Esta noche, tarde, después de que pase el camión de la basura, actualizaré. Así que mañana jueves ya habrá alguna que otra tontería más en el ciberespacio. Ahora mismo no tengo tiempo. Tengo que ir a vender el último de Andy y Lucas, nena, todas las tallas, que me lo quitan de las manos.
Por cierto, disco de culto.
Otro por cierto: abandoné "El gran Gatsby" en una cuneta. Le dije que ya pasaría. Ahora me estoy leyendo "Nunca me abandones" de Kazuo Ishiguro. Y "La fiesta del Chivo", pero sin pasión.
miércoles, febrero 28, 2007
domingo, febrero 25, 2007
goes to
Esta lista la elaboro a las 23:05, aproximadamente tres horas antes de que empiece la ceremonia de los Oscar. A ver los aciertos mañana.
MEJOR PELÍCULA
Infiltrados
MEJOR ACTOR PRINCIPAL
Forest Whitaker ("El último rey de Escocia")
MEJOR ACTRIZ PRINCIPAL
Helen Mirren ("The Queen")
MEJOR ACTOR SECUNDARIO
Alan Arkin (Pequeña Miss Sunshine)
MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA
Abigail Breslin (Pequeña Miss Sunshine)
MEJOR DIRECTOR
Martin Scorsese ("Infiltrados")
MEJOR PELÍCULA DE ANIMACIÓN
Cars
PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA
La vida de los otros
GUIÓN ORIGINAL
Guillermo Arriaga ("Babel")
GUIÓN ADAPTADO
Hijos de los hombres
MEJOR PELÍCULA
Infiltrados
MEJOR ACTOR PRINCIPAL
Forest Whitaker ("El último rey de Escocia")
MEJOR ACTRIZ PRINCIPAL
Helen Mirren ("The Queen")
MEJOR ACTOR SECUNDARIO
Alan Arkin (Pequeña Miss Sunshine)
MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA
Abigail Breslin (Pequeña Miss Sunshine)
MEJOR DIRECTOR
Martin Scorsese ("Infiltrados")
MEJOR PELÍCULA DE ANIMACIÓN
Cars
PELÍCULA DE HABLA NO INGLESA
La vida de los otros
GUIÓN ORIGINAL
Guillermo Arriaga ("Babel")
GUIÓN ADAPTADO
Hijos de los hombres
soad
System of a Down-"Lonely day", de su álbum "Hypnotize".
why?
Why?-"Rubber traits", de su álbum "Elephant eyelash".
sábado, febrero 24, 2007
y el suelo brilla
Os escribo desde el hospital. Esta noche, caminando de vuelta a casa, vi que un gato negro se me iba a cruzar. No soy muy supersticioso pero, para evitar que se me cruzara, bajé de la acera sin mirar. En ese momento pasaba un coche que me arroyó. Tengo varias costillas rotas y un fuerte golpe en la cabeza. Creo que perdí el conocimiento. Cuando lo recobré estaba tumbado boca arriba y a la primera persona que vi fue a mi hermana. Ella era la del coche. Estaba llorando y no paraba de tocarse el cuello. Ahora está en la cama de al lado, con un collarín y un pie fracturado. No sé quién ni de qué manera, pero alguien sin mucho tacto, llamó a mi madre y le dijo que estábamos en el hospital, que habíamos tenido un accidente. Mi madre tuvo una crisis nerviosa y ahora mismo está ingresada en la unidad de quemados ya que volcó sin querer la olla de sopa que estaba cocinando. Mi padre está bien. Ahora mismo está sentado en la silla, a mi izquierda, leyendo el último de Auster. Las enfermeras me han dicho que mañana ya estaré bien, que podré ir a trabajar, que es lo que yo quería, trabajar un sábado en un centro comercial. Si queréis pasar a verme, ya sabéis. Es un lugar precioso, con lámparas de palacio y todo, y Footlocker y H&M y Zara y el suelo brilla.
Bueno, mi hermana me pide por favor que deje de teclear, que le duele la cabeza. Le voy a hacer caso.
Cuidaos y, sobretodo, recordad: ser supersticioso trae mala suerte.
Bueno, mi hermana me pide por favor que deje de teclear, que le duele la cabeza. Le voy a hacer caso.
Cuidaos y, sobretodo, recordad: ser supersticioso trae mala suerte.
jueves, febrero 22, 2007
but i'm not too sure about that
En junio de 1978, el grupo neoyorkino The Cramps celebró un concierto en el Napa State Mental Hospital de California.
Filmado en VHS, la calidad de la imagen forma parte del bonito y bizarro experimento.
Un concierto donde la locura era la clara ganadora del encuentro, ya antes de empezar. Por eso subió y bajó del escenario, paseándose a sus anchas, lo iluminó todo, bailó, le gritó "fuck you" al mundo entero y, sobretodo, sonrió.
Un concierto que sirve para demostrar que, ante la música, todos estamos locos.
miércoles, febrero 21, 2007
cuore
Para todos aquellos a quienes os gusta leer la revista Cuore: ayer empecé a trabajar (mis músculos). Tengo que coger un autobús de ida y otro de vuelta. El de ida lo tengo que coger para llegar al trabajo, y el de vuelta lo tengo que coger para no quedarme allí. Mi trabajo es tan simple como esta explicación. Consiste en hacer algo mientras pienso en otras cosas.
Hoy miércoles saldré de casa a las 9:00 y llegaré a las 23:00. Durante ese período de tiempo, mi madre se sentirá orgullosa de mí y no llorará como cuando me veía tumbado en la cama a las 13:00. Ella no lee esto porque no le da la gana de encender un ordenador, pero quiero que sepa que a mí también me daban ganas de llorar. Y ahora me voy a dormir.
martes, febrero 20, 2007
domingo, febrero 18, 2007
extremadamente bonito
extrañamente bonito
(He decidido que la sección El vídeo del domingo tendrá dos partes: mañana y tarde. Ahora os dejo un vídeo y, por la tarde, otro. Estoy seguro que os parece una idea fantástica).
Aquí os dejo con un videoclip de Alias.
El tema se titula "Sixes last", de su álbum "Muted".
Me ha parecido extrañamente bonito.
sábado, febrero 17, 2007
la plaga (parte 2 de 2)
A las once, como cada noche hacía ya veinte días, el joven abrió la puerta de la granja y encendió la luz. Allí estaban, un centenar de ratas, esperando su comida. Se acercó a ellas con una bolsa de maíz y las ratas retrocedieron a la vez pero no se escondieron. Estaban nerviosas y él también: nunca había visto tantas ratas juntas. Abrió la bolsa y esparció el maíz por el suelo. Las ratas se abalanzaron a por la comida. Él siguió su ritual: apagó la luz, cerró la puerta y se fue. Y así fue pasando una semana en la que Pearson no le contó nada de esto al viejo McCullers.
La noche veinticinco, las ratas ya se le acercaban a los pies y él pudo agacharse y acariciarlas mientras esparcía el maíz. Cada noche eran más, no se atrevió a calcular cuántas podía llegar a haber.
El último día que Pearson se había fijado para acabar con la plaga amaneció con un sol radiante. Era domingo. El viejo McCullers estaba sentado en su mecedora, golpeando el suelo de madera con su bastón. “Jovencito, me parece que se le acaba el tiempo. Creo que hoy es su último día, ¿no? ¿Aún no ha desistido?”. Pearson sonrió y respondió con confianza “hoy es el día”. El viejo miró al horizonte y murmuró “jóvenes locos”.
Ya no quedaba maíz. Los cuatro kilos habían sido devorados en cuatro semanas por ese ejército de diablos.
