustármelas mientras pague, voy a pagar, la cajera no me mira, le doy el dinero (cinco euros vale), sigue sin mirarme, me da la revista en una bolsa, sigue sin mirarme, ¿qué tengo que comprarme para que me mires? ¿Rayuela otra vez? Nueve Rayuelas tengo ya, malditas cajeras arpías. Salgo a la calle y tiro las gafas en la primera papelera que encuentro. De la papelera cojo el suplemento Cultura/s de La Vanguardia que alguien me ha tenido la delicadeza de dejar. Me lo pienso y vuelvo a coger las gafas de pasta. Este suplemento debería regalarlas algún día. Como en una novela de Auster, el último artículo del suplemento habla sobre una web que vende, al precio de cien dólares, cajas con basura recogida en las calles de Nueva York. ¿Bufonada artística o negocio del siglo?, nos pregunta el artículo. Pues, para mí, más bien lo segundo. Pero un aplauso le doy, claro que sí.
Hojeo ya en casa la revista Quimera y creo conveniente recomendarla a todos vosotros, seres del inframundo que perdéis el tiempo leyendo este blog. Millones y millones de páginas web por descubrir y vosotros leéis ésta. La verdad es que os merecéis un trozo de cielo. No sé si podré, pero intentaré incluirlo en la recopilación, de la cual no me he olvidado.
Pues bien, antes de que se acabe noviembre, os recomiendo esta revista que este mes contiene un dossier de literatura y música más que interesante. Recomendable de verdad.
Nada más por hoy. Despedirme con cuatro palabras sacadas de El diccionario de Coll, libro que compraron mis padres allá por el 1976 y que leo cuando no leo Rayuela. Un libro que me hace sonreír con facilidad y olvidarme, aunque sea por unos minutos, de toda la cultura/s basura que nos rodea.
Galopar: pareja de franceses.
Pateo: que niega la existencia de Dios con los pies.
Demoño: diablo, espíritu del mal, con el pelo recogido en la parte posterior de la cabeza.
Cleptómono: el que roba simios de manera inconsciente e inevitable.
Algunas frases sueltas (vol.5)
Para hacerme el listillo y el pelota a la vez, le pregunto a mi profesor por alguna revista interesante de literatura. Me recomienda tres: para marujear y entretenerse el Qué leer, para leer buenas críticas de libros, Revista de libros, y para ajustarse las gafas de pasta con el índice mientras sonríes a la cajera, la revista Quimera.
Al salir de clase cojo unas gafas de pasta de General Óptica, les quito la alarma y me las llevo puestas, luego les quito los cristales apretando con el pulgar, click y click, voy a la Central del Raval, busco en la sección de revistas por la Q, encuentro la revista, la hojeo, ojeo a la cajera, ojeo más que hojeo, dejo caer un poco mis gafas para poder ajustármelas mientras pague, voy a pagar, la cajera no me mira, le doy el dinero (cinco euros vale), sigue sin mirarme, me da la revista en una bolsa, sigue sin mirarme, ¿qué tengo que comprarme para que me mires? ¿Rayuela otra vez? Nueve Rayuelas tengo ya, malditas cajeras arpías. Salgo a la calle y tiro las gafas en la primera papelera que encuentro. De la papelera cojo el suplemento Cultura/s de La Vanguardia que alguien me ha tenido la delicadeza de dejar. Me lo pienso y vuelvo a coger las gafas de pasta. Este suplemento debería regalarlas algún día. Como en una novela de Auster, el último artículo del suplemento habla sobre una web que vende, al precio de cien dólares, cajas con basura recogida en las calles de Nueva York. ¿Bufonada artística o negocio del siglo?, nos pregunta el artículo. Pues, para mí, más bien lo segundo. Pero un aplauso le doy, claro que sí.
Hojeo ya en casa la revista Quimera y creo conveniente recomendarla a todos vosotros, seres del inframundo que perdéis el tiempo leyendo este blog. Millones y millones de páginas web por descubrir y vosotros leéis ésta. La verdad es que os merecéis un trozo de cielo. No sé si podré, pero intentaré incluirlo en la recopilación, de la cual no me he olvidado.
Pues bien, antes de que se acabe noviembre, os recomiendo esta revista que este mes contiene un dossier de literatura y música más que interesante. Recomendable de verdad.
Nada más por hoy. Despedirme con cuatro palabras sacadas de El diccionario de Coll, libro que compraron mis padres allá por el 1976 y que leo cuando no leo Rayuela. Un libro que me hace sonreír con facilidad y olvidarme, aunque sea por unos minutos, de toda la cultura/s basura que nos rodea.
Galopar: pareja de franceses.
Pateo: que niega la existencia de Dios con los pies.
Demoño: diablo, espíritu del mal, con el pelo recogido en la parte posterior de la cabeza.
Cleptómono: el que roba simios de manera inconsciente e inevitable.
jueves, noviembre 23, 2006
miércoles, noviembre 22, 2006
martes, noviembre 21, 2006
patricia
Empieza aquí otro coleccionable, ya que las ideas brillan por su ausencia.
Se trata de mis diez actrices favoritas de los últimos cien años.
Próximamente mis diez actores preferidos.
Esta vez me será imposible haceros una recopilación.
