Mira esto, yo lo vi por primera vez el otro día, hace años que sucedió y lo vi hace unos días, Kasparov hablando, dando una charla, a quién le importa lo que esté diciendo, Kasparov habla ante una audiencia que suponemos escucha, y entonces sucede, un ligero zumbido, el espasmo de los miembros de seguridad, hasta ese momento aletargados, que miran hacia arriba, como gatos queriendo cazar el reflejo de un reloj, y la cámara, hasta ese momento fija en Kasparov, se mueve torpemente intentando filmar aquello que vuela por la sala, es loable el gesto generoso del cámara, que no se contenta con observar él solo los acontecimientos sino que decide tomar en mano la cámara, hasta ahora fija en Kasparov, y mostrarle al mundo aquel objeto volador, y entonces el mundo contempla aquella gran polla voladora, una polla devastadora sobrevolando las cabezas de los asistentes a aquella conferencia o a quién le importa lo que estuviera diciendo Kasparov, y la gran polla, el pene erecto y volador, planea libremente en lo que se convierte en una imagen tan onírica como bochornosa, una escena que, viéndola varias veces seguidas, provoca la sensación de lo inevitable, qué hay de extraño en eso, nos diremos al verla varias veces, es lo inevitable, algo extraordinario se convierte en inevitable cuando se visiona varias veces seguidas, pero quién recogerá la polla gigante del suelo después de ésta ser abatida de un manotazo por uno de los gatos de seguridad, dónde quedará el honor de la persona que recoja esa polla de plástico fino del suelo, camine con ella unos metros y la deposite, digamos, en una papelera, dónde, y Kasparov, a todo esto, no nos olvidemos de él, porque habíamos venido a verlo a él, no a la polla voladora, ha perdido el hilo de su discurso, de aquello de lo que vino a hablar, pero ahora, más que nunca, a quién le importa lo que estuviera diciendo.
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