Hace unos días, las redes sociales tuvieron su particular squirting cuando alguien colgó este vídeo de uno de los participantes en un poetry slam. Míralo y luego te sigo hablando, que veo que no aguantas a darle al plei.
Neil Hilborn, se llama este chico.
Por lo que veo, muchos se han tomado al pie de la letra que él, Neil Hilborn, sufre transtorno obsesivo compulsivo. No lo he encontrado por ninguna parte. Supongo que son los mismos que creen que Hugh Jackman tiene unas garras retráctiles de adamantio. Que vaya con cuidado al coger en brazos a sus hijos.
La cuestión es que el Hilborn recita aquí un poema de amor demoledor. Y da igual que él tenga TOC o no, eso es lo de menos, joder, lo que nos ha pasado aquí, lo que le ha pasado al espectador, es que las palabras le nos me hablaban de algo que conocía-íamos-ía, nos hablaban a nosotros, a ti, a mí, que, sin esperarlo, nos hemos encontrado viviendo con esa pareja, en esa pareja, en esa cabeza.
En menos de tres minutos Neil Hilborn nos fulmina, un rayo entrando y saliendo de nuestra casa, entró por una ventana y salió por la de la habitación, suerte que tenía dos ventanas abiertas, lo vi en un documental de tormentas, hace tiempo, y en ese viaje asolador nos dejó perdidos en nuestra selva interior, todo patas arriba.
Hay en la forma de recitar del poeta algo que nos atrae. Demasiada teatralidad, puedes pensar. Quizá. Aunque no hemos venido a hablar de eso, ni mucho menos.
De hecho, yo lo único de lo que quería hablar era de los dos últimos versos.
Los dos últimos versos.
Catacrac.
Rebuscando un poco más, he encontrado este otro vídeo, que no sé si me ha enamorado más.
Creo que sí.
Fan de Neil Hilborn, sí. Pero también devoción absoluta por este tipejo: Shane Hawley.
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