Ayer estuve viendo los Globos de Oro por internet.
Es la primera vez que hago una cosa de este tipo.
Supongo que, si me dan la oportunidad, haré lo mismo con los Oscars.
Estuve ahí en la cama, con el ordenador sobre mi panza subiendo y bajando, viendo cinco minutos de anuncios por tres de entrega de premios.
Ni siquiera sabía las nominaciones ni todo ese rollo.
Lo hice por casualidad.
Y por la modernidad que suponía el acto.
Lo vi
aquí, en directo, como puedes ver tú ahora lo que hagan en este momento.
No somos modernos. Pregunto.
Quizá es una tontería que tú ya tienes superada pero yo, todo esto de la inmediatez me pone los pezones duros, como a aquella de Showgirls cuando le pasan el cubito y en fin ya me entiendes.
La cuestión es que estaba allí viendo todas aquellas mesas redondas.
Estaba guapa porque es guapa Julianne Moore, y está bueno el Christian Bale así con el pelo largo y barba, ¿no, nena? Yo le sacaba a bailar. ¿Qué estará grabando ahora? Siempre he pensado que el Bale debe de oler bien. Y la Moore siempre me huele a champú de niños.
Iban saliendo los premiados al escenario, ahora éste ahora aquel.
Algunos con más gracia que otros.
Parece una gala, ésta, casi improvisada. La gente no calla ni un momento. Sólo cuando habló DeNiro se hizo un poco el silencio. Aquello parecía, por momentos, una boda gitana.
No me gusta la risa (en el minuto 1:10) de Natalie Portman. No le hace justicia a lo exquisita que es toda ella.
Pero bueno, lo que más me gustó es que ahí estaba yo, viendo aquello en directo, algo que estaba pasando en un hotel de Beverly Hills lo estaba viendo en ese preciso momento yo en mi casa, en mi cama, y allí estaban ellos, los actores, los ganadores, a miles de kilómetros de distancia, sacando un papel doblado del bolsillo donde tenían apuntadas a las personas que no querían olvidar en ese momento.
Eso fue lo mejor para mí de la otra noche.
Comprobar que, por mucho que avance todo, siempre nos hará falta un trozo de papel, un trozo cualquiera, de una libreta antigua guardada en un cajón, un trozo que doblaremos sin mucho esmero, sólo para que quepa en nuestro bolsillo, un trozo de papel donde poder escribir el nombre de las personas a las que no queremos olvidar.