jueves, noviembre 20, 2014

a mí me quemáis

Un gato en el motor del coche, hacía días que olía algo raro al salir de él, cuando lo aparcaba a la puerta de casa, sobre todo, pero luego me fijé que también desprendía ese olor cuando lo aparcaba en otro lugar, donde quiera que fuese, así ese olor se me fue metiendo en las fosas nasales y fue formando parte de mi rutina diaria durante casi una semana, un gato en el motor del coche, desde cuándo, por qué, buscando el calor en la noche fría supongo, mi coche bostezó y un gato se metió en su motor buscando el calor de sus entrañas, cuántos gatos tendremos durmiendo en el suelo del estómago, cuántas veces habremos abierto la boca al bostezar tan fuerte que nuestros ojos se cierran y  durante unos segundos no vemos nada de lo que pasa a nuestro alrededor y, entonces, como en un cuento de Cortázar, el gato aprovecha para zambullirse en nuestra barriga, quién nos puede asegurar que no tenemos un gato o dos durmiendo en el suelo de nuestro estómago, quizá ya muertos, de ahí el mal aliento, muchas veces el mal aliento viene de problemas de estómago, cuántas veces hemos oído esta frase, y si todo se resume a un gato que se metió a dormir en nuestro estómago, por ser el suelo tan acolchado, y murió allí, de viejo o de aburrimiento, qué puede hacer un gato en un estómago, a no ser que sepamos que vive ahí y nos traguemos de vez en cuando un ovillo de lana para que juegue, para que no muera de aburrimiento, que persiga ese ovillo y lo desenrede, su único consuelo, pero nunca sabremos si un gato se coló en nuestro estómago ni en el motor de nuestro coche hasta que muera y algún insecto deposite huevos en el cadáver y de esos huevos nazcan larvas que empiecen a devorar a aquel gato que se coló de madrugada buscando el calor de un motor recién apagado, y entonces ese olor, el olor a sangre humana no se me quita de los ojos, por qué supe que pertenecía a algo en descomposición, dónde he vivido para saber eso, de dónde provengo, así acabaremos todos, me dijo mi padre de camino al taller donde abrieron los bajos del coche, es una pena pero así acabaremos todos, y yo creía que se refería a muertos en un motor de un coche, pero él estaba hablando de comidos por los gusanos, a mí me quemáis, me aconsejó de camino al taller y, una vez allí, el hombre encargado de la faena, como en una película de Tarantino, se puso manos a la obra, entró en un despacho del taller, esperé que saliera con unos guantes o una mascarilla o algo más seguro que ese mono azul de manga corta que llevaba, pero salió del despacho con un cigarro recién encendido, colocó el coche en la guía, lo aupó con el elevador hidráulico y se dispuso a desenroscar los tornillos de la tapa inferior del motor, cigarro en boca, ceniza alargada, humo en sus ojos, reducidos a dos grietas, y ahí está, o estaba, el gato que se coló mientras el coche bostezaba, cubierto por miles de gusanos, que caían al suelo del taller y seguían con su movimiento ancestral, alimento de nuestras angustias, ese contoneo macabro, significado del final de todo lo vivo, y el hombre tira lo que queda del gato a un cubo de basura negro y lo rocía con desinfectante y le dice a su compañero que le ayude a cargar el cubo hasta el container de la esquina y allí lo vacían entero y vuelven con el cubo vacío y después, durante una hora, el hombre se esmera en limpiar aquella pieza con una dedicación absoluta mientras yo camino de aquí para allá como un padre en la sala de espera de un parto y al final coloca de nuevo los tornillos y ajusta la pieza en la base del coche y lo baja con el elevador hidráulico mientras que el compañero va apagando algunas luces del taller, le pago y le agradezco el trabajo y me monto en el coche, que ya ha perdido ese olor que me estuvo acompañando estos últimos días y, todavía como personaje secundario de la película de Tarantino, en el CD empieza a sonar Will you still love me tomorrow, de The Shirelles, esa recopilación de las doscientas mejores canciones de los '60 según Pitchfork que me grabó Tomás y que cogí hace tres días de la que fue mi habitación en casa de mis padres y así, envuelto en esta melodía conduzco hasta un centro comercial y la pantalla se funde en negro y aparecen los títulos de crédito y el volumen de la música sube.

lunes, octubre 20, 2014

trozos de pan

Ya tengo el diseño de la totebag.
La totebag, no te lo había dicho. Pregunto.
Ya tengo el diseño guardado en una carpeta del escritorio a la que he titulado "diseño totebag".

Haré cien.

No.
Haré una.
Se la mandaré a Bibiana Ballbè, que la llevará en su programa y entonces por fin la gente (¡la gente!) se interesará por este blog,
muerto ya
como un pez
lleno
de petróleo
que flota en las aguas del puerto
y al que
siguen
tirando
trozos de pan.
Pensábamos que estaba vivo, dirán unos, vi que movía las aletas, no sabía que estaba muerto, dirá otro.
No.
Está muerto.
Y ahora váyanse, por favor. Nos disponemos a realizar el levantamiento del cadáver. No se paren aquí, por favor.

