Sobre una alfombra roja, un señor oriental se hace el fuerte y aprieta demasiado la mano de una anciana.
Un señor francés la mira y disfruta del sufrimiento.
A la anciana le entran ganas de ir al baño.
Intenta decirle al oriental que no le apriete tanto y que tiene ganas de orinar.
El hombre que aparece detrás del francés es el que traduce las palabras de la anciana.
Son casi las seis de la tarde. Todos quieren irse ya a casa.
miércoles, noviembre 28, 2007
lunes, noviembre 26, 2007
yo no como raíces
Normalmente los fines de semana los dedico a hacer lo que hay entre paréntesis ( ). Pero este fin de semana fue diferente. Un fin de semana ocupado que aquí os muestro.
El sábado me levanté a las 10:30. Me duché y fui a cortarme el pelo. Tenía hora a las 12:00.
Mi peluquera se llama Sonia y está embarazada. Será niña. Le pregunté cómo se iba a llamar y me dijo Marta, yo a todas las muñecas que tenía de pequeña las llamaba Marta.
Tengo ganas de recordarle que un hijo no es un muñeco pero en cambio le digo está bien.
Luego me pregunta sobre mí y le digo que todo bien, porque es la verdad.
Pienso en un nombre para una peluquería: Dalila. Quizá ya exista alguna que se llame así.
A las doce y media ya me ha cortado el pelo.
Ahora me parezco más a la foto, sin el negro ni tanta sonrisa.
Salgo de la peluquería y entro en el Mediamarkt, que está a cuatro pasos contados. Me compro la edición especial de tres discos de The Host en dvd, una de las mejores pelis de este año.
De vuelta en casa como con mis padres y mi hermana y veo un rato la tele mientras hago tiempo para coger el autobús. He quedado a las cinco y media con T. en el centro de Barcelona.
Una vez allí damos una vuelta por los sitios de siempre, la ruta Tallers.
Antes, T. me ha regalado una recopilación. Es la persona con mejor indie-gusto musical que conozco.
En Cd-Drome compro dos entradas para Iron & Wine (14 enero 2008, Sala Apolo, recuerda). Luego caminamos por Tallers y después vamos a La Central del Raval, donde T. se compra el último de Quim Monzó.
La gente que trabaja en La Central del Raval roza la estupidez. Si no fuera porque encuentras prácticamente todo, no iría tanto. Las dependientas están siempre ocupadas, como si eso fuera una central nuclear y tuviesen que estar atentas a cualquier modificación de presión en cabina, o lo que sea que pueda pasar en una central nuclear. En serio, a mí a veces me dan ganas de comprar lo más rápido posible, no vaya a ser que estalle todo por los aires de un momento a otro.
Cuando salimos de la librería vamos al Teatre Borràs, en Pl. Urquinaona a comprar unas entradas para T. Luego subimos a Laie, en Pau Clarís, quizá la mejor librería de Barcelona. Al menos los que trabajan están más relajados y siempre me han atendido rozando la excelencia. Allí me compré Obabakoak, de Bernardo Atxaga, un libro que me tengo que leer para el curso de Cuento.
Luego fuimos a tomar un café a una cafetería de Consell de Cent y luego nos despedimos.
Yo bajé caminando a Pl. Catalunya, donde había quedado a las ocho con S. Llegó con un poco de retraso pero a mí me dio igual porque estaba guapísima. Cogimos el metro y fuimos a Razzmatazz, donde actuaban Explosions in the Sky y Spoon.
A S. le gustan los primeros, a mí los segundos.
Llegamos con el concierto empezado, quizá era la primera canción. Nos pusimos detrás de todo, en unas escaleras, para tener mejor visión.
Alrededor, gente que no para de hablar. A mí me daba un poco igual porque no habíamos pagado, nos habían apuntado en la lista de invitados. No me tendría que haber dado igual, pero me dio.
El concierto de Explosions... estuvo bien aunque a mí no me gusta en absoluto el post-rock. Luego empezaron Spoon.
El 95% de personas que nos rodeaban estaban hablando (no exagero). Pude reconocer algunas caras de periodistas musicales y de tele y de más gente que siempre entra invitada a los sitios y ya no valoran nada.
No te creas ninguna crítica que leas.
Los críticos musicales suelen estar bebiendo y hablando y ligando.
Dime lo contrario.
Aguanté tres canciones. Le dije a S. si no le importaba que nos fuéramos. Me dijo que no, y nos fuimos.
No odié a nadie, no tenía ganas ni de eso. Siento que ya no me lo paso bien en los lugares donde me lo tendría que pasar. Todo me da auténtica pereza.
Nunca he sido muy sociable. Ahora, mucho menos.
Aunque eran las diez y veinte de la noche, volvimos a casa en taxi. De vez en cuando hay que darse unos caprichos, que la vida son dos días y uno está nublado, dice mi madre.
El taxista hablaba demasiado. Desconecté al minuto. Volví a conectar cuando llegamos a casa, justo para despedirme de él antes de cerrar la puerta.
Compramos unas pizzas en un restaurante cercanísimo y nos las llevamos a casa donde no me acuerdo qué vimos en la tele, creo que el final de Robin Hood, no sé, salía Kevin Costner.
Luego nos acostamos. Yo empecé a tener frío de fiebre.
Hoy tengo fiebre y mocos y estoy al pie del cañón. Espero que mis padres estén orgullosos de su hijo, trabajando y en estado febril.
(Acabo de ir a una parafarmacia que hay en el centro comercial a comprarme un Frenadol o algo así, pero sólo venden remedios naturales. He estado a punto de decirle yo no como raíces. En vez de eso he comprado unas pastillas de vitamina c que no me están haciendo ningún efecto. Es más, creo que estoy peor).
El domingo me levanté a la una de la tarde.
Comimos una ensalada, todo muy de anuncio, menos mi aspecto. Luego fui a mi casa, me duché y fui a ver a mi abuela. Estuve un rato con ella, no llegó a dos horas. Me ofreció un vaso de leche cuatro veces y le dije que no las cuatro. La quiero. Le dije que el domingo que viene iré a comer. Me dijo que hará un arrocillo. La quiero y no se lo digo, no sé por qué.
A las ocho de la tarde fui al cine, donde había quedado con S.
Vimos [REC].
Bueno, qué quieres que te diga. Me gusta mucho más el tráiler que la peli. Tiene buenos sustos, sí, y algunos buenos efectos, también, pero la totalidad me defraudó. Esperaba pasar más miedo, sinceramente. Pasará a la historia como una peli de sustos.
Muchos diálogos no me convencieron, llámame snob o como quieras llamarme. Es una parte en la que me fijo cada vez más. Y en esta peli había algunos irrisorios si tenemos en cuenta la situación que se estaba viviendo.
Al lado nuestro se sentó un hombre (por llamarlo de alguna manera) que comía pistachos y tiraba las cáscaras al suelo, no disimuladamente sino como quien da de comer a las palomas.
En fin. Yo no digo nada.
Al salir fuimos caminando a casa.
Pasamos por un frankfurt donde, por casualidad, estaba mi hermana con un amigo. Habían ido a ver a Jorge Drexler y ahora ya estaban cenando. Mi hermana me dijo que precisamente estaba hablando de mí, cosa que me hizo ilusión aunque no se lo dije.
Existimos porque alguien piensa en nosotros.
Llegamos a casa y estuvimos un rato viendo la tele.
Vimos Medium y un trozo de Milenio 3 y otro trozo del debate de Gran Hermano.
Luego nos fuimos a dormir.
Me he despertado a cada hora, creo que por la tós.
Dentro de un rato saldré.
Iré a una farmacia y me compraré algún compuesto químico eficiente.
Luego, quién sabe luego.
El sábado me levanté a las 10:30. Me duché y fui a cortarme el pelo. Tenía hora a las 12:00.
Mi peluquera se llama Sonia y está embarazada. Será niña. Le pregunté cómo se iba a llamar y me dijo Marta, yo a todas las muñecas que tenía de pequeña las llamaba Marta.
Tengo ganas de recordarle que un hijo no es un muñeco pero en cambio le digo está bien.
Luego me pregunta sobre mí y le digo que todo bien, porque es la verdad.
Pienso en un nombre para una peluquería: Dalila. Quizá ya exista alguna que se llame así.
A las doce y media ya me ha cortado el pelo.
Ahora me parezco más a la foto, sin el negro ni tanta sonrisa.
Salgo de la peluquería y entro en el Mediamarkt, que está a cuatro pasos contados. Me compro la edición especial de tres discos de The Host en dvd, una de las mejores pelis de este año.
De vuelta en casa como con mis padres y mi hermana y veo un rato la tele mientras hago tiempo para coger el autobús. He quedado a las cinco y media con T. en el centro de Barcelona.
Una vez allí damos una vuelta por los sitios de siempre, la ruta Tallers.
Antes, T. me ha regalado una recopilación. Es la persona con mejor indie-gusto musical que conozco.
En Cd-Drome compro dos entradas para Iron & Wine (14 enero 2008, Sala Apolo, recuerda). Luego caminamos por Tallers y después vamos a La Central del Raval, donde T. se compra el último de Quim Monzó.
La gente que trabaja en La Central del Raval roza la estupidez. Si no fuera porque encuentras prácticamente todo, no iría tanto. Las dependientas están siempre ocupadas, como si eso fuera una central nuclear y tuviesen que estar atentas a cualquier modificación de presión en cabina, o lo que sea que pueda pasar en una central nuclear. En serio, a mí a veces me dan ganas de comprar lo más rápido posible, no vaya a ser que estalle todo por los aires de un momento a otro.