ejercicio 3.2
Me levanto de madrugada porque tengo sed. Todos duermen. Voy a la cocina, lleno un vaso de agua y me siento a la mesa. Quiero disfrutar de este vaso porque presiento que va a ser el último. No puedo aguantar más esta situación. He soportado mucho, he luchado con todas mis fuerzas por mantener todo esto unido, pero ahora veo que ya nada vale la pena. Tantos años luchando. Para nada. Cómo es posible. No puede ser. Qué es lo que he hecho mal. No lo sé, pero algo. O quizá no. Tengo frío y me duele el cuello. Me levanto y voy al sofá. Enciendo la lamparita y sigo disfrutando de mi vaso de agua. Estoy agotada pero no puedo dormirme. Me ha parecido ver a mi hijo mirándome desde la puerta de la cocina. Será el cansancio que me está jugando una mala pasada. Además, él siempre se duerme enseguida. Y nunca haría eso. No puede ser. Tú me entiendes lo que quiero decir, no, no me refiero a eso, me refiero a todo lo demás, todo lo que ha pasado hasta hoy, tú lo has visto, yo no aguanto más todo esto. Me levanto y me asomo a la ventana, pero hace demasiado frío y la vuelvo a cerrar. La luz me molesta y apago la lamparita. Camino alrededor de la mesa porque es lo que más me gusta. Me recuerda a cuando era pequeña y pasaba horas y horas dando vueltas a la mesa del comedor de mi abuela. Aquella mesa tan grande entonces, tan pequeña ahora. Soy feliz mientras doy vueltas a la mesa, me olvido de mis problemas, por muy graves que sean. Provoco un remolino en el centro de la mesa y por ahí se van. Y cuanto más rápido voy, más fuerte es el remolino y más grandes pueden ser los problemas que trague. Pero estoy cansada y me empiezo a marear. Además me estoy dando golpes con las patas de las sillas. Oigo pasos por el pasillo pero supongo que serán del vecino de arriba. Daré unas cuantas vueltas más y pararé. De todas formas, este problema no hay remolino que se lo lleve. Nunca. Todo acabará esta noche. Ya no me importa nada, no siento pena por nadie porque nadie la ha sentido por mí. Paro de dar vueltas y me quedo unos minutos de pie mirando al suelo. Voy a la cocina y cojo las llaves de la caja donde guardo la pistola. La historia de esta pistola es tan oscura como el agujero de su cañón. Miro por él y no sé qué espero ver. Supongo que la solución a todo esto. Pero ahí no se ve nada. Dejo la pistola encima de la mesa de la cocina y me siento de nuevo en una silla. Entonces oigo que mi marido se levanta y escondo la pistola en mi regazo, debajo del camisón. Mi marido me pregunta que qué hago a estas horas levantada y yo le digo que no tengo sueño. Entonces empieza con su sermón de siempre. Ese mismo sermón es el culpable de que yo tenga una pistola apuntándole por debajo de la mesa. Cuando me canso de oírlo, lo apunto directamente a la cara. Él me suplica algo que yo no oigo porque tengo mil enjambres zumbando en mis oídos. Cierro los ojos, disparo y cae al suelo. Siento una paz descomunal. Espero no haber despertado a mi hijo. Dejo la pistola en la mesa y voy a ver si duerme. Duerme como un angelito y le acaricio su pelo. Luego salgo de su habitación y voy a la cocina a por un vaso de agua.
ejercicio 3.1
Aquí dejo el tercer ejercicio. Hay dos partes, son dos textos que cuentan la misma historia desde dos puntos de vista diferentes. El primero, este, es un narrador testigo: cuenta lo que le pasa al protagonista y es un personaje secundario de la historia. El segundo (ejercicio 3.2), es un narrador protagonista: escrito en primera persona, conoce sus propios pensamientos pero no los del resto de personajes.
Yo tendría unos siete años cuando esto pasó. Aunque ya era muy tarde, no podía dormirme. Todo estaba a oscuras y eso era una de las cosas que no me gustaban. Entonces se encendió la luz del pasillo y mi madre pasó por delante de la puerta abierta de mi habitación hacia la cocina. Muchas veces se levantaba para beber agua y por eso no me extrañé. Pero aquella noche tardaba en volver más de lo normal. Me levanté, fui sin hacer ruido a la cocina y me quedé escondido tras la puerta de tal forma que ella no pudiera verme pero yo a ella sí. Allí estaba mi madre, sentada en una silla, como esperando la cena. Tenía un vaso de agua entre las manos y lo miraba con la mirada perdida. De vez en cuando bebía un pequeño trago y luego seguía mirando el vaso. Negaba con la cabeza mientras en voz baja repetía “no puede ser”. Pasado un rato, se puso el pelo por detrás de las orejas y miró hacia el techo. Estuvo mirando el techo tanto rato que al final también miré yo. Pero allí no había nada. Después bajó la vista, se levantó y fue hacia el salón. Tuve que cambiar mi posición para continuar espiándola. Encendió una lamparita y se sentó en el sofá, aún con el vaso de agua entre las manos. Fue entonces cuando se puso a hablar. Hablaba en susurros y desde mi posición no la podía escuchar bien. Cuando hablaba miraba a su lado y gesticulaba con las manos, como si allí hubiera alguien. Pero allí no había nadie. Se quedó sentada en el sofá un rato, hablando sola y bebiendo agua de vez en cuando. Luego se levantó, abrió la ventana, se asomó, se frotó los brazos y cerró de nuevo la ventana. Apagó la lamparita y caminó a oscuras por el salón dando vueltas a la mesa y repitiendo en voz baja “no puede ser”. Pude contar unas cincuenta vueltas. Yo tenía las piernas dormidas de estar agachado y decidí irme a mi cama porque tenía los pies congelados. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello. Entonces oí que mi madre cogía unas llaves y abría una caja. Cogió algo metálico de dentro y lo puso encima de la mesa de la cocina. Supuse que era algo pesado. Aún podía oírla susurrar “no puede ser” de vez en cuando. Oí que se sentaba de nuevo en una silla de la cocina. Entonces mi padre se levantó, se asomó a mi habitación para ver si yo dormía y fue hacia la cocina. Le preguntó a mi madre que qué hacía ahí y ella le respondió que no podía dormir. Oí como mi padre se sentaba en otra silla y empezaba a hablar con ella. Pude oírle decir “seguir así”, “tranquila”, “vuelve a la cama”, “¿qué tienes ahí?” ,“¿qué es eso?” y “no”. Estas fueron las últimas palabras que mi padre le dijo a mi madre. Luego se oyó una explosión y un golpe en el suelo. Y luego nada más. Me di la vuelta y cerré los ojos. Alguien vino de la cocina, entró en mi habitación, me arropó y me acarició la cabeza. Volví a darme la vuelta para ver quien había sido, antes de que saliese de mi habitación. Pero todo estaba tan oscuro que no pude distinguir la silueta.