No.
Haré cien.
Me quedaré sin dinero para las vacunas de mis hijos pero tendré cien totebags diseñadas por mí.
Qué te parece la idea.


miércoles, octubre 08, 2014

sutil cojera

El otro día, caminando desde c/Mallorca hasta Jardinets de Gràcia, fui plenamente consciente de lo mayor que soy, como un rayo que iluminara todo el trayecto, pintado de azul como en google maps, paso a paso, durante esos a duras penas diez minutos, las puertas de la percepción se me abrieron, y tú caminando lo iluminas todo, consciente de lo mayor que soy en apenas diez minutos, un trayecto ligero con un también ligero desnivel ascendente, corría una ligera brisa, todo muy ligero menos yo, incluso durante un momento del recorrido decidí simular una sutil cojera, nada, algo casi imperceptible para el transeúnte común pero que colmó mi ser al menos unos minutos y me llenó de un estúpido regocijo propio de los imbéciles, esa grácil e inapreciable deformidad en mi andar, sólo para ocultar mi vejez y mi sobrepeso, como aquellos partidos en el patio del colegio donde fingías que te había dado una rampa justo cuando se te escapaba el delantero y marcaba gol, allí me vi, allí quise volver, cuántas veces he querido volver al patio de mi colegio y quedarme allí en medio dejando que pasaran entre mis piernas las cuatro pelotas de los cuatro partidos simultáneos que se estaban jugando durante esos a duras penas diez minutos de alegría infantil, y quedarme quieto mientras me como el bocadillo, toda la vida por delante, todo lleno de futuro, y yo sin saberlo, no ya ahora, veinte o treinta años después, todo muy ligero menos yo.

lunes, septiembre 29, 2014

no quiero que me hagan reír

Te iba a decir si querías quedar el próximo sábado, que he visto que hacen lo del Poetry Slam en el CCCB, pero he estado mirando en youtube y he visto ganadores de ediciones pasadas y le he dado al pause antes del 00:45 y he pensado que mejor no perdíamos el tiempo, no quiero que me hagan reír, no quiero ni que lo intentes, Poetry Slam del CCCB, yo tenía entendido otra cosa, de todas formas podríamos quedar igualmente el sábado por la tarde y te doy el regalo de cumpleaños y comentamos el In-Edit y la vida en general.
Qué te parece.

Sólo iré a un Poetry Slam donde actúe Saul Williams.

lunes, agosto 25, 2014

no puedo alegrarme


Desde abajo, como vecina

Si yo no fuera yo y desde abajo me oyera, como vecina, hablar con él, me diría cuánto me alegra no ser ella, no hablar con el tono que ella habla, con una voz como su voz y con ideas como sus ideas. Pero no puedo oírme desde abajo, como vecina, no puedo oír cómo debería hablar, no puedo alegrarme de no ser ella, como haría si pudiera oírla. Y además, puesto que soy ella, no lamento estar aquí, donde no puedo oírla como vecina, donde no puedo decirme, como haría abajo, cuánto me alegra no ser ella.


Sin apenas memoria (1997)
Lydia Davis

jueves, agosto 07, 2014

el Viena

Este vídeo de los Venga Monjas me parece una absoluta maravilla.
Pasábamos cada día por el Viena.

El final, antológico.

sábado, julio 19, 2014

píxeles

No me gusta el teatro.
Empecémosle así, un corte preciso, bisturí afilado, para qué engañarte, sin titubeos, à la Camus.
Hoy ha muerto mamá. Patapam.
Aunque lo que vi el jueves pasado ni siquiera se acerca a la idea que tengo de teatro.
No se acerca a la idea que tengo de nada.
O quizá sí, pero hay tantas referencias y tan bien ejecutadas que sólo pensarlo se me relajan los esfínteres.

Le Grand Macabre.
Todo Ligeti, vamos.

El último Lynch, el digital.
Todo Lynch, pensándolo mejor. Esa cámara en mano entrando en las habitaciones de la casa y llegando hasta una alfombra del lavabo, acercándose hasta que llegamos a descubrir lo que parece una mancha de orín la puedo conectar con el inicio de Terciopelo azul cuando la cámara, después de mostrar un apacible barrio de casas con jardín, se acerca al césped de una de ellas y revela una oreja cortada. La mancha de orín, o de semen, no queda claro, y la oreja cortada como sinónimos del mal, de la suciedad interior, y de que todo esto se va a torcer de un momento a otro.

Buñuel, claro, vaya, no lo apreciamos lo suficiente.
A Calanda iría yo ahora desde Barcelona montado en una máquina cortacésped solo para sentarme en su portal y mirar las estrellas.

El slasher. Esa Minipimer entrando por la coronilla y los efectos de sonido están más cerca de Tobe Hooper que la mismísima madre que lo parió.

Charles Trenet. La mer como contrapunto, un respiro en mitad de la pesadilla, lo que la convierte en parte de la pesadilla.

Danza contemporánea. No tengo ni idea de danza, qué está bien, qué es delicado o qué es tosco, pero a veces un cuerpo danzando espasmos es lo único que necesito ver. Tan extraño y radiante como un tigre verde jugando con un jilguero.