Cuando salimos de la librería vamos al Teatre Borràs, en Pl. Urquinaona a comprar unas entradas para T. Luego subimos a Laie, en Pau Clarís, quizá la mejor librería de Barcelona. Al menos los que trabajan están más relajados y siempre me han atendido rozando la excelencia. Allí me compré Obabakoak, de Bernardo Atxaga, un libro que me tengo que leer para el curso de Cuento.
Luego fuimos a tomar un café a una cafetería de Consell de Cent y luego nos despedimos.
Yo bajé caminando a Pl. Catalunya, donde había quedado a las ocho con S. Llegó con un poco de retraso pero a mí me dio igual porque estaba guapísima. Cogimos el metro y fuimos a Razzmatazz, donde actuaban Explosions in the Sky y Spoon.
A S. le gustan los primeros, a mí los segundos.
Llegamos con el concierto empezado, quizá era la primera canción. Nos pusimos detrás de todo, en unas escaleras, para tener mejor visión.
Alrededor, gente que no para de hablar. A mí me daba un poco igual porque no habíamos pagado, nos habían apuntado en la lista de invitados. No me tendría que haber dado igual, pero me dio.
El concierto de Explosions... estuvo bien aunque a mí no me gusta en absoluto el post-rock. Luego empezaron Spoon.
El 95% de personas que nos rodeaban estaban hablando (no exagero). Pude reconocer algunas caras de periodistas musicales y de tele y de más gente que siempre entra invitada a los sitios y ya no valoran nada.
No te creas ninguna crítica que leas.
Los críticos musicales suelen estar bebiendo y hablando y ligando.
Dime lo contrario.
Aguanté tres canciones. Le dije a S. si no le importaba que nos fuéramos. Me dijo que no, y nos fuimos.
No odié a nadie, no tenía ganas ni de eso. Siento que ya no me lo paso bien en los lugares donde me lo tendría que pasar. Todo me da auténtica pereza.
Nunca he sido muy sociable. Ahora, mucho menos.
Aunque eran las diez y veinte de la noche, volvimos a casa en taxi. De vez en cuando hay que darse unos caprichos, que la vida son dos días y uno está nublado, dice mi madre.
El taxista hablaba demasiado. Desconecté al minuto. Volví a conectar cuando llegamos a casa, justo para despedirme de él antes de cerrar la puerta.
Compramos unas pizzas en un restaurante cercanísimo y nos las llevamos a casa donde no me acuerdo qué vimos en la tele, creo que el final de Robin Hood, no sé, salía Kevin Costner.
Luego nos acostamos. Yo empecé a tener frío de fiebre.
Hoy tengo fiebre y mocos y estoy al pie del cañón. Espero que mis padres estén orgullosos de su hijo, trabajando y en estado febril.
(Acabo de ir a una parafarmacia que hay en el centro comercial a comprarme un Frenadol o algo así, pero sólo venden remedios naturales. He estado a punto de decirle yo no como raíces. En vez de eso he comprado unas pastillas de vitamina c que no me están haciendo ningún efecto. Es más, creo que estoy peor).
El domingo me levanté a la una de la tarde.
Comimos una ensalada, todo muy de anuncio, menos mi aspecto. Luego fui a mi casa, me duché y fui a ver a mi abuela. Estuve un rato con ella, no llegó a dos horas. Me ofreció un vaso de leche cuatro veces y le dije que no las cuatro. La quiero. Le dije que el domingo que viene iré a comer. Me dijo que hará un arrocillo. La quiero y no se lo digo, no sé por qué.
A las ocho de la tarde fui al cine, donde había quedado con S.
Vimos [REC].
Bueno, qué quieres que te diga. Me gusta mucho más el tráiler que la peli. Tiene buenos sustos, sí, y algunos buenos efectos, también, pero la totalidad me defraudó. Esperaba pasar más miedo, sinceramente. Pasará a la historia como una peli de sustos.
Muchos diálogos no me convencieron, llámame snob o como quieras llamarme. Es una parte en la que me fijo cada vez más. Y en esta peli había algunos irrisorios si tenemos en cuenta la situación que se estaba viviendo.
Al lado nuestro se sentó un hombre (por llamarlo de alguna manera) que comía pistachos y tiraba las cáscaras al suelo, no disimuladamente sino como quien da de comer a las palomas.
En fin. Yo no digo nada.
Al salir fuimos caminando a casa.
Pasamos por un frankfurt donde, por casualidad, estaba mi hermana con un amigo. Habían ido a ver a Jorge Drexler y ahora ya estaban cenando. Mi hermana me dijo que precisamente estaba hablando de mí, cosa que me hizo ilusión aunque no se lo dije.
Existimos porque alguien piensa en nosotros.
Llegamos a casa y estuvimos un rato viendo la tele.
Vimos Medium y un trozo de Milenio 3 y otro trozo del debate de Gran Hermano.
Luego nos fuimos a dormir.
Me he despertado a cada hora, creo que por la tós.
Dentro de un rato saldré.
Iré a una farmacia y me compraré algún compuesto químico eficiente.
Luego, quién sabe luego.
viernes, noviembre 23, 2007
rapto
Una niña de nueve meses es cogida en brazos por su raptor quien, disimuladamente, se la lleva mientras su padre, en primer plano, no está seguro de haber cerrado el gas.
Las mujeres a su espalda esperan la respuesta con impaciencia.
Mientras, un testigo directo del rapto se sacude la oreja intentando extraer el agua que le entró esta mañana, cuando buceaba en la piscina municipal.
Las mujeres a su espalda esperan la respuesta con impaciencia.
Mientras, un testigo directo del rapto se sacude la oreja intentando extraer el agua que le entró esta mañana, cuando buceaba en la piscina municipal.
antes de pinzarlas
Aquí dejo el cuarto ejercicio. Sigo sin poder explicaros qué nos pedían. O este año me están pidiendo cosas demasiado raras o soy yo, que las complico. Se trataba de mostrar un paso del tiempo a través de objetos, sensaciones, etc. Yo he acabado haciendo un flashback en toda regla y todos tan contentos. A ver si me van a catear al final.
Aquí va. A la de una, a la de dos y aladeee
La pinza y el leñador.
Cuando llego a su casa, mi abuela está tendiendo la ropa.
Todavía utiliza esas pinzas, esas que compró el día que aprendí a atarme los cordones. Siempre se lo digo y ella me dice que cómo me puedo acordar de ese día. Yo le respondo que hay días que, por mucho que te esfuerces, no se olvidan nunca. Y ese día, por la mañana, acompañé a mi abuela a la mercería y, por la tarde, me enseñó a atarme los cordones. Han pasado ya casi veinte años y sigue utilizando las mismas pinzas.
También recuerdo que, de vuelta a casa, me compró un muñeco Playmobil vestido de leñador con el que sólo jugué una vez. Luego desapareció.
Yo de pequeño quería ser leñador. Hoy no sabría decir por qué, cosas de niños, pero cuando pasé por delante del escaparate y vi aquel muñeco, con su hacha y su camisa de cuadros, me quedé inmóvil y señalé hacia el cristal. Mi abuela se detuvo al ver que me había parado y me preguntó si me pasaba algo. Entonces siguió la dirección que señalaba mi pequeño índice y sonrió.
Ya en casa abrí la caja y jugué haciendo ver que cortaba palillos y los amontonaba formando leña. Luego, cuando empezaba a oscurecer, mi abuela me dijo que íbamos a jugar a atarnos los cordones. Al principio me costó un poco y quise rendirme, pero una vez conseguí atar uno, no quise parar en toda la tarde. Descordé mis zapatos unas treinta veces, para volverlos a atar otras tantas. Luego hice lo mismo con los de mi abuela y, más tarde, con los de la vecina que venía a visitarla a veces. Estaba en trance.
Recuerdo aquella tarde como un acontecimiento importante.
Pero quizá también la recuerdo porque al volver a mi habitación, ya de noche, el Playmobil leñador no aparecía por ningún sitio. Mi abuela me dijo que no tenía que preocuparme, que ya aparecería. Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones, decía.
Pero el juguete no apareció. Y nunca más lo volví a ver. Fue algo extraño. La caja abierta todavía estaba ahí, encima de la cama. Pero el leñador había desaparecido sin dejar rastro. Pensé que se había puesto triste por no prestarle atención y dedicarme a atar zapatos durante toda la tarde. Ahora pienso que se debió extraviar entre la ropa que mi abuela tenía amontonada encima de la cama. Quizá fue eso. Y luego se caería por alguna rendija o se metería debajo de cualquiera de los inmensos armarios del salón.
Mi abuela me pregunta si quiero desayunar algo. La miro antes de contestar. Sólo le quedan dos toallas por tender. Las sacude antes de pinzarlas. Le digo que ahora desayunaré con ella, que no se preocupe. Entonces me asomo por la ventana, a su lado, y miro el paisaje. Antes había árboles, ahora pisos. A mi abuela se le escapa una pinza que cae al vacío antes de aterrizar en el patio interior, el cementerio de pinzas, como lo llama ella. Me fijo dónde ha caído y, al lado, veo una figurita, polvorienta, de la que todavía se puede adivinar una camisa de cuadros y un hacha en la mano. Era la última pinza, dice mi abuela. Yo le digo que no importa, que luego saldremos a comprar más.
Acompaño a mi abuela a la cocina dejando que se ayude con mi brazo. Luego nos sentamos y desayunamos como reyes.
Las tostadas están crujientes.
El sol ilumina mis zapatos.
Los cordones están bien atados.
Aquí va. A la de una, a la de dos y aladeee
La pinza y el leñador.
Cuando llego a su casa, mi abuela está tendiendo la ropa.
