lunes, diciembre 31, 2007
2007
Ver mapa más grande
adiós.
(De a Dios).
1. interj. U. para despedirse.
2. interj. U. para denotar que no es ya posible evitar un daño. ¡Adiós, lo que se nos viene encima!
3. interj. U. para expresar decepción. ¡Adiós, ya he perdido las llaves!
4. interj. U. para expresar incredulidad, desacuerdo o sorpresa.
5. m. Despedida al término de una conversación, misiva, etc.
domingo, diciembre 30, 2007
sábado, diciembre 29, 2007
diez libros
Estos son los diez libros del año según el suplemento Babelia.
1. Vida y destino. Vasili Grossman.
2. Tu rostro mañana/3. Veneno y sombra y adiós. Javier Marías.
3. Las benévolas. Jonathan Litell.
4. El canto de las sirenas. Eugenio Trias.
5. La carretera. Cormac McCarthy.
6. Exploradores del abismo. Enrique Vila-Matas.
7. Eros es más. Juan Antonio González-Iglesias.
8. El padre de Blancanieves. Belén Gopegui.
9. El gozo intelectual. Jorge Wagensberg.
10. El mundo clásico. Robin Lane Fox.
Y siguiendo con El País (no tengo comisión aunque lo parezca, criterio tampoco), aquí te dejo el calendario con las entregas de cine documental por un euro.
31 diciembre - Invisibles. (gratis)
2 enero - Caminantes.
3 enero - Grizzly man.
4 enero - Capturing the Friedmans.
7 enero - La pelota vasca.
8 enero - Misterios del Titanic.
9 enero - Buena vista social club.
10 enero - Ser y tener.
11 enero - Los espigadores y la espigadora.
14 enero - Born into brothels.
tigre verde
OCTUBRE. Se perfecciona la redondez del mundo. Los árboles son violines cuya música es el azul del cielo. El bosque juega con mi hijo como un tigre verde con un jilguero. Somos el interior de una lentísima manzana cayendo silenciosamente en el tiempo.
Mortal y rosa. (1975)
Francisco Umbral.
Mortal y rosa. (1975)
Francisco Umbral.
letargus retractilum
Acto I
Uaah
(Diego bosteza mientras se rasca los sobacos).
Bueno, ya estoy aquí de nuevo.
Acabo de llegar del médico.
Me había pasado una cosa bastante extraña.
Sé que no te lo vas a creer, pero es verdad.
(Diego se rasca la barba e intenta elegir las palabras para una mejor narración de los hechos. Luego piensa que no lo conseguirá. Aún así, él no desiste).
Bien, pues se ve que es más común de lo que pensaba, por lo que me ha dicho el médico. La cuestión es que mis dedos se introdujeron en mis manos. Así como lo lees. Imagínate un guante, pues igual. No me dolió ni nada, me pasó durmiendo y ya me desperté así. Lo único malo es el escribir y el recoger el cambio cuando vas a comprar.
Ayer te lo quise explicar pero no pude, lo intenté pero no pude, vamos, creo que no. Yo sí que entiendo lo que puse, ahora cuando lo leo, pero claro, reconozco que es difícil encontrar la entonación a las frases.
(Diego se rasca los genitales y mira hacia la pared de su habitación. Allí, Jack Nicholson amenaza a Shelley Duvall).
Pues lo que te iba diciendo, que es más normal de lo que parece. De hecho, la consulta estaba llena de gente con muñones por manos.
Había gente de todas las edades.
El médico me dijo que era un síntoma del exceso de comida en el estómago.
Pocas veces pasa pero sobre todo ahora, durante las fiestas navideñas, los dedos adoptan el llamado letargo retráctil (letargus retractilum). Es entonces cuando, a modo de preservar la salud de su dueño, los dedos se esconden para que éste no pueda coger de nuevo el cuchillo ni el tenedor quedando pues, eso sí, una mano, diríamos no fea, sino extraña.
La única opción posible ahora es comer del plato.
(Diego se vuelve rascar la barba y piensa en aquel día, en el puerto, observando aquella manada de peces deformes alimentados por cacahuetes y escupitajos).
Pero bueno, ya pasó. No me recetaron pastillas ni nada, el remedio es casero. Consiste en inflar globos y luego dejarlos desinflar en tu boca, de modo que tú te vayas inflando y así tus dedos vuelvan a aparecer. Otra vez vuelvo a utilizar el ejemplo de los guantes, soplar unos guantes de plástico, porque creo que es el más eficaz.
Parece raro, lo sé, y si lo llego a leer en algún blog yo tampoco me lo creo. Pero ya te digo que es totalmente cierto. ¿Por qué te iba a mentir? Y, además, ¿cómo iba yo a inventarme tal gilipollez?
(Diego se recosta en su silla pero se da cuenta de que está sentado en un taburete y es entonces cuando se cae hacia atrás.
Esto no le provoca risa. Aún así, se escuchan risas de fondo.
Doliéndose del golpe en la espalda, continúa su relato de los hechos).
Pues nada más.
(No sabe qué poner. El golpe le ha afectado. Se rasca ahora la cabeza. Risas tenues).
Creo que me voy a dormir. Me acabo de caer de la silla, del taburete en el que estaba sentado.
(Diego corrobora su caída a sus lectores sin saber que éstos ya se habían enterado gracias a mí).
Uaah
(Diego bosteza mientras se rasca los sobacos).
Bueno, ya estoy aquí de nuevo.
Acabo de llegar del médico.
Me había pasado una cosa bastante extraña.
Sé que no te lo vas a creer, pero es verdad.
(Diego se rasca la barba e intenta elegir las palabras para una mejor narración de los hechos. Luego piensa que no lo conseguirá. Aún así, él no desiste).
Bien, pues se ve que es más común de lo que pensaba, por lo que me ha dicho el médico. La cuestión es que mis dedos se introdujeron en mis manos. Así como lo lees. Imagínate un guante, pues igual. No me dolió ni nada, me pasó durmiendo y ya me desperté así. Lo único malo es el escribir y el recoger el cambio cuando vas a comprar.
Ayer te lo quise explicar pero no pude, lo intenté pero no pude, vamos, creo que no. Yo sí que entiendo lo que puse, ahora cuando lo leo, pero claro, reconozco que es difícil encontrar la entonación a las frases.
