En un determinado momento de Carretera perdida suena Insensatez.
Está el protagonista en una hamaca, en el jardín de su casa, después de salir de la cárcel pero esto da igual.
Suena Insensatez durante un minuto largo.
Fue la primera vez que la escuché. En 1997. Hace ya da igual.
La música la escucha el espectador pero también parece estar oyéndola el protagonista, que se levanta pausadamente y se asoma al jardín del vecino, donde ve una pequeña piscina hinchable que transmite paz, desasosiego y terror a partes iguales.
No sé a qué viene toda esta cháchara que te estoy dando. Quizá porque el otro día descubrí este cómic de Joan Cornellà y pensé y quise buscarle influencias y me vino a la cabeza tampoco me preguntes por qué esta escena de la peli de Lynch.
Hay en sus páginas las mismas dosis de paz, desasosiego y terror que reflejaba el agua de esa piscina hinchable. Hay locura onírica, gore, bromas macabras, incomodidad a tutiplén.
Por momentos pienso que ese barquito sin rumbo que flotaba dentro es la génesis de esta obra exquisita.
Sublime.
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