Todavía utiliza esas pinzas, esas que compró el día que aprendí a atarme los cordones. Siempre se lo digo y ella me dice que cómo me puedo acordar de ese día. Yo le respondo que hay días que, por mucho que te esfuerces, no se olvidan nunca. Y ese día, por la mañana, acompañé a mi abuela a la mercería y, por la tarde, me enseñó a atarme los cordones. Han pasado ya casi veinte años y sigue utilizando las mismas pinzas.
También recuerdo que, de vuelta a casa, me compró un muñeco Playmobil vestido de leñador con el que sólo jugué una vez. Luego desapareció.
Yo de pequeño quería ser leñador. Hoy no sabría decir por qué, cosas de niños, pero cuando pasé por delante del escaparate y vi aquel muñeco, con su hacha y su camisa de cuadros, me quedé inmóvil y señalé hacia el cristal. Mi abuela se detuvo al ver que me había parado y me preguntó si me pasaba algo. Entonces siguió la dirección que señalaba mi pequeño índice y sonrió.
Ya en casa abrí la caja y jugué haciendo ver que cortaba palillos y los amontonaba formando leña. Luego, cuando empezaba a oscurecer, mi abuela me dijo que íbamos a jugar a atarnos los cordones. Al principio me costó un poco y quise rendirme, pero una vez conseguí atar uno, no quise parar en toda la tarde. Descordé mis zapatos unas treinta veces, para volverlos a atar otras tantas. Luego hice lo mismo con los de mi abuela y, más tarde, con los de la vecina que venía a visitarla a veces. Estaba en trance.
Recuerdo aquella tarde como un acontecimiento importante.
Pero quizá también la recuerdo porque al volver a mi habitación, ya de noche, el Playmobil leñador no aparecía por ningún sitio. Mi abuela me dijo que no tenía que preocuparme, que ya aparecería. Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones, decía.
Pero el juguete no apareció. Y nunca más lo volví a ver. Fue algo extraño. La caja abierta todavía estaba ahí, encima de la cama. Pero el leñador había desaparecido sin dejar rastro. Pensé que se había puesto triste por no prestarle atención y dedicarme a atar zapatos durante toda la tarde. Ahora pienso que se debió extraviar entre la ropa que mi abuela tenía amontonada encima de la cama. Quizá fue eso. Y luego se caería por alguna rendija o se metería debajo de cualquiera de los inmensos armarios del salón.
Mi abuela me pregunta si quiero desayunar algo. La miro antes de contestar. Sólo le quedan dos toallas por tender. Las sacude antes de pinzarlas. Le digo que ahora desayunaré con ella, que no se preocupe. Entonces me asomo por la ventana, a su lado, y miro el paisaje. Antes había árboles, ahora pisos. A mi abuela se le escapa una pinza que cae al vacío antes de aterrizar en el patio interior, el cementerio de pinzas, como lo llama ella. Me fijo dónde ha caído y, al lado, veo una figurita, polvorienta, de la que todavía se puede adivinar una camisa de cuadros y un hacha en la mano. Era la última pinza, dice mi abuela. Yo le digo que no importa, que luego saldremos a comprar más.
Acompaño a mi abuela a la cocina dejando que se ayude con mi brazo. Luego nos sentamos y desayunamos como reyes.
Las tostadas están crujientes.
El sol ilumina mis zapatos.
Los cordones están bien atados.
a dos manos
Puedo ver este vídeo cien veces seguidas y las cien me reiré como un anormal.
Es de esas cosas superior a uno.
Lo que a veces me pregunto, casi siempre justo antes de irme a dormir, cuando más me asaltan este tipo de dudas, es si este buen hombre está enfadado o eufórico.
¿Tú qué dices?
Porque tanto puede ser la reacción ante un robo arbitral como la del gol de Messi ante el Getafe, ya que sus palabras son (en castellano): ¿lo habéis visto?, ¿lo habéis visto?, ¡la madre que nos parió!.
Ya ves cuáles son mis principales preocupaciones a esta hora de la mañana.
Creo que Lipovetsky y Umberto Eco están preparando un ensayo a dos manos sobre esta reacción en concreto.
Diría que por hoy nada más.
jueves, noviembre 22, 2007
caca
Un cartel molón que encontré en Google.
Hoy no he hecho caca por la mañana.
Perdona si soy desagradable, pero un día sin hacer caca por la mañana no se presenta como un buen día. Al menos para mí. No sé para ti.
Aunque no siempre es así.
A veces encuentras un mail que te dice que uno de tus músicos favoritos estará en tu ciudad y sólo en tu ciudad. Y entonces te olvidas de la caca y del dolor de muelas (papa, espero que se te haya calmado) si es que lo tuvieses.
Iron & Wine
Sala Apolo (Barcelona), 14 enero
Raül Moya: 20.45h
Iron & Wine: 22h
Precio único: 23 euros
Puntos de venta: Discos Castelló, Revólver, CD Drome, Iguapop Gallery, Serviticket y www.livenation.es
Hoy no he hecho caca por la mañana.
Perdona si soy desagradable, pero un día sin hacer caca por la mañana no se presenta como un buen día. Al menos para mí. No sé para ti.
Aunque no siempre es así.
A veces encuentras un mail que te dice que uno de tus músicos favoritos estará en tu ciudad y sólo en tu ciudad. Y entonces te olvidas de la caca y del dolor de muelas (papa, espero que se te haya calmado) si es que lo tuvieses.
Iron & Wine
Sala Apolo (Barcelona), 14 enero
Raül Moya: 20.45h
Iron & Wine: 22h
Precio único: 23 euros
Puntos de venta: Discos Castelló, Revólver, CD Drome, Iguapop Gallery, Serviticket y www.livenation.es
miércoles, noviembre 21, 2007
sostiene Carey
He tartado una hora y cuarenta y cinco minutos en descubrir el frasco de perfume que Mariah Carey sostiene en su mano derecha.
No me hagas caso, hoy estoy espeso y bochornoso, como el día.
La Carey sonriendo, sin nada en la mano izquierda.
No me hagas caso, hoy estoy espeso y bochornoso, como el día.
La Carey sonriendo, sin nada en la mano izquierda.
martes, noviembre 20, 2007
reflejo de mi nuca
En el lavabo había un armario con tres espejos.
Así, cuando me miraba en el central, situado encima del grifo, el resto me ofrecía tres partes de mí diferentes: la oreja izquierda, la derecha y la nuca.
Según cómo abriese el armario podía observarme de una u otra manera.
Me gustaba cepillarme los dientes mientras me miraba la nuca. Era algo que rozaba lo fantástico.
Entonces vivía solo con mi madre. A ella no le gustaban tantos espejos, aunque el armario lo puso ella. Decía que los reflejos no son buenos. Nunca le pregunté por qué.
Un día, por la noche, antes de acostarme, fui al lavabo a lavarme la boca. Mientras tanto, mi madre leía en la cocina.
Como siempre, miraba mi nuca mientras me cepillaba. Luego miré un rato mi oreja izquierda, roja por haber estado leyendo apoyado en ella, y por último la derecha.
Me enjuagué la boca y escupí.
Al levantar la cabeza de nuevo observé que el reflejo de mi nuca se iba.
No es que desapareciese, sino que se movió y salió del plano. Mientras, el reflejo de mis dos orejas seguía en su sitio. Me las toqué para comprobar que mi mano también entraba en el reflejo, y así fue. Era sólo el reflejo de la nuca el que se había ido.
Salí del lavabo y volví a entrar.
Nada, mi nuca no existía.
Apagué la luz y la encendí, pero el reflejo de mi nuca no aparecía por ningún sitio.
Me quedé apoyado en el mármol, mirándome fijamente, quizá esperando que el reflejo apareciese de un momento a otro, como quien espera a un amigo que llega tarde.
Pero no.
Ahora sólo tenía dos reflejos en un armario de tres espejos. Por supuesto, nadie me iba a creer.
Permanecí mirándome unos minutos.
Al poco rato, escuché a mi madre hablar con alguien en la cocina.
Así, cuando me miraba en el central, situado encima del grifo, el resto me ofrecía tres partes de mí diferentes: la oreja izquierda, la derecha y la nuca.
Según cómo abriese el armario podía observarme de una u otra manera.
Me gustaba cepillarme los dientes mientras me miraba la nuca. Era algo que rozaba lo fantástico.
Entonces vivía solo con mi madre. A ella no le gustaban tantos espejos, aunque el armario lo puso ella. Decía que los reflejos no son buenos. Nunca le pregunté por qué.
Un día, por la noche, antes de acostarme, fui al lavabo a lavarme la boca. Mientras tanto, mi madre leía en la cocina.
Como siempre, miraba mi nuca mientras me cepillaba. Luego miré un rato mi oreja izquierda, roja por haber estado leyendo apoyado en ella, y por último la derecha.
Me enjuagué la boca y escupí.
Al levantar la cabeza de nuevo observé que el reflejo de mi nuca se iba.
No es que desapareciese, sino que se movió y salió del plano. Mientras, el reflejo de mis dos orejas seguía en su sitio. Me las toqué para comprobar que mi mano también entraba en el reflejo, y así fue. Era sólo el reflejo de la nuca el que se había ido.
Salí del lavabo y volví a entrar.
Nada, mi nuca no existía.
Apagué la luz y la encendí, pero el reflejo de mi nuca no aparecía por ningún sitio.
Me quedé apoyado en el mármol, mirándome fijamente, quizá esperando que el reflejo apareciese de un momento a otro, como quien espera a un amigo que llega tarde.
Pero no.
Ahora sólo tenía dos reflejos en un armario de tres espejos. Por supuesto, nadie me iba a creer.
Permanecí mirándome unos minutos.
Al poco rato, escuché a mi madre hablar con alguien en la cocina.
lunes, noviembre 19, 2007
conoce
¿Conoce Beyoncé los cómics de Robert Crumb?
Lo dudo.