(Diego se rasca los genitales y mira hacia la pared de su habitación. Allí, Jack Nicholson amenaza a Shelley Duvall).
Pues lo que te iba diciendo, que es más normal de lo que parece. De hecho, la consulta estaba llena de gente con muñones por manos.
Había gente de todas las edades.
El médico me dijo que era un síntoma del exceso de comida en el estómago.
Pocas veces pasa pero sobre todo ahora, durante las fiestas navideñas, los dedos adoptan el llamado letargo retráctil (letargus retractilum). Es entonces cuando, a modo de preservar la salud de su dueño, los dedos se esconden para que éste no pueda coger de nuevo el cuchillo ni el tenedor quedando pues, eso sí, una mano, diríamos no fea, sino extraña.
La única opción posible ahora es comer del plato.
(Diego se vuelve rascar la barba y piensa en aquel día, en el puerto, observando aquella manada de peces deformes alimentados por cacahuetes y escupitajos).
Pero bueno, ya pasó. No me recetaron pastillas ni nada, el remedio es casero. Consiste en inflar globos y luego dejarlos desinflar en tu boca, de modo que tú te vayas inflando y así tus dedos vuelvan a aparecer. Otra vez vuelvo a utilizar el ejemplo de los guantes, soplar unos guantes de plástico, porque creo que es el más eficaz.
Parece raro, lo sé, y si lo llego a leer en algún blog yo tampoco me lo creo. Pero ya te digo que es totalmente cierto. ¿Por qué te iba a mentir? Y, además, ¿cómo iba yo a inventarme tal gilipollez?
(Diego se recosta en su silla pero se da cuenta de que está sentado en un taburete y es entonces cuando se cae hacia atrás.
Esto no le provoca risa. Aún así, se escuchan risas de fondo.
Doliéndose del golpe en la espalda, continúa su relato de los hechos).
Pues nada más.
(No sabe qué poner. El golpe le ha afectado. Se rasca ahora la cabeza. Risas tenues).
Creo que me voy a dormir. Me acabo de caer de la silla, del taburete en el que estaba sentado.
(Diego corrobora su caída a sus lectores sin saber que éstos ya se habían enterado gracias a mí).
viernes, diciembre 28, 2007
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sábado, diciembre 22, 2007
buena persona
Esta es la foto que acompañaba la felicitación de Navidad de mi profesora de Cuento.
Me ha gustado lo suficiente como para enseñártela.
Mira si soy buena persona.
A veces.
viernes, diciembre 21, 2007
un poco
Esto me ha hecho un poco de gracia.
anagrama
(Quizá en este texto hablo de Dios. Y hablo de cosas de mi vida que quizá no te interesen lo más mínimo. Lo digo por si tienes cosas que hacer. Aunque, ahora que lo pienso, si has entrado en este blog es porque no tienes nada más que hacer).
Hace unos días celebramos una misa por mi abuelo, porque se fue, te acuerdas que te lo dije.
Fuimos a la iglesia y lo único que recuerdo es que hacía frío. Las iglesias son siempre lugares fríos.
Mi abuelo no era muy religioso, por no decir nada. Supongo que la misa la quiso mi abuela. Yo hubiera preferido sentarme a ver crecer el césped. Pero bueno, son cosas que hay que hacer.
No lloré nada. No sé por qué, pero no lloré nada. Creo que es porque estuve casi toda la misa desconectado de lo que decía el cura. Sólo volvía en mí cuando el cura pronunciaba el nombre de mi abuelo, como si fuera un perro dormido al que llaman de lejos.
Me pasé casi toda la misa intentando hacer un anagrama con el letrero de SAGRARI. No sé si es que soy muy imbécil pero no pude hacer ninguno. ¿Puedes tú?
De fondo oía a gente cantar de vez en cuando. Y me levanté y me senté sin saber por qué unas ocho veces.
Luego está la cuestión de Dios.
Dios, ¿qué es Dios?
Intenta explicárselo a un niño de diez años, si es que levanta la vista de la PSP.
¿Cómo se puede explicar hoy en día a Dios? ¿Alguien que nos protege? ¿Un ser superior? ¿Pero que no podemos ver? ¿Por qué? ¿Acaso no existe? ¿Sí? ¿Pero si no lo puedo ver? ¿Está en todas partes? ¿Si no voy a trabajar, él irá por mí?
Escribe Dios en el guguel. Aparecerán unas 45.000.000 de entradas en menos de un segundo. Y la mayoría serán lo más parecido a una secta. ¿Es a eso a lo que se resume Dios?
Para mí, Dios es un momento.
Suele ser bueno.
Ese momento que se queda ahí, en tu memoria, para siempre.
Ese momento es Dios.
Hay más, seguro, pero estos, sin seguir un orden, son algunos de mis Dios en mi vida:
- Todos los meses de agosto con mi familia en los apartamentos Miró de Begur.
- El viaje a Collioure, a visitar la tumba de Machado, cuando escuché a Paco Ibáñez por primera vez. (Gracias Lumi y Adolfo).
- El once de septiembre de 2001 y I'm the ocean
- Los paseos por la noche con Tomás, el 7eleven.
- El momento en que mastico el arroz de mi abuela y la tortilla de patatas de mi madre.
- El verano del 97 en Almería con Ángel y su familia.
- El viaje a Londres con Mireia.
- El viaje a E.U.A. con mis padres y mi hermana.
- El día en que mi profesora Margarita nos contó una leyenda de Bécquer. (Gracias Margarita).
- Los viernes en casa de mi tía, durmiendo en el sofá plegable.
- El 23 de diciembre de 2006, por la noche, con el frío.
He dicho que hay muchos más, claro. No es que los que haya escrito sean los más importantes, sino los primeros que me vienen a la cabeza. No quiere decir que haya olvidado al resto de Dios de mi vida. Siempre dando explicaciones.
Y Dios es eso, he dicho.
Este fin de semana no voy a actualizar porque trabajo demasiadas horas como para considerarme ser humano.
Este fin de semana no será Dios, ya te lo digo ahora.
Estoy hasta los mismísimos cohones de Miguel Bosé y de Serrat y Sabina juntos. Si un día los veo por la calle espero que no se me acerquen porque los mato a patadas (esto es un guiño cinéfilo, ¿qué peli?).