Me dejo cosas. Quizá iré descubriendo aspectos y referencias nuevas a medida que pasen los días.

El teatro contemporáneo está tan alejado del público como me parece a mí.
Pregunto y respondo.
Todo el arte contemporáneo está alejado del público simplemente por eso. Estamos demasiado cerca, solo vemos píxeles.

La gente aplaudió, yo aplaudí. Y los actores salieron a saludar unas diez veces, porque la gente y yo no parábamos de aplaudir, y en esta ocasión te diría que no me importó, más que por agradecerles el trabajo, por constatar que fueran humanos.

Rey Ubú. La historia es lo de menos. El texto original es lo de menos. Por una vez esta gente me hicieron creer que el texto es lo de menos, cuando nunca será ni deberá ser así.

Salí con la sensación de ser una persona mejor, de haber visto algo que el resto de conductores con los que me cruzaba de camino a casa no habían visto. De tener algo ya dentro de mí que hace dos horas no tenía. Es una sensación estúpida, pero es una sensación noble, qué quieres que te diga.

No sé cuándo volveré a ir al teatro.

jueves, julio 03, 2014

filtro


Esto me ha parecido interesante pero no me interesa.
No te pasa a veces, pregunto, que algo te parece interesante pero, a la vez, no te importa. Quizá los años, actuando como un filtro.
Pues algo parecido me ha pasado con esto de las catacumbas.


jueves, junio 26, 2014

en mis manos

Cuándo me dejará mi hijo
cuándo dejará de quererme
cuándo me abandonará

yo a él nunca

es de lo único que estoy seguro en esta vida

pero él
cuándo me olvidará

apenas sé nada de él
no sé lo que piensa de mí
y puede que nunca lo sepa

cuándo me dirá adiós, me voy
cuándo dejará de hablarme
cuándo me odiará

quizá nunca
espero que nunca
hago todo lo posible para que nunca
pero
a la vez
presiento que no está en mis manos

y soy consciente de que esto es el amor
la vida
en definitiva

pero
qué voy a hacer cuando mi hijo me abandone
cuando deje de quererme
cuando me olvide.

domingo, abril 13, 2014

butacas

La música de los títulos de crédito iniciales de E.T. es una de las más sobrecogedoras de la historia del cine familiar.
Imagina una familia, en los ochenta, sentados en sus butacas esperando a que empiece la nueva peli de la que todo el mundo habla.
Y John Williams les recibe con esto.

sábado, abril 12, 2014

nadie me miró las rodillas

Mis abuelos tenían
un limonero
en el huerto

cuánto tiempo llevaba ese árbol
allí
qué más da

cogíamos limones
cuando mi abuela hacía paella

alguna vez
en las tardes de verano
trepaba por sus ramas
brazos de gigante
y me quedaba sentado
allí
viendo cómo
las hormigas
desfilaban por
u
n
a

h
o
j
a

podía pasarme horas
hasta que mis piernas
se empezaban a entumecer

estando allí, inmóvil,
los pájaros se posaban en las ramas
creyéndome parte del árbol
creyéndose a salvo

un día me caí
y me rasgué las rodillas
que empezaron a sangrar
cuando aparté la tierra
sangre bajo la tierra
una lava latente y poderosa
que necesitaba oxígeno
coger una bocanada de aire
y manifestarse como algo limpio
y vivo
y rojo

nadie se enteró
porque
nadie me miró las rodillas

hoy
cada vez que parto un limón
me acuerdo de mis abuelos
de la paella que nunca más comeré
de aquellas tardes de verano
dejando que las horas pasaran
como sombras chinescas
reflejadas en la pared

hoy
cada vez que parto un limón
hormigas trepan
por mi
p
i
e
r
n
a
que ya se empieza a entumecer

sangran mis rodillas
y vienen pájaros a mis manos
que se posan
en mis dedos

creyéndose

a salvo.

domingo, abril 06, 2014

el autor les saluda

El día veintitrés he pedido fiesta en el trabajo para ir a esto.
Ni que fuera el Primavera Sound.
Sólo quiero saludar al Zarraluki y, de alguna manera, pedirle perdón por haberle (¿haberlo? ¡Gabriela!) dejado abandonado.
Él que me quería tanto.

Siempre he pensado que las firmas en Sant Jordi son una oportunidad para dar las gracias. El verdadero lector no debería llevar un libro para que se lo firmara el autor (¡explícale esto a su editor!) sino sólo la mano extendida, los brazos abiertos, besos lanzados desde la yema de los dedos y que vayan cayendo aquí y allá, que la gente los pise y se mezclen con los pétalos de rosa que los niños irán recogiendo y guardando en los bolsillos de sus chaquetas, porque ese día nunca es del todo caluroso, y luego ya en casa la madre o el padre colgaría de nuevo la chaqueta en el armario del hijo, de la hija, y al cabo de unos días ya el anticiclón y la chaqueta guardada hasta el año que viene, aunque el año que viene ya no será de su talla y la madre o el padre decidirán guardarla en una de las cajas de tela que compraron para estos casos, y doblarán la chaqueta y la guardarán junto con toda la ropa de ese invierno y esa primavera, y la madre o el padre se subirán a ese taburete que compraron para estos casos y ajustarán la caja en el hueco de la estantería que tienen en el altillo para estos casos, y pasarán los años y el hijo o la hija tendrán hijos o hijas y en una conversación la madre o el padre, ahora abuelos, les recordarán que en el altillo tienen ropa de cuando eran pequeños, y el hijo o la hija deciden subir y abrir las cajas para escoger las prendas que más les gusten, y abren la caja donde estaba la chaqueta, que sigue ahí, por supuesto, quizá veinte años después y, al verla, recordarán aquel Sant Jordi y aquellos pétalos que fueron cogiendo del suelo para guardarlos en los bolsillos, y ahí estarían, pétalos de rosa enredados con los besos que la gente iba lanzando, y el hijo o la hija vaciarían los bolsillos de aquellos pétalos de rosa y se los llevarían para, más tarde, ya en casa, extenderlos sobre la cama y tumbarse encima y cerrar los ojos.