Yo tendría unos siete años cuando esto pasó. Aunque ya era muy tarde, no podía dormirme. Todo estaba a oscuras y eso era una de las cosas que no me gustaban. Entonces se encendió la luz del pasillo y mi madre pasó por delante de la puerta abierta de mi habitación hacia la cocina. Muchas veces se levantaba para beber agua y por eso no me extrañé. Pero aquella noche tardaba en volver más de lo normal. Me levanté, fui sin hacer ruido a la cocina y me quedé escondido tras la puerta de tal forma que ella no pudiera verme pero yo a ella sí. Allí estaba mi madre, sentada en una silla, como esperando la cena. Tenía un vaso de agua entre las manos y lo miraba con la mirada perdida. De vez en cuando bebía un pequeño trago y luego seguía mirando el vaso. Negaba con la cabeza mientras en voz baja repetía “no puede ser”. Pasado un rato, se puso el pelo por detrás de las orejas y miró hacia el techo. Estuvo mirando el techo tanto rato que al final también miré yo. Pero allí no había nada. Después bajó la vista, se levantó y fue hacia el salón. Tuve que cambiar mi posición para continuar espiándola. Encendió una lamparita y se sentó en el sofá, aún con el vaso de agua entre las manos. Fue entonces cuando se puso a hablar. Hablaba en susurros y desde mi posición no la podía escuchar bien. Cuando hablaba miraba a su lado y gesticulaba con las manos, como si allí hubiera alguien. Pero allí no había nadie. Se quedó sentada en el sofá un rato, hablando sola y bebiendo agua de vez en cuando. Luego se levantó, abrió la ventana, se asomó, se frotó los brazos y cerró de nuevo la ventana. Apagó la lamparita y caminó a oscuras por el salón dando vueltas a la mesa y repitiendo en voz baja “no puede ser”. Pude contar unas cincuenta vueltas. Yo tenía las piernas dormidas de estar agachado y decidí irme a mi cama porque tenía los pies congelados. Me metí en la cama y me tapé hasta el cuello. Entonces oí que mi madre cogía unas llaves y abría una caja. Cogió algo metálico de dentro y lo puso encima de la mesa de la cocina. Supuse que era algo pesado. Aún podía oírla susurrar “no puede ser” de vez en cuando. Oí que se sentaba de nuevo en una silla de la cocina. Entonces mi padre se levantó, se asomó a mi habitación para ver si yo dormía y fue hacia la cocina. Le preguntó a mi madre que qué hacía ahí y ella le respondió que no podía dormir. Oí como mi padre se sentaba en otra silla y empezaba a hablar con ella. Pude oírle decir “seguir así”, “tranquila”, “vuelve a la cama”, “¿qué tienes ahí?” ,“¿qué es eso?” y “no”. Estas fueron las últimas palabras que mi padre le dijo a mi madre. Luego se oyó una explosión y un golpe en el suelo. Y luego nada más. Me di la vuelta y cerré los ojos. Alguien vino de la cocina, entró en mi habitación, me arropó y me acarició la cabeza. Volví a darme la vuelta para ver quien había sido, antes de que saliese de mi habitación. Pero todo estaba tan oscuro que no pude distinguir la silueta.
lunes, noviembre 20, 2006
en los ratos libres
Mi compañera de trabajo me cae muy bien aunque no tenemos absolutamente nada en común.
Es por eso por lo que me cae muy bien.
Y no tener absolutamente nada en común significa no tener absolutamente nada en común. Es decir, que tanto ella como yo decimos "ah, ¿si?" cuando nos contamos nuestra vida en los ratos libres.
No le puedo recomendar un disco, ni un libro, ni una peli. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un restaurante, ni un bar, ni una cafetería. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar una exposición, ni un fotógrafo, ni un dibujante de cómics. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un país para visitar, ni una ciudad para perderse, ni un pueblo donde vivir. Ella a mí tampoco. No le puedo recomendar un sonido, ni un olor, ni un sabor. Ella a mí tampoco.
No nos podemos recomendar nada porque no tenemos absolutamente nada en común.
Algún día le recomendaré que lea este blog y así sabrá que me cae muy bien.
Aunque no tengamos absolutamente nada en común.
sábado, noviembre 18, 2006
ya os lo digo ahora
Ayer estuve a punto de poner punto y final a esta aventura bloggera en un repentino ataque por acabar con todo lo que me conecta con el mundo exterior.
Iba a poner una foto que significa final y el título iba a ser "beautiful friend". Pero ví que no valía la pena poner punto y final. Ni a esto ni a casi nada. Y, sobretodo, no puse punto y final porque ahora, no sé porqué, no puedo poner una foto encabezando el texto. Ha desaparecido esa opción. En fin.
Mi cerebro sigue de vacaciones o bacaciones, ahora no sé bien bien cómo va. Me ha enviado una postal en la que me dice que está bien, que no me preocupe por él, que ha tenido unos pequeños problemas con la justicia pero que saldrá adelante. Que ha experimentado cosas que conmigo nunca había sentido pero que, de todas formas, me echa de menos y volverá pronto, sobretodo porque le gusta la camita que le compré y la calefacción y la tele de plasma que le puse la navidad pasada y esa sensación de no hacer nada que encuentra en mí, esa sensación de Agosto contínuo.
Por último, no soy muy sociable, ya os lo digo ahora, pero no me importaría en absoluto jugar a esto algún día.
Iba a poner una foto que significa final y el título iba a ser "beautiful friend". Pero ví que no valía la pena poner punto y final. Ni a esto ni a casi nada. Y, sobretodo, no puse punto y final porque ahora, no sé porqué, no puedo poner una foto encabezando el texto. Ha desaparecido esa opción. En fin.
Mi cerebro sigue de vacaciones o bacaciones, ahora no sé bien bien cómo va. Me ha enviado una postal en la que me dice que está bien, que no me preocupe por él, que ha tenido unos pequeños problemas con la justicia pero que saldrá adelante. Que ha experimentado cosas que conmigo nunca había sentido pero que, de todas formas, me echa de menos y volverá pronto, sobretodo porque le gusta la camita que le compré y la calefacción y la tele de plasma que le puse la navidad pasada y esa sensación de no hacer nada que encuentra en mí, esa sensación de Agosto contínuo.