Feliz Navidad, y todo ese rollo de siempre, del año nuevo y eso.
martes, diciembre 18, 2007
sin tantas tetas
Ayer fue lunes (ahora no sé si va con mayúsculas, joder), aunque para mí, personalmente para mí, fue martes o miércoles o mierda, porque cuando trabajas un domingo llega un momento en el que te da igual qué día estés viviendo.
Es penoso pero sé que hoy es martes porque dan Cuestión de sexo en Cuatroº, la única serie española que no se me hace bola.
Es penoso, vale, pero más penoso es trabajar un domingo.
Ayer fue lunes, dije, y Sheila y yo fuimos a cambiar el Guitar Hero III porque la guitarra no funcionaba.
Resultó ser que no habíamos apretado un botón.
Es penoso, lo sé, pero más penoso es trabajar un domingo.
Luego comimos algo en el nuevo bar de Fnac Triangle, de Farggi, un despropósito de lugar con gente inepta y sablazo incluido.
Yo me tomé una especie de mini bocadillo vegetal y Sheila una crêppe de chocolate con leche, pero como no había chocolate con leche se tuvo que conformar con azúcar por encima, de la crêppe, quiero decir.
Más tarde compramos la revista Benzina (la mejor revista cultural hoy en día en Catalunya triomfant tornarà a ser rica i plena) y la Esquire, por probar, con Bardem en la portada. Una caca considerable ésta. Nunca máis.
Luego fuimos a La Central. Sheila me dijo que los dependientes me estaban mirando. Supongo que despreciaban a alguien que cargase con una bolsa de Fnac con el Guitar Hero III dentro. Les hice un fakiu interiorizado. Y no me compré nada, porque no tenían el libro que buscaba.
Luego pasamos por LaPelu, la única peluquería con lema: sabes cómo entrarás pero no cómo saldrás.
Sheila decidió cortarse el flequillo, así, sin pedir hora ni nada, en plan estrella. Le dijeron que ok, que guay, que por supuesto, nena (ahí hablan así), y le cortaron el flequillo previo pago de diez euros.
Diez minutos, diez euros. Si estás pensando en abrir un negocio, ya sabes.
La esperé en la salita de espera leyendo el Muy interesante sin leer nada muy interesante.
El nuevo corte de pelo le queda increíble a Sheila. Ni tú y yo juntos estamos tan guapos. Empiezo a confiar en LaPelu. Ahora recuerda un poco a la hija de Guillermo Toledo en Cuestión de sexo pero sin tantas tetas.
Luego paseamos por Tallers hasta CdDrome. Me compré este disco:
Aún no lo he escuchado.
Salimos de CdDrome y fuimos a la Laie del CCCB, el lugar donde siempre me he gastado más dinero en el menos tiempo posible.
Ayer me compré dos libros y un muñeco que representa a Edgar A. Poe.
Los libros son estos:
-Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas.
-Vida y milagro de Sgt. Pepper's. Un disco para una época.
Luego nos fuimos a casa, cenamos pizza y vimos El bosque.
Es penoso pero sé que hoy es martes porque dan Cuestión de sexo en Cuatroº, la única serie española que no se me hace bola.
Es penoso, vale, pero más penoso es trabajar un domingo.
Ayer fue lunes, dije, y Sheila y yo fuimos a cambiar el Guitar Hero III porque la guitarra no funcionaba.
Resultó ser que no habíamos apretado un botón.
Es penoso, lo sé, pero más penoso es trabajar un domingo.
Luego comimos algo en el nuevo bar de Fnac Triangle, de Farggi, un despropósito de lugar con gente inepta y sablazo incluido.
Yo me tomé una especie de mini bocadillo vegetal y Sheila una crêppe de chocolate con leche, pero como no había chocolate con leche se tuvo que conformar con azúcar por encima, de la crêppe, quiero decir.
Más tarde compramos la revista Benzina (la mejor revista cultural hoy en día en Catalunya triomfant tornarà a ser rica i plena) y la Esquire, por probar, con Bardem en la portada. Una caca considerable ésta. Nunca máis.
Luego fuimos a La Central. Sheila me dijo que los dependientes me estaban mirando. Supongo que despreciaban a alguien que cargase con una bolsa de Fnac con el Guitar Hero III dentro. Les hice un fakiu interiorizado. Y no me compré nada, porque no tenían el libro que buscaba.
Luego pasamos por LaPelu, la única peluquería con lema: sabes cómo entrarás pero no cómo saldrás.
Sheila decidió cortarse el flequillo, así, sin pedir hora ni nada, en plan estrella. Le dijeron que ok, que guay, que por supuesto, nena (ahí hablan así), y le cortaron el flequillo previo pago de diez euros.
Diez minutos, diez euros. Si estás pensando en abrir un negocio, ya sabes.
La esperé en la salita de espera leyendo el Muy interesante sin leer nada muy interesante.
El nuevo corte de pelo le queda increíble a Sheila. Ni tú y yo juntos estamos tan guapos. Empiezo a confiar en LaPelu. Ahora recuerda un poco a la hija de Guillermo Toledo en Cuestión de sexo pero sin tantas tetas.
Luego paseamos por Tallers hasta CdDrome. Me compré este disco:
Aún no lo he escuchado.
Salimos de CdDrome y fuimos a la Laie del CCCB, el lugar donde siempre me he gastado más dinero en el menos tiempo posible.
Ayer me compré dos libros y un muñeco que representa a Edgar A. Poe.
Los libros son estos:
-Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas.
-Vida y milagro de Sgt. Pepper's. Un disco para una época.
Luego nos fuimos a casa, cenamos pizza y vimos El bosque.
domingo, diciembre 16, 2007
todo abierto
Pégame lo que no está dicho,
rocíame de gasolina
y fuma a mi lado.
No me hables en todo el año,
escúpeme si quieres,
méame,
cágame.
Hazme el favor de
no quererme,
como lo haces ya.
Engáñame,
tritúrame,
insúltame,
y a los niños también.
Ríete de mí
siempre,
mejor en familia.
Pero,
por favor,
hoy domingo,
que está todo abierto,
cómprame algo
en el centro comercial.
rocíame de gasolina
y fuma a mi lado.
