martes, noviembre 20, 2007

reflejo de mi nuca

En el lavabo había un armario con tres espejos.
Así, cuando me miraba en el central, situado encima del grifo, el resto me ofrecía tres partes de mí diferentes: la oreja izquierda, la derecha y la nuca.
Según cómo abriese el armario podía observarme de una u otra manera.
Me gustaba cepillarme los dientes mientras me miraba la nuca. Era algo que rozaba lo fantástico.
Entonces vivía solo con mi madre. A ella no le gustaban tantos espejos, aunque el armario lo puso ella. Decía que los reflejos no son buenos. Nunca le pregunté por qué.
Un día, por la noche, antes de acostarme, fui al lavabo a lavarme la boca. Mientras tanto, mi madre leía en la cocina.
Como siempre, miraba mi nuca mientras me cepillaba. Luego miré un rato mi oreja izquierda, roja por haber estado leyendo apoyado en ella, y por último la derecha.
Me enjuagué la boca y escupí.
Al levantar la cabeza de nuevo observé que el reflejo de mi nuca se iba.
No es que desapareciese, sino que se movió y salió del plano. Mientras, el reflejo de mis dos orejas seguía en su sitio. Me las toqué para comprobar que mi mano también entraba en el reflejo, y así fue. Era sólo el reflejo de la nuca el que se había ido.
Salí del lavabo y volví a entrar.
Nada, mi nuca no existía.
Apagué la luz y la encendí, pero el reflejo de mi nuca no aparecía por ningún sitio.
Me quedé apoyado en el mármol, mirándome fijamente, quizá esperando que el reflejo apareciese de un momento a otro, como quien espera a un amigo que llega tarde.
Pero no.
Ahora sólo tenía dos reflejos en un armario de tres espejos. Por supuesto, nadie me iba a creer.
Permanecí mirándome unos minutos.
Al poco rato, escuché a mi madre hablar con alguien en la cocina.

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