¿Conoce Robert Crumb a Beyoncé?
Seguro.
Y supongo que la adora.
¿Acabará Beyoncé convirtiéndose en una ilustración de Robert Crumb?
Una sonriente Beyoncé mostrando sus hombros descubiertos.
Ilustración de Crumb, vicioso.
Lo dudo.
¿Conoce Robert Crumb a Beyoncé?
Seguro.
Y supongo que la adora.
¿Acabará Beyoncé convirtiéndose en una ilustración de Robert Crumb?
Una sonriente Beyoncé mostrando sus hombros descubiertos.
Ilustración de Crumb, vicioso.
domingo, noviembre 18, 2007
voy a hacer unas rosas
Un día soñé que subía la marea y yo estaba con mi hermana y mis primos y teníamos cara de estúpidos, como ahora, la cara que se te suele poner cuando ves subir la marea y empieza a anegarlo todo.
Entonces alguien dijo: sólo el yayo sabe.
Un abuelo es el ser más extraordinario y paranormal con el que nos podemos encontrar de niños. Una persona que siempre ha sido vieja.
Luego te enseñarán fotografías de tu abuelo cuando era joven. Pero no te las creerás. No querrás creértelas.
No recuerdo el primer día que vi a mi abuelo. Supongo que porque no hubo un primer día. Mi abuelo ha estado siempre ahí. Y, por supuesto, antes de mis padres. De hecho, sin él, mis padres no serían. Yo no sería.
Es algo irracional, difícil comprender de dónde ha salido esa persona.
Un abuelo es una leyenda viviente, un superhéroe, alguien superior a cualquier persona que se le acerque a saludarlo, incluso superior al abuelo de tu mejor amigo.
Es el que todo lo sabe porque ya lo ha vivido. Es el que puede decirte cuál es el camino correcto antes de que tú se lo preguntes.
Un abuelo es un mito.
A mi abuelo todo el mundo le hablaba de usted. Y todo el mundo significa todo el mundo. No era algo escrito, ninguna norma establecida. Igual que se sabía que el sol calentaba, todo el mundo sabía que a mi abuelo había que tratarlo de usted. Porque a los mitos se les trata de usted.
Mi abuelo sabía hacerlo todo. Y aquello que no sabía hacer era porque no le hacía falta. Lo que demuestra una inteligencia superior.
Hace falta una caseta para el perro, me gustaría una canasta para jugar en el patio de la yaya, hay un enchufe que no va, necesito un llavero para todas estas llaves, se ha roto un cristal, esta tubería está atascada, aquí se podrían plantar tomates, este domingo me apetecen unas “migas”.
¿Qué más hace falta? Nada más. Pues vamos a hacer unas “rosas”.
Mi abuelo llamaba “rosas” a las palomitas de maíz. Supongo que la primera vez que dijo “voy a hacer unas rosas” lo miré como quien mira a un nuevo Dios. Alguien capaz de crear una flor no puede ser una persona normal. Luego venía riéndose con un plato enorme en el que rebosaban palomitas de maíz y decía “venga, que hay que acabárselas”. Y mirábamos alguna película o lo que hicieran en la tele. Qué más daba.
Cuando era pequeño, una de las cosas que más me fascinó de mi abuelo fue lo valiente que era con los perros. En casa, en el huerto, siempre han habido dos o tres. Algunos han sido perros enormes. Y más para un niño pequeño. Entonces, cuando iba a darles de comer yo lo observaba de lejos, esperando un ataque feroz de aquellas bestias. Pero no. Él se acercaba, les ponía la comida en sus cuencos y luego les acariciaba la cabeza mientras comían. Creo que los perros, a su manera, también lo trataron de usted.
Mi abuelo siempre se sentaba presidiendo la mesa en las comidas familiares. No era algo que hubiese impuesto él. Simplemente todos nos íbamos sentando en nuestro sitio, todos debemos saber cuál es el nuestro. Y ése era el de mi abuelo.
Mi abuelo sabía tocar la guitarra. Cuando era joven tocaba el laúd en las fiestas del pueblo. Aprendió de oído. Un día los nietos le regalamos uno y él lloró de alegría y yo más. No era su cumpleaños, ni su santo, ni nada. Fue un regalo a él, por ser. Y eso fue lo mejor.
Mi abuelo condujo hasta los ochenta años, quizá un poco más. Iba a comprar, te acompañaba a la estación, te llevaba a cualquier sitio y luego subía las escaleras de casa de dos en dos.
Mi abuelo siempre bebía vino en porrón. Decía que el vino en las comidas es lo mejor que hay. Nunca recuerdo verle bebiendo agua. Sí alguna horchata, en verano, en el patio de casa, mientras jugábamos al dominó.
Mi abuelo se podía acordar de cualquier día de su vida. Era la mejor clase de historia. Del día que conoció a tal, de lo que le pasó otro día en el tranvía, de lo que le dijo aquel hombre del pueblo.
Mi abuelo dijo una vez: “una mano lava a la otra, las dos lavan la cara”.
Mi abuelo a veces movía las manos mientras dormía la siesta, como deshilachando una bufanda invisible.
Mi abuelo se fue el otro día.
Así me lo dijo mi padre en un sms: el yayo se ha ido hace cinco minutos.
Supongo que tendrá que hacer una caseta de perro en alguna parte, o arreglar algún cristal roto de un balonazo, o hacer un llavero, o quizá alguien le dijo que le apetecían unas “migas”.
Quizá está haciendo bajar la marea.
No lo sé. Ya vendrá.
Y cuando vuelva nos sentaremos a escuchar la radio en el patio y echaremos el toldo y jugaremos unas partidas al dominó y luego se acordará de alguna fecha y luego le cambiaremos la comida a los canarios y se irá haciendo de noche pero dará igual porque luego tocará canciones al laúd y dirá “no me acuerdo bien, es que hace muchos años” y vendrá mi abuela a escucharlo y luego mi tía y luego mis primos y luego mis padres y luego todos y, cuando estemos todos, sólo entonces, dirá “voy a hacer unas rosas”.
Yayo, si algún día tengo un nieto que me quiere la mitad de lo que le he querido yo a usted, me daré por satisfecho.
Entonces alguien dijo: sólo el yayo sabe.
Un abuelo es el ser más extraordinario y paranormal con el que nos podemos encontrar de niños. Una persona que siempre ha sido vieja.
Luego te enseñarán fotografías de tu abuelo cuando era joven. Pero no te las creerás. No querrás creértelas.
No recuerdo el primer día que vi a mi abuelo. Supongo que porque no hubo un primer día. Mi abuelo ha estado siempre ahí. Y, por supuesto, antes de mis padres. De hecho, sin él, mis padres no serían. Yo no sería.
Es algo irracional, difícil comprender de dónde ha salido esa persona.
Un abuelo es una leyenda viviente, un superhéroe, alguien superior a cualquier persona que se le acerque a saludarlo, incluso superior al abuelo de tu mejor amigo.
Es el que todo lo sabe porque ya lo ha vivido. Es el que puede decirte cuál es el camino correcto antes de que tú se lo preguntes.
Un abuelo es un mito.
A mi abuelo todo el mundo le hablaba de usted. Y todo el mundo significa todo el mundo. No era algo escrito, ninguna norma establecida. Igual que se sabía que el sol calentaba, todo el mundo sabía que a mi abuelo había que tratarlo de usted. Porque a los mitos se les trata de usted.
Mi abuelo sabía hacerlo todo. Y aquello que no sabía hacer era porque no le hacía falta. Lo que demuestra una inteligencia superior.
Hace falta una caseta para el perro, me gustaría una canasta para jugar en el patio de la yaya, hay un enchufe que no va, necesito un llavero para todas estas llaves, se ha roto un cristal, esta tubería está atascada, aquí se podrían plantar tomates, este domingo me apetecen unas “migas”.
¿Qué más hace falta? Nada más. Pues vamos a hacer unas “rosas”.
Mi abuelo llamaba “rosas” a las palomitas de maíz. Supongo que la primera vez que dijo “voy a hacer unas rosas” lo miré como quien mira a un nuevo Dios. Alguien capaz de crear una flor no puede ser una persona normal. Luego venía riéndose con un plato enorme en el que rebosaban palomitas de maíz y decía “venga, que hay que acabárselas”. Y mirábamos alguna película o lo que hicieran en la tele. Qué más daba.
Cuando era pequeño, una de las cosas que más me fascinó de mi abuelo fue lo valiente que era con los perros. En casa, en el huerto, siempre han habido dos o tres. Algunos han sido perros enormes. Y más para un niño pequeño. Entonces, cuando iba a darles de comer yo lo observaba de lejos, esperando un ataque feroz de aquellas bestias. Pero no. Él se acercaba, les ponía la comida en sus cuencos y luego les acariciaba la cabeza mientras comían. Creo que los perros, a su manera, también lo trataron de usted.
Mi abuelo siempre se sentaba presidiendo la mesa en las comidas familiares. No era algo que hubiese impuesto él. Simplemente todos nos íbamos sentando en nuestro sitio, todos debemos saber cuál es el nuestro. Y ése era el de mi abuelo.
Mi abuelo sabía tocar la guitarra. Cuando era joven tocaba el laúd en las fiestas del pueblo. Aprendió de oído. Un día los nietos le regalamos uno y él lloró de alegría y yo más. No era su cumpleaños, ni su santo, ni nada. Fue un regalo a él, por ser. Y eso fue lo mejor.
Mi abuelo condujo hasta los ochenta años, quizá un poco más. Iba a comprar, te acompañaba a la estación, te llevaba a cualquier sitio y luego subía las escaleras de casa de dos en dos.
Mi abuelo siempre bebía vino en porrón. Decía que el vino en las comidas es lo mejor que hay. Nunca recuerdo verle bebiendo agua. Sí alguna horchata, en verano, en el patio de casa, mientras jugábamos al dominó.