Por la tarde, Pearson abrió el saco de veneno para comprobar su estado. Observó que los granos eran muy similares al maíz, casi del mismo tamaño, aunque no del mismo color.
A las once de la noche, el joven abrió la puerta del granero y encendió la luz. Miles de ratas alborotadas le estaban esperando. Él cargaba una pequeña carretilla donde llevaba el saco de veneno. Las ratas acudían a sus pies, él intentaba no pisarlas, a duras penas podía avanzar. Una vez en el centro de la granja miró a su alrededor: todo eran ratas. No se distinguían las paredes, ni mucho menos el suelo. Por las vigas del techo también oía corretear a cientos de ellas, algunas caían pero, amortiguadas por el resto, volvían a incorporarse y trepar de nuevo a las vigas. Estuvo quieto en medio de aquel granero durante unos minutos, observando la locura a su alrededor. Pearson acariciaba a una rata que había trepado hasta su hombro y olisqueaba su barba. La cogió entre sus manos y la depositó en el suelo. La rata desapareció entre las demás, como un grano de arena en el desierto. Abrió de nuevo el saco, introdujo sus manos en los granos de veneno y empezó a esparcirlos por toda la estancia. El veneno caía encima de las ratas y luego se perdía en el suelo donde era devorado. Era la imagen más atroz que Pearson había visto en su vida: ratas luchando por comer algo que las matará. Así debe ser el fin del mundo, pensó.
Cuando acabó de esparcir todo el saco de veneno, el joven realizó su ritual por última vez: dio media vuelta, apagó la luz, cerró la puerta del granero y se fue.
La noche veinticinco, las ratas ya se le acercaban a los pies y él pudo agacharse y acariciarlas mientras esparcía el maíz. Cada noche eran más, no se atrevió a calcular cuántas podía llegar a haber.
El último día que Pearson se había fijado para acabar con la plaga amaneció con un sol radiante. Era domingo. El viejo McCullers estaba sentado en su mecedora, golpeando el suelo de madera con su bastón. “Jovencito, me parece que se le acaba el tiempo. Creo que hoy es su último día, ¿no? ¿Aún no ha desistido?”. Pearson sonrió y respondió con confianza “hoy es el día”. El viejo miró al horizonte y murmuró “jóvenes locos”.
Ya no quedaba maíz. Los cuatro kilos habían sido devorados en cuatro semanas por ese ejército de diablos.
Por la tarde, Pearson abrió el saco de veneno para comprobar su estado. Observó que los granos eran muy similares al maíz, casi del mismo tamaño, aunque no del mismo color.
A las once de la noche, el joven abrió la puerta del granero y encendió la luz. Miles de ratas alborotadas le estaban esperando. Él cargaba una pequeña carretilla donde llevaba el saco de veneno. Las ratas acudían a sus pies, él intentaba no pisarlas, a duras penas podía avanzar. Una vez en el centro de la granja miró a su alrededor: todo eran ratas. No se distinguían las paredes, ni mucho menos el suelo. Por las vigas del techo también oía corretear a cientos de ellas, algunas caían pero, amortiguadas por el resto, volvían a incorporarse y trepar de nuevo a las vigas. Estuvo quieto en medio de aquel granero durante unos minutos, observando la locura a su alrededor. Pearson acariciaba a una rata que había trepado hasta su hombro y olisqueaba su barba. La cogió entre sus manos y la depositó en el suelo. La rata desapareció entre las demás, como un grano de arena en el desierto. Abrió de nuevo el saco, introdujo sus manos en los granos de veneno y empezó a esparcirlos por toda la estancia. El veneno caía encima de las ratas y luego se perdía en el suelo donde era devorado. Era la imagen más atroz que Pearson había visto en su vida: ratas luchando por comer algo que las matará. Así debe ser el fin del mundo, pensó.
Cuando acabó de esparcir todo el saco de veneno, el joven realizó su ritual por última vez: dio media vuelta, apagó la luz, cerró la puerta del granero y se fue.
viernes, febrero 16, 2007
la plaga (parte 1 de 2)
Los hechos sucedieron a finales de 1954, en una granja de Blairstown. Aquel había sido un mal año para el viejo McCullers debido a una plaga de ratas. Nadie recordaba algo parecido, ni siquiera el abuelo Sam, que decía haberlo vivido todo en esta vida. Las ratas habían acabado con cosechas enteras y devoraban la comida de los animales, que morían de hambre. La desgracia había llegado en forma de plaga bíblica a este pequeño pueblo del sur de Kansas. Los pocos habitantes que quedaban emigraron a la capital en busca de una nueva vida, dejando sus casas y granjas, ya vacías.
Todos excepto el viejo McCullers, el viejo solitario McCullers, sin nadie que le esperase, a ningún sitio a donde ir. Con una docena de gallinas aún vivas y una vaca que sobrevivía nadie sabe cómo, el viejo malvivía en su granja, maldiciendo a las ratas y a la soledad de aquel pueblo fantasma.
Una madrugada, huyendo de unos bandidos que lo confundieron, el joven médico Pearson golpeó insistentemente a la puerta de McCullers. El viejo abrió, escopeta en mano. El joven le explicó la situación y le pidió cobijo. A cambio, le ofreció unas monedas de oro que guardaba en sus botas. El viejo le dejó pasar. A la mañana siguiente, Pearson le agradeció a McCullers su hospitalidad mientras el viejo gruñía un no hay de qué que se mezcló con el polvo y la madera de la vieja casa. El joven se extrañó de que sólo viviese él en aquel pueblo y entonces el viejo le explicó lo sucedido mientras comían un mendrugo y un huevo. Cuando McCullers acabó de contarle la historia a Pearson, éste le dijo “sé cómo acabar con ellas”. El viejo se rió más de lo que se había reído en los últimos veinte años. Mientras, el joven médico lo miraba extrañado, impaciente por que aquel viejo acabase ya de reírse de algo que no hacía tanta gracia. “Señor McCullers, en treinta días habré acabado con todas las ratas. Dice usted que son más de un millar, bien, sólo necesitaré cinco kilos de maíz y un kilo de veneno. Sé dónde conseguirlo, no se preocupe, déjemelo todo a mí”. El viejo no paraba de reírse. “¿Veneno?. ¡Es verdad! ¡Nadie ha intentado eso todavía, muy avispado es usted!. ¡Venga jovencito, no quiero perder el tiempo! ¿Usted cree que esas ratas son tontas? Le pueden leer a uno el pensamiento, chico, conocen el veneno como a sus crías. ¿Saben lo que hacen esos demonios? Son como un ejército de diablos, las crías más jóvenes son las primeras que salen a comer lo que sea. Si esa cría muere, el resto sabe que aquello era veneno. Ya se lo he dicho, jovencito, no me haga perder el tiempo y no lo pierda usted. No hay nada que hacer”.
Esa misma tarde, Pearson caminó hasta Garden City para comprar los cinco kilos de maíz y el kilo de veneno. El joven volvió al anochecer. El viejo le indicó donde estaba el granero y se fue a dormir. Pearson cogió un buen montón de maíz y se dirigió hacia allí. Cuando abrió la puerta y encendió la luz, pudo ver como centenares de ratas corrían a esconderse y desaparecían como sombras en la noche. El joven caminó unos pasos hacia dentro y esparció por el suelo el maíz que llevaba. Dio media vuelta, apagó la luz, cerró la puerta y se fue. Miró su reloj, eran las once de la noche.
Y así fueron pasando los días. Por la mañana, antes de nada, Pearson se acercaba al viejo granero para confirmar que las ratas se hubiesen comido todo el maíz, luego barría y limpiaba la vieja casa y ayudaba al viejo en las pocas tareas que podía realizar. Por la tarde jugaban a las cartas y por la noche, siempre a la misma hora, el joven esparcía un buen puñado de maíz dentro de la granja.