No me hables en todo el año,
escúpeme si quieres,
méame,
cágame.
Hazme el favor de
no quererme,
como lo haces ya.
Engáñame,
tritúrame,
insúltame,
y a los niños también.
Ríete de mí
siempre,
mejor en familia.
Pero,
por favor,
hoy domingo,
que está todo abierto,
cómprame algo
en el centro comercial.
viernes, diciembre 14, 2007
oscuras golondrinas
Una de las cosas que más me molesta es el frío del jabón líquido cuando me estoy duchando, sobre todo en invierno.
¿No te pasa a ti también?
¿No podrían inventar jabón líquido caliente? ¿O que se calentase agitándolo, por ejemplo?
Se podría llamar Sheik Yerbouti, o Hot Shots!, o algo así, fácil de recordar.
No creo que sea tan difícil inventar algo así, joder.
¿O es que a nadie más le molesta el frío del jabón?
¿Seré yo?
Te lo digo, estoy por no usarlo en lo que queda de invierno, aumentando la dosis de colonia para esconder olores (q'cerdoeresjoderdiego), hasta que la primavera llegue con su buen tiempo y vuelvan las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar.
Seguramente a ti te molestan cosas más importantes.
Pero es que yo soy así, de simple y de todo.
jueves, diciembre 13, 2007
miércoles, diciembre 12, 2007
ayer fue el cumpleaños de Cristina
Cada día es el cumpleaños de alguien, pero hoy es el de alguien muy especial.
Esta frase la leí en una tarjeta de cumpleaños que me regalaron de pequeño.
Cristina es mi Amiga.
Se hace llamar Houdini y firma como tal.
Ahora está en Manchester, estudiando, o eso dice.
Hace unos días me dijo que el 11 de diciembre sería su cumpleaños, que no me olvidase.
Yo le dije que qué tonterías tenía, que no me iba a olvidar.
Ayer fue el cumpleaños de Cristina.
Se me olvidó felicitarla.
Cada día es el cumpleaños de alguien, pero ayer fue el de alguien muy especial.
Acabo de votar en mi encuesta.
conciërto
Edu Agudélico me informa de un concierto suyo de él que ofrecerá en la sala miscelänea.
La diéresis en la a ya deja entrever lo cool del lugar.
Pincha aquí para más información sobre el artista y la actuación.
P.D.: Edu, no sé si podré ir porque el viernes hago horario de tarde (16:00-22:00).
De todos modos, gracias por la invitación. Saludos.
martes, diciembre 11, 2007
en secreto
Hoy voy a L'Auditori, a ajustarme mis gafas de pasta.
Voy a escuchar bandas sonoras de películas de ciencia ficción tocadas por la OBC.
Aquí tienes más información, por si quieres ir.
Y aquí tienes una foto.
Un grupo de cinco hombres orientales uniformados, siguiendo una nueva moda de suicidio colectivo, se despiden de sus familias justo antes de ser arrollados por un tren.
El primero y el segundo por la izquierda mantenían una relación en secreto.
Voy a escuchar bandas sonoras de películas de ciencia ficción tocadas por la OBC.
Aquí tienes más información, por si quieres ir.
Y aquí tienes una foto.
Un grupo de cinco hombres orientales uniformados, siguiendo una nueva moda de suicidio colectivo, se despiden de sus familias justo antes de ser arrollados por un tren.
El primero y el segundo por la izquierda mantenían una relación en secreto.
El fotógrafo no se pudo salvar.
La cámara sí.
lunes, diciembre 10, 2007
dostoievski me salvó la vida
Aquí te dejo con mi nuevo hijo. Se trataba de crear un conflicto e ir hacia el final. Creo que ni una cosa ni la otra pero, ¿y lo bien que nos lo pasamos?
Ahí va, colegui.
Antes de salir de casa, Dionisio siempre cogía Crimen y castigo de su estantería y se lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, ése que quedaba a la altura de las costillas.
Nunca lo abría, no había leído ni una sola palabra de ese libro. Pero una vez le oyó esta frase a un escritor: Dostoievski me salvó la vida. Así que, poco después, Dionisio salió en busca de algún título de ese autor. Y a partir de ese día, siempre lo llevó consigo.
Dionisio tenía una vida tranquila, monótona, desacelerada, aunque no se podría llamar gris, al menos para él. Era feliz a su manera.
Todas las mañanas, Dionisio hacía el mismo recorrido: de su casa a la panadería, de la panadería al estanco de la plaza, del estanco a la parada de autobús y de la parada de autobús a su casa de nuevo. En la panadería compraba una barra de pan y un cruasán para desayunar; en el estanco, sobres y sellos para enviar cartas; en la parada de autobús charlaba unos minutos con Pedro, el conductor, antes de que iniciase la marcha.
Todo esto, siempre, con el ejemplar de Crimen y castigo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez en su casa, Dionisio se preparaba un tazón de leche y sumergía el cruasán por partes: primero los cuernos, luego el cuerpo.
Cada mañana igual.
Cuando acababa, limpiaba la mesa y escribía cartas a un hermano al que nunca veía. Todas las cartas empezaban de esta manera:
Hola, hermano menor.
Por aquí todo igual.
Vivo en el lugar donde las cosas no pasan.
Y así cada día.
Una mañana, después de salir del estanco, un hombre se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo. El agresor se dio a la fuga. Dionisio, sorprendido, se rascó la cabeza y recogió los sobres y la bolsa con el cruasán que habían caído al suelo. Una vez recuperado del susto, se sentó en el bordillo de la acera y se llevó la mano al interior de su chaqueta. Sacó el libro agujereado. El cuchillo había penetrado por la contraportada y había llegado hasta la página cinco de la introducción. Observó el ejemplar acuchillado como si esperase que, de un momento a otro, empezara a sangrar.
Al otro lado de la calle, una pareja que había visto lo sucedido lo miraba con preocupación. Le preguntaron si se encontraba bien. Dionisio les respondió: “Mejor que nunca”. Luego se levantó, volvió a meterse el libro en el bolsillo interior y fue hacia la parada. Cuando llegó, el autobús que conducía Pedro ya se había ido.
Una vez en casa, se preparó un tazón de leche y disfrutó del cruasán empapado, como hacía siempre. Hoy el libro agujereado descansaba encima de la mesa, a su lado. Quizá una manera de mostrarle gratitud.