Mi abuelo se podía acordar de cualquier día de su vida. Era la mejor clase de historia. Del día que conoció a tal, de lo que le pasó otro día en el tranvía, de lo que le dijo aquel hombre del pueblo.
Mi abuelo dijo una vez: “una mano lava a la otra, las dos lavan la cara”.
Mi abuelo a veces movía las manos mientras dormía la siesta, como deshilachando una bufanda invisible.
Mi abuelo se fue el otro día.
Así me lo dijo mi padre en un sms: el yayo se ha ido hace cinco minutos.
Supongo que tendrá que hacer una caseta de perro en alguna parte, o arreglar algún cristal roto de un balonazo, o hacer un llavero, o quizá alguien le dijo que le apetecían unas “migas”.
Quizá está haciendo bajar la marea.
No lo sé. Ya vendrá.
Y cuando vuelva nos sentaremos a escuchar la radio en el patio y echaremos el toldo y jugaremos unas partidas al dominó y luego se acordará de alguna fecha y luego le cambiaremos la comida a los canarios y se irá haciendo de noche pero dará igual porque luego tocará canciones al laúd y dirá “no me acuerdo bien, es que hace muchos años” y vendrá mi abuela a escucharlo y luego mi tía y luego mis primos y luego mis padres y luego todos y, cuando estemos todos, sólo entonces, dirá “voy a hacer unas rosas”.
Yayo, si algún día tengo un nieto que me quiere la mitad de lo que le he querido yo a usted, me daré por satisfecho.
rabbit
Uno de los vídeos más bizarros que he visto en mucho tiempo.
Una siniestra forma de aprender inglés.
Más información y vídeos del autor en runwrake.com
radiohead-ceremony (new order)
Por petición pop de la escapista Houdini.
sábado, noviembre 17, 2007
predicador frustrado
Varias cosas quiero decir. Cosas varias quiero decir. Quiero decir cosas varias. Decir cosas varias quiero.
Una. A partir de ahora no usaré la segunda persona de plural para dirigirme a vosotros, lectores, sino la segunda del singular. Es decir que no os hablaré a vosotros como estaba haciendo hasta ahora, en plan predicador frustrado. Te hablaré a ti. Será mejor para todos, para vosotros, para mi y para ti.
Dos. Este libro, por si no sabes qué regalarme.
Tres. Felicita a la abuela blogger si la ves por la calle, y ayúdale con las bolsas.
Cuatro. El año musical acaba cuando sale tu disco favorito. Aquí van mis diez mejores del año. Mañana serán otros, pero eso ahora no importa.
Cinco. ¿Por qué Jorge Garbajosa tiene una columna en El País? No me importa lo que le pase en la NBA. Menos lloriqueos.
Seis. Cuestión de sexo (martes noche en Cuatroº) es una serie respetable, y nacional.
Siete. Mara Torres (la 2 noticias, 0:00) es mi presentadora favorita de todos los tiempos. Ya lo sabes.
Ocho. Lee el blog de Rafael Reig. Te gustará.
Si no te gusta, no lo leas.
Nueve. Hasta el trece de enero tienes de tiempo para ir a ver Bodies.
Diez. Un día soñé que subía la marea y yo estaba con mi hermana y mis primos y teníamos cara de estúpidos, como ahora, la cara que se te suele poner cuando ves subir la marea y empieza a anegarlo todo.
viernes, noviembre 16, 2007
miércoles, noviembre 14, 2007
en su boca, sal
Aquí os dejo con el tercer ejercicio. No sé explicaros lo que nos pidieron. Creo que la he cagado. Ahí va.
El mar borró tu nombre.
Sólo Marcus Green sabe por qué se lanzó al mar. Pero ese acto, esa fracción de segundo, le convirtió en la persona que ahora es.
Cuando embarcó en el crucero, Marcus estaba viviendo la etapa más brillante de su vida, en todos los sentidos.
Fue en junio. El barco zarpaba mientras él veía alejarse el puerto, la ciudad, las montañas, todo lo sólido. Por la noche, solo, en la cubierta, gritó de alegría.
Cada mañana, Marcus se recostaba en la baranda de estribor y contemplaba el mar. Concentrada la vista, las olas desaparecían, y con ellas el barco y todo lo que le rodeaba, quedándose solo en la inmensidad.
Una noche, después de cenar, cuando todo el mundo se distraía bailando al son de la orquesta, Marcus cogió un chaleco salvavidas y se lanzó al mar oscuro. Nadie vio nada. Ahora flotaba en un océano. El barco se alejaba y con él su música y sus luces y todo lo sólido. Al principio estaba feliz. Pasados unos minutos le invadió el terror. ¿Por qué he hecho esto? Las olas lo balanceaban a su antojo. El mar, aun en calma, se movía mucho más de lo que había imaginado desde cubierta. Fue este balanceo lo que le durmió.
Le despertaron los primeros rayos de sol. Miró a su alrededor. Todo era azul. Quizá demasiado. En su boca, sal. Y en su nariz y en sus manos y en su todo. Algo rozó su pie izquierdo, luego el derecho y luego de nuevo el izquierdo. Se incorporó y miró, pero no vio nada. Algunas gaviotas sobrevolando su cabeza. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó un caramelo, perdido y mojado, como todo ahora. Cerró los ojos, saboreándolo. Luego pensó en su vida, en qué día sería. Y más tarde la noche, implacable, oscura y helada.
Algo golpeó su cabeza. Se volvió asustado y alargó los brazos para protegerse. Sin luna, la oscuridad no le dejaba ver ni sus manos. Tanteó la estructura de madera. Parecía una barca, era una barca. Gritó ¿hay alguien ahí? pero no hubo respuesta. Golpeó con los nudillos la madera mojada. Nada. Ya dentro de la barca se despojó del chaleco. Se acurrucó y lloró y se durmió.
Cuando la mañana lo despertó, sus ropas se habían secado. Dentro de la barca no había nada, sólo maderas viejas. Quizá pasó allí cinco días. Al sexto, un barco pesquero hizo sonar su bocina.
Un joven le ayudó a subir a cubierta. Le dieron de comer y lo abrigaron. Con gestos, le preguntaron qué le había pasado, cómo había llegado hasta ahí, de dónde era, cuánto tiempo llevaba a la deriva. Se inventó las respuestas.
Ya en tierra firme, los pescadores se despidieron del extraño náufrago. Comprobó que no estaba en su ciudad, ni siquiera en su país. Quizá no estaba ni en su mundo. ¿Cuál era su mundo, ahora?
Leyó letreros sin entenderlos, escuchó voces extrañas, vagando por las calles de esa ciudad pesquera. Por la noche se metió en una cafetería. Pidió un vaso de leche señalando la botella que la camarera tenía a su espalda. Luego se sentó y miró la televisión que colgaba en la esquina. Vio imágenes sin mirarlas, oyó las voces sin escucharlas. Su cuerpo continuaba balanceándose, sentado en la silla.
Más tarde se quedó dormido, la cabeza entre sus brazos, encima de la mesa.
Y soñó.
El mar borró tu nombre.
Sólo Marcus Green sabe por qué se lanzó al mar. Pero ese acto, esa fracción de segundo, le convirtió en la persona que ahora es.
Cuando embarcó en el crucero, Marcus estaba viviendo la etapa más brillante de su vida, en todos los sentidos.
Fue en junio. El barco zarpaba mientras él veía alejarse el puerto, la ciudad, las montañas, todo lo sólido. Por la noche, solo, en la cubierta, gritó de alegría.
Cada mañana, Marcus se recostaba en la baranda de estribor y contemplaba el mar. Concentrada la vista, las olas desaparecían, y con ellas el barco y todo lo que le rodeaba, quedándose solo en la inmensidad.
Una noche, después de cenar, cuando todo el mundo se distraía bailando al son de la orquesta, Marcus cogió un chaleco salvavidas y se lanzó al mar oscuro. Nadie vio nada. Ahora flotaba en un océano. El barco se alejaba y con él su música y sus luces y todo lo sólido. Al principio estaba feliz. Pasados unos minutos le invadió el terror. ¿Por qué he hecho esto? Las olas lo balanceaban a su antojo. El mar, aun en calma, se movía mucho más de lo que había imaginado desde cubierta. Fue este balanceo lo que le durmió.
Le despertaron los primeros rayos de sol. Miró a su alrededor. Todo era azul. Quizá demasiado. En su boca, sal. Y en su nariz y en sus manos y en su todo. Algo rozó su pie izquierdo, luego el derecho y luego de nuevo el izquierdo. Se incorporó y miró, pero no vio nada. Algunas gaviotas sobrevolando su cabeza. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó un caramelo, perdido y mojado, como todo ahora. Cerró los ojos, saboreándolo. Luego pensó en su vida, en qué día sería. Y más tarde la noche, implacable, oscura y helada.
Algo golpeó su cabeza. Se volvió asustado y alargó los brazos para protegerse. Sin luna, la oscuridad no le dejaba ver ni sus manos. Tanteó la estructura de madera. Parecía una barca, era una barca. Gritó ¿hay alguien ahí? pero no hubo respuesta. Golpeó con los nudillos la madera mojada. Nada. Ya dentro de la barca se despojó del chaleco. Se acurrucó y lloró y se durmió.
Cuando la mañana lo despertó, sus ropas se habían secado. Dentro de la barca no había nada, sólo maderas viejas. Quizá pasó allí cinco días. Al sexto, un barco pesquero hizo sonar su bocina.
Un joven le ayudó a subir a cubierta. Le dieron de comer y lo abrigaron. Con gestos, le preguntaron qué le había pasado, cómo había llegado hasta ahí, de dónde era, cuánto tiempo llevaba a la deriva. Se inventó las respuestas.