Pasaron dos semanas y el viejo empezó a impacientarse. “No creo que el maíz las mate algún día. Debería probar ya con el veneno”. El joven Pearson le pidió que no se preocupase, que él sabía lo que estaba haciendo. Aunque tratándose de ratas, el comportamiento era siempre imprevisible, pensó.
Pero una noche sucedió lo que Pearson estaba esperando.
Todos excepto el viejo McCullers, el viejo solitario McCullers, sin nadie que le esperase, a ningún sitio a donde ir. Con una docena de gallinas aún vivas y una vaca que sobrevivía nadie sabe cómo, el viejo malvivía en su granja, maldiciendo a las ratas y a la soledad de aquel pueblo fantasma.
Una madrugada, huyendo de unos bandidos que lo confundieron, el joven médico Pearson golpeó insistentemente a la puerta de McCullers. El viejo abrió, escopeta en mano. El joven le explicó la situación y le pidió cobijo. A cambio, le ofreció unas monedas de oro que guardaba en sus botas. El viejo le dejó pasar. A la mañana siguiente, Pearson le agradeció a McCullers su hospitalidad mientras el viejo gruñía un no hay de qué que se mezcló con el polvo y la madera de la vieja casa. El joven se extrañó de que sólo viviese él en aquel pueblo y entonces el viejo le explicó lo sucedido mientras comían un mendrugo y un huevo. Cuando McCullers acabó de contarle la historia a Pearson, éste le dijo “sé cómo acabar con ellas”. El viejo se rió más de lo que se había reído en los últimos veinte años. Mientras, el joven médico lo miraba extrañado, impaciente por que aquel viejo acabase ya de reírse de algo que no hacía tanta gracia. “Señor McCullers, en treinta días habré acabado con todas las ratas. Dice usted que son más de un millar, bien, sólo necesitaré cinco kilos de maíz y un kilo de veneno. Sé dónde conseguirlo, no se preocupe, déjemelo todo a mí”. El viejo no paraba de reírse. “¿Veneno?. ¡Es verdad! ¡Nadie ha intentado eso todavía, muy avispado es usted!. ¡Venga jovencito, no quiero perder el tiempo! ¿Usted cree que esas ratas son tontas? Le pueden leer a uno el pensamiento, chico, conocen el veneno como a sus crías. ¿Saben lo que hacen esos demonios? Son como un ejército de diablos, las crías más jóvenes son las primeras que salen a comer lo que sea. Si esa cría muere, el resto sabe que aquello era veneno. Ya se lo he dicho, jovencito, no me haga perder el tiempo y no lo pierda usted. No hay nada que hacer”.
Esa misma tarde, Pearson caminó hasta Garden City para comprar los cinco kilos de maíz y el kilo de veneno. El joven volvió al anochecer. El viejo le indicó donde estaba el granero y se fue a dormir. Pearson cogió un buen montón de maíz y se dirigió hacia allí. Cuando abrió la puerta y encendió la luz, pudo ver como centenares de ratas corrían a esconderse y desaparecían como sombras en la noche. El joven caminó unos pasos hacia dentro y esparció por el suelo el maíz que llevaba. Dio media vuelta, apagó la luz, cerró la puerta y se fue. Miró su reloj, eran las once de la noche.
Y así fueron pasando los días. Por la mañana, antes de nada, Pearson se acercaba al viejo granero para confirmar que las ratas se hubiesen comido todo el maíz, luego barría y limpiaba la vieja casa y ayudaba al viejo en las pocas tareas que podía realizar. Por la tarde jugaban a las cartas y por la noche, siempre a la misma hora, el joven esparcía un buen puñado de maíz dentro de la granja.
Pasaron dos semanas y el viejo empezó a impacientarse. “No creo que el maíz las mate algún día. Debería probar ya con el veneno”. El joven Pearson le pidió que no se preocupase, que él sabía lo que estaba haciendo. Aunque tratándose de ratas, el comportamiento era siempre imprevisible, pensó.
Pero una noche sucedió lo que Pearson estaba esperando.
globos de agua
Cuando me conociste estaba perdido. Era la lágrima de un niño aprendiendo a nadar. Ahora no quiero oír una palabra. No quiero que me digas te quiero. Ahora no necesito que me lo digas, ahora no quiero oírlo, joder. Antes sí, claro, pero ahora ya no hace falta. Porque no sirve de nada. Porque no sirve de nada, te he dicho. Ahora quiero que pises mis dedos como si fueran globos de agua que quisieras reventar. Así es como me siento, qué quieres que te diga. Y no hace falta que empieces a llorar, joder. Con un perdedor en la mesa basta. Pásame el cuchillo.
jueves, febrero 15, 2007
poeta de la imagen
Esta foto la hizo mi padre durante el último viaje (¿lisérgico?) a NYC.
La acabo de encontrar mientras perdía el tiempo en el iPhoto y me ha parecido lo bastante buena como para compartirla.
Recordad, lo importante no es lo que represente la imagen sino la intención del artista.
Mi padre es un poeta de la imagen.
tu novi@
Algunas frases sueltas (vol.8):
El otro día iba caminado por la calle y me crucé con un chico que llevaba una camiseta negra en la que ponía: Tu novi@ también mira porno.
Estoy en una fase oscura escuchando todo Angels of light, sobretodo el "How I loved you", y Swans, "The great annhilator". Discos que tenía olvidados, por miedo a que me gustasen demasiado.
Me tengo que leer "La fiesta del Chivo" de Vargas Llosa. Ya sé que esto os importa mucho, por eso os lo digo.
Esta noche veré "Hasta que llegó su hora", una peli de Sergio Leone. "El ritmo de la película pretendía crear la sensación de los últimos jadeos que da una persona justo antes de morir". No me digáis que no os han entrado ganas de verla.
Nada más por hoy.
El otro día iba caminado por la calle y me crucé con un chico que llevaba una camiseta negra en la que ponía: Tu novi@ también mira porno.
Estoy en una fase oscura escuchando todo Angels of light, sobretodo el "How I loved you", y Swans, "The great annhilator". Discos que tenía olvidados, por miedo a que me gustasen demasiado.
Me tengo que leer "La fiesta del Chivo" de Vargas Llosa. Ya sé que esto os importa mucho, por eso os lo digo.
Esta noche veré "Hasta que llegó su hora", una peli de Sergio Leone. "El ritmo de la película pretendía crear la sensación de los últimos jadeos que da una persona justo antes de morir". No me digáis que no os han entrado ganas de verla.
Nada más por hoy.
miércoles, febrero 14, 2007
my kid could paint that
Leo en La Vanguardia de hoy (pág. 36): “Marla Olmstead, de siete años, ha vendido cuadros por hasta un cuarto de millón de dólares; un documental cuestiona ahora sus debilidades”.
El mes pasado se estrenó en el festival de Sundance un documental titulado "My kid could paint that” (Mi hijo podría pintar eso). En él se cuestiona el arte que hay encerrado en los cuadros que pinta desde los dos años una niña llamada Marla Olmstead y que, a este paso, retirará a su padre, a su madre y a los hijos que aún no tiene.