Más tarde limpió la mesa y preparó la carta para su hermano.
La carta empezaba así:
Hola, hermano menor.
Hoy ha sido un día extraño.
Dostoievski me salvó la vida.
Ahí va, colegui.
Antes de salir de casa, Dionisio siempre cogía Crimen y castigo de su estantería y se lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, ése que quedaba a la altura de las costillas.
Nunca lo abría, no había leído ni una sola palabra de ese libro. Pero una vez le oyó esta frase a un escritor: Dostoievski me salvó la vida. Así que, poco después, Dionisio salió en busca de algún título de ese autor. Y a partir de ese día, siempre lo llevó consigo.
Dionisio tenía una vida tranquila, monótona, desacelerada, aunque no se podría llamar gris, al menos para él. Era feliz a su manera.
Todas las mañanas, Dionisio hacía el mismo recorrido: de su casa a la panadería, de la panadería al estanco de la plaza, del estanco a la parada de autobús y de la parada de autobús a su casa de nuevo. En la panadería compraba una barra de pan y un cruasán para desayunar; en el estanco, sobres y sellos para enviar cartas; en la parada de autobús charlaba unos minutos con Pedro, el conductor, antes de que iniciase la marcha.
Todo esto, siempre, con el ejemplar de Crimen y castigo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez en su casa, Dionisio se preparaba un tazón de leche y sumergía el cruasán por partes: primero los cuernos, luego el cuerpo.
Cada mañana igual.
Cuando acababa, limpiaba la mesa y escribía cartas a un hermano al que nunca veía. Todas las cartas empezaban de esta manera:
Hola, hermano menor.
Por aquí todo igual.
Vivo en el lugar donde las cosas no pasan.
Y así cada día.
Una mañana, después de salir del estanco, un hombre se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo. El agresor se dio a la fuga. Dionisio, sorprendido, se rascó la cabeza y recogió los sobres y la bolsa con el cruasán que habían caído al suelo. Una vez recuperado del susto, se sentó en el bordillo de la acera y se llevó la mano al interior de su chaqueta. Sacó el libro agujereado. El cuchillo había penetrado por la contraportada y había llegado hasta la página cinco de la introducción. Observó el ejemplar acuchillado como si esperase que, de un momento a otro, empezara a sangrar.
Al otro lado de la calle, una pareja que había visto lo sucedido lo miraba con preocupación. Le preguntaron si se encontraba bien. Dionisio les respondió: “Mejor que nunca”. Luego se levantó, volvió a meterse el libro en el bolsillo interior y fue hacia la parada. Cuando llegó, el autobús que conducía Pedro ya se había ido.
Una vez en casa, se preparó un tazón de leche y disfrutó del cruasán empapado, como hacía siempre. Hoy el libro agujereado descansaba encima de la mesa, a su lado. Quizá una manera de mostrarle gratitud.
Más tarde limpió la mesa y preparó la carta para su hermano.
La carta empezaba así:
Hola, hermano menor.
Hoy ha sido un día extraño.
Dostoievski me salvó la vida.
se acabaron
Ayer hizo tanto viento que las calles cambiaron de sitio.
Hoy han tenido que venir unas grúas enormes para dejarlas como estaban. Las que subían, ahora bajaban; las que iban, ahora venían.
Los semáforos también sufrieron los efectos. El verde cambió al lugar del rojo y el rojo voló por los aires.
También la gente que caminaba por la calle fue víctima del viento.
Brazos y piernas volaban por los aires y se intercambiaban de dueño. Todos tenían un poco de todos.
Hoy todavía se recogen niños de los árboles.
El viento también ha transportado palabras, y cosas que se dijeron bajito han acabado llegando a los oídos de las personas mencionadas.
Ayer se acabaron muchos secretos.
Hoy han tenido que venir unas grúas enormes para dejarlas como estaban. Las que subían, ahora bajaban; las que iban, ahora venían.
Los semáforos también sufrieron los efectos. El verde cambió al lugar del rojo y el rojo voló por los aires.
También la gente que caminaba por la calle fue víctima del viento.
Brazos y piernas volaban por los aires y se intercambiaban de dueño. Todos tenían un poco de todos.
Hoy todavía se recogen niños de los árboles.
El viento también ha transportado palabras, y cosas que se dijeron bajito han acabado llegando a los oídos de las personas mencionadas.
Ayer se acabaron muchos secretos.
hace ver
Una trabajadora de la limpieza barre una escalera.
Su hija, que no quiere saber nada de ella, sube con sigilo para que no la vea.
No se aprecia, pero la señora de la escoba está llorando.
Un joven, al notar la presencia del fotógrafo, cierra rápidamente todas las páginas webs porno que estaba mirando y hace ver que aprovecha el tiempo.
Allí, otro joven se rasca el tobillo.
Su hija, que no quiere saber nada de ella, sube con sigilo para que no la vea.
No se aprecia, pero la señora de la escoba está llorando.
Un joven, al notar la presencia del fotógrafo, cierra rápidamente todas las páginas webs porno que estaba mirando y hace ver que aprovecha el tiempo.
Allí, otro joven se rasca el tobillo.
domingo, diciembre 09, 2007
viernes, diciembre 07, 2007
moda pistolera
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jueves, diciembre 06, 2007
cosas que pasan
Aquí dejo un nuevo ejercicio. El tema era "objeto perdido". Ahí va.