Ya en tierra firme, los pescadores se despidieron del extraño náufrago. Comprobó que no estaba en su ciudad, ni siquiera en su país. Quizá no estaba ni en su mundo. ¿Cuál era su mundo, ahora?
Leyó letreros sin entenderlos, escuchó voces extrañas, vagando por las calles de esa ciudad pesquera. Por la noche se metió en una cafetería. Pidió un vaso de leche señalando la botella que la camarera tenía a su espalda. Luego se sentó y miró la televisión que colgaba en la esquina. Vio imágenes sin mirarlas, oyó las voces sin escucharlas. Su cuerpo continuaba balanceándose, sentado en la silla.
Más tarde se quedó dormido, la cabeza entre sus brazos, encima de la mesa.
Y soñó.
martes, noviembre 13, 2007
LaMuerte y UnAmigo
Con la segunda seta viajé a otro lugar. En él me encontré a LaMuerte y a UnAmigo.
Por la tarde T. y yo salimos a pasear. Resultó que también existían. Estaban observando una partida de ajedrez gigante.
Hablaban sin mirarse, atentos a la jugada.
Les hice esta foto.
Y esto fue lo que dijeron.
LaMuerte: No está jugando bien.
UnAmigo: No sabe.
LaMuerte: Sí que sabe. Lo sé. Pero ahora no está jugando bien. No se está esforzando.
UnAmigo: Estará cansado.
LaMuerte: Pues entonces que no juegue. No hay que jugar si no se quiere ganar.
UnAmigo: Bueno, yo no le daría tanta importancia, sólo es un juego.
LaMuerte: Yo sí que le doy importancia.
UnAmigo: Pero, ¿a ti qué más te da?
LaMuerte: No me hables así.
UnAmigo: Perdona, quería decir que por qué te preocupas tanto.
LaMuerte: No estoy preocupado.
UnAmigo: Pues lo pareces.
LaMuerte: Yo soy así.
UnAmigo: ¿Dónde vas luego?
LaMuerte: No lo sé. Aquí y allá. No lo tengo pensado. No pienso en esas cosas.
UnAmigo: Yo iré al bar de Rose, lo digo por si te quieres venir.
LaMuerte: El bar de Rose ya no está.
UnAmigo: ¿Qué quieres decir?
LaMuerte: Lo que has oído, que el bar de Rose ya no está, no hay bar de Rose.
UnAmigo: Pero eso no puede ser, ayer estuve allí.
LaMuerte: Ayer fue ayer. Hoy es hoy.
UnAmigo: ¿Es lo único que se te ocurre decir?
LaMuerte: No me hables así, te lo repito.
UnAmigo: Quiero decir que si no sabes nada más sobre el bar de Rose.
LaMuerte: Que no está. Creo que es suficiente.
UnAmigo: De acuerdo, me voy al bar de Rose.
LaMuerte: No está.
UnAmigo: Bueno, me lo inventaré.
LaMuerte: Eso es una estupidez.
UnAmigo: Tienes razón.
LaMuerte: ¿Eres un estúpido?
LaMuerte: Entonces no digas estupideces.
UnAmigo: ¡Eh! ¿Por qué has hablado dos veces seguidas?
LaMuerte: Porque soy LaMuerte y puedo hacer lo que quiera.
UnAmigo: Está bien.
LaMuerte: Ya está. Jaque mate.
UnAmigo: Es cierto.
LaMuerte: Me voy.
UnAmigo: Yo me quedaré un rato más.
Por la tarde T. y yo salimos a pasear. Resultó que también existían. Estaban observando una partida de ajedrez gigante.
Hablaban sin mirarse, atentos a la jugada.
Les hice esta foto.
Y esto fue lo que dijeron.
LaMuerte: No está jugando bien.
UnAmigo: No sabe.
LaMuerte: Sí que sabe. Lo sé. Pero ahora no está jugando bien. No se está esforzando.
UnAmigo: Estará cansado.
LaMuerte: Pues entonces que no juegue. No hay que jugar si no se quiere ganar.
UnAmigo: Bueno, yo no le daría tanta importancia, sólo es un juego.
LaMuerte: Yo sí que le doy importancia.
UnAmigo: Pero, ¿a ti qué más te da?
LaMuerte: No me hables así.
UnAmigo: Perdona, quería decir que por qué te preocupas tanto.
LaMuerte: No estoy preocupado.
UnAmigo: Pues lo pareces.
LaMuerte: Yo soy así.
UnAmigo: ¿Dónde vas luego?
LaMuerte: No lo sé. Aquí y allá. No lo tengo pensado. No pienso en esas cosas.
UnAmigo: Yo iré al bar de Rose, lo digo por si te quieres venir.
LaMuerte: El bar de Rose ya no está.
UnAmigo: ¿Qué quieres decir?
LaMuerte: Lo que has oído, que el bar de Rose ya no está, no hay bar de Rose.
UnAmigo: Pero eso no puede ser, ayer estuve allí.
LaMuerte: Ayer fue ayer. Hoy es hoy.
UnAmigo: ¿Es lo único que se te ocurre decir?
LaMuerte: No me hables así, te lo repito.
UnAmigo: Quiero decir que si no sabes nada más sobre el bar de Rose.
LaMuerte: Que no está. Creo que es suficiente.
UnAmigo: De acuerdo, me voy al bar de Rose.
LaMuerte: No está.
UnAmigo: Bueno, me lo inventaré.
LaMuerte: Eso es una estupidez.
UnAmigo: Tienes razón.
LaMuerte: ¿Eres un estúpido?
LaMuerte: Entonces no digas estupideces.
UnAmigo: ¡Eh! ¿Por qué has hablado dos veces seguidas?
LaMuerte: Porque soy LaMuerte y puedo hacer lo que quiera.
UnAmigo: Está bien.
LaMuerte: Ya está. Jaque mate.
UnAmigo: Es cierto.
LaMuerte: Me voy.
UnAmigo: Yo me quedaré un rato más.
peligro constante
Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de oscuridad completa. Peligro constante. No es seguro volver con vida.
Es decir, vivir un invierno en Barcelona.
La expo mola.
Vamos.
Es decir, vivir un invierno en Barcelona.
La expo mola.
Vamos.
lunes, noviembre 12, 2007
chutando latas
El otro día paseaba por la plaza de la catedral de Barcelona.
Había un hombre vestido de payaso haciendo pompas de jabón rodeado de niños y mayores.
Los niños peleaban por destrozarlas antes de que se elevasen demasiado. Los mayores observaban las que se alejaban, pintándose de negro noche, hasta desaparecer.
Leo que ha empezado una nueva huelga en EE.UU.: la de tramoyistas. (Se llama tramoyista a la persona que se encarga de cambiar decorados, de los efectos especiales, telón, etc, de un teatro o de un plató de televisión. Digo esto porque yo no sabía exactamente lo que significaba. Perdonadme).
Huelga que se une a la comenzada hace unas semanas por los guionistas.
Hasta ahora, en un mundo dominado por la maquinaria, lo de huelga de trabajadores sonaba a chiste de Forges.
Pero esta vez no. Esta vez el chiste lo dibuja El Roto, o Quino, o Krahn.
Las huelgas de guionistas y tramoyistas en EE.UU. a mí me sirven para eso: el hombre tiene límites, pero las máquinas también.
Los guionistas no escriben una palabra y Jay Leno se queda sin chistes en su late show. Los tramoyistas dicen hasta aquí hemos llegado y El Rey León y El fantasma de la ópera ahora están en Central Park, chutando latas de refresco vacías, con las manos en la espalda, mirando dentro de las papeleras y del cambio de las cabinas de teléfono. Puedes ver a El Rey León paseando a siete perros por la Quinta Avenida mientras que El fantasma de la ópera se esmera en dorar bien tu perrito caliente.
¿Llegará un día en el que un ordenador escriba el guión de una serie, de un programa, de una película? Oscar al mejor guión original escrito por un Mac. Recoge el premio...Steve Jobs
Quizá no es tan descabellado, ahora que lo escribo.
Da igual, quiero pensar que no será posible, estoy en mi derecho.
Quiero pensar que, pasen los siglos que pasen, siempre habrá una persona vestida de payaso haciendo pompas de jabón, siempre habrá niños destrozándolas, siempre habrá padres que sonrían mientras las ven elevarse hasta desaparecer, quizá imaginándose la vida dentro de una de ellas.
Ese tipo de cosas es en lo que quiero pensar ahora.
domingo, noviembre 11, 2007
Al y Nicolai
Hace unos años fui a visitar a mi amigo T. a Holanda, donde estaba de Erasmus. Visitamos Amsterdamm durante tres días.
Compramos setas.
En uno de mis viajes aparecieron estos dos personajes, que luego resultaron ser dos hombres a los que me encontré por la calle y fotografié en un momento de conversación.
Nicolai Burbenko, el que escucha, y Albertus Green, el que habla.
Y esto fue lo que hablaron:
Albertus: Esta mañana salí a desayunar, como cada mañana, al bar de Rose. Pero ya no estaba allí. No es que estuviera cerrado, es que no estaba, no había nada.
Nicolai: Eso no puede ser, Al, las cosas no desaparecen de un día para otro.
Albertus: Te lo juro, Nicolai, allí no había bar de Rose, no había nada de nada.
Nicolai: Pero estarían las ruinas, los escombros, algo.
Albertus: No. No había nada.
Nicolai: No puede no haber nada en un sitio. Sobre todo si ayer sí que estaba. Siempre queda algo, alguna señal que nos dice que en ese lugar ha existido algo. ¿No había ni una miserable servilleta?