Sólo quiero saludar al Zarraluki y que Vila-Matas les dedique un libro a mis hijos, que todavía no saben leer, pero que algún día decidirán empezar París no se acaba nunca y descubrirán que en la primera página el autor les saluda.

Eso es lo único que quiero: dejarles pétalos entre las páginas.

miércoles, abril 02, 2014

{cejas arqueadas}

He empezado a leer Lolita, de Nabokov. Hace falta decir de Nabokov, pregunta seria, Gabriela, hace falta, cal, poner el nombre del autor cuando se trata de una obra clásica, o de un nuevo clásico o como le quieras llamar a Lolita o a La metamorfosis o a A sangre fría. Todo esto era una pregunta. Sigo preguntando: en qué momento se deja de decir el nombre del autor, como pasa con El Quijote, Cien años de soledad, Hamlet, yo qué sé, un montón más, nano. Quién o qué decide cuándo obviar el nombre del autor. Es el tiempo, pregunto, es la magnitud de la obra, pregunto, es el supuesto conocimiento que debe de tener el público la sociedad la masa, pregunto. 
La cuestión es que he empezado a leer Lolita, entre muchos motivos, después de leer un libro de poesías de Billy Collins, recogido en el más que recomendable Navegando a solas por la habitación (DVD Ediciones), titulado Picnic, rayos. Y al llegar a la poesía que daba título al libro, descubrí de dónde había salido: a modo de dedicatoria, el Collins copia y pega una frase de Lolita.

My very photogenic mother died in a freak accident (picnic, lightning) when I was three.

Que el traductor de este libro de Collins (Eduardo Moga) resuelve con gran acierto:

Mi muy fotogénica madre murió en un accidente absurdo (picnic, rayos) cuando yo tenía tres años.

Fue ese (picnic, rayos) así, entre paréntesis, el que me hizo coger el libro de Nabokov. Ese detalle. Un cuento dentro de ese paréntesis. Un cuento de dos palabras. Una novela de dos palabras. Hay en esas dos palabras separadas por una coma más historias que en toda la literatura española de los noventa. Por poner un ejemplo.

(picnic, rayos)
Qué puede hacer uno ante tanta maestría. 
Sólo una cosa: arrodillarse.
Lo deja ahí, como diciendo: no te voy a cansar con historias, tampoco vale la pena, sólo era mi madre. Y lo que hace Nabokov, con toda la intención, es llevarnos de la mano hasta ese día y dejarnos ahí, bajo un toldo que nos protege de la lluvia, a cierta distancia, imaginando lo que sucedió. (No sé si más adelante entrará en detalles, no he llegado).

(picnic, rayos)
La madre que lo parió. 

Pero cuál es mi sorpresa {cejas arqueadas} cuando llego a esta parte, al principio de la novela, y la traducción de Francesc Roca para Anagrama es esta:

Mi madre, muy fotogénica, murió a causa de un absurdo accidente (un rayo durante un picnic) cuando tenía yo tres años.

Por qué decide Francesc Roca traducir (picnic, lightning) como (un rayo durante un picnic) y deshacer la magia y la pureza y el encanto y la poesía y la majestuosidad que contenía y contiene (picnic, rayos). Parece como si hubiera pensado por un momento que quizá el lector no lo iba a comprender. No sé, digo yo. No le veo otra explicación. O quizá él lo tradujo como (picnic, rayos) y un corrector, o quien quiera que se encargue de supervisar el trabajo de un traductor, lo cambió por este (un rayo durante un picnic).
De todas formas, escojo sin dudar la frase entera traducida por Eduardo Moga (poeta), más limpia, ¡sin comas! y sin ese cuando tenía yo tres años, que me saca de quicio, de Francesc Roca.

Cuánta maestría me estoy perdiendo por no leer del original.

Cuánta.


miércoles, marzo 05, 2014

ya se gesta

Quiero hacer un documental.
Sobre este hombre.
Maurice Tillet.

Quiero hacer un documental significa que no lo haré pero dentro de mí ya se gesta y ya escribo el guión, imagino planos, ya contacto con amigos y familiares, ya tengo las preguntas, y ya me compro una cámara, ya viajo a los Urales, a Reims, a Massachusetts y a Chicago, y ya vuelvo a casa y ya lo edito y ya se estrena.
Con mucho dinero haría muchas cosas. Una de ellas, un documental sobre Maurice Tillet, del que no encuentro casi nada, por no decir nada.
Hay algo en este hombre que me pide un documental.
Un luchador profesional apodado El ángel francés. 