Cuando el pequeño Martín se despertó aquella mañana, se dio cuenta de que le faltaba el pulgar. El pulgar de la mano derecha. No tenía ninguna señal que indicase que allí había habido un dedo, ninguna cicatriz, nada. Donde ayer había un pulgar hoy no había nada. Buscó entre las sábanas, debajo de la almohada, bajo la cama, todavía acostado. Pero no. Su mano derecha la formaban ahora cuatro dedos. Llamó a su madre desde la cama con un “¡mamá!” más entusiasta que preocupado. Ella le respondió desde la cocina con el mismo “¿qué?” gris de todas las mañanas. “¡Me falta un dedo, mamá!”, contestó el pequeño Martín. “¡Levanta y vístete, no quiero que llegues tarde al colegio hoy también!”, respondió la madre mientras acababa de prepararle el almuerzo. Martín hizo caso a su madre y dio un salto para salir de la cama. De camino al lavabo no hizo otra cosa que mirar su mano con cuatro dedos. Ya en el coche hacia el colegio, el pequeño Martín le hizo saber a su madre que no podría escribir, que el pulgar era importante. Su madre conducía con la mirada puesta en la carretera, sin prestar mucha atención a su hijo. “Pues escribes con la otra”, acabó por responderle cuando ya llegaban a su destino. La madre besó la frente de su hijo quien, ya desde la puerta del colegio, despidió a su madre con sus cuatro dedos. Ella le devolvió el saludo y se fue. Martín caminaba lentamente por los pasillos de la escuela con las manos dentro los bolsillos de su chaqueta, y se sentía grande, importante, diferente, como el explorador que guarda una nueva especie de mariposa en secreto, ahí, en su bolsillo. Todos los alumnos que se cruzaron con él no observaron nada raro. Pero él ya no era el mismo. Era mejor. Nadie se le podía comparar en ese momento, ni aquellos alumnos de último curso, aquellos que fumaban a escondidas, aquellos ya no eran héroes. Ni su profesora de dibujo, que podía dibujar en menos de un minuto cualquier animal existente. Tampoco ella era importante ahora. Ya en clase, Martín continuaba con su mano escondida, ahora en el bolsillo del pantalón. Mientras todos sus compañeros empezaban a colorear una lámina, él permaneció inmóvil, sonriendo, observándolos. Entonces la profesora le preguntó que por qué no pintaba y él respondió que le faltaba el dedo pulgar y que no podía coger el plastidecor. Mientras todos se reían de la barbaridad y se echaban las manos a la cabeza, como habían visto hacer a los mayores en estos casos, la profesora sentenció con una frase demasiado familiar para el pequeño Martín: “Pues pinta con la otra”.
¿De qué servía guardar en el bolsillo la más extraña de las mariposas si nadie quería verla?
Martín esperaba a su madre sentado en el banco de siempre, a las puertas del colegio. A su lado, un anciano contemplaba la tarde de otoño con las manos cruzadas en el regazo. A su mano derecha, como a la de Martín, le faltaba el pulgar. “Yo tampoco tengo pulgar”, se atrevió a decirle el pequeño, aún con las manos en los bolsillos. El viejo le miró: “Son cosas que pasan, hijo”.
Ya en casa, Martín cenó cogiendo el tenedor, el vaso y luego el cepillo de dientes con la mano izquierda. Una vez en la cama, con la luz apagada, su madre entró y le besó la frente deseándole buenas noches. Antes de que saliera de la habitación, Martín le dijo: “Mamá, tú me quieres igual, ¿verdad?”. Su madre, ya en el umbral de la puerta le contestó: “Claro, hijo, qué cosas tienes”.
Luego, ya solo, el pequeño sacó su mano derecha de debajo del edredón y la contempló a luz de la luna.
Son cosas que pasan, se dijo.
Cuando el pequeño Martín se despertó aquella mañana, se dio cuenta de que le faltaba el pulgar. El pulgar de la mano derecha. No tenía ninguna señal que indicase que allí había habido un dedo, ninguna cicatriz, nada. Donde ayer había un pulgar hoy no había nada. Buscó entre las sábanas, debajo de la almohada, bajo la cama, todavía acostado. Pero no. Su mano derecha la formaban ahora cuatro dedos. Llamó a su madre desde la cama con un “¡mamá!” más entusiasta que preocupado. Ella le respondió desde la cocina con el mismo “¿qué?” gris de todas las mañanas. “¡Me falta un dedo, mamá!”, contestó el pequeño Martín. “¡Levanta y vístete, no quiero que llegues tarde al colegio hoy también!”, respondió la madre mientras acababa de prepararle el almuerzo. Martín hizo caso a su madre y dio un salto para salir de la cama. De camino al lavabo no hizo otra cosa que mirar su mano con cuatro dedos. Ya en el coche hacia el colegio, el pequeño Martín le hizo saber a su madre que no podría escribir, que el pulgar era importante. Su madre conducía con la mirada puesta en la carretera, sin prestar mucha atención a su hijo. “Pues escribes con la otra”, acabó por responderle cuando ya llegaban a su destino. La madre besó la frente de su hijo quien, ya desde la puerta del colegio, despidió a su madre con sus cuatro dedos. Ella le devolvió el saludo y se fue. Martín caminaba lentamente por los pasillos de la escuela con las manos dentro los bolsillos de su chaqueta, y se sentía grande, importante, diferente, como el explorador que guarda una nueva especie de mariposa en secreto, ahí, en su bolsillo. Todos los alumnos que se cruzaron con él no observaron nada raro. Pero él ya no era el mismo. Era mejor. Nadie se le podía comparar en ese momento, ni aquellos alumnos de último curso, aquellos que fumaban a escondidas, aquellos ya no eran héroes. Ni su profesora de dibujo, que podía dibujar en menos de un minuto cualquier animal existente. Tampoco ella era importante ahora. Ya en clase, Martín continuaba con su mano escondida, ahora en el bolsillo del pantalón. Mientras todos sus compañeros empezaban a colorear una lámina, él permaneció inmóvil, sonriendo, observándolos. Entonces la profesora le preguntó que por qué no pintaba y él respondió que le faltaba el dedo pulgar y que no podía coger el plastidecor. Mientras todos se reían de la barbaridad y se echaban las manos a la cabeza, como habían visto hacer a los mayores en estos casos, la profesora sentenció con una frase demasiado familiar para el pequeño Martín: “Pues pinta con la otra”.
¿De qué servía guardar en el bolsillo la más extraña de las mariposas si nadie quería verla?
Martín esperaba a su madre sentado en el banco de siempre, a las puertas del colegio. A su lado, un anciano contemplaba la tarde de otoño con las manos cruzadas en el regazo. A su mano derecha, como a la de Martín, le faltaba el pulgar. “Yo tampoco tengo pulgar”, se atrevió a decirle el pequeño, aún con las manos en los bolsillos. El viejo le miró: “Son cosas que pasan, hijo”.