Por último, no soy muy sociable, ya os lo digo ahora, pero no me importaría en absoluto jugar a esto algún día.
y fue entonces
El otro día mi madre me dejó esta nota antes de irse a trabajar: "No vengas a comer, por lo que más quieras, te lo pido por favor, come donde sea pero, sobretodo, no vengas a comer, por favor, hazme caso, no vengas"
Yo no sabía si era alguna broma. Volví a leer la nota unas cinco veces más para asegurarme de lo que me estaba diciendo. No entendía nada. No había pasado nada grave en nuestra familia, todo iba genial. No sabía a qué venía esta nota. Aún con la nota en la mano pensé en llamar a mi madre pero sabía que estaba en el trabajo y desistí. Mi padre igual, no cogería el teléfono. Entonces pensé en mi hermana. Quizá estaba en la hora del recreo y podía hablar unos minutos. La llamé al móvil y lo cogió a las tres señales. Le dije lo de la nota y ella me dijo que ya lo sabía, que estaba mientras mi madre la escribía. Y luego me preguntó "¿es que no sabes lo que ha pasado?", y yo le pregunté "¡¿qué es lo que ha pasado?!". Pero la batería de su móvil se le acabó. Me puse bastante nervioso y entonces hice lo que siempre hago cuando me pongo nervioso: me miro al espejo y voy acercando la cara poco a poco hasta que dejo de reconocerme. Lo hice unas cuatro veces pero no me calmé mucho. Decidí llamar a mi madre pero su móvil estaba desconectado. Mi padre era la última opción. Lo llamé. Cogió el teléfono, susurró "te llamo luego, ahora no puedo hablar" y colgó. No me dio tiempo a decir nada. Estaba perdido. En mi propia casa. Fui a la ventana del comedor y me quedé un rato mirando la carretera. Luego me senté en el sofá. Fui de nuevo a la cocina, donde estaba la nota, y la volví a leer intentando encontrar un guiño irónico en esas palabras. Por lo que más quieras. No vengas. Hazme caso. Te lo pido por favor. Rompí la nota y la tiré a la basura. Luego me quedé un rato de pie en el centro de la cocina mirando el microondas. A todo esto, yo me había levantado para ir al trabajo. Llamé y dije que me encontraba mal. Continué un rato más en la cocina y luego fui a mi habitación. Me estiré en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la una del mediodía y sentí un terror inexplicable. Mi madre no tardaría en venir a comer y yo estaba en casa desobedeciendo su nota. Por lo que más quieras. No vengas. Si entraba y me encontraba en casa, qué pasaría. Recordé las palabras de mi hermana. No quise llamar a mis abuelos para no asustarlos. Seguía sentado en mi cama y mi mirada estaba perdida en algún lugar entre las baldosas de mi habitación. Ya era la una y media y mi madre no aparecía. A esa hora normalmente ya estaba en casa. Me levanté de la cama y caminé por el pasillo lentamente. Daba un paso, contaba hasta diez y daba otro. Llegué a la cocina. Todo estaba igual, no había pasado nada, claro, no había nadie, qué esperaba. Era la hora de comer y yo estaba ahí donde mi madre me había dicho que no estuviera. Pero, a la vez, tampoco me había ido. Así que no había venido. Me sentí reconfortado por esa estúpida afirmación y luego me senté en una silla de la cocina. Todo en silencio, sólo el segundero del reloj. Tragué saliva varias veces y miré a mi alrededor. Me levanté y decidí volver a llamar a mi padre. Apagado. El reloj marcó las dos. Decidí salir de casa y dar un paseo. Empecé a caminar sin rumbo fijo. Pronto olvidé la nota y al poco olvidé a mi madre. Luego fue mi padre y por último mi hermana los que desaparecieron de mi memoria. Seguía caminando sin saber a dónde ir pero sin importarme demasiado. Llegué a un parque y me senté en uno de sus bancos. Un perro se acercó, olisqueó mis pies y luego se fue. Empezó a llover pero no me importó, seguí sentado. Estuve dos horas bajo la lluvia. La gente me miraba al pasar. Luego me levanté y me fui a casa. Entré pero no había nadie. Me cambié de ropa, me tumbé en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la mañana siguiente. Mi boca sabía a hierro. Fui a la cocina pero no había nadie. Me quedé un rato de pie en el centro de la cocina, justo debajo de la lámpara, mirando el fregadero. Del grifo caía lentamente una gota y luego otra y luego otra. Me quedé casi una hora viendo las gotas caer, imaginándome una de ellas. Y fue entonces cuando recordé todo lo que había pasado.
Y fue entonces cuando me sentí bien.
Yo no sabía si era alguna broma. Volví a leer la nota unas cinco veces más para asegurarme de lo que me estaba diciendo. No entendía nada. No había pasado nada grave en nuestra familia, todo iba genial. No sabía a qué venía esta nota. Aún con la nota en la mano pensé en llamar a mi madre pero sabía que estaba en el trabajo y desistí. Mi padre igual, no cogería el teléfono. Entonces pensé en mi hermana. Quizá estaba en la hora del recreo y podía hablar unos minutos. La llamé al móvil y lo cogió a las tres señales. Le dije lo de la nota y ella me dijo que ya lo sabía, que estaba mientras mi madre la escribía. Y luego me preguntó "¿es que no sabes lo que ha pasado?", y yo le pregunté "¡¿qué es lo que ha pasado?!". Pero la batería de su móvil se le acabó. Me puse bastante nervioso y entonces hice lo que siempre hago cuando me pongo nervioso: me miro al espejo y voy acercando la cara poco a poco hasta que dejo de reconocerme. Lo hice unas cuatro veces pero no me calmé mucho. Decidí llamar a mi madre pero su móvil estaba desconectado. Mi padre era la última opción. Lo llamé. Cogió el teléfono, susurró "te llamo luego, ahora no puedo hablar" y colgó. No me dio tiempo a decir nada. Estaba perdido. En mi propia casa. Fui a la ventana del comedor y me quedé un rato mirando la carretera. Luego me senté en el sofá. Fui de nuevo a la cocina, donde estaba la nota, y la volví a leer intentando encontrar un guiño irónico en esas palabras. Por lo que más quieras. No vengas. Hazme caso. Te lo pido por favor. Rompí la nota y la tiré a la basura. Luego me quedé un rato de pie en el centro de la cocina mirando el microondas. A todo esto, yo me había levantado para ir al trabajo. Llamé y dije que me encontraba mal. Continué un rato más en la cocina y luego fui a mi habitación. Me estiré en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la una del mediodía y sentí un terror inexplicable. Mi madre no tardaría en venir a comer y yo estaba en casa desobedeciendo su nota. Por lo que más quieras. No vengas. Si entraba y me encontraba en casa, qué pasaría. Recordé las palabras de mi hermana. No quise llamar a mis abuelos para no asustarlos. Seguía sentado en mi cama y mi mirada estaba perdida en algún lugar entre las baldosas de mi habitación. Ya era la una y media y mi madre no aparecía. A esa hora normalmente ya estaba en casa. Me levanté de la cama y caminé por el pasillo lentamente. Daba un paso, contaba hasta diez y daba otro. Llegué a la cocina. Todo estaba igual, no había pasado nada, claro, no había nadie, qué esperaba. Era la hora de comer y yo estaba ahí donde mi madre me había dicho que no estuviera. Pero, a la vez, tampoco me había ido. Así que no había venido. Me sentí reconfortado por esa estúpida afirmación y luego me senté en una silla de la cocina. Todo en silencio, sólo el segundero del reloj. Tragué saliva varias veces y miré a mi alrededor. Me levanté y decidí volver a llamar a mi padre. Apagado. El reloj marcó las dos. Decidí salir de casa y dar un paseo. Empecé a caminar sin rumbo fijo. Pronto olvidé la nota y al poco olvidé a mi madre. Luego fue mi padre y por último mi hermana los que desaparecieron de mi memoria. Seguía caminando sin saber a dónde ir pero sin importarme demasiado. Llegué a un parque y me senté en uno de sus bancos. Un perro se acercó, olisqueó mis pies y luego se fue. Empezó a llover pero no me importó, seguí sentado. Estuve dos horas bajo la lluvia. La gente me miraba al pasar. Luego me levanté y me fui a casa. Entré pero no había nadie. Me cambié de ropa, me tumbé en la cama y me quedé dormido. Me desperté a la mañana siguiente. Mi boca sabía a hierro. Fui a la cocina pero no había nadie. Me quedé un rato de pie en el centro de la cocina, justo debajo de la lámpara, mirando el fregadero. Del grifo caía lentamente una gota y luego otra y luego otra. Me quedé casi una hora viendo las gotas caer, imaginándome una de ellas. Y fue entonces cuando recordé todo lo que había pasado.
