A ver, dos cosas que se me quedaron en el tintero, tampoco nada del otro mundo.
Una. Estoy pasando la etapa más theloniousmonkiana que yo recuerde. Sobre todo después de ver el documental Straight no chaser, que no sé por qué ni siquiera sabía de su existencia. ¡No sé por qué!
Hay varias perlas, elijo dos: 1) el baile demente en el aeropuerto (51:45-52:30) bajo la incrédula mirada de pasajeros y policía, y 2) Monk, metido en la cama, pidiendo hígado de pollo para comer al servicio de habitaciones del hotel (57:40)
Fíjate cómo algunas de sus frases no están subtituladas simplemente porque son ininteligibles.
De todas formas, y dejando de lado estas curiosidades, el documental refleja la vida de un genio que, como tal, no vive en este mundo, no es de este mundo, no está en este mundo. Sólo hay que ver cualquiera de las actuaciones aquí registradas.
Me pregunto cuánto de su manera de tocar el piano, pureza y germen del bebop, emerge de su mente alienada y, por tanto, qué grande es la importancia de la locura en el arte, cómo la historia del arte y, con ella, la historia del mundo, está ligada (casi) siempre a la locura. Pensándolo bien, no hay arte sin locura.
El tema con el que cierra el documental, I love you sweetheart of all my dreams, es uno de mis totems.
Dos. Siguiendo con la locura, conseguí el gorro. Lo tuve que encargar en Sombrerería mil, ahí en Fontanella, en el centro, lleva casi cien años. Me tomaron las medidas, tuvieron que llamar a varios especialistas para que dieran cuenta de mi perímetro craneal, y lo pidieron. A los quince días ya lo tenía. Directo de París. Piel de astracán. Setenta euros. No es exactamente igual porque no es gris, es negro. Pero ahora, después de disfrutar con este documental, casi lo prefiero. A ver si llega ya el puto frío y me lo puedo poner, aunque sea para salir a tirar la basura, yo qué sé, aquí en Begues no hay clubs de jazz, joder.
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