Era de noche.
Introdujo su mano en la página. Primero un dedo, luego otro, y otro. Tenía una mano dentro de la página cuando decidió meter la otra. Como era una postura incómoda, pensó que lo mejor sería acabar de meterse. Entonces introdujo un brazo, luego el otro, con dificultad la cabeza, ladeándose el torso y, por fin, las piernas.
Cuando estuvo dentro, todos dejaron de hablar y le miraron.
Un hombre se acercó y le preguntó de dónde había salido.
Él dijo que no lo sabía muy bien.
Y allí se quedaron, mirándose unos a otros.
Nadie decía nada. Nadie hacía nada.
Miró hacia afuera.
Era de noche.
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