Y fue entonces cuando me sentí bien.
martes, noviembre 14, 2006
frenad antes del muro
Oigo en la radio esta noticia: "El suicidio es la principal causa de muerte en Barcelona entre jóvenes de 15 a 40 años"
Si alguna vez pensáis en suicidaros, haceos antes las cinco siguientes afirmaciones que expondré a continuación. Las respuestas serán Verdadero o Falso. Si al acabar, las respuestas F superan las V, volved a dejar las cuchillas de afeitar en su sitio, y el cuchillo también, cerrad la ventana, cortad el gas, guardad las pastillas, deshaced el nudo y, sobretodo, frenad antes del muro.
1- Escuché "Jesus' blood never failed me yet" de Gavin Bryars y no me pareció tan precioso como decía ese pringado del blog.
2- Leí "Esperando a Godot" y no me entraron ganas de comprarme más libros de Beckett. Lo mismo me pasó con "Diccionario de nombres propios" de Amélie Nothomb, no quiero saber nada de esa freak snob. Y lo mismo con Sergi Pàmies.
3- Ví "Freaks" de Tod Browning y me pareció la película más falsa de la historia, un despropósito y un asco de peli.
4- Tal como pedía el idiota del blog, escuché "Picture in a frame" de Tom Waits mientras miraba las hojas de los árboles moverse con el viento y sentí que estaba perdiendo el tiempo con estupideces. Lo mismo sentí cuando ví el concierto en el Olympia de Jaques Brel. Puto imbécil.
5- Quedé para cenar con mis dos mejores amigos, fuimos donde siempre y, al despedirnos, pensé "ya era hora".
lunes, noviembre 13, 2006
clara ventaja
Si alguna vez se hiciera una lista con las escritoras más atractivas de la historia, creo que Zadie Smith estaría en el número uno, con una clara ventaja sobre alguna de sus compañeras de profesión.
Si aún no os habéis enamorado, aquí podéis leer una entrevista publicada en Babelia.
sábado, noviembre 11, 2006
always look on the bright side of life
Este video contiene parte del funeral de Graham Chapman, miembro de los Monty Phyton, muerto el 4 de Octubre de 1989.
El discurso inicial es de John Cleese, otro miembro del colectivo:
"Pude oirle ayer por la noche, mientras escribía estas palabras, susurrándome al oido: “Vale, Cleese, estás muy orgulloso de ser la primera persona que dijo “mierda” en la televisión británica. Si este acto es para mí, para empezar, quiero que seas la primera persona que diga “Joder!” en un funeral británico."
Si supiese que Monty Phyton iban a venir a mi funeral, me moriría mañana mismo. O un día que a todos os fuese bien venir.
Si lo veo solo, lloro.
el funeral
viernes, noviembre 10, 2006
no me esperes despierto
No tengo ideas para ninguna historieta absurda. Mi cerebro se ha ido a dar una vuelta y me ha dejado un post-it: voy a ver mundo, ya vendré, no me esperes despierto. Y así estoy yo, escribiendo de memoria.
Así que aquí os dejo algunas frases de alguien a quien el cerebro nunca se le fue a dar una vuelta.
(Espero que no tarde en llegar. No lo quiero mucho pero mira, son muchos años juntos y ahora sufro por él. Es tan pequeño.)
Nunca entraría en un club que admitiera como socio a un tipo como yo.
No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo.
Sólo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Y si responde "sí ", entonces sabes que es corrupto.
Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no los conozco muy bien.
Nunca olvido una cara, pero en su caso haré una excepción.
Partiendo de la nada alcance las más altas cimas de la miseria.
Estaba con esa mujer porque me recuerda a tí ... sus ojos, su cara, su risa...De hecho, me recuerda a tí más que tú.
No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual.
- ¿Me lavaría un par de calcetines? (...) Es mi forma de decirle que la amo, nada más.
¿A quién va usted a creer, a mí o a sus ojos?
¡Hasta un niño de cinco años sería capaz de entender esto!... Rápido, busque a un niño de cinco años.
Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota, pero no se deje usted engañar, es realmente un idiota.
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después un remedio equivocado.
Bebo para hacer interesantes a las demás personas.
Perdonen que no me levante. (Epitafio de Groucho)
it's better to burn out than to fade away
jueves, noviembre 09, 2006
ejercicio 2
Aquí dejo el segundo ejercicio. Consistía en formar un pequeño relato siguiendo la estructura escena-resumen-escena-resumen-escena. Escena: explicar con todo detalle un breve espacio de tiempo. Resumen: contar en un párrafo un largo espacio de tiempo.
Cada escena y resumen ocupa un párrafo, cinco párrafos en total, empezando y acabando con una escena. La idea de la historia es la misma que "en el abdomen", con algunas variaciones. Digamos que es "en el abdomen" con aparatos en los dientes.
A mí me gusta más sin aparatos.