"El monstruoso ogro del cuadrilátero".
La persona en la que se basaron los creadores de Shrek. Aunque nunca lo hayan admitido.
Pero, sobre todo, un joven que con veinte años sufre acromegalia y tiene que cambiar su vida obligado por su aspecto físico.

Quiero hacer un documental sobre este hombre pero no lo haré.
Aunque dentro de mí ya se gesta.



viernes, febrero 28, 2014

should I?

No paro de mirar este vídeo. Esta tarde le di al play unas cien veces seguidas, no me preguntes por qué. Estoy a punto de que el FBI empiece a controlarme y le hablen de mí a Paul Rudd, le comenten lo de los visionados de esta tarde, simplemente queríamos que lo supieras, hijo, ándate con cuidado, le dirían.
Lo fácil que es entretenerme. Con un playback. ¡Batalla de playbacks!

Sobre todo miro la primera canción, la de Tina Turner.
Ese Should I? me noquea.



No paro de mirar este vídeo y muchos otros del programa de Jimmy Fallon, the Man, el mayor talento televisivo ahora mismo sobre la faz de la Tierra. Y es que si allí tienen a Jimmy Fallon, aquí tenemos a Pablo Motos, que es un quiero y no puedo de todo lo que ve en Youtube. Es como cuando imitábamos en el patio el regate de cola de vaca que le hizo Romario a Alkorta en aquel 5-0. Un quiero y no puedo. Pero nosotros, felices. Pues Pablo Motos igual. Él a lo suyo.

También miro de vez en cuando este otro, que es parte de la ceremonia de inauguración de los Emmys del 2010. Lo veo y pienso: tampoco parece tan difícil, por qué no se podría hacer, se hace, algo así en este bendito país. Qué falla, qué nos falla, pregunto: la música, los actores, presentadores, los cámaras, pregunto, eh, qué tienen ellos, humanos como nosotros, cuál es la fórmula, la ecuación. Y después de mucho pensar, bueno, tampoco tanto, despejo la x y la y.
x = talento.
y = dinero.



Podría seguir con vídeos de Jimmy Fallon toda la noche.
Este (no me dejan pegarlo en el blog [el autor que se excusa como si al lector le importara]) me gusta mucho también: una versión del Sexy and I know it cantado por su (brutal) imitación de Neil Young y la aparición estelar de Bruce Springsteen.
Aquí Pablo Motos imitaría a Alejandro Sanz cantando Corazón partío y al final saldría Miguel Ríos.
En fin.



domingo, febrero 16, 2014

ni por supuesto a Montaigne

Siempre que me rasco el sobaco pienso en Bukowski, en quién otra persona podría pensar. Y esta ensoñación me lleva, a su vez, a aquella tarde de mayo de dos mil seis en la que me acusaron de robar este libro. No te lo he contado. Pregunto. Quizá a ti sí, pero a lo mejor a ti no. La cosa va de que un día salí a pasear por Gavà, ciudad donde vivía por aquel entonces, con el Cultura/s y el libro de Bukowski bajo el brazo. Era miércoles. Estaba de excedencia. Me pedí una excedencia de un año en Fnac, donde estuve trabajando seis. El corrector me cambia excedencia por excelencia. Luego no volví, pero eso es lo de menos. Salí a pasear con la idea de llegar a un gran parque que hay cerca de casa, el Parc del mil·leni, una mezcla de parque y bosque bien cuidado, algo tan extravagante e impropio del Baix Llobregat que quizá sea ahí donde radique su magnetismo. Siempre que paso por ahí, camino de casa de mis padres, pienso en cuánto tardará alguien en prenderle fuego al bosque, cuándo empezarán a cortar los árboles para quemar la leña en barbacoas los domingos, cuándo, en definitiva, a alguien le dará por destruir lo único que vale la pena de esa ciudad. Por el camino entré en una (¿la única?) librería-papelería en la que nunca antes había entrado y en la que nunca jamás entraré, a no ser que algún día venga Bukowski a firmar libros. O Salinger. La culpa fue mía, parece el título de un disco de Luis Miguel, la culpa fue mía por entrar sin decirle al dueño de la tienda que llevaba conmigo mismo mío yo un libro bajo mi mismo brazo, el derecho, el izquierdo, qué sé yo. La culpa fue mía, sí, porque me di una vuelta por la librería buscando el Ensayos I de Montaigne, por qué me acuerdo de que era este no lo sé, a las cinco de la tarde, la persiana recién levantada, y toda persona que se pasea por una librería parece que es sospechosa, sobre todo en Gavà, donde lo normal es andar pintando símbolos fascistas por las paredes, entonces nadie me habría dicho nada, uno: déjalo, sólo está pintando una esvástica, el otro: ah, pensaba. Pasearse por una librería está penado en Gavà y en prácticamente todo el Baix Llobregat. Peor aún si llevas barba. Por eso la culpa fue mía, con el diario y el librito bajo el brazo, sin pensar ni siquiera en que el dueño me estaba siguiendo con la mirada, sin ver por supuesto en ningún momento cómo yo cogía ese libro de sus estanterías de mierda, pero siempre sospechando de mí, porque estaba paseando por su librería con un libro bajo el brazo, me tendré que quitar la ropa cada vez que entre en el puto Corte Inglés porque a lo mejor sospechan que me la acabo de poner allí, en ese ángulo fuera de cámara, los zapatos en la tercera planta, la chaqueta en la quinta, y así hasta salir vestido de pies a cabeza, es a eso a lo que jugaba este dueño de librería, y al no encontrar el libro de Montaigne, que días más tarde me compraría en Taifa, Verdi 12, me dispuse a abandonar el habitáculo en el que nunca antes había entrado, y fue entonces, al pisar la acera, cuando el guardián de la librería me puso la mano en el hombro y me invitó a entrar de nuevo en su guarida y comprobar que el librito que llevaba bajo el brazo no pertenecía a su tienda, esa tienda en la que no había encontrado ni a Montaigne ni a Carver ni a Vila-Matas por supuesto no iba a tener esta pequeña joya que yo llevaba bajo el brazo, derecho, izquierdo, qué sé yo, y así entré yo de nuevo a la estancia, dispuesto a colaborar con la justicia mientras el dueño comprobaba en el ordenador el título del libro y me decía Según el ordenador, hay una copia, y se dirigía, ya culpándome de robo a cada paso, cada pisada una acusación, hacia la estantería donde supuestamente tendría que estar el librito.