Todo empieza cuando un día, el padre de Marla le deja unos pinceles y un lienzo en el suelo para que pinte. La niña pinta. Y los niños y niñas de dos, tres años, pintan garabatos. No hay más. Y esos garabatos significan algo para la niña o el niño en cuestión: por ejemplo, esa redonda grande y gris es el padre con su traje, al lado una redonda roja es la madre con su vestido nuevo, y arriba una redonda amarilla que es…todos juntos: el sol, claro. Cuando la niña ya ha ensuciado bastante la casa de los Olmstead, el padre le enseña los cuadros (de garabatos) a un galerista, que se interesa por ellos y los expone en su galería. La niña ya tenía cuatro años. La muestra tiene una gran cobertura en diferentes medios de comunicación y el precio de los cuadros se empieza a disparar. Algunos superan los 250.000$. Recordemos que son garabatos pintados por una niña de tres años. Se la empieza a comparar con Pollock, Kandinsky y Klee y aparecen unos fans, cristianos evangélicos, que ven la presencia de Dios en una mancha amarilla. Glups. Bueno, tampoco es tan descabellado, Dios está en todas partes. Por suerte aparece por ahí un crítico de arte para poner las cosas en su sitio, diciendo algo realmente importante, no para este caso en concreto, sino para analizar obras de arte en general, a lo largo de toda la historia: “El chiste de que un niño podría haber hecho un Pollock no capta la verdadera importancia de Pollock, que era la subversión de la pintura moderna”. Es decir, que es más importante lo que quiere decir el autor, que el cuadro en sí. Que luego el cuadro te guste más o menos, ya es otro tema. Pero lo importante es la intención del autor. Y si le preguntasen a Marla cuál era su intención, seguramente no sabría ni de qué le estamos hablando. Como mucho, divertirse, experimentar, que es lo que hace un niño de tres años si le das una brocha, pintura y un lienzo. Pero no reflejar el vacío existencial de la sociedad actual, el dolor de una guerra, la amargura de la soledad o “El sueño de Pollock”, como llegó a titular su padre uno de los cuadros. Más que nada, porque un niño no piensa en abstracto. Si a un niño de tres años que está pintando, con lápices de colores, con lo que sea, te acercas y le preguntas ¿qué pintas?, es muy poco probable que te diga “la angustia”.
El documental también muestra el proceso de creación de esas obras y deja entrever que el padre guía a la niña mientras pinta. Según un experto en desarrollo infantil: “Si dejamos a Marla que pinte sola, hace lo mismo que los niños de su edad”. Y creo que aquí se acaba el tema.
De todas formas, Marla, sus padres, siguen embolsándose grandes cantidades de dinero mientras venden las pinceladas de su niña, que ahora ya tiene siete años.
Yo en su caso haría lo mismo.
Hay que aprovechar esta era del vacío como sea.
P.D.: A todos aquellos que tengáis hijos pequeños, tomad nota:
Podéis visitar su web y ver a Marla creando.
El piano de fondo le da mucho más sentimiento al asunto, sin duda.
El mes pasado se estrenó en el festival de Sundance un documental titulado "My kid could paint that” (Mi hijo podría pintar eso). En él se cuestiona el arte que hay encerrado en los cuadros que pinta desde los dos años una niña llamada Marla Olmstead y que, a este paso, retirará a su padre, a su madre y a los hijos que aún no tiene.
Todo empieza cuando un día, el padre de Marla le deja unos pinceles y un lienzo en el suelo para que pinte. La niña pinta. Y los niños y niñas de dos, tres años, pintan garabatos. No hay más. Y esos garabatos significan algo para la niña o el niño en cuestión: por ejemplo, esa redonda grande y gris es el padre con su traje, al lado una redonda roja es la madre con su vestido nuevo, y arriba una redonda amarilla que es…todos juntos: el sol, claro. Cuando la niña ya ha ensuciado bastante la casa de los Olmstead, el padre le enseña los cuadros (de garabatos) a un galerista, que se interesa por ellos y los expone en su galería. La niña ya tenía cuatro años. La muestra tiene una gran cobertura en diferentes medios de comunicación y el precio de los cuadros se empieza a disparar. Algunos superan los 250.000$. Recordemos que son garabatos pintados por una niña de tres años. Se la empieza a comparar con Pollock, Kandinsky y Klee y aparecen unos fans, cristianos evangélicos, que ven la presencia de Dios en una mancha amarilla. Glups. Bueno, tampoco es tan descabellado, Dios está en todas partes. Por suerte aparece por ahí un crítico de arte para poner las cosas en su sitio, diciendo algo realmente importante, no para este caso en concreto, sino para analizar obras de arte en general, a lo largo de toda la historia: “El chiste de que un niño podría haber hecho un Pollock no capta la verdadera importancia de Pollock, que era la subversión de la pintura moderna”. Es decir, que es más importante lo que quiere decir el autor, que el cuadro en sí. Que luego el cuadro te guste más o menos, ya es otro tema. Pero lo importante es la intención del autor. Y si le preguntasen a Marla cuál era su intención, seguramente no sabría ni de qué le estamos hablando. Como mucho, divertirse, experimentar, que es lo que hace un niño de tres años si le das una brocha, pintura y un lienzo. Pero no reflejar el vacío existencial de la sociedad actual, el dolor de una guerra, la amargura de la soledad o “El sueño de Pollock”, como llegó a titular su padre uno de los cuadros. Más que nada, porque un niño no piensa en abstracto. Si a un niño de tres años que está pintando, con lápices de colores, con lo que sea, te acercas y le preguntas ¿qué pintas?, es muy poco probable que te diga “la angustia”.
El documental también muestra el proceso de creación de esas obras y deja entrever que el padre guía a la niña mientras pinta. Según un experto en desarrollo infantil: “Si dejamos a Marla que pinte sola, hace lo mismo que los niños de su edad”. Y creo que aquí se acaba el tema.
De todas formas, Marla, sus padres, siguen embolsándose grandes cantidades de dinero mientras venden las pinceladas de su niña, que ahora ya tiene siete años.
Yo en su caso haría lo mismo.
Hay que aprovechar esta era del vacío como sea.
P.D.: A todos aquellos que tengáis hijos pequeños, tomad nota:
Podéis visitar su web y ver a Marla creando.
El piano de fondo le da mucho más sentimiento al asunto, sin duda.
humo por la boca
No sé a qué temperatura hemos estado pero, si hoy me despierto de un coma, digo que es 20 de julio.
Las estaciones han desaparecido.
Nuestros nietos nos pedirán que les contemos otra vez esa historia de cuando nos salía humo por la boca. El invierno durará tan poco como una noche. "Cuando amanezca, ya me habré ido". Será una nueva adivinanza. Y esa noche será la noche más esperada, en la que todo el mundo salga a la calle de madrugada, sobretodo los niños, y todos se abrazarán de frío, y todos tiritarán por primera vez, y todos los niños aullarán en silencio para comprobar que era verdad lo que les contamos algún día.
Las estaciones han desaparecido.
Nuestros nietos nos pedirán que les contemos otra vez esa historia de cuando nos salía humo por la boca. El invierno durará tan poco como una noche. "Cuando amanezca, ya me habré ido". Será una nueva adivinanza. Y esa noche será la noche más esperada, en la que todo el mundo salga a la calle de madrugada, sobretodo los niños, y todos se abrazarán de frío, y todos tiritarán por primera vez, y todos los niños aullarán en silencio para comprobar que era verdad lo que les contamos algún día.
martes, febrero 13, 2007
entonces vino el metro
El andén de la estación de metro está lleno de chicles pegados, lo sabes, pues el otro día vi a un niño que se arrodillaba y empezaba a lamer uno de eso chicles. Joder, no puedes ni imaginar lo asqueroso de la imagen. Y la cara de placer del niño, entornando los ojos y todo, joder. Y su madre estaba al lado, te lo juro que es verdad, su madre al lado hablando como una puta cotorra con una amiga mientras su hijo le daba lengüetazos a un chicle pegado en el suelo. Y la puta amiga se dio cuenta de lo que estaba haciendo el niño y lo miró como quien mira a una rata comiéndose a sus crías. Y no le dijo nada a la madre, joder, que es verdad, por qué me lo iba a inventar. Entonces vino el metro, el niño se levantó, se sacudió las rodillas y le dio la mano a su madre para entrar en el vagón.
domingo, febrero 11, 2007
los que se atreven
Empieza aquí un nuevo coleccionable titulado "El vídeo del domingo".