Fue una tarde de Noviembre, yo tenía nueve años y estaba ayudando a mi padre a construir la caseta para nuestro perro. Mi padre se encargaba de serrar las maderas. Yo le miraba con pasión y eso fue lo que hizo que mi padre me dejara serrar un rato. Y entonces sucedió: la sierra se me clavó en el abdomen. No me dolió, ni sangré, ni nada. La misma sierra actuó de tapón y allí se quedó. Mi padre me miró temblando y me llevó al hospital. Una vez allí, el médico nos dijo que no nos preocupásemos, que si nos olvidábamos de ella, desaparecería. Entonces mi padre dijo: pero, doctor... Y el doctor dijo: pueden irse, no es nada. Y con estas palabras empecé una nueva vida.
A partir de ese día, los años en el colegio fueron muy diferentes a como habían sido hasta ahora. Pasé de ser un niño anodino a ser el más popular y admirado, aunque a veces también odiado. Chicas que nunca me habían hablado, ahora se interesaban por mí. Al principio yo estaba encantado. Más adelante sentí una profunda tristeza.
La sierra no me molestaba en absoluto. Los primeros años, cuando no recordaba que la tenía ahí, me golpeaba sin querer mientras me duchaba o al darle un abrazo a alguien o al pasar entre la multitud. Por lo demás no fue ninguna molestia. Hasta que conocí a mi primera novia.
A ella le gustaba yo, no mi sierra y yo. Y de eso estaba seguro porque no supo nada del tema hasta pasado un tiempo, hasta el día en que nos acostamos. Me preguntó: ¿qué es eso?, y yo le respondí: una sierra que me clavé de pequeño. Ella se rió pero luego puso cara de asco mientras observaba aquel metal incrustado en mi barriga. Luego me preguntó: ¿y por qué no te la quitas?, y yo le respondí que era mejor dejar las cosas como estaban, así lo había dicho el médico hace años. Entonces ella me pidió si podía arrancármela estirando. Yo le dije que no. Se vistió y se fue.
Pasé los siguientes años en la universidad pensando en esa noche. Aunque conocí a otras chicas, yo seguía buscando a aquella primera novia que quiso arrancarme la sierra, a aquella que quiso que yo cambiara. Por su parte, mis compañeros de universidad me querían sólo para poder ligar con otras chicas. Yo era el inicio de miles de conversaciones: ¿sabes que hay un chico con una sierra clavada en la barriga? Pues es mi amigo. Y así durante cinco años.
Han pasado más de veinte años de aquella tarde de Noviembre con mi padre. Hoy me he levantado y no tenía ni rastro de la sierra, apenas una ligera cicatriz. He buscado entre las sábanas, por el suelo, debajo de los muebles, en la basura. Pero nada. La sierra ha desaparecido. Y yo ahora ya no soy el mismo.
Cada escena y resumen ocupa un párrafo, cinco párrafos en total, empezando y acabando con una escena. La idea de la historia es la misma que "en el abdomen", con algunas variaciones. Digamos que es "en el abdomen" con aparatos en los dientes.
A mí me gusta más sin aparatos.
Fue una tarde de Noviembre, yo tenía nueve años y estaba ayudando a mi padre a construir la caseta para nuestro perro. Mi padre se encargaba de serrar las maderas. Yo le miraba con pasión y eso fue lo que hizo que mi padre me dejara serrar un rato. Y entonces sucedió: la sierra se me clavó en el abdomen. No me dolió, ni sangré, ni nada. La misma sierra actuó de tapón y allí se quedó. Mi padre me miró temblando y me llevó al hospital. Una vez allí, el médico nos dijo que no nos preocupásemos, que si nos olvidábamos de ella, desaparecería. Entonces mi padre dijo: pero, doctor... Y el doctor dijo: pueden irse, no es nada. Y con estas palabras empecé una nueva vida.
A partir de ese día, los años en el colegio fueron muy diferentes a como habían sido hasta ahora. Pasé de ser un niño anodino a ser el más popular y admirado, aunque a veces también odiado. Chicas que nunca me habían hablado, ahora se interesaban por mí. Al principio yo estaba encantado. Más adelante sentí una profunda tristeza.
La sierra no me molestaba en absoluto. Los primeros años, cuando no recordaba que la tenía ahí, me golpeaba sin querer mientras me duchaba o al darle un abrazo a alguien o al pasar entre la multitud. Por lo demás no fue ninguna molestia. Hasta que conocí a mi primera novia.
A ella le gustaba yo, no mi sierra y yo. Y de eso estaba seguro porque no supo nada del tema hasta pasado un tiempo, hasta el día en que nos acostamos. Me preguntó: ¿qué es eso?, y yo le respondí: una sierra que me clavé de pequeño. Ella se rió pero luego puso cara de asco mientras observaba aquel metal incrustado en mi barriga. Luego me preguntó: ¿y por qué no te la quitas?, y yo le respondí que era mejor dejar las cosas como estaban, así lo había dicho el médico hace años. Entonces ella me pidió si podía arrancármela estirando. Yo le dije que no. Se vistió y se fue.
Pasé los siguientes años en la universidad pensando en esa noche. Aunque conocí a otras chicas, yo seguía buscando a aquella primera novia que quiso arrancarme la sierra, a aquella que quiso que yo cambiara. Por su parte, mis compañeros de universidad me querían sólo para poder ligar con otras chicas. Yo era el inicio de miles de conversaciones: ¿sabes que hay un chico con una sierra clavada en la barriga? Pues es mi amigo. Y así durante cinco años.
Han pasado más de veinte años de aquella tarde de Noviembre con mi padre. Hoy me he levantado y no tenía ni rastro de la sierra, apenas una ligera cicatriz. He buscado entre las sábanas, por el suelo, debajo de los muebles, en la basura. Pero nada. La sierra ha desaparecido. Y yo ahora ya no soy el mismo.
redecorando
lunes, noviembre 06, 2006
en el abdomen
Hace unos años me clavé una sierra en el abdomen.
Estaba cortando unas maderas para la caseta de nuestro perro cuando sucedió. Todo fue muy rápido y apenas sentí dolor. De hecho, no me dí cuenta hasta que mi mujer me dijo: ¿qué tienes ahí? Yo miré donde ella señalaba y vi la sierra incrustada en mi barriga. Pero no sangraba, ni me dolía. La misma sierra taponaba la herida.