Pero no estaba.

Y ahí él y yo, cara a cara, la fotografía del esperpento, cómo convencer a alguien ya ofuscado desde el primer momento en que te vio en su librería, quizá ofuscado desde el primer momento en el que vio la luz, cómo hacerle entender a un hombre que regenta una librería en la que no encuentras a Carver ni a Vila-Matas ni por supuesto a Montaigne que aquel librito que llevas bajo el brazo y que compraste en La Central es tuyo, porque lo pagaste en aquella librería, y recuerdas el día y el tiempo que hacía cuando lo compraste, qué le tengo que explicar a este hombre, que ni siquiera me ha visto tocar un libro de sus estanterías de mierda, huérfanas de al menos tres grandes nombres, cómo empezamos el debate si él ya casi marca el teléfono de la policía en cuanto me ve entrar, esa barba podría causarme problemas, piensa, tendré el teléfono a mano por lo que pueda pasar, y entonces me pregunta que por qué no le he puesto el nombre, y pienso también que sería buena idea poner una cinta con mi nombre en el cuello a cada camiseta y cada chaqueta, marcar también los pantalones y calcetines, ser, de nuevo, un compañero de clase de mi hijo de dos años, podría haber puesto en la primera página del libro: Diego Cruz -5º EGB- 86/87, y así aquel hombre se hubiera quedado tranquilo, me dijo también que llamase a alguien que supiera que yo tenía ese libro (sic), propuesta que me confirmó lo que ya sospechaba desde el primer momento: era idiota. Si a veces ni yo mismo te podría asegurar si tengo este o aquel libro, a quién quieres que llame para que te confirme que este es mío. Llamé a mi madre, que era imposible que lo supiese, pero al menos pensé que sería una buena forma de demostrarle al dueño de la tienda que no estaba solo, que había nacido de una mujer, que no era un forastero llegado de un lugar lejano y que, vagabundeando, había decidido robar en su librería de mierda. Los minutos pasaban; la vergüenza ajena que estábamos provocando a los dos clientes que iban a pagar algún lápiz o alguna mierda, no. Acabo de utilizar un punto y coma por primera vez en este blog. Luego miro a ver si me corresponde algún premio. Algo cae seguro. La cuestión es que el mismo hombre que me había acusado de robar un libro de su librería de mierda decidió que ya era hora de dejarme en paz, que estamos perdiendo el tiempo (sic), te tendré que creer (sick!), así fue como lo dijo el hombre sin alma y sin criterio, y así fue como di media vuelta y volví a salir, ahora ya de cuerpo entero, el sol en mi cara, a la calle, donde ahora todo el mundo con el que me cruzaba parecía acusarme de algo, en sus miradas compasión y desdén a partes iguales, incluso sabiendo que todas las personas con las que me cruzaba no podían haber presenciado la escena de la librería de mierda, de alguna manera yo creí entender que aquello había trascendido a todo el pueblo a través de un streaming raro emitido por las cámaras de seguridad de la tienda pero, a la vez, si aquella librería hubiese tenido cámaras de seguridad, por qué aquella escena, para qué todo aquel sufrimiento. Continué caminando hacia el parque objetivo inicial de mi paseo, pero me di media vuelta en la primera esquina que encontré, esperé y caminé más de la cuenta y llegué a aquella esquina cruzando por un paso de peatones cuando hacía varios metros que me hubiera girado ciento ochenta grados para retomar el camino a casa, pero pensé que todas esas personas que me estaban mirando quizá podrían sospechar de este gesto repentino y empezar a preguntarse el porqué y puede que alguna de ellas me barrara el paso y me interrogara, ¿no ibas para allá, por qué vuelves?, y yo no sabría que contestarle porque, era verdad, no tenía motivos para volver a casa y no ir al Parc del mil·leni, un poco de odio hacia la raza humana, puede, pero nada más, quién no siente eso cada día y continúa su camino al trabajo, a la compra, a buscar a los niños al colegio, quién no siente cada día odio hacia la raza humana, así, en general, y luego da media vuelta y vuelve a casa.