Albertus: Por Dios, Nicolai, te estoy diciendo que no había nada. Lo único que quería era tomarme un café y una galleta, de esas que prepara, que preparaba Rose, sólo eso, quería disfrutar del café y la galleta, es el único momento del día que tengo para disfrutar, y me encuentro con esto.
Nicolai: Bueno, Al, no te preocupes, tiene que haber una explicación. Las cosas no pasan porque sí. Un bar no puede desaparecer de un día para otro sin dejar ni rastro. Ni un bar ni nada puede hacer eso.
Albertus: Bueno, si tú lo dices.
Nicolai: No es que lo diga yo, Al, es que hay cosas que no pueden ser.
Albertus: Supongo que tienes razón.
Nicolai: Así que ahora ven que te invite a un tazón de chocolate caliente, te sentará bien.
Albertus: Gracias, Nicolai, pero creo que no me apetece, estoy demasiado triste.
Nicolai: No tienes por qué preocuparte, Al, ya te he dicho que todo tiene una explicación, y lo del bar también. Ya verás como mañana mismo sale en los periódicos.
Albertus: Pero si tú lo hubieras visto, Nicolai, si tú te hubieses encontrado delante de esa nada, sabrías de lo que hablo.
Nicolai: Vamos, empieza a hacer frío.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Sí que te creo, Al, pero ahora empieza a hacer mucho frío, debemos resguardarnos. Vamos.
Albertus: ¿Por qué no me acompañas al bar de Rose? Así te lo creerás.
Nicolai: Venga, Al, ya iremos mañana, con más tranquilidad.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Al, ya te he dicho que sí. Ahora vamos a por el tazón, empieza a oscurecer.
Albertus: De acuerdo, Nicolai, vamos a por el tazón.
Compramos setas.
En uno de mis viajes aparecieron estos dos personajes, que luego resultaron ser dos hombres a los que me encontré por la calle y fotografié en un momento de conversación.
Nicolai Burbenko, el que escucha, y Albertus Green, el que habla.
Y esto fue lo que hablaron:
Albertus: Esta mañana salí a desayunar, como cada mañana, al bar de Rose. Pero ya no estaba allí. No es que estuviera cerrado, es que no estaba, no había nada.
Nicolai: Eso no puede ser, Al, las cosas no desaparecen de un día para otro.
Albertus: Te lo juro, Nicolai, allí no había bar de Rose, no había nada de nada.
Nicolai: Pero estarían las ruinas, los escombros, algo.
Albertus: No. No había nada.
Nicolai: No puede no haber nada en un sitio. Sobre todo si ayer sí que estaba. Siempre queda algo, alguna señal que nos dice que en ese lugar ha existido algo. ¿No había ni una miserable servilleta?
Albertus: Por Dios, Nicolai, te estoy diciendo que no había nada. Lo único que quería era tomarme un café y una galleta, de esas que prepara, que preparaba Rose, sólo eso, quería disfrutar del café y la galleta, es el único momento del día que tengo para disfrutar, y me encuentro con esto.
Nicolai: Bueno, Al, no te preocupes, tiene que haber una explicación. Las cosas no pasan porque sí. Un bar no puede desaparecer de un día para otro sin dejar ni rastro. Ni un bar ni nada puede hacer eso.
Albertus: Bueno, si tú lo dices.
Nicolai: No es que lo diga yo, Al, es que hay cosas que no pueden ser.
Albertus: Supongo que tienes razón.
Nicolai: Así que ahora ven que te invite a un tazón de chocolate caliente, te sentará bien.
Albertus: Gracias, Nicolai, pero creo que no me apetece, estoy demasiado triste.
Nicolai: No tienes por qué preocuparte, Al, ya te he dicho que todo tiene una explicación, y lo del bar también. Ya verás como mañana mismo sale en los periódicos.
Albertus: Pero si tú lo hubieras visto, Nicolai, si tú te hubieses encontrado delante de esa nada, sabrías de lo que hablo.
Nicolai: Vamos, empieza a hacer frío.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Sí que te creo, Al, pero ahora empieza a hacer mucho frío, debemos resguardarnos. Vamos.
Albertus: ¿Por qué no me acompañas al bar de Rose? Así te lo creerás.
Nicolai: Venga, Al, ya iremos mañana, con más tranquilidad.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Al, ya te he dicho que sí. Ahora vamos a por el tazón, empieza a oscurecer.
Albertus: De acuerdo, Nicolai, vamos a por el tazón.
miércoles, noviembre 07, 2007
exceso
El exceso de tiempo libre puede ser tan peligroso.
Mi hermana pequeña me envía un mail con este link.
Qué miedo, ¿eh o no?
martes, noviembre 06, 2007
elefantes blancos
Aquí os dejo el segundo ejercicio del curso, que sé que estabais ansiosos.
Se trataba de contar una historia, o parte de ella, con dos narradores, como si contásemos algo que nos contaron (!). En fin, que es mucho más fácil de como lo he explicado. Ahí va. A la de una, a la de dos y a la de
Me lo contó así, con su vocecilla de pájaro, como si a mí me tuviese que importar, aunque luego me pareció curioso, la verdad. Me explicó todo aquello que pasó con ese chaval de su curso, sí, ese. Al final lo expulsaron, claro, aunque yo no lo hubiera expulsado, me parece una tontería. En realidad, de una u otra manera, todos estamos plagiando continuamente. Nadie hace ya nada original.
Me dijo que todo empezó un día de temperatura elevada, ya sabes cómo era él para esto del tiempo.
Estábamos en clase, me explicaba, y la profesora empezó a pasar lista y así cada uno iba leyendo su relato. Cuando llegó a Eloy, que siempre se sentaba en la última fila, todos nos volvimos para escuchar atentamente el relato maravilloso que nos esperaba. Así había sido hasta ahora. Pero no sé por qué, yo me quedé mirando a la profesora, esperando ver lágrimas de emoción ante la lectura de Eloy.
Así me lo contaba, te lo juro, ya lo conociste, me dijo eso de las “lágrimas de emoción” y estoy seguro de que esperaba ver llorar a su profesora y llorar con ella y fundirse en un abrazo con sus compañeros de curso y sollozar “qué bonito es todo” o alguna cosa por el estilo. Él era así, ya lo sabes. Bueno, pues eso, él se quedó mirando a la profesora pero la profe, en vez de ponerse a llorar de alegría, como él quería, empieza a fruncir el ceño de una manera desorbitada. Bueno, desorbitada, ya me entiendes, que empieza a fruncir el ceño y abre un libro de los muchos que se apilaban en su mesa.
Y entonces la profesora, me contaba, comienza a leer lo mismo que está leyendo Eloy. Todos se volvieron rápidamente, molestos, no porque estuviera leyendo lo mismo que Eloy, sino porque estaba interrumpiendo la lectura del alumno. Al principio nadie se dio cuenta de que la profesora estaba leyendo lo mismo pero, pasados unos segundos, todos se pusieron una mano en la boca y no sabían a dónde mirar, si a la profesora o al alumno. Las miradas iban y venían como en un partido de tenis, del fondo del aula hasta la mesa de la profesora, y luego empezamos a mirarnos entre nosotros, extrañados, engañados, diría yo
Así me dijo, la profe le pilló de lleno. Se ve que este chaval había copiado un cuento entero de Hemingway, Colinas como elefantes blancos, me acuerdo que era ése. Creo que el ejercicio consistía en practicar un diálogo o algo así. En serio, el chaval lo copió exactamente igual. No hay que ser muy listo, la verdad. No sólo porque no te sirva de nada, sino porque estás hablando de Hemingway y tú estás en un curso de escritura. Pero espera, se ve que el tal Eloy se había estado copiando todos los textos que había escrito durante el curso, en serio, me lo explicó luego.
En la siguiente clase, me dijo, la profesora apareció con un montón de folios y otro de libros. Apenas podía cargarlos. Los dejó sobre la mesa y, sin decir nada, ni buenas tardes ni nada, empezó a leer los textos de Eloy y luego, abriendo los libros que había depositado sobre la mesa, así me lo dijo, leía el mismo texto. Se había copiado textos de Salinger, de Carver, de Coover y de Barthelme, entre otros. No nos lo podíamos creer. Y él estaba tan tranquilo, ahí, en la última fila, ni reía, ni lloraba, ni decía nada, como si no fuese con él.
Eso fue lo que me contó. Yo le dije que la culpable de todo este rollo era la profesora y tendrían que haberla expulsado a ella por no conocer esos textos y no a Eloy.
Él me dijo “sí, quizá tienes razón”.
Pero lo dijo de una forma que no me lo creí.
Se trataba de contar una historia, o parte de ella, con dos narradores, como si contásemos algo que nos contaron (!). En fin, que es mucho más fácil de como lo he explicado. Ahí va. A la de una, a la de dos y a la de
Me lo contó así, con su vocecilla de pájaro, como si a mí me tuviese que importar, aunque luego me pareció curioso, la verdad. Me explicó todo aquello que pasó con ese chaval de su curso, sí, ese. Al final lo expulsaron, claro, aunque yo no lo hubiera expulsado, me parece una tontería. En realidad, de una u otra manera, todos estamos plagiando continuamente. Nadie hace ya nada original.
Me dijo que todo empezó un día de temperatura elevada, ya sabes cómo era él para esto del tiempo.
Estábamos en clase, me explicaba, y la profesora empezó a pasar lista y así cada uno iba leyendo su relato. Cuando llegó a Eloy, que siempre se sentaba en la última fila, todos nos volvimos para escuchar atentamente el relato maravilloso que nos esperaba. Así había sido hasta ahora. Pero no sé por qué, yo me quedé mirando a la profesora, esperando ver lágrimas de emoción ante la lectura de Eloy.
