Si puede ser, por mí que empiece ya.
Quiero que hiele.
Que llueva hielo.
Quiero entrar en una nueva era glaciar.
Todo el frío, lo quiero.
Yo ya estoy harto, no sé tú, pero yo sí, bastante, o mucho, de este calor, de sudar caminando. Salgo antes de casa para tener más tiempo y así poder andar más despacio para no sudar. Imagínate. No ya tengo en cuenta los horarios de los buses sino la cadencia de mis pasos.
Mira, no tendría problema si alguien ahora anunciara: Vuelven tres meses más de verano, calor sofocante, humedad.
No tendría problema. Le diría: No hay problema.
La cuestión es que estamos en noviembre, la cuestión es que la castanyera tiene un stand del Farggi, la cuestión es que estoy harto de ponerme las camisetas de julio, la cuestión es que quiero ponerme una camiseta e ir cambiándome el jersey hasta que llegue el día en que nadie se siente a mi lado en el bus. Será entonces cuando sepa que ha llegado el momento de cambiármela.
Que hiele ya, por favor.
Que las aceras se cubran de una fina capa de hielo de Algeciras a Estambul, que me resbale y me rompa el radio y que mi tibia golpee mi boca al caer, que no sirvan para nada los frenos de los coches, caos, quiero un caos helado y que, al menos, dure un par o tres de meses, que la gente se salude por la calle con un hola y adiós rápido, y que ese hola y adiós se oiga amortiguado tras la lana de una bufanda, quiero escuchar voces atrapadas en lana, quiero saber que hace frío sólo escuchando a la gente hablar, quiero sacar del edredón el armario y el armario del edredón y, finalmente, el edredón del armario, colocarlo sobre la cama, saber que ha llegado el frío cada vez que me despierte.
Quiero que hiele ya, por favor.