Dar media vuelta y volver a casa como solución a todo.

Y todo esto no sé a qué venía.

miércoles, febrero 05, 2014

viernes, enero 31, 2014

labio inferior

Descubrí a Cream en un Sputnik de esos que presentaba el Bruno Sokolowicz. Vaya rompebragas, eh, el Sokolowicz. He tenido que mirar en Google cómo se escribía, no te pienses que somos amigos. La cuestión es que grabé el programa y luego lo fui viendo durante un tiempo. Eric Clapton en esta época se rizó el pelo en homenaje a su ídolo Jimmy Hendrix. Esto es algo que no sé dónde escuché. Como que José María Iñigo se dejó bigote como los Beatles del Sgt. Peppers. O como que cuando te cruzas con alguien caminando por la acera, la persona de mayor edad debe quedar en la parte interior. Es sabiduría popular de las mañanas de TVE.
Del vídeo me gustaba sobre todo la música, claro, pero no voy a negar un cierto pasmo ante las muecas de Clapton mientras punteaba. Esa boca torcida, el labio inferior medio succionado, aspirando toda la magia de aquel final de década.
Pero a lo que vamos: Strange brew es una canción de Disraeli Gears, un álbum de 1967. Si sabemos, como todo el mundo sabe, que Eric Clapton nació en 1945, la resta nos da la friolera de veintidós (22) años.
Yo a esa edad creo que dejé el currículum en Fnac. Y puede que alguna vez cruzara en rojo. Es lo más interesante que hice a los 22. Supongo que también está grabado por las cámaras de seguridad del Triangle. Una grabación de mi paseo deambulando por los pasillos de Fnac buscando el despacho de RR.HH. para hacer una entrevista.
Quizá los de discos tenían puesto el Disraeli Gears aquel día.
Imagínate. Vaya imagen para acabar. Un chaval de 22 años cantando de fondo mientras tú vas a tu primera entrevista de trabajo que consistirá, entre otras cosas, en ordenar los discos de este chaval que canta de fondo.
You've been chosen as an extra in the movie adaptation
            of the sequel to your life

Ahora no sé por qué me ha venido esta canción.

jueves, enero 30, 2014

no la vi en el cine

Pulp Fiction es del 94 y Tarantino nació en el 63. ¡Boom!: 31.
Me acuerdo de ver una y otra vez esta peli en una cinta VHS que no sé de dónde salió ni quién compraría, yo al menos no, o quizá sí, aunque tampoco podría decirte ni dónde ni por qué, vaya, no podría asegurar nada de mi propia vida, tiene gracia la cosa.
La cuestión es que no la vi en el cine, y eso no es algo que me guste recordar.
También me compré el guión, mucho más tarde, esto sí que lo recuerdo, y me sentí estúpidamente estafado al comprobar que el pasaje bíblico no coincidía literalmente.
No he encontrado todavía una Biblia que reproduzca exactamente las palabras de Jules.
Cuánta gente abriría por primera vez una Biblia después de esta peli.
Tarantino, el evangelizador.

domingo, enero 12, 2014

lava desconocida

Nadia Comaneci todavía no había cumplido los quince (15) años cuando hizo (el verbo hacer como comodín del que ya no da más de sí) esto que viene a continuación.
Una especie de conjuro, algo que va más allá de lo conocido, de lo que podemos llegar a entender, sólo hay que quedarse en silencio, qué otra cosa debemos hacer, el 11-S de la gimnasia, algo hipnótico, siempre como si fuera la primera vez o, mejor aún, recordando aquella primera vez, ahora ya conocemos los hechos, los movimientos, el desplome, los saltos, el impacto, el salto final, esa sonrisa triste de satisfacción, los espectadores, el que asiste a algo nuevo, aquí todo es nuevo, y la criatura que brinca y piruetea de aquí para allá apenas podríamos confirmar que es humana, un insecto ancestral, de dónde ha llegado, esa luz que la ilumina nace en su cuerpo, emana de él como el fulgor de una lava desconocida que lo ilumina todo a su paso.

jueves, enero 09, 2014

regalo del cielo

Aquí Freddie Mercury tenía cuarenta (40) años. Da igual que no entre en los cánones de la lista que estoy configurando porque esto que viene a continuación, que seguro que has visto, no lo llegará a hacer nadie más en la historia de la música pop.
Así que, debido a su naturaleza infranqueable, aquí tienes este regalo del cielo.
No sé cuánto costaría la entrada del concierto, pero sólo con estos dos minutos ya puedo decir que fue barata.

lunes, enero 06, 2014

todo bien

David Lynch (1946)
El hombre elefante (1980)
Treinta y cuatro (34) años.
Todo bien.
Seguimos.

