El pasado miércoles, al finalizar el partido de fútbol entre España y Portugal, con su prórroga y penalties correspondientes, la periodista Sara Carbonero entrevistó a alguno de los protagonistas. Uno de ellos fue Andrés Iniesta, que marcó el segundo penalty de la tanda.
La Carbonero, por un motivo que sólo ella conoce, pareció no haber presenciado el chute y gol de Iniesta, de ahí su pregunta de si le hubiera gustado participar en esa tanda de penalties.
Iniesta, un poco desconcertado pero aguantando el tipo, le responde caballerosamente "de hecho, he tirado el segundo", creando una capa de sudor frío en la espalda de la periodista que incluso el espectador puede apreciar.
Hasta aquí todo lo que ya sabemos.
Ahora yo quería tratar esta situación, este lapsus, este despiste tragicómico, en algo que fuera más allá. Más allá del simple chascarrillo, del chiste en Twitter, algo que fuera más allá de la vida, que nos golpease a todos, del primero al último, que nos paralizara aunque fuera por unos minutos, quizá durante horas o años, quién sabe.
Imagínate que Iniesta le sigue el juego a la Carbonero, pero no por compasión ni pensando que aquello forma parte de una broma de la periodista, sino porque él tampoco ha vivido ese momento, él -protagonista indiscutible de la acción- no es consciente de haber chutado ese penalty.
(Algunas veces puede suceder, debido a un fuerte impacto en la cabeza. Un caso reciente, Gerard Piqué, al ser derribado en las semifinales de la Champions contra el Chelsea fue trasladado al hospital donde, después recuperarse, confesó no recordar haber jugado ese partido.
En fin, un apagón fugaz de la memoria, un Control+Alt+Supr del cerebro durante ese instante, una pieza de un puzzle perdida en el océano.)
Y así la periodista, que por un motivo u otro no ha visto o no recuerda haber visto a Iniesta lanzar el penalty, queda satisfecha con la respuesta del jugador, que sería algo así como: "Sí, la verdad es que, bueno, tenemos muy buenos lanzadores y yo en esos momentos estaba un poco cansado y bueno, así ha sido, en fin". Entonces la Carbonero se despediría con un "Gracias Andrés y suerte para la final".
Y ahora vendría lo tremendo del asunto, y aquí entraríamos en juego los espectadores, tú y yo formando parte de esta imprudencia de la mente de dos personas.
Porque esta conexión en el vacío de la memoria que acabaría de tener Carbonero e Iniesta al unísono no la habrían tenido ni mucho menos los casi veinte millones de espectadores que presenciaron la tanda de disparos y que, incluso ahora, cuando todavía resuenan las palabras de uno y otro, muchos estarían viendo la repetición de esos penalties y comprobando que, por supuesto, Iniesta marcó el segundo.
Qué ha pasado. Qué coño ha pasado. Vaya, ¿eh? Menudo papelón, vaya cara se nos ha quedado, ¿no? Porque ahora la pelota está en nuestro tejado. Ellos ya lo han reafirmado: Iniesta no ha chutado ningún penalty en esta tanda. Pero nosotros ahora mismo estamos viendo la repetición de ese penalty.
Los demás comentaristas que cubrían el evento han pasado el asunto por alto, como si aquello hubiera sido una chiquillada, y ninguno de ellos insiste en preguntarle de nuevo a Sara Carbonero, ni siquiera fuera de micrófono.
Hubiera existido entonces un universo paralelo que la periodista y el jugador habrían visitado fugazmente durante apenas un minuto.
Y al día siguiente, nosotros, ya con el reposo que el tiempo le da a las cosas, nosotros, que estuvimos viviendo en este universo aburrido, lo único que querríamos sería visitar aquel lapsus, aquella parcela de tiempo y espacio que sólo dos personas habitaron durante unos segundos.
Cómo será aquello, nos preguntaríamos. Lo otro, el otro lado.
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