Se tratará de una serie indefinida de vídeos de cualquier tipo, principalmente musicales, que me parezcan interesantes. La idea es bastante simple, como podéis comprobar. No me pidáis mucho un domingo después de comer.
Einstürzende Neubaten son los que se atreven a inaugurar esta arriesgada sección.
El videoclip corresponde a la canción "Sabrina", del álbum "Silence is sexy".
sábado, febrero 10, 2007
que parecen abandonar
Y para esta última parte del cuadro, o primera, utilizaremos otro tema utilizado por Kubrick en una de sus pelis, "2001: Una odisea del espacio": "Así habló Zaratustra" de Richard Strauss.
El espectador debe empezar el visionado de la obra por la parte más baja, allí donde están los monstruos que salen del lago. Es muy importante mantener un ritmo pausado de la respiración durante todo el visionado. Irá subiendo la vista muy lentamente para que, en el segundo 0:30, sus ojos estén en los pies de Adán y Eva, en el 0:50 a la altura de sus caras, y en el 1:10 se haya alcanzado la cara de Dios. La vista continuará ascendiendo por la pintura hasta llegar a la explosión final, 1:32, cuando el espectador debe dejarse llevar por las aves que parecen abandonar el Edén por la parte superior izquierda de la pintura. Si el experimento se realiza con precisión, numerosos expertos han confirmado una notable mejoría en el sistema cardiorespiratorio de los asistentes.
encontrarse dibujado
Para esta parte del cuadro, la central, utilizaremos la siguiente canción: "Midnight, the stars and you" de The Ray Noble Band with Al Bowly. Forma parte de otra película de Kubrick, "El resplandor".
Es el último tema del film y, de la misma forma que pasa en la peli, el espectador irá acercando la vista a la pintura hasta encontrarse dibujado. En el caso de que el experimento se realice con éxito, la canción debe proporcionar al espectador una angustiosa sensación de felicidad. Numerosos expertos afirman que todos estamos dibujados en ese jardín. Aunque mucha gente no suele encontrarse y sale decepcionada de la sala. Eso pasa porque no estamos acostumbrados a buscarnos.
hace disminuir
(Este cuadro estará separado en tres entradas. Empiezo por la parte final del mismo).
Seguid los siguientes pasos:
1- Buscad este tema: "Musica Ricercata, II" de György Ligeti. Pertenece a la banda sonora original de "Eyes Wide Shut".
2- Una vez lo hayáis encontrado, no lo escuchéis hasta que se os indique en el último punto.
3- Comprad un billete para Madrid.
4- Haced la maleta y, sobretodo, no os olvidéis llevaros la canción con vosotros.
5- Una vez en Madrid, dirigíos al Museo del Prado y buscad el cuadro "El jardín de las delicias" de El Bosco.
6- Ya delante del cuadro, escuchad los 4:17 minutos de canción. Sumergíos en esa parte del cuadro, escuchad el martillo en la cuerda, sentid el frío del infierno hasta que vuestros dientes castañeen tanto que el personal de seguridad os tenga que invitar a abandonar la sala. Numerosos expertos aseguran que este experimento hace disminuir unos 12ºC la temperatura de la sala.
viernes, febrero 09, 2007
miércoles, febrero 07, 2007
de por medio
Bueno, ya estoy, ha sido rápido y sin dolor. Aquí os dejo el ejercicio que entregaré hoy. Como dije hace dos entradas, se trataba de un monólogo interior, los pensamientos de una persona reflejados de una manera más o menos coherente, sin narrador de por medio.
No, señora, se espera que estaba yo antes, listilla, encima no me mire con esa cara, sí, sí, muy bien, lo que usted diga, anda, cállese. Joder con la gente, vaya día de mierda. Si no es una cosa es otra, pero tranquilo que vas a acabar jodido el día, no te preocupes. A ver si llego a casa ya, bueno, cuando al tren le dé la gana. Pero, ¿cuánto llevamos parados en este túnel? Y aquí nadie se queja, leyendo sus periódicos de mierda, hablando por el móvil, la gente pasa de todo, bueno, yo también, joder, será que yo hago mucho, vaya mierda. Y ahora a ver qué me tiene que decir mi madre, qué coño habrá pasado, tanto misterio. Estoy un poquito harto de todo. Quiero irme, quiero irme de aquí, ¿no existe un sitio sin problemas? Sí, segurísimo, ahí está, esperándome, para mi solito, anda, no te quejes que no vives tan mal, piensa en, ahora éste qué quiere, no, no, que no, si no tengo ni para mi, joder. Bueno, ya nos movemos, menos mal, no quiero ni mirar el reloj, para qué. Puta música, ¿no se puede poner más fuerte? Joder, y luego venga anuncios, sí, sí, si mi vida fuese como en un anuncio no me quejaría, joder, ya habría llegado a casa con mi nuevo Renault, un Cocker Spaniel de pelo brillante me habría venido a saludar y yo le hubiese acariciado la cabeza a cámara lenta y ahora estaría follándome a mi mujer que sería una modelo de lencería que me pediría su opinión mientras suena nuestro equipo Dolby Surround de los cojones. Estaría bien. Joder, otra vez parados, mierda. “Salida de emergencia”. Media hora ya, ostia, voy más rápido andando, no puede ser, joder, cada día lo mismo. Ahora quién me llama. Julián. Pues ahora no tengo ganas de hablar. Qué querrá el pesado, si acabamos de hablar ahora mismo, joder, típica tontería de niñato, seguro, cómo se nota que el móvil no lo pagas tú. Otra vez, que no. Bueno, ya nos movemos, no sé ni por dónde vamos, a ver, dos paradas aún, joder. ¿Y ésta de qué va disfrazada? Pero si debe tener nueve años, esto es la MTV de los cojones, qué coño la MTV, los padres, joder, qué mal, pero adónde vamos a llegar, ¿y en carnaval de qué te vas a disfrazar?, o a lo mejor soy yo que soy un raro, porque aquí parece que a nadie le ha impresionado la ninfa de los cojones, seré yo, o será este vagón que me ha tocado hoy, lleno de monstruos de feria. Será de todo un poco. ¿Otra vez?, ¿y este número?, paso, ya dejará algo en el contestador si es importante. Mensaje, joder, puedo pasarme días sin recibir llamadas y hoy se acuerda de mi todo el mundo. Mama. A ver qué dice. “Intenta no llegar muy tarde para hablar de lo que te dije”. Siempre tan expresiva, mamá, joder. Para hablar de lo que te dije, dice, pues no sé qué coño me dijiste. Pero bueno, paso de pensar, así de claro, qué quieres que te diga, siempre con sus problemas y con sus historias, parece que soy el único hijo que tiene, joder. Bueno, ya llegamos, ya era hora, joder, venga pase, sí, pase, pase. Bien, lloviendo.
