Aunque subí el volumen del televisor, no me importó no escucharlo bien.
Pulsé Repeat. Vi la actuación tres veces.
A mi alrededor la gente parecía estar pasándoselo genial. De vez en cuando se oía alguna carcajada por encima de la música. La gente empezaba a subir el tono de voz. Pensé en los vecinos, cosa que nadie estaba haciendo, y eso me hizo sentir mayor. A mi lado se sentó un chico y, al rato, una chica. Empezaron a hablar. Como no tenía otra cosa mejor que hacer, me puse a escucharlos. Quería saber de qué se habla en una fiesta. Coger ideas. Pero aquella pareja no se dijeron nada interesante. Y, sobre todo, no se escucharon el uno al otro. Entonces pensé que aquel era el verdadero secreto de las fiestas.
El toque mágico para que una fiesta sea perfecta es que nadie escuche a nadie.
Me levanté del sillón y busqué a mi amigo por encima de las cabezas.
El mismo amigo que tanto había insistido en que fuera a su fiesta.
No lo vi.
O no lo quise ver.
Y me fui.
Me sentí mal por Richie Havens.
De camino a casa me lo imaginé solo, ante esa audiencia conjunto vacío, actuando una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez.
A long way from my home.
1 comentario:
¡Qué bueno diego, me ha encantado!
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