Todos se ríen, menos Kinski.
También podría haber dicho:
El otro día fui a la Filmoteca con Tomás para ver Aguirre, la cólera de Dios.
O también:
El otro día vi Aguirre, la cólera de Dios. Fui a la Filmoteca con Tomás.
Podría seguir hasta la primavera, tampoco falta tanto, podría seguir con toda tranquilidad, porque no falta mucho y, total, pocas cosas tengo que hacer, pero veo que ya has captado la esencia de la frase. Es entonces inútil que siga mutando frases. Es entonces inútil.
La cuestión es que, pese haber visto algunas películas de Herzog y considerarlo un auténtico maestro, no había visto todavía o, todavía no había visto, mejor, ninguna en la que apareciese Klaus Kinski, ninguna de la etapa con Klaus Kinski.
Herzog rodó cinco películas con Kinski de protagonista: Aguirre...(1972), Fitzcarraldo (1982), Nosferatu, vampiro de la noche (1979), Cobra verde (1987) y Mi enemigo íntimo (1999), aunque creo que esta última es una especie de documental en el que Herzog habla de Kinski. Así que, para ser exactos, serían cuatro pelis con el tándem Herzog-Kinski.
Por si te interesa, que veo que sí, ha salido, me acabo de enterar ahora mismo, a lo mejor hacía cinco meses que ya había salido, un cofre, un pack, de esta pareja de personajes, Herzog-Kinski, con todas las pelis que te acabo de decir. Colección Essential, lo han llamado. Hay packs de Bergman, Dario Argento, John Ford, Coppola, y más que no recuerdo. Creo que me voy a acercar al Mediamarkt para ver si lo tienen, este de Herzog-Kinski.
La película no me entusiasmó, todo hay que decirlo.
El que sí lo hizo fue Kinski. Y ahora no puedo hacer otra cosa que pensar en él. Y saber de él, qué come, qué lee, qué piensa, bueno, antes de todo, ¿está vivo?
Existe un libro autobiográfico de Kinski titulado Yo necesito amor, del que he escogido algunas frases o párrafos en los que habla de Herzog y del rodaje de Aguirre,... en la selva amazónica. (El séptimo párrafo, Quizás es la primera vez que un bote..., es poesía en estado puro. Una maravilla.)
Me arrepiento de no haberlo leído antes de ver la película. Hubiese sido otra cosa.
Esto es buen rollo y lo demás son tonterías.
Cógete.
Tiene una manera de hablar plúmbea, más perezosa que un sapo, minuciosa, quisquillosa, fragmentaria; de su boca brotan cascotes de palabras, que intenta retener al máximo, como si le pagaran intereses por ellas. Pasa una eternidad hasta que por fin se saca del cerebro uno de sus mocos mentales resecos.
No entiendo en absoluto de qué está hablando, excepto que está enamorado de sí mismo sin motivo aparente y está fascinado por su propia osadía, que no es más que la ignorancia de un diletante.
El guión es de una primitividad analfabeta. Y en ello radican sus posibilidades.
Le digo a Herzog que Aguirre tiene que ser un tullido, porque no tiene que parecer que su poder procede de su físico. Tendré una joroba. Mi brazo derecho será demasiado largo, como el brazo de un mono. El izquierdo, en cambio, será demasiado corto (...)
Seré un tullido porque quiero serlo. Igual que soy guapo cuando quiero. Feo. Fuerte. Endeble. Bajo y alto. Viejo y joven. Cuando quiero.(...)
Con mi postura, sacaré los cartílagos de las articulaciones y manipularé su gelatina. Voy a ser un tullido hoy, ahora, inmediatamente. A partir de ahora, todo se hará en función de mi contrahechura: las ropas, la coraza, las sujeciones de las armas
Y por fin las balsas, sobre las que, de pie y sujetos mediante cadenas a la carga y a la balsa, nos deslizamos velozmente por los rápidos. Agarrando cuerdas, como si intentáramos ridículamente sujetar por las riendas a caballos desbocados que ya se precipitan barranco abajo. La balsa lleva demasiada carga, nos lo han advertido los indios. Pero el bocazas de Herzog, como buen fanfarrón e ignorante, se ríe de las advertencias de los indios, calificándolas de pueriles. Vamos todos vestidos y con las armaduras puestas, pues queremos rodar durante el viaje por los rápidos. Pero Herzog se deja escapar lo más grandioso y apabullante, porque es incapaz de detectarlo. Cada vez que, a través del ruido atronador de las aguas bravas, le aúllo al imbécil del cámara que por lo menos filme cómo nos jugamos el tipo, me responde que Herzog le ha prohibido pulsar el botón de la cámara a menos que se lo diga a él en persona.