domingo, enero 05, 2014

zumbido eterno

Empiezo una nueva serie en este bendito y caduco ya blog, qué haremos con este blog, lo cierro, pregunto, pienso en cerrarlo tantas veces como en irme a dormir, imagínate, al día, veinticuatro horas, al menos una vez a la hora pienso en irme a dormir, veinticuatro veces como mínimo al día también pienso en acabar de una vez por todas con esta lacra que me persigue desde hace ya siete años, a quién pienso engañar, a dónde quiero llegar, cuál es mi objetivo, no lo sé, alguien lo sabe, pregunto, nadie, pues empiezo decía una nueva serie de veinte entradas, qué digo veinte, signo de admiración-quizá sólo tres-signo de admiración, puede que una, sólo esta que hoy presento en sociedad, abro paréntesis, por cierto, yo sigo acentuando sólo cuando creo que ya no se acentúa, cometo, por tanto, ahora, una falta de ortografía, pregunto, cierro paréntesis, en fin, nobody knows, una, veinte, qué más da, aunque siempre prepárate para la decepción, la cuestión es que vivirán bajo la etiqueta tot està per fer i tot és possible, y es que todavía no te he explicado de qué va la fanfarria absurda que voy a perpetrar, pues se trata simplemente de hacer una lista de mis artistas favoritos de todos los tiempos, en todos los ámbitos artísticos, esto no hacía falta ponerlo, artistas favoritos, ya me entiendes, músicos, pintores, directores de cine, actores, actrices, puntos suspensivos, hacer una lista de estos artistas y de una de sus obras preferidas, peli, canción, cuadro, y descubrirle al mundo, a ti, a mí, qué edad tenían cuando la crearon, ajá, ahí estamos llegando a algo bueno, eh, la edad que tenía tu cantante favorito cuando cantaba tu canción favorita, sí, es deprimente, sobre todo si sobrepasas los treinta, treinta y cinco en mi caso particular mío de mí, cuando pasas la barrera de los treinta, eh, vaya mierda, aunque se diga que no, es una puta mierda, porque todo el colchón que significaban los veinte para hacer algo, algo nuevo, importante, se ha ido caracoleando por el desagüe de la bañera, tan llena que estaba, cómo es posible, a la mierda, veinte, veintitrés, veinticinco, va, todavía veintiocho, bum, treinta, y ahora los años parecen ir de dos en dos, en el mejor de los casos, y entonces te descubres diciendo, joder, pero ¿el año pasado no tenía treinta y dos?, cómo es que hoy cumplo treinta y cuatro, ¿y mis treinta y tres?, y así cada año, un lamento continuo de fondo, como un zumbido que no sabes de dónde puede proceder, será algún aparato que tienen conectado los vecinos, te preguntas, no, y una mierda, eres tú, es tu PUTO TIEMPO PERDIDO, que suena así, como un zumbido eterno, pero está dentro de tu cabeza, no te preocupes, ahora no culpes a tus vecinos, face your fears, pues eso es lo que quiero hacer ahora, estos días, esa lista de artistas y sus obras, esos latigazos que me quiero infligir porque sí, esos putos clavos que me voy a clavar en la muñeca para sostenerme en la cruz, alguien me tendrá que ayudar con el de la mano derecha, eso sí, treinta y cinco años, ya verás qué sorpresas, una detrás de otra, si ya sólo pensando en el puto club de los veintisiete se te cae el alma a los pies, por ponerte un ejemplo rápido y jugoso, bien, todo esto viene porque escuché que Alice Munro (1931) publicó su primer libro de cuentos a los treinta y siete años, Dance of the happy shades (1968), lo que me provocó una estúpida alegría difícil de explicar a estas horas de la mañana, como si alguien me dijera Mira, todavía puedes ganar el Nobel (risas enlatadas grabadas en cassette) y, a su vez, me dio por pensar de nuevo, algo que he estado haciendo desde los quince años, en la edad de todos los artistas a los que admiro y he admirado cuando crearon aquella canción que te ha acompañado siempre, aquella película que te emociona una y otra vez, aquel libro, aquel cuadro, aquel todo, y ese es el motivo de esta entrada, de estas entradas, veinte, quizá cinco, puede que dos, o sólo esta con la que me decido a empezar, y el verso de Martí i Pol bajo el que se agruparán, ese verso ya tan de todos, tan de la gente, tan pop, ese verso que es un canto a la esperanza, resume aquí todo el sentir contrario, el bajar los brazos, dejar caer los hombros, tú ya con treinta y cinco, qué hay que hacer con treinta y cinco años cuando ves a estos artistas, qué hay que hacer, alguien lo sabe, nadie, pregunto, y afirmo. Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.
Sin más, empiezo.

Joe Cocker nació en 1944.
Cuando actuó en Woodstock, teniendo en cuenta que el concierto se celebró en 1969, Cocker tenía la friolera de veinticinco (25) años.
Qué hacías tú a los veinticinco.
Qué hacía yo: entre otras cosas, ordenar sus discos en una tienda.
Él bebía y cantaba, y siempre parecía que le iba la vida en ello.
Quizá esta es la mejor versión que se ha hecho nunca de una canción.
Veinticinco años.
Ahí va.