miércoles, septiembre 03, 2008

oso polar

Hace un par de noches, ya de madrugada, un hombre pasó por la calle gritando.
Gritaba y repetía sin parar: ¡Soy un hijo de puta! ¡Soy impotente! ¡Soy estéril!

Fantástico. 

Primero por el uso de una palabra como estéril. 
A lo largo del día puede que no la digas ni una sola vez. Ni a lo largo de una semana ni de un mes ni de un año. De hecho, podrías pasarte toda tu vida sin pronunciar la palabra estéril y no pasaría nada. 
El uso de la palabra estéril, por tanto, ya es algo extraordinario. 
Pero lo que me resultó fantástico fue la palabra gritada.
Oír que alguien grita la palabra estéril a las dos de la madrugada es algo tan irreal que te hace comprobar si lo que te rodea es tu casa o es parte del sueño. 
Oír que alguien grita esa palabra es tan extraño como que alguien entre por la ventana, vaya a la cocina, se sirva un vaso de agua y vuelva a salir por donde ha entrado.
Estéril.
Si lo pienso, es poco probable que pueda escuchar nunca más esa palabra gritada de madrugada. 
Ni a mediodía.

Y segundo por el uso de la primera persona del singular. 
Soy estéril. 
Normalmente, si alguien grita algo en primera persona del singular, suele ser algo positivo. 
Y estéril, bueno, no es que sea la mayor desgracia pero no te vas de fiesta para celebrarlo.

He buscado estéril en el diccionario y la primera definición dice esto:
estéril: 1. que no da fruto o no produce nada.

Pensándolo bien, a lo mejor lo que este hombre estaba pidiendo era trabajo. 
A lo mejor estaba harto de no dar ni golpe, de no dar fruto, de no producir nada y pensó, voy a gritarlo ahora, de madrugada, por si alguien tiene un trabajo, que me lo ofrezca.

Soy estéril, gritaba aquel hombre. 
Y sus gritos se iban repitiendo dentro de la noche cerrada, haciendo encender lamparillas de noche, que las parejas se mirasen en la cama, extrañas, preguntándose si lo estaba soñando uno o no, mirando al techo y oyendo cómo se alejaban los gritos desesperados de alguien que dice ser un hijo de puta, un impotente y un estéril, y cuando la voz del hombre ya no se oyera más, apagar de nuevo la luz de la lamparilla y pensar en algo como en un oso polar con los ojos azules paseando por el hielo, algo que te dé la tranquilidad que necesitas para retomar el sueño que ese hombre te puso patas arriba con sus gritos.

Soy estéril, gritaba aquel hombre. 
Y la vida sigue, y la vida seguirá. Y todo lo raro que nos ocurra lo iremos metiendo en el segundo cajón porque en el primero meteremos todo lo normal, pero llegará un día en que lo normal sea tanto que no nos quepa ya en el primer cajón y utilicemos el segundo y entonces lo normal y lo raro se mezclará y cuando nos mudemos y lo tengamos que empaquetar todo nos preguntaremos si esto era normal o era raro y como no lo sabremos, mezclaremos lo normal y lo raro en las cajas de nuestra mudanza y así nos iremos de un sitio para a otro, de un sitio para otro, con lo normal y lo raro, con lo raro y lo normal, y ahora, en la nueva casa, lo normal lo meteremos en el segundo cajón, porque en el primero ya tenemos lo raro. 

1 comentario:

Antuan dijo...

A mi me daría miedo.