No, señora, se espera que estaba yo antes, listilla, encima no me mire con esa cara, sí, sí, muy bien, lo que usted diga, anda, cállese. Joder con la gente, vaya día de mierda. Si no es una cosa es otra, pero tranquilo que vas a acabar jodido el día, no te preocupes. A ver si llego a casa ya, bueno, cuando al tren le dé la gana. Pero, ¿cuánto llevamos parados en este túnel? Y aquí nadie se queja, leyendo sus periódicos de mierda, hablando por el móvil, la gente pasa de todo, bueno, yo también, joder, será que yo hago mucho, vaya mierda. Y ahora a ver qué me tiene que decir mi madre, qué coño habrá pasado, tanto misterio. Estoy un poquito harto de todo. Quiero irme, quiero irme de aquí, ¿no existe un sitio sin problemas? Sí, segurísimo, ahí está, esperándome, para mi solito, anda, no te quejes que no vives tan mal, piensa en, ahora éste qué quiere, no, no, que no, si no tengo ni para mi, joder. Bueno, ya nos movemos, menos mal, no quiero ni mirar el reloj, para qué. Puta música, ¿no se puede poner más fuerte? Joder, y luego venga anuncios, sí, sí, si mi vida fuese como en un anuncio no me quejaría, joder, ya habría llegado a casa con mi nuevo Renault, un Cocker Spaniel de pelo brillante me habría venido a saludar y yo le hubiese acariciado la cabeza a cámara lenta y ahora estaría follándome a mi mujer que sería una modelo de lencería que me pediría su opinión mientras suena nuestro equipo Dolby Surround de los cojones. Estaría bien. Joder, otra vez parados, mierda. “Salida de emergencia”. Media hora ya, ostia, voy más rápido andando, no puede ser, joder, cada día lo mismo. Ahora quién me llama. Julián. Pues ahora no tengo ganas de hablar. Qué querrá el pesado, si acabamos de hablar ahora mismo, joder, típica tontería de niñato, seguro, cómo se nota que el móvil no lo pagas tú. Otra vez, que no. Bueno, ya nos movemos, no sé ni por dónde vamos, a ver, dos paradas aún, joder. ¿Y ésta de qué va disfrazada? Pero si debe tener nueve años, esto es la MTV de los cojones, qué coño la MTV, los padres, joder, qué mal, pero adónde vamos a llegar, ¿y en carnaval de qué te vas a disfrazar?, o a lo mejor soy yo que soy un raro, porque aquí parece que a nadie le ha impresionado la ninfa de los cojones, seré yo, o será este vagón que me ha tocado hoy, lleno de monstruos de feria. Será de todo un poco. ¿Otra vez?, ¿y este número?, paso, ya dejará algo en el contestador si es importante. Mensaje, joder, puedo pasarme días sin recibir llamadas y hoy se acuerda de mi todo el mundo. Mama. A ver qué dice. “Intenta no llegar muy tarde para hablar de lo que te dije”. Siempre tan expresiva, mamá, joder. Para hablar de lo que te dije, dice, pues no sé qué coño me dijiste. Pero bueno, paso de pensar, así de claro, qué quieres que te diga, siempre con sus problemas y con sus historias, parece que soy el único hijo que tiene, joder. Bueno, ya llegamos, ya era hora, joder, venga pase, sí, pase, pase. Bien, lloviendo.
martes, febrero 06, 2007
cabecita
Sigo vago. Veo esto en la revista Go de este mes. Me ha parecido bastante gracioso. No así el precio: 70$. Pero bueno, es una tontería innecesaria y, como tal, es preciso que sea cara. Podéis comprarlo sólo a través de su web y también observar las dimensiones de la cabecita.
kropserkel.com
con el primer
Estoy vago. Tengo que hacer los deberes para mañana pero no se me ocurre nada. Se trata de un monólogo interior. A simple vista es fácil, y eso es lo malo. Lo colgaré más tarde, supongo que de madrugada, cuando lo acabe.
Ahora os dejo con el primer vídeo que emitió la MTV. No podía llamarse de otra forma.
Por cierto, TE-MA-ZO.
Ahora os dejo con el primer vídeo que emitió la MTV. No podía llamarse de otra forma.
Por cierto, TE-MA-ZO.
lunes, febrero 05, 2007
de las que acaban bien
S. me habla de unos graciosos tráilers. Yo, como hoy no tengo ganas de escribir nada, aprovecho sus ideas para rellenar el hueco del lunes.
Si aún no habéis visto la peli "El resplandor" porque pensábais que era de terror y luego tendríais que dormir con la luz encendida como hago yo, tranquilos, mirad el tráiler, no sé quién os ha dicho eso pero siempre ha sido una peli familliar, de las que acaban bien.
P.D.: Hace un par de días, en una cena con unos amigos, dije: no pongo el recuadro del vídeo para clicar desde el blog porque no me gusta estéticamente.
domingo, febrero 04, 2007
como miel
Seguid los siguientes pasos:
1- Buscad este tema: "Mysteries" de Beth Gibbons & Rustin Man, dentro de su álbum "Out of season".
2- Una vez lo hayáis encontrado, no lo escuchéis hasta que se os indique en el último punto.
3- Comprad un billete para Viena.
4- Haced la maleta y, sobretodo, no os olvidéis llevaros la canción con vosotros.
5- Una vez en Viena, dirigíos a la Österreichische Galerie y buscad el cuadro "El beso" de Klimt.
6- Ya delante del cuadro, escuchad los 4:37 minutos de canción. Empezad a mirar el cuadro desde su punto más alto, desde la mano de ella, e id bajando muy lentamente la vista, no hace falta que observéis todos los detalles, lo importante es que vuestra mirada se deslice como miel por la pintura. Cuando acabe la canción, cerrad los ojos y escuchadla de nuevo, esta vez con los ojos cerrados. En este caso podéis sentaros en algún banco o silla dentro del museo. Numerosos expertos no han podido confirmar lo que sucede cuando la vuelves a escuchar con los ojos cerrados. Nadie ha querido hacer declaraciones hasta ahora. Nadie ha podido.
algo tan desconocido
Ocurrió de madrugada, alrededor de las cuatro. No, mejor, eran ya las ocho de la mañana cuando esto ocurrió. Ella estaba sola en casa y se despertó sobresaltada por un ruido proveniente de la cocina. Bueno, también estaba su hija de cinco años, que dormía en su habitación. Encendió la luz de la mesita y se levantó. Mejor aún, encendió la luz de la mesita, se incorporó en la cama y dejó que sus ojos se adaptasen a la claridad. No, no puede ser, ya eran las ocho y la luz entraba por la ventana de su habitación, esa ventana tan grande que daba al jardín. No, no tenían jardín, daba a un solar en el que unas excavadoras trabajaban día y noche buscando algo que nadie había querido saber qué era. Bueno, miento, sí que había gente que sabía lo que aquellas excavadoras estaban buscando, pero era gente que vivía a las afueras del pueblo, al final de la carretera, allí donde empezaba el bosque, era gente con la que nadie hablaba y pocas veces se dejaban ver por el pueblo, pero eso es ya otra historia. Se levantó de la cama, nerviosa, se puso la bata y fue hacia la cocina. No, no tan rápido, a ver, se levantó de la cama, eso sí, nerviosa, buscó su bata pero no la encontró, pensó que se la habría dejado en la habitación de su hija. Abrió la puerta de la habitación de su hija y allí estaba su bata, a los pies de la cama de su hija, que dormía plácidamente. No, mejor, allí estaba su hija, de pie, a oscuras, mirándola, sin sonreír, con su bata puesta, parecía mayor pero era ella. Se acercó asustada, le preguntó qué le pasaba y, al acercarse, vio que la niña guardaba algo en la mano derecha. No, no, cambio un poco, vamos a ver, la madre se asoma a la habitación de la niña, eso sí, pero ve la bata en el suelo y observa un bulto debajo de ésta, ahora mejor. Aunque se extraña, se acerca pensando que es su hija, que se levantó a media noche y se durmió allí, como atraída por el olor a mamá que desprendía la bata. Pero al acercarse a la bata observa que su hija duerme tranquilamente en la cama. Retrocede unos pasos y observa la bata y el bulto. Puede apreciar que se mueve ligeramente, como si aquello que fuera lo que estuviese debajo de su bata respirara. No, no, mejor, bueno, no mejor, diferente, la madre ve la bata y el bulto, piensa que es su hija, pero mira a la cama y la ve allí dormida. Se fija en el bulto pero ve que no se mueve. Se acerca un poco más y entonces su hija abre los ojos y la mira fijamente. La madre le pregunta qué es lo que pasa y la niña le dice que no se acerque ahí, que será mejor que no vea lo que hay debajo de su bata. No, mejor, a ver, cuando se acerca al bulto, la niña se despierta de repente y mira a su madre como si no la conociera. La madre le pregunta qué ocurre, que si estaba soñando, y la niña le pregunta que quién es. La madre se acerca para tranquilizarla y decirle soy mamá pero la niña salta de la cama y sale corriendo de la habitación en dirección a la cocina. Bueno, mejor aún, la niña sale corriendo de la habitación en dirección a la cocina y, al salir, cierra la puerta y gira la llave dejando a su madre encerrada. Ella le grita abre la puerta pero la niña no le hace caso. La madre sigue llamando a su hija y golpeando la puerta. Enciende la luz. Empieza a tener frío. No, no, es agosto, y es uno de los días más calurosos del año, la madre empieza a sudar. Quiere abrir la ventana pero no se atreve a pasar por encima del bulto. Lo vuelve a observar y confirma que no se mueve. Bueno, mejor sí, lo vuelve a observar y observa que el bulto empieza a moverse y a emitir unos sonidos guturales muy débiles. No, sonidos guturales no, la madre oye como si el bulto le susurrase algo, pero no logra comprender qué dice. Está sudando, la ventana sigue cerrada y la persiana bajada. Se quiere acercar para ver si logra entender alguna palabra, si es que son palabras lo que emite el bulto. Afuera oye a su hija gritar asustada. Intenta con todas sus fuerzas abrir la puerta, golpea con toda su rabia la puerta mientras grita el nombre de su hija y empieza a llorar desconsolada. Su hija deja de gritar. No, mejor, su hija continúa gritando. Oye abrirse la puerta de casa y, al cabo de tres segundos, cerrarse. El grito de la niña sale de casa y se difumina en el calor de la mañana. La madre sigue gritando y llorando desconsolada. No, ahora sólo grita y pide socorro. No, bueno, a ver, la madre oye que su hija habla con alguien en la cocina aunque no puede distinguir las palabras ni la persona que habla con ella. La madre golpea la puerta y grita que la dejen salir pero sólo escucha las risas de su hija y de la persona que habla con ella. Después de casi una hora, agotada, apoya su espalda en la puerta y se deja resbalar hasta sentarse en el suelo.
Mira el reloj, ya son las diez de la mañana. Vuelve a mirar el bulto, que sigue moviéndose tenuemente. Ahora ya no emite ningún sonido. Pasan las horas. La madre se tumba en la cama, abatida, sin saber muy bien lo que está pasando.
Mira el bulto, mira su bata.
Algo tan desconocido debajo de algo tan familiar.
Eso es el terror.
Mira el reloj, ya son las diez de la mañana. Vuelve a mirar el bulto, que sigue moviéndose tenuemente. Ahora ya no emite ningún sonido. Pasan las horas. La madre se tumba en la cama, abatida, sin saber muy bien lo que está pasando.
Mira el bulto, mira su bata.
Algo tan desconocido debajo de algo tan familiar.
Eso es el terror.
sábado, febrero 03, 2007
j.d.salinger
"What I have to do, I have to catch everybody if they start to go over the cliff— I mean if they’re running and they don’t look where they’re going I have to come out from somewhere and catch them. That’s all I’d do all day. I’d just be the catcher in the rye and all."
jueves, febrero 01, 2007
a la mierda el azul del cielo
Hoy he ido a una zona industrial a cobrar el finiquito.
Dicho así, esta frase podría ser el diálogo de un personaje de Los Soprano, serie que, por cierto, no he visto nunca y de la que sólo he oído alabanzas. ¿Por qué no he visto nunca Los Soprano? Pues no lo sé, pero creo que siento una especie de aburrimiento ya cuando aparece el anuncio en tv. No conecté nunca con ella. Prefiero ver por sexta vez “Uno de los nuestros”.
Una zona industrial es eso, nada más, una zona industrial, aquí y en Ohio. Una zona industrial suele ser un lugar gris, triste, cuadrado, vacío, monótono, el último lugar donde irías a pasear si quieres enamorar a alguien. Pero sobretodo, una zona industrial es un lugar sin muchos puntos de referencia. Llamo en busca de ayuda. “Oye, que estoy aquí ya, en la zona industrial, pero no sé muy bien hacia dónde están las oficinas”. “Vale, a ver, ¿estás cerca de un edificio gris?”. Y ahí sentí que se acababa la conversación, porque no tenía ganas de contestar gritando ¡no hay un edificio que no sea gris!, ¡todo es gris!, ¡incluso los coches que pasan!, ¡y yo!, ¡yo también, ya se me están poniendo las manos grises, joder!”. Pero no, la conversación dio un giro inesperado y resultó ser un éxito en lo que a efectividad se refiere. A mi, como soy un peliculero, me hubiese gustado que fuera así: “Diego, haz una cosa, pon la mano derecha sobre tu pecho y espera a que el corazón te diga hacia dónde tienes que dirigirte”, o “Diego, mira al cielo, es una día soleado, ¿verdad?, el azul del cielo es impresionante hoy, ¿no es cierto?, busca en ese precioso azul y encontrarás la luna, que aún no se ha escondido, quizá porque no quería dejar escapar la oportunidad de bañarse en ese azul, busca la luna y camina en su dirección, llegarás sin problemas”, o “Diego, deja de andar, quédate quieto unos segundos, sientes una ligera brisa, ¿verdad?, pues deja que te lleve en su dirección y sólo así encontrarás las oficinas”. Pero no. La vida, por mucho que nos empeñemos, no es una película. Y, de todas formas, si fuese una película como la que acabo de contar, mejor que se quede como está. En la vida las cosas son más simples, no siempre, vale, no empecemos. Quiero decir que la vida es muy complicada, todo es muy complicado, todo, mucho, pero nosotros, casi sin darnos cuenta, lo descomplicamos. Y así, los posibles diálogos anteriores que me hubiese gustado vivir se han quedado en el siguiente: “Diego, ¿ves un pirulí que pone Lidl? Pues enfrente están las oficinas” Y ya está. A la mierda lo que dicte tu corazón, a la mierda el azul del cielo y la brisa de los cojones, ¿a quién le importa dónde está la luna si tienes un pirulí del Lidl? Y así he llegado a las oficinas.