Ya en casa, Martín cenó cogiendo el tenedor, el vaso y luego el cepillo de dientes con la mano izquierda. Una vez en la cama, con la luz apagada, su madre entró y le besó la frente deseándole buenas noches. Antes de que saliera de la habitación, Martín le dijo: “Mamá, tú me quieres igual, ¿verdad?”. Su madre, ya en el umbral de la puerta le contestó: “Claro, hijo, qué cosas tienes”.
Luego, ya solo, el pequeño sacó su mano derecha de debajo del edredón y la contempló a luz de la luna.
Son cosas que pasan, se dijo.
miércoles, diciembre 05, 2007
taburete
Cuando era pequeño estaba en un bar dándole vueltas a un taburete giratorio de la barra. Entonces se acercó un hombre y me dijo niño, no hagas eso, que da mala suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con ese cabrón y preguntarle de dónde coño sacó eso.
Prácticamente todas las supersticiones son (para abreviar) una gilipollez: no pases por debajo de una escalera, ay si se te cae la sal, ay un gato negro,... pero la del taburete giratorio se lleva la palma, creo yo. ¿De dónde proviene? No lo encuentro en Google, es decir, es mentira.
Pero son las cosas estúpidas y sin respuesta las que aceptamos con más facilidad.
Por eso Desde ese día no he vuelto a hacer girar un taburete. Y ya me dirás para qué están los taburetes giratorios: para ser girados. Yo incluso los veo con carita triste cuando están quietos y riéndose cuando giran. Pero eso ya son cosas de mi medicación.
Hace unos días asesinaron a una cantante mexicana llamada Zayda Peña. La mataron unos sicarios enviados por unos narcos. En sus canciones, llamadas narcocorridos, se habla de amores y desamores y también de tiroteos y muerte.
Supongo que Zayda, de pequeña, fue a muchos bares, y en todos los que entraba hacía girar con fuerza los taburetes de la barra.
Quizá un día los hizo girar todos a la vez, como esos malabaristas que hacen girar platos encima de palos. Y así fue como acumuló toda la mala suerte que le explotó en la cara hace unos días.
Alguien se le tendría que haber acercado y haberle dicho niña, no hagas eso, que da mala suerte. Pero quizá la gente de esos bares no conocía esa superstición, o estaba demasiado cansada para atender los juegos de una niña.
Pero, ¿es mala suerte lo de Zayda Peña?
¿Qué cojones es la suerte?
Define suerte.
¿Te consideras una persona con suerte? Sí, tú.
Yo sí, aunque no sepa muy bien qué es.
Es más, diría que en mi vida sólo he tenido buena suerte.
Pero, ¿hago algo al respecto? Quiero decir, ¿influyo en mi suerte, en mi vida, o es el azar el que manda aquí más?
¿Puedo proponerme no tener buena suerte?
Y cuando digo suerte no me refiero a premios ni loterías ni mierdas así. Me refiero a suerte en general, por ejemplo que yo escriba esto y tú lo leas. Eso es para mí algo de esa suerte de la que hablo. (Y si dejas un comentario quizá se me empieza a empinar un poco de la emoción y todo. Pero ese ya es otro tema).
En definitiva, que la gente que te rodea te haga la vida más fácil. Y tú a ellos.
Eso sería un buen resumen de suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con el cabrón ese que me dijo lo del taburete giratorio para preguntarle de dónde se sacó esa historia y si sabe alguna más, para, quizá otro día, como hoy, que no sabía qué escribir, contarte una nueva superstición y pasar el rato como lo hemos hecho.
Me gustaría encontrarme algún día con ese cabrón y preguntarle de dónde coño sacó eso.
Prácticamente todas las supersticiones son (para abreviar) una gilipollez: no pases por debajo de una escalera, ay si se te cae la sal, ay un gato negro,... pero la del taburete giratorio se lleva la palma, creo yo. ¿De dónde proviene? No lo encuentro en Google, es decir, es mentira.
Pero son las cosas estúpidas y sin respuesta las que aceptamos con más facilidad.
Por eso Desde ese día no he vuelto a hacer girar un taburete. Y ya me dirás para qué están los taburetes giratorios: para ser girados. Yo incluso los veo con carita triste cuando están quietos y riéndose cuando giran. Pero eso ya son cosas de mi medicación.
Hace unos días asesinaron a una cantante mexicana llamada Zayda Peña. La mataron unos sicarios enviados por unos narcos. En sus canciones, llamadas narcocorridos, se habla de amores y desamores y también de tiroteos y muerte.
Supongo que Zayda, de pequeña, fue a muchos bares, y en todos los que entraba hacía girar con fuerza los taburetes de la barra.
Quizá un día los hizo girar todos a la vez, como esos malabaristas que hacen girar platos encima de palos. Y así fue como acumuló toda la mala suerte que le explotó en la cara hace unos días.
Alguien se le tendría que haber acercado y haberle dicho niña, no hagas eso, que da mala suerte. Pero quizá la gente de esos bares no conocía esa superstición, o estaba demasiado cansada para atender los juegos de una niña.
Pero, ¿es mala suerte lo de Zayda Peña?
¿Qué cojones es la suerte?
Define suerte.
¿Te consideras una persona con suerte? Sí, tú.
Yo sí, aunque no sepa muy bien qué es.
Es más, diría que en mi vida sólo he tenido buena suerte.
Pero, ¿hago algo al respecto? Quiero decir, ¿influyo en mi suerte, en mi vida, o es el azar el que manda aquí más?
¿Puedo proponerme no tener buena suerte?
Y cuando digo suerte no me refiero a premios ni loterías ni mierdas así. Me refiero a suerte en general, por ejemplo que yo escriba esto y tú lo leas. Eso es para mí algo de esa suerte de la que hablo. (Y si dejas un comentario quizá se me empieza a empinar un poco de la emoción y todo. Pero ese ya es otro tema).
En definitiva, que la gente que te rodea te haga la vida más fácil. Y tú a ellos.
Eso sería un buen resumen de suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con el cabrón ese que me dijo lo del taburete giratorio para preguntarle de dónde se sacó esa historia y si sabe alguna más, para, quizá otro día, como hoy, que no sabía qué escribir, contarte una nueva superstición y pasar el rato como lo hemos hecho.
lunes, diciembre 03, 2007
llega o se va
Una espesa niebla puebla mi cabeza impidiéndome ver los pies. Todo está envuelto en niebla. Las ideas que pudiese tener, también. Cada una envuelta en niebla, como preparada entre algodones para realizar una mudanza. Así que echo mano de las fotos absurdas que habitan en el día a día.
