Nadia Comaneci todavía no había cumplido los quince (15) años cuando hizo (el verbo hacer como comodín del que ya no da más de sí) esto que viene a continuación.
Una especie de conjuro, algo que va más allá de lo conocido, de lo que podemos llegar a entender, sólo hay que quedarse en silencio, qué otra cosa debemos hacer, el 11-S de la gimnasia, algo hipnótico, siempre como si fuera la primera vez o, mejor aún, recordando aquella primera vez, ahora ya conocemos los hechos, los movimientos, el desplome, los saltos, el impacto, el salto final, esa sonrisa triste de satisfacción, los espectadores, el que asiste a algo nuevo, aquí todo es nuevo, y la criatura que brinca y piruetea de aquí para allá apenas podríamos confirmar que es humana, un insecto ancestral, de dónde ha llegado, esa luz que la ilumina nace en su cuerpo, emana de él como el fulgor de una lava desconocida que lo ilumina todo a su paso.
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