A veces nos metemos por una estrecha hendidura que quizás antes no existía y que, tras nuestro paso, volverá a cerrarse enseguida. En el interior de estas selvas inundadas, las aguas están tan quietas que nuestros remos, que hundimos con cuidado para no hacer ruido, apenas parecen moverlas.
Quizás es la primera vez que un bote se desliza por estas aguas; quizás en millones de años no ha puesto los pies aquí ningún ser humano. Ni siquiera un indio. Esperamos en silencio, largas horas. Siento cómo la selva se nos acerca, los animales, las plantas, que ya hace tiempo que nos han visto, pero no se nos muestran. Por primera vez en mi vida, no tengo pasado. El presente es tan intenso que hace desvanecerce el pasado. Sé que soy libre, verdaderamente libre. Soy el pájaro que ha conseguido huir de la jaula, que extiende sus alas y se eleva hacia el cielo. Participo del Universo.
Aunque estoy siempre huyendo de él, Herzog se me pega como una mosca cojonera. La simple idea de que él está aquí, en medio de la selva virgen, me pone enfermo. Cuando lo veo acercárseme de lejos, le grito que se pare. Le grito que apesta. Que me da asco. Que no quiero oír su mierdosa palabrería ¡Que no lo soporto!
Siempre tengo la esperanza de que me ataque. Entonces lo empujaré a un brazo del río cuyas aguas tranquilas están repletas de pirañas sedientas de sangre, y miraré cómo lo destrozan. Pero no lo hace, no me ataca. No parece que le afecte el hecho de que yo lo trate como a un trapo. Además, es un cobarde.
Herzog es un individuo miserable, rencoroso, envidioso, apestoso a ambición y codicia, maligno, sádico, traidor, chantajista, cobarde y un farsante de cabeza a los pies. Su supuesto "talento" consiste únicamente en torturar criaturas indefensas y, si hace falta, matarlas de cansancio o asesinarlas. Nadie ni nada le interesa, a excepción de su penosa carrera de supuesto cineasta. Impulsado por un ansia patológica de causar sensación, provoca él mismo las más absurdas dificultades y peligros y pone en juego la seguridad e incluso la vida de otros, sólo para después poder decir que él, Herzog, ha domeñado fuerzas aparentemente insuperables.
Hoy, a las tres de la madrugada, nos despiertan brutalmente en nuestras balsas. Nos dicen que no hay tiempo para desayunar, ni siquiera para tomar un café, y que vamos a navegar sólo veinte minutos, hasta el próximo poblado indio a la orilla del río. Allí, dicen, nos darán de todo. Pero los supuestos veinte minutos se convierten en dieciocho horas. Como siempre, Herzog nos ha mentido.
Pasamos la noche en el poblado indio. Pernoctamos en las barracas que no se han quemado, y en las que corretean descaradas ratas gigantescas que nos rodean en círculos cada vez más estrechos, acercándose cada vez más a nuestros cuerpos. Sin duda se dan cuenta de lo debilitados que estamos, y sólo esperan el momento de lanzarse sobre nosotros. Son cada vez más numerosas.
Alguien le dice a Herzog que la gente no puede seguir adelante si no se alimenta mejor y, sobretodo, si no tiene nada para beber. Herzog contesta que, por él, pueden beber agua del río. Además, ya va bien que se derrumben de agotamiento y de hambre y de sed, pues el guión lo prescribe así.
Se estrena Aguirre en París (¡después de cinco años!). Herzog, director inepto, productor inepto y un inepto a la hora de comercializar la película, la ha malvendido por cuatro duros (escalofriantemente mal doblada al inglés) a una distribuidora francesa de mala muerte. En la otra versión, aún peor (en alemán, con subtítulos), no es mi voz la que se oye, pues negué durante años a hablar con Herzog.
Los periódicos, la radio y la television se masturban con pretenciosos artículos sobre mí. Parece que les pone cachondos calificarme de genio. No saben que la película, tal como ha quedado, sólo ha sido posible porque le hice cerrar el pico a Herzog para salvar lo poco que valía la pena salvar. Al menos, los cientos de entrevistas que me hacen me permiten por fin escupir en la cara de Herzog y llamarle lