Pero quizá no tanto de esos treinta y tres hombres sino de las imágenes que nos llegan de ellos y que son, al fin y al cabo, la única manera de conocerlos.
Y, aprovechando la tragedia de los Andes de 1972, recuperaré algunas de las fotografías que el mundo pudo contemplar entonces con el fin de relacionarlas, si ello fuera posible.
A esto que me dispongo hacer hoy lo llamaré
Representaciones de la tragedia (1972/2010)
En las dos imágenes vemos las caras en recuadros pero, mientras que la de los supervivientes de los Andes pertenecen a fotos recortadas, donde algunos están sonriendo, otros no miran al objetivo, etc., las caras de los mineros (excepto tres) han sido extraídas de algún carnet, pasaporte o ficha de identificación.
Esta diferencia lo único que hace es humanizar a los primeros quienes, por supuesto involuntariamente, nos hacen pensar en alguien todavía vivo, y ni siquiera se nos pasa por la cabeza, extrapolándolas de su historia, pensar en una tragedia como la que vivieron.
Mientras tanto, las fotos de carnet de los mineros, pese a representar, como sabemos, a alguien todavía vivo, también nos podrían recordar a aquellas imágenes en las que aparecen personas que están siendo buscadas por la ley o, al menos, personas temidas, nunca víctimas. Sólo la mano, quizá de un familiar, que aparece sobre el papel y que tapa alguna de las caras, produce el efecto humanizador de la imagen completa. Es quizá esta mano, que parece buscar la única manera de contacto con el familiar desaparecido, la que permuta el significado primero de las fotografías de los mineros: aquellos que quizá nos parecieron lobos, son ahora, gracias al gesto cariñoso de algún familiar, corderos.
Días después de ser sepultados en la mina y gracias a un pequeño conducto construido por los equipos de rescate, se logra confirmar que los mineros están vivos.
La fe de vida de este grupo de hombres consistió en un trozo de papel blanco en el que, en letras rojas, se podía leer "Estamos bien en el refugio los 33". Es, por tanto, la escritura, la alfabetización de alguno de los treinta y tres hombres atrapados, la poseedora de la llave mágica para comunicarse con el exterior.
Los equipos de rescate logran hacer llegar una videocámara con la que cada minero se filma durante unos segundos y manda algún mensaje a su familia. De esta manera se pudo comprobar el estado, tanto físico como psíquico, de los treinta y tres hombres.
La primera imagen captada por la pequeña cámara fue ésta, una imagen que parece llegada de un lugar terriblemente desconocido. Lo único que podemos apreciar son unos ojos y nariz humanos que parece que emergieran después de un tiempo de letargo. Es también una imagen comparable a todas aquellas fotografías de supuestos fantasmas. Quizá sólo el brillo de los ojos nos confirma que eso que estamos viendo pertenece a nuestro mundo.
Y estos de aquí abajo son algunos fotogramas de la grabación en la que los mineros se dirigían a sus familias.
Los fotogramas han sido dispuestos en una cuadrícula (4x3) de igual manera que las fotografías carnet que vimos anteriormente. Es en estas últimas, pero, cuando podemos observar la verdadera expresión de esos hombres. Alguno sonríe, otros saludan al objetivo, la mayoría se muestran cansados, pero la sensación que tenemos después de verlos es ya muy diferente a aquella que quizá tuvimos tras ver las primeras fotografías publicadas. Serán estas últimas imágenes, estos fotogramas, y más que nos seguirán llegando a través de grabaciones, las que desde ahora nos servirán como representación iconográfica de los treinta y tres hombres atrapados. Olvidaremos, pues, de forma casi inconsciente, las primeras imágenes que vimos anteriormente, fotos de carnet, y las substituiremos por estas nuevas, digitales, inmediatas.
Esta inmediatez, el hecho de que gracias a una cámara podamos ver fotografías y oír grabaciones de los mineros casi a tiempo real, hará que, una vez rescatados, el misterio de lo que allí pasó durante tantos meses sea insignificante.
Incluso algunos han realizado videoconferencias con sus familiares.
Aunque, por supuesto, unos están en contra de su voluntad, los dos nos hablan desde lugares alejados de la vida terrestre.
Al final, por supuesto que habrá anécdotas que contar, pero el día a día y, sobre todo, los cambios físicos de esos hombres, son algo que estamos contemplando casi involuntariamente a diario. Esos treinta y tres hombres son las personas con las que coincides cada mañana en el autobús.
De igual manera pero con algunas diferencias, en 1972, una cámara fotográfica también fue testigo de algunos momentos que pasaron los supervivientes del accidente de avión.
Se pudieron ver incluso imágenes de justo antes del impacto, dentro del avión, siendo éstas las únicas imágenes de los supervivientes en un lugar cerrado. Todo lo contrario a los mineros.
Si en las imágenes de los mineros nos puede llegar a asfixiar la oscuridad envolvente y la apariencia de calor y humedad, en las fotografías de los Andes reina el color blanco y la sensación de frío.
Otra característica importante si diferenciamos las imágenes de una y otra tragedia es la disposición de los personajes en el cuadro, en la fotografía.
Mientras que las fotos de los Andes son, inevitablemente, paisajísticas, podríamos decir decimonónicas, las de los mineros, debido al tipo de cámara y al reducido entorno, suelen ser de primer plano o plano medio. Es decir, que casi nunca, por no decir nunca, podemos (podremos) verles las piernas.
La culminación de la imaginería de esta tragedia minera, la manera de cerrar el círculo, es la siguiente fotografía donde podemos ver a algunos de los supervivientes de los Andes cuando se acercaron a la mina para animar a los familiares y, sobre todo, para ser fotografiados, que es una forma de seguir vivo.
Uno de ellos enarbola una bandera chilena, otro levanta el puño al aire y el otro simplemente sonríe.
Detrás, igual que en 1972, un paisaje, una cordillera.
Hoy, en cambio, la cara de tranquilidad de saberse a salvo
2 comentarios:
A mi me recurda mucho una mezcla entre los supervivientes de los andes y la pelicula El gran carnaval, relato basado en hecho real, en un accidente ocurrido en Kentucky, en 1925, en el que murió un hombre, Floyd Collins, atrapado en el interior de una cueva.
Un abrazo
Sólo una palabra: Olé
me ha encantado!
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