He firmado un finiquito más generoso de lo que esperaba, he hablado de un tema interesante aunque, para mi, más romántico que monetario, y he vuelto a salir a la jungla industrial, caminando sobre mis pasos, alejándome del pirulí del Lidl. Luego he estado esperando un autobús durante aproximadamente cuarenta minutos mientras tenía diálogos interiores, que es lo único que puedes hacer en una parada de bus cuando estás solo. En uno de ellos alguien ha dicho que todo me está yendo demasiado bien en la vida, todo siempre me viene de cara, o siempre estoy de cara o las cosas se esperan a que me gire. Me he sentido bien escuchando esa voz mientras miraba el reloj y me decía “por ahora”. Durante mi estancia de cuarenta minutos he contado los coches que pasaban en la dirección del bus, la mía. He podido contar 195. En 120 sólo iba el conductor: 72 de ellos hablaban solos o con un manos libres, 18 se hurgaban la nariz, 14 no tenían el cinturón de seguridad puesto, 7 tamborileaban los dedos en el volante, 6 se reían y 3 lloraban. Ya en casa he decidido salir al video club pero no me ha apetecido ninguna película. He ido a la biblioteca y he cogido un doble cd con los Nocturnos de Chopin. He caminado hacia casa dando un rodeo considerable, sin auriculares, pasando cerca de la gente para ver de qué estaban hablando. Como soy un peliculero me he imaginado los siguientes diálogos: “El nacimiento de mi hija fue algo sobrecogedor en mi vida, nunca pude soñar lo que sentí el día en que la tuve en mis brazos por primera vez, fue algo mágico, por mucho que te lo explicase nunca lo imaginarías”, o “Pues mi vida, bien, en fin, siento dentro de mi que algo se está acabando pero que van a venir muchas cosas buenas, tengo ese presentimiento, es algo que a veces me ha pasado, ¿a ti no?”, o “Si alguna vez me he puesto triste es por todos aquellos amigos con los que compartí tantas cosas, con los que tanto me reí, con los que hice planes de futuro, a los que tanto quise y que ahora no veo nunca, de hecho, no sé ni si existen”, o “Esta noche me levantaré a las tres de la mañana, saldré a mi terraza y me quedaré allí en silencio, escuchando los ruidos de la noche, aunque hace bastante frío a esas horas, es verdad, pero me da igual, me hace sentir que aún estoy vivo”, o “Luego tengo que ir a cuidar a un anciano, la verdad es que me gusta estar con él, aunque está muy débil y sé que en cualquier momento puede morirse, pero no puedo dejar de ir, lo quiero aunque sé que lo voy a perder, pero él me dice que no me preocupe, que morirse no es tan grave, me dice eso, y también me dice que abrace, sí, que dé abrazos, dice que en un abrazo está resumido todo lo que necesitamos las personas, que cuando sea viejo lo entenderé”.
Pero no.
Estas no fueron las conversaciones que escuché esta mañana.
Las voy a obviar para que todos tengamos un feliz día.
Dicho así, esta frase podría ser el diálogo de un personaje de Los Soprano, serie que, por cierto, no he visto nunca y de la que sólo he oído alabanzas. ¿Por qué no he visto nunca Los Soprano? Pues no lo sé, pero creo que siento una especie de aburrimiento ya cuando aparece el anuncio en tv. No conecté nunca con ella. Prefiero ver por sexta vez “Uno de los nuestros”.
Una zona industrial es eso, nada más, una zona industrial, aquí y en Ohio. Una zona industrial suele ser un lugar gris, triste, cuadrado, vacío, monótono, el último lugar donde irías a pasear si quieres enamorar a alguien. Pero sobretodo, una zona industrial es un lugar sin muchos puntos de referencia. Llamo en busca de ayuda. “Oye, que estoy aquí ya, en la zona industrial, pero no sé muy bien hacia dónde están las oficinas”. “Vale, a ver, ¿estás cerca de un edificio gris?”. Y ahí sentí que se acababa la conversación, porque no tenía ganas de contestar gritando ¡no hay un edificio que no sea gris!, ¡todo es gris!, ¡incluso los coches que pasan!, ¡y yo!, ¡yo también, ya se me están poniendo las manos grises, joder!”. Pero no, la conversación dio un giro inesperado y resultó ser un éxito en lo que a efectividad se refiere. A mi, como soy un peliculero, me hubiese gustado que fuera así: “Diego, haz una cosa, pon la mano derecha sobre tu pecho y espera a que el corazón te diga hacia dónde tienes que dirigirte”, o “Diego, mira al cielo, es una día soleado, ¿verdad?, el azul del cielo es impresionante hoy, ¿no es cierto?, busca en ese precioso azul y encontrarás la luna, que aún no se ha escondido, quizá porque no quería dejar escapar la oportunidad de bañarse en ese azul, busca la luna y camina en su dirección, llegarás sin problemas”, o “Diego, deja de andar, quédate quieto unos segundos, sientes una ligera brisa, ¿verdad?, pues deja que te lleve en su dirección y sólo así encontrarás las oficinas”. Pero no. La vida, por mucho que nos empeñemos, no es una película. Y, de todas formas, si fuese una película como la que acabo de contar, mejor que se quede como está. En la vida las cosas son más simples, no siempre, vale, no empecemos. Quiero decir que la vida es muy complicada, todo es muy complicado, todo, mucho, pero nosotros, casi sin darnos cuenta, lo descomplicamos. Y así, los posibles diálogos anteriores que me hubiese gustado vivir se han quedado en el siguiente: “Diego, ¿ves un pirulí que pone Lidl? Pues enfrente están las oficinas” Y ya está. A la mierda lo que dicte tu corazón, a la mierda el azul del cielo y la brisa de los cojones, ¿a quién le importa dónde está la luna si tienes un pirulí del Lidl? Y así he llegado a las oficinas.
He firmado un finiquito más generoso de lo que esperaba, he hablado de un tema interesante aunque, para mi, más romántico que monetario, y he vuelto a salir a la jungla industrial, caminando sobre mis pasos, alejándome del pirulí del Lidl. Luego he estado esperando un autobús durante aproximadamente cuarenta minutos mientras tenía diálogos interiores, que es lo único que puedes hacer en una parada de bus cuando estás solo. En uno de ellos alguien ha dicho que todo me está yendo demasiado bien en la vida, todo siempre me viene de cara, o siempre estoy de cara o las cosas se esperan a que me gire. Me he sentido bien escuchando esa voz mientras miraba el reloj y me decía “por ahora”. Durante mi estancia de cuarenta minutos he contado los coches que pasaban en la dirección del bus, la mía. He podido contar 195. En 120 sólo iba el conductor: 72 de ellos hablaban solos o con un manos libres, 18 se hurgaban la nariz, 14 no tenían el cinturón de seguridad puesto, 7 tamborileaban los dedos en el volante, 6 se reían y 3 lloraban. Ya en casa he decidido salir al video club pero no me ha apetecido ninguna película. He ido a la biblioteca y he cogido un doble cd con los Nocturnos de Chopin. He caminado hacia casa dando un rodeo considerable, sin auriculares, pasando cerca de la gente para ver de qué estaban hablando. Como soy un peliculero me he imaginado los siguientes diálogos: “El nacimiento de mi hija fue algo sobrecogedor en mi vida, nunca pude soñar lo que sentí el día en que la tuve en mis brazos por primera vez, fue algo mágico, por mucho que te lo explicase nunca lo imaginarías”, o “Pues mi vida, bien, en fin, siento dentro de mi que algo se está acabando pero que van a venir muchas cosas buenas, tengo ese presentimiento, es algo que a veces me ha pasado, ¿a ti no?”, o “Si alguna vez me he puesto triste es por todos aquellos amigos con los que compartí tantas cosas, con los que tanto me reí, con los que hice planes de futuro, a los que tanto quise y que ahora no veo nunca, de hecho, no sé ni si existen”, o “Esta noche me levantaré a las tres de la mañana, saldré a mi terraza y me quedaré allí en silencio, escuchando los ruidos de la noche, aunque hace bastante frío a esas horas, es verdad, pero me da igual, me hace sentir que aún estoy vivo”, o “Luego tengo que ir a cuidar a un anciano, la verdad es que me gusta estar con él, aunque está muy débil y sé que en cualquier momento puede morirse, pero no puedo dejar de ir, lo quiero aunque sé que lo voy a perder, pero él me dice que no me preocupe, que morirse no es tan grave, me dice eso, y también me dice que abrace, sí, que dé abrazos, dice que en un abrazo está resumido todo lo que necesitamos las personas, que cuando sea viejo lo entenderé”.
Pero no.
Estas no fueron las conversaciones que escuché esta mañana.
Las voy a obviar para que todos tengamos un feliz día.
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