Mi mujer se asustó y me acompañó al médico quien nos tranquilizó diciendo que lo mejor sería que dejásemos las cosas como estaban, que esa sierra no daría problemas si nosotros nos olvidábamos de ella. Mi mujer dijo: pero, doctor...Y el doctor asintió y dijo: pueden irse. Y recuerden, olvídense de la sierra y acabará desapareciendo.
Así hicimos.
Al principio era muy extraño. Al ducharme, a veces me olvidaba que estaba ahí y la golpeaba sin querer mientras me enjabonaba sintiendo una ligera punzada. Me compré camisetas una talla más grande de lo habitual para que mis compañeros de trabajo no notasen el bulto. Cuando hacía el amor con mi mujer, siempre acababa diciéndome: ponte abajo, me molesta.
Pasaba revisiones médicas periódicamente y el doctor siempre finalizaba su discurso con: todo irá bien si se olvida de ella.
Pero la verdad es que no era fácil olvidar que tenía una sierra introducida en mi barriga, aunque lo intenté por todos los medios. La podía llegar a olvidar por temporadas, cuando estaba feliz con mi mujer y mis amigos y nos reuníamos en casa para cenar todos juntos y hablar hasta altas horas de la madrugada y beber y reírnos, reírnos hasta que yo me llevaba las manos a la barriga y entonces ahí estaba la sierra, como la herida de una guerra a la que el soldado nunca quiso ir. Yo paraba de reírme y me ausentaba unos minutos con la excusa de ir al lavabo. Una vez allí me levantaba la camiseta y miraba esa parte de mí tan diferente, pero tan mía. Y entonces le hablaba: ¿hasta cuándo? Pero no había respuesta. Y yo a veces lloraba. Mis lágrimas caían en el frío acero, temblaban unos segundos y luego resbalaban al suelo.
Y así durante veinte años.
Hasta hoy domingo.
Anoche, después de que se fueran los últimos invitados, mi mujer y yo seguimos bebiendo en el salón. Estaba todo por el medio pero nos dio igual. Mi mujer estaba preciosa, siempre lo está cuando va borracha, y lo hicimos en el sofá como dos adolescentes.
Esta mañana me he levantado y no tenía ni rastro de la sierra, apenas una ligera cicatriz.
Me he duchado feliz y me he puesto una camiseta que hacía veinte años que no me ponía. He bajado a desayunar con mi mujer que había preparado unas tostadas con miel. Le he dado un beso y un abrazo de buenos días. Al separarme, le he preguntado: ¿qué tienes ahí?
Estaba cortando unas maderas para la caseta de nuestro perro cuando sucedió. Todo fue muy rápido y apenas sentí dolor. De hecho, no me dí cuenta hasta que mi mujer me dijo: ¿qué tienes ahí? Yo miré donde ella señalaba y vi la sierra incrustada en mi barriga. Pero no sangraba, ni me dolía. La misma sierra taponaba la herida.
Mi mujer se asustó y me acompañó al médico quien nos tranquilizó diciendo que lo mejor sería que dejásemos las cosas como estaban, que esa sierra no daría problemas si nosotros nos olvidábamos de ella. Mi mujer dijo: pero, doctor...Y el doctor asintió y dijo: pueden irse. Y recuerden, olvídense de la sierra y acabará desapareciendo.
Así hicimos.
Al principio era muy extraño. Al ducharme, a veces me olvidaba que estaba ahí y la golpeaba sin querer mientras me enjabonaba sintiendo una ligera punzada. Me compré camisetas una talla más grande de lo habitual para que mis compañeros de trabajo no notasen el bulto. Cuando hacía el amor con mi mujer, siempre acababa diciéndome: ponte abajo, me molesta.
Pasaba revisiones médicas periódicamente y el doctor siempre finalizaba su discurso con: todo irá bien si se olvida de ella.
Pero la verdad es que no era fácil olvidar que tenía una sierra introducida en mi barriga, aunque lo intenté por todos los medios. La podía llegar a olvidar por temporadas, cuando estaba feliz con mi mujer y mis amigos y nos reuníamos en casa para cenar todos juntos y hablar hasta altas horas de la madrugada y beber y reírnos, reírnos hasta que yo me llevaba las manos a la barriga y entonces ahí estaba la sierra, como la herida de una guerra a la que el soldado nunca quiso ir. Yo paraba de reírme y me ausentaba unos minutos con la excusa de ir al lavabo. Una vez allí me levantaba la camiseta y miraba esa parte de mí tan diferente, pero tan mía. Y entonces le hablaba: ¿hasta cuándo? Pero no había respuesta. Y yo a veces lloraba. Mis lágrimas caían en el frío acero, temblaban unos segundos y luego resbalaban al suelo.
Y así durante veinte años.
Hasta hoy domingo.
Anoche, después de que se fueran los últimos invitados, mi mujer y yo seguimos bebiendo en el salón. Estaba todo por el medio pero nos dio igual. Mi mujer estaba preciosa, siempre lo está cuando va borracha, y lo hicimos en el sofá como dos adolescentes.
Esta mañana me he levantado y no tenía ni rastro de la sierra, apenas una ligera cicatriz.
Me he duchado feliz y me he puesto una camiseta que hacía veinte años que no me ponía. He bajado a desayunar con mi mujer que había preparado unas tostadas con miel. Le he dado un beso y un abrazo de buenos días. Al separarme, le he preguntado: ¿qué tienes ahí?
domingo, noviembre 05, 2006
botellas volando
Hace unos días, en el blog de mi amigo T. se exponía una cuestión interesante acerca de las influencias musicales entre generaciones.
Lejos, lejísimos de esa cuestión, voy a plantear yo otra, unida simplemente a ésta por el tema musical. Más concretamente la crítica musical. Y mucho más concretamente la CRÍTICA DE CONCIERTOS.
La pregunta que lanzo es la siguiente: ¿sirve para algo la crítica de un concierto? Parémonos a pensar.
Por ejemplo, y me pongo a mí de ejemplo, el otro día leía la crítica en Rockdelux del concierto de Edan en el BAM.
En ella, el crítico lo deja como "el mejor concierto del festival". Bien, hasta ahí todo bien. Sabemos que el concierto de Edan estuvo muy bien, excelente según lo leído. Bien. Ahora, una vez sabemos esto, la pregunta es: ¿qué nos ha aportado esta información a nuestra vida?