Dos niños y dos niñas sufren una extraña enfermedad llamada Rostrus distorsionatus. En la foto los vemos en clase, con gente mayor que ha venido a reírse de ellos. Los niños no pueden contestar a los insultos porque no tienen boca.
Una chica sin medias ni nada debajo señala el lugar por donde le pasó una bala en un tiroteo cuando era pequeña y vivía en un suburbio de Los Angeles.
sábado, diciembre 01, 2007
frases gigantescas
Alguien balbuceaba cifras.
Deletreaba enigmas, frases gigantescas.
Hojas inertes, jirones kepis.
Luego llamó, muerte ninguneada, ñame oscura.
Pero quién rastreó, silencioso, terco.
Úlcera vacilante.
Wilfred, xenon; yo, zíngara.
Deletreaba enigmas, frases gigantescas.
Hojas inertes, jirones kepis.
Luego llamó, muerte ninguneada, ñame oscura.
Pero quién rastreó, silencioso, terco.
Úlcera vacilante.
Wilfred, xenon; yo, zíngara.
zambomba
Abajo bebía café. Detrás embotellaba fármacos.
Gritaba ¡hijos idiotas, joder!
Khan lucía llamativo mostacho, nunca ñoño.
Opaco, pálido, que ralentizaba siempre, todavía.
Una vida: Wendy.
Xilófono y zambomba.
Gritaba ¡hijos idiotas, joder!
Khan lucía llamativo mostacho, nunca ñoño.
Opaco, pálido, que ralentizaba siempre, todavía.
Una vida: Wendy.
Xilófono y zambomba.
fricción ganadora
Anda bajando calles deprisa, en fricción ganadora, haciendo ilusión jocosa, kilométrica.
Limando llagas, mordiendo nucas, ñues, osos.
Pero quiere reír siempre.
Todavía una vuelta, Wallace X.
Y zig-zaguea.
Limando llagas, mordiendo nucas, ñues, osos.
Pero quiere reír siempre.
Todavía una vuelta, Wallace X.
Y zig-zaguea.
espuma por la boca
Este osito se llama Amoham.
Antes de nada, excusarme por la ausencia de estos días. Estaba demasiado ocupado tosiendo y sonándome los mocos.
Si das un repaso a la actualidad es mejor que te lo tomes todo a cachondeo porque puedes acabar pensando que vives en el peor de los mundos posibles.
Empezando por la noticia de la pobre profe (dilo rápido muchas veces y te equivocarás) a la que no se le ocurre otra cosa que preguntarle a los niños de clase cómo quieren llamar a la nueva mascota, un osito de peluche. Los niños piensan esta se va a cagar, ya verás y gritan ¡Mahoma! . La profe, que aún cree (creía) en la democracia, dice muy bien, pues se llamará Mahoma. Ahora los padres quieren cortar a pedacitos a la profe, sin tener en cuenta que el nombre se lo han puesto sus propios hijos y que, si la profesora muriese (no quiero pensarlo), el osito continuaría llamándose Mahoma. Entonces tendrán que matar al osito, para que desaparezca, pero no, porque se llama Mahoma y quizá si lo matan, también matan a Mahoma, el que no duerme, el que todo lo ve.
Luego encuentras otro tipo de
noticia, no por ello menos escalofriante. Tampoco es una cosa que me extrañe mucho. Hoy en día a un jovenzuelo le pones delante: a) Fortunata y Jacinta o, b) el Guitar hero, y existe un 300% de probabilidades de que el chaval empiece a echar espuma por la boca de emoción viendo los colorines del mástil. Y si luego le preguntas por Pérez Galdós supongo que te dirá que es una rotonda o una parada de metro o algo así.
Siguiendo con el leer, The New York Times destaca Los detectives salvajes de Roberto Bolaño como una de las diez mejores novelas editadas en EE.UU. este 2007. ¿Por qué si lo dice USA parece mejor? ¿Me pasa sólo a mí, que soy un snob de cuidado? Creo que no estoy solo.
Aquí va la lista entera.
Supongo que hay más noticias interesantes pero ahora tengo ganas de rascarme los sobacos.
Antes de nada, excusarme por la ausencia de estos días. Estaba demasiado ocupado tosiendo y sonándome los mocos.
Si das un repaso a la actualidad es mejor que te lo tomes todo a cachondeo porque puedes acabar pensando que vives en el peor de los mundos posibles.
Empezando por la noticia de la pobre profe (dilo rápido muchas veces y te equivocarás) a la que no se le ocurre otra cosa que preguntarle a los niños de clase cómo quieren llamar a la nueva mascota, un osito de peluche. Los niños piensan esta se va a cagar, ya verás y gritan ¡Mahoma! . La profe, que aún cree (creía) en la democracia, dice muy bien, pues se llamará Mahoma. Ahora los padres quieren cortar a pedacitos a la profe, sin tener en cuenta que el nombre se lo han puesto sus propios hijos y que, si la profesora muriese (no quiero pensarlo), el osito continuaría llamándose Mahoma. Entonces tendrán que matar al osito, para que desaparezca, pero no, porque se llama Mahoma y quizá si lo matan, también matan a Mahoma, el que no duerme, el que todo lo ve.
Luego encuentras otro tipo de
noticia, no por ello menos escalofriante. Tampoco es una cosa que me extrañe mucho. Hoy en día a un jovenzuelo le pones delante: a) Fortunata y Jacinta o, b) el Guitar hero, y existe un 300% de probabilidades de que el chaval empiece a echar espuma por la boca de emoción viendo los colorines del mástil. Y si luego le preguntas por Pérez Galdós supongo que te dirá que es una rotonda o una parada de metro o algo así.
Siguiendo con el leer, The New York Times destaca Los detectives salvajes de Roberto Bolaño como una de las diez mejores novelas editadas en EE.UU. este 2007. ¿Por qué si lo dice USA parece mejor? ¿Me pasa sólo a mí, que soy un snob de cuidado? Creo que no estoy solo.
Aquí va la lista entera.
Supongo que hay más noticias interesantes pero ahora tengo ganas de rascarme los sobacos.
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