Así me lo contaba, te lo juro, ya lo conociste, me dijo eso de las “lágrimas de emoción” y estoy seguro de que esperaba ver llorar a su profesora y llorar con ella y fundirse en un abrazo con sus compañeros de curso y sollozar “qué bonito es todo” o alguna cosa por el estilo. Él era así, ya lo sabes. Bueno, pues eso, él se quedó mirando a la profesora pero la profe, en vez de ponerse a llorar de alegría, como él quería, empieza a fruncir el ceño de una manera desorbitada. Bueno, desorbitada, ya me entiendes, que empieza a fruncir el ceño y abre un libro de los muchos que se apilaban en su mesa.
Y entonces la profesora, me contaba, comienza a leer lo mismo que está leyendo Eloy. Todos se volvieron rápidamente, molestos, no porque estuviera leyendo lo mismo que Eloy, sino porque estaba interrumpiendo la lectura del alumno. Al principio nadie se dio cuenta de que la profesora estaba leyendo lo mismo pero, pasados unos segundos, todos se pusieron una mano en la boca y no sabían a dónde mirar, si a la profesora o al alumno. Las miradas iban y venían como en un partido de tenis, del fondo del aula hasta la mesa de la profesora, y luego empezamos a mirarnos entre nosotros, extrañados, engañados, diría yo
Así me dijo, la profe le pilló de lleno. Se ve que este chaval había copiado un cuento entero de Hemingway, Colinas como elefantes blancos, me acuerdo que era ése. Creo que el ejercicio consistía en practicar un diálogo o algo así. En serio, el chaval lo copió exactamente igual. No hay que ser muy listo, la verdad. No sólo porque no te sirva de nada, sino porque estás hablando de Hemingway y tú estás en un curso de escritura. Pero espera, se ve que el tal Eloy se había estado copiando todos los textos que había escrito durante el curso, en serio, me lo explicó luego.
En la siguiente clase, me dijo, la profesora apareció con un montón de folios y otro de libros. Apenas podía cargarlos. Los dejó sobre la mesa y, sin decir nada, ni buenas tardes ni nada, empezó a leer los textos de Eloy y luego, abriendo los libros que había depositado sobre la mesa, así me lo dijo, leía el mismo texto. Se había copiado textos de Salinger, de Carver, de Coover y de Barthelme, entre otros. No nos lo podíamos creer. Y él estaba tan tranquilo, ahí, en la última fila, ni reía, ni lloraba, ni decía nada, como si no fuese con él.
Eso fue lo que me contó. Yo le dije que la culpable de todo este rollo era la profesora y tendrían que haberla expulsado a ella por no conocer esos textos y no a Eloy.
Él me dijo “sí, quizá tienes razón”.
Pero lo dijo de una forma que no me lo creí.
lunes, noviembre 05, 2007
casi seguro
No sé si habéis visto una película llamada 9 songs. No se tradujo. Es una peli de 2004, dirigida por Michael Winterbottom. Aunque eso no tiene la más mínima importancia.
La peli se hizo famosa por sus escenas de sexo explícitas.
Todos los que la hemos visto ha sido por ese motivo.
Luego, a otra mucha gente le gustó la banda sonora, formada por grupos alternativos sin mucho o ningún interés.
Pero entre polvo y concierto aparecen unas imágenes del Ártico, donde el protagonista se va a analizar hielo y a pensar en su relación con la chica así, en plan poeta, cosa que chirría un poco después de haber visto una mamada hace diez segundos. Pero bueno, es un buen experimento visual, sí.
Trabajo en un centro comercial que podría estar en cualquier sitio. De hecho, si no existiese este centro comercial, seguiría estando en cualquier sitio.
En mi centro comercial puedes encontrar de todo. Menos cordura.
Te puedes vestir, comer, ver una peli, comprar el diario, comerte un helado, comprarte un video-juego, un disco, una peli, comprar comida, bebida, folios, impresoras, ordenadores, teléfonos móviles, grapas, clips, bolsas de basura, y todo lo que necesites aunque no lo necesites.
En mi centro comercial también hay una tienda de animales a los que les ponen una música suave en la que se oye un piano. Es para que los animales se relajen. A la misma vez, los niños golpean los cristales de sus jaulas, unos cristales en los que cuelga un cartel en el que se puede leer "No golpear el cristal".
Pero esos niños no saben leer porque son demasiado pequeños. Sus padres sí, pero hay que desconfiar de un padre que lleva a su hijo a que vea animales en venta.
Los sábados, en mi centro comercial hay tanta gente que a veces comprendo a los asesinos en masa. Aunque sea por una ráfaga de segundo, los comprendo.
Y muchas veces, en esos momentos de sábado, me quiero ir a otra parte, me quiero ir a analizar hielo.
Entonces pienso en el Ártico.
Pienso en cómo sería estar rodeado de nadie.
Y hoy en día, el único motivo por el que me gusta 9 songs es por esas imágenes del Ártico.
Lo digo en serio.
Miradla si podéis.
Sus escenas de sexo no me excitan, aunque reconozco que me gusta cómo están filmadas.
Los actores no me caen excesivamente bien. Sobre todo él, porque tiene un pene más grande que el mío. Y que el tuyo también, casi seguro.
Pero las escenas del Ártico de esa película, de verdad, son lo mejor de ella.
De forma inevitable, cada sábado que trabaje en mi centro comercial me vendrá a la mente la peli 9 songs y su hielo.
Y, en serio, no pensaré en sus escenas de sexo.
para mi abuelo
Hay hombres que luchan un dia y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
domingo, noviembre 04, 2007
sábado, noviembre 03, 2007
los fans
Los fans de Cortázar están de enhorabuena (esta frase es muy MTV, lo sé).
Se publica hoy en Babelia un relato inédito del escritor argentino.
Además, veo que se puede escuchar (!) el capítulo siete de Rayuela leído por el mismo Cortázar, por el mismo que escribió el resto del libro, quiero decir.
Ya, ya está.
viernes, noviembre 02, 2007
nada que hacer
Llegó un tiempo en el que nadie tenía nada que hacer.
Primero empezaron los viejos, con sus boinas y sus manos en los bolsillos.
Pero luego fue todo el pueblo, los niños, toda la ciudad, las madres, todo el país.
Llegó una época en la que todo el mundo se detenía ante un paso de cebra. No porque los coches no les cedieran el paso, sino porque no tenían otra cosa mejor que hacer.
Maurice J. Lowe
Cuando se hizo de noche, 1956.
Primero empezaron los viejos, con sus boinas y sus manos en los bolsillos.
Pero luego fue todo el pueblo, los niños, toda la ciudad, las madres, todo el país.
Llegó una época en la que todo el mundo se detenía ante un paso de cebra. No porque los coches no les cedieran el paso, sino porque no tenían otra cosa mejor que hacer.
Maurice J. Lowe
Cuando se hizo de noche, 1956.
jueves, noviembre 01, 2007
el perro maulla
¿Por qué algunas penas de cárcel parece que las haya dicho un niño de cinco años para impresionar de lo mucho que sabe contar?
42.922, o cuarenta y dos mil novecientos veintidós años es la pena que le ha caído a Jamal Zougam, uno de los autores del atentado del 11-M.
¿Qué significa eso?
¿Por qué algunas penas sólo sirven para que, al oírlas, pongamos los ojos en blanco mientras pensamos qué gilipollez, joder?
Estamos en 2007.
42.922 + 2007 = 44.929.
Ahora estamos en 44.929 de la nueva era.
La Tierra ha sufrido dos eras glaciares y tres desertizaciones. Pero eso a Jamal Zougam no le ha afectado, porque ha estado en prisión todo este tiempo.
Jamal se levanta temprano. Piensa en ducharse y se ducha. Piensa en desayunar y desayuna.
Se podría decir que está contento, aunque su cara no demuestra ya ningún sentimiento. Ni la de ningún ser viviente en este planeta llamado (Tierra)ºvl3.0
Cuando sale a la calle nadie le espera.
Piensa en su casa pero no sucede nada. Piensa con más intensidad. Nada.
Camina por las calles solitarias. Una especie de perro aparece en su camino y se le queda mirando. Sus ojos son color mercurio. Al cabo de un rato, el perro maulla y desaparece, porque el perro ha pensado en desaparecer.
El aire huele a plástico quemado.
A lo lejos se divisan una montañas nevadas. La nieve es roja. Rojo sangre.
El sol apenas calienta. Ilumina casi igual que hace 44.922 años, cuando Jamal entró en prisión, pero ya no calienta. Su luz es intermitente.
Sigue caminando durante una hora sin cruzarse con nadie. Piensa en gente pero no sucede nada. Piensa con más intensidad. Nada.
Al final de la calle encuentra un 7eleven. Se pregunta qué diablos hace esa tienda allí, por Alá.
Entra.
Una joven le mira cuando llega al mostrador. Lee la revista Cuore mientras se pinta las uñas de los pies. Jamal se vuelve a preguntar qué está pasando. La chica le pregunta si quiere alguna cosa. Jamal le responde "quiero saber qué está pasando". Entonces la chica le dice "pregúntaselo a él".
"¿Quién es él? Yo no veo a nadie más", sigue Jamal.
"Él es él, yo qué coño sé quién es él", finaliza la joven.
Es entonces cuando Jamal piensa en quién diablos puede estar inventando esto, por Alá.
Y es entonces cuando piensa en mí. Pero no sucede nada.
Piensa con más intensidad.
Nada.
the bright side of life
La vida de Brian gana la encuesta con tres, sí, he dicho tres, apabullantes votos frente a los dos, sí, he dicho dos, de Top Secret y El jovencito Frankenstein, que se han quedado a las puertas de la gloria bendita.
¿Así es como respetáis a vuestros muertos? ¿Tocándome los cojones?
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