Hay diferentes respuestas:
1) si no fuimos y no nos interesaba el concierto: nada;
2) si fuimos y nos pareció un gran concierto: simpatía por el crítico;
3) si fuimos y nos pareció una caca: desconfianza hacia ese crítico, y;
4) si no fuimos y queríamos haber ido (mi caso): odio hacia el crítico y, debido a su onda expansiva, odio hacia toda la gente que asistió. El odio variará en gran medida de lo bueno o malo que fue el concierto según el crítico.
En definitiva, estas son, a grandes rasgos, las reacciones ante una crítica de concierto.
Y ahora la pregunta vuelve a ser la misma que antes: ¿qué nos ha aportado esta información a nuestra vida? Aparte de admiración o repulsa hacia el crítico, poca cosa más.
Porque la crítica de una película, un disco, un libro, una exposición, son temas diferentes. Lees la crítica de un disco, (TU crítico, no uno cualquiera) te anima a comprarlo, crees que te puede llegar a gustar y entonces sales de casa y decides IR a comprarlo en ESE MOMENTO. Igual con el libro, ir a ver la peli, etc.
Pero un concierto que YA ha pasado, ¿de qué sirve que alguien nos diga cómo fue?
Un tema aparte son los conciertos históricos, conciertos que marcan un antes y un después en la historia de la música o de una sociedad. Conciertos que, por otro lado, es muy difícil que hoy en día sucedan ya.
Porque, por mucho que nos haya gustado la última gira de Radiohead, cuando pasen los años, ese habrá sido un concierto más. Nuestro recuerdo será el que se encargue de decidir si ese fue el concierto de NUESTRA vida o no. Pero eso siempre será algo personal.
Mi opinión es que las críticas de conciertos no sirven para nada. Aún así, normalmente las leo. Supongo que intento encontrar algo extraordinario que pasó en ese concierto, alguna versión inesperada, una lipotimia del cantante, una caída, un gesto desagradable hacia el público, botellas volando. Es eso lo que espero leer en una crítica de concierto: botellas volando.
En fin, no sé, después de esta parrafada y sin regalar nada, estoy seguro de que nadie me va a postear.
Pero bueno, tenía ganas de planteároslo. Parecéis gente inteligente.
He dicho parecéis.
Lejos, lejísimos de esa cuestión, voy a plantear yo otra, unida simplemente a ésta por el tema musical. Más concretamente la crítica musical. Y mucho más concretamente la CRÍTICA DE CONCIERTOS.
La pregunta que lanzo es la siguiente: ¿sirve para algo la crítica de un concierto? Parémonos a pensar.
Por ejemplo, y me pongo a mí de ejemplo, el otro día leía la crítica en Rockdelux del concierto de Edan en el BAM.
En ella, el crítico lo deja como "el mejor concierto del festival". Bien, hasta ahí todo bien. Sabemos que el concierto de Edan estuvo muy bien, excelente según lo leído. Bien. Ahora, una vez sabemos esto, la pregunta es: ¿qué nos ha aportado esta información a nuestra vida?
Hay diferentes respuestas:
1) si no fuimos y no nos interesaba el concierto: nada;
2) si fuimos y nos pareció un gran concierto: simpatía por el crítico;
3) si fuimos y nos pareció una caca: desconfianza hacia ese crítico, y;
4) si no fuimos y queríamos haber ido (mi caso): odio hacia el crítico y, debido a su onda expansiva, odio hacia toda la gente que asistió. El odio variará en gran medida de lo bueno o malo que fue el concierto según el crítico.
En definitiva, estas son, a grandes rasgos, las reacciones ante una crítica de concierto.
Y ahora la pregunta vuelve a ser la misma que antes: ¿qué nos ha aportado esta información a nuestra vida? Aparte de admiración o repulsa hacia el crítico, poca cosa más.
Porque la crítica de una película, un disco, un libro, una exposición, son temas diferentes. Lees la crítica de un disco, (TU crítico, no uno cualquiera) te anima a comprarlo, crees que te puede llegar a gustar y entonces sales de casa y decides IR a comprarlo en ESE MOMENTO. Igual con el libro, ir a ver la peli, etc.
Pero un concierto que YA ha pasado, ¿de qué sirve que alguien nos diga cómo fue?
Un tema aparte son los conciertos históricos, conciertos que marcan un antes y un después en la historia de la música o de una sociedad. Conciertos que, por otro lado, es muy difícil que hoy en día sucedan ya.
Porque, por mucho que nos haya gustado la última gira de Radiohead, cuando pasen los años, ese habrá sido un concierto más. Nuestro recuerdo será el que se encargue de decidir si ese fue el concierto de NUESTRA vida o no. Pero eso siempre será algo personal.
Mi opinión es que las críticas de conciertos no sirven para nada. Aún así, normalmente las leo. Supongo que intento encontrar algo extraordinario que pasó en ese concierto, alguna versión inesperada, una lipotimia del cantante, una caída, un gesto desagradable hacia el público, botellas volando. Es eso lo que espero leer en una crítica de concierto: botellas volando.
En fin, no sé, después de esta parrafada y sin regalar nada, estoy seguro de que nadie me va a postear.
Pero bueno, tenía ganas de planteároslo. Parecéis gente inteligente.
He dicho parecéis.
viernes, noviembre 03, 2006
stop
Fin del coleccionable.
El próximo domingo 5 de Noviembre finalizará el plazo de demanda para todos aquellos que quieran una recopilación: la primera recopilación distribuida a través de un blog (esto no lo sé seguro pero queda bien ponerlo).
Recordad que es una edición limitada y numerada y que se os enviará por correo o a través de un intermediario ya que no me podéis ver la cara, no, no me podéis ver la cara, quizá no os lo había dicho antes pero así es, no me podéis ver, es una de las reglas de este juego y todo saldrá bien si seguimos las reglas, porque todos queremos que las cosas salgan bien, creo que sí, creo que todos queremos que las cosas salgan bien.
Así que todos aquellos que me hayáis visto la cara, haced una cosa: olvidadla.
No os será muy difícil. Yo ya lo he hecho.
Hoy estoy un poco resfriado, como podéis comprobar por el bajo nivel de oxígeno que me llega a la cabeza, y voy a acabar mi discurso después de la última frase.
Lo dicho, el mundo está fatal.
P.D.: Esta modesta entrada de este modesto blog está dedicada a El Roto, el dibujante que me hace sonreír y tragar saliva a la vez.
jueves, noviembre 02, 2006
miércoles, noviembre 01, 2006
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