Ya te aviso ahora para que luego no te pille por sorpresa que estoy pasando y pasaré una larga etapa que no sé cuánto durará en la que venere a Klaus Kinski por encima de todas las cosas además de venerar la ausencia de comas en los textos que cada uno le dé al texto su respiración si no hay dos personas que respiren de igual manera ¿por qué una coma?, ¿a qué viene una coma ahora?
Klaus Kinski está muerto. No lo supe hasta ayer, cuando lo leí en el libro que te comentaba el otro día. Murió en 1991. Yo iba a séptimo de EGB y él se muere. Así es la vida.
Ayer me compré el libro. En El Corte Inglés me dijeron que estaba descatalogado, que no sabían si lo iba a poder encontrar, que me sería muy difícil. Al fin y al cabo eso era lo que iba yo buscando: un libro difícil de encontrar, algo que buscar durante tiempo. La cuestión es que, hablemos claro, en El Corte Inglés no suelen tener ni puta idea de nada relacionado con la cultura y sus ramificaciones. Quizá te aconsejen bien si estás indeciso entre lana o polyester, pero en lo referente a cultura, en el amplio sentido de la palabra, no nos engañemos, y no descubro nada a nadie, son unos auténticos cazurros.
Y estas son cosas que hay que decir sin miedo a represalias.
Le tuve que repetir tantas veces a la dependienta, le tuve que deletrear tantas veces K-i-n-s-k-i a la mujer de detrás del mostrador, que por un momento pensé que el idiota era yo. A veces pasa, de tan idiota que es la persona que tienes delante, parece que se te pega.
El idiotismo puede llegar a ser como los colores para un camaleón.
El otro día fui a un bar y había un chico con un camaleón en el hombro y el bicho era azulado como la chaqueta. Luego lo puso encima de una mesa y se fue tornando marrón. Luego lo puso delante de unas latas de Coca-Cola y fue rojo. Y así me quedé mirando a ese lagarto mientras el camarero me preparaba unas bravas para llevar. Fue bonita la espera. Estuve a punto de decirle al camarero que las dejase hacer hasta quemarse con tal de poder presenciar aquella maravilla de la naturaleza durante más tiempo.
Pues la dependienta me dice que me va a ser difícil encontrar el libro (Yo necesito amor) y pienso: ¿para qué he venido a este puto antro?
Me voy a buscarlo por mi cuenta, sin preguntarle a nadie. Por supuesto, lo encuentro en la primera librería que entro. Me lo compro pensando que es el último ejemplar sobre la tierra. Luego, paseando, haciendo tiempo antes de entrar a clase en el Ateneu, voy entrando en diferentes librerías y allí me lo voy encontrando, abandonado y olvidado. Estoy a punto de comprarme todos los ejemplares con los que me cruzo, para regalarlos, aunque sea a bibliotecas o a cárceles.
Este libro es poesía pura lo abras por donde lo abras. Hablo en serio. Cuatrocientas páginas de éxtasis literario por menos de nueve euros.
Debido a la necesidad angustiosa de agrupar en mi mochila todo lo relacionado con Kinski, me dirijo a la Fnac (¿la Fnac o el Fnac?, nunca lo supe ni me importará.) En general, desde que ya no trabajo allí, otra pandilla de ineptos. Aunque, como en todas las casas, hay excepciones. Normalmente, la gente de pelis suele enterarse del asunto. Iba en busca del cofre Herzog-Kinski. Lo fui a buscar el otro día al Mediamarkt, como te dije, pero ese lugar es un mundo a parte: puedes encontrar cosas rarísimas cuando no las buscas, pero no vayas buscando nada en concreto porque no lo encontrarás. Es una de las leyes del Mediamarkt. Una especie de hechizo. De hecho, precisamente, buscando el cofre en cuestión, me topé con la edición en dvd, ¡por fin!, de Amanece, que no es poco. Obrísima maestrísima del cine español (cuántas veces puedes decir esto) y una de las candidatas a formar parte del cartel de Cine ¡al fresco! at the red house. Ya iré dando detalles del cartel, precios de los abonos, etc.
Pues en la Fnac me encuentran el cofre Herzog-Kinski sin titubeos. Lo pago en efectivo para no dejar rastro de mi visita y salgo pitando de ahí. Luego voy a Tallers y me compro una de las últimas joyas de Soul Jazz: Freedom. Rhythm & Sound. Revolutionary Jazz & the civil rights movement 1963-82. Sólo el título ya me da escalofríos. Todavía no lo he escuchado.
El reloj marca las seis y me voy al Ateneu, a clase con el Zarraluki. Un buen tipo, el Zarraluki.
Hablando del Ateneu, el otro día me hice el carnet de socio. Va incluido en el precio de los cursos pero no lo tenía físicamente. Otro carnet inútil en mi cartera de piel de serpiente. No sé cuántos carnets tendré que no sirven para nada, sólo para combar la cartera que me regaló Lorenzo. Este, el del Ateneu, es especial porque incluye tu huella digital. Te hacen una foto con una webcam, en la que sales muy bien siempre, y luego te piden que coloques el índice y el pulgar en un aparato que te lee y memoriza las huellas. Esto sirve por si quieres entrar en el bar del Ateneu. Sólo podemos entrar los socios a través de nuestras huellas.
Así somos la nobleza. Exclusivos y fascistas.
La verdad es que me gusta el bar y el jardín que tienen ahí montado.
Si algún día quieres ir, ya te dejaré mi dedo.
Detesto a la mayoría de gente que pasea por ahí. A excepción de alumnos y profesores que bajan para hacer un descanso, yo entre ellos, aquello es el parque jurásico de la supuesta nobleza barcelonesa. Huele a piso cerrado. Con muebles antiguos.
A parte de los viejales que se creen Santiago Rusiñol, luego están los jovenzuelos que se compran un sombrero sólo para ir ahí, sentarse a una mesa, sacar un libro de bolsillo antiguo, a ser posible en francés, y quitarse el sombrero y dejarlo reposar encima de la mesa, como queriendo decir: Soy estúpido, dispárame en la cabeza y acaba con este sufrimiento de tantos años.
Eso es lo que quieren decir, sin ninguna duda.
Y luego llovió mucho por la noche.
¿Qué color adopta un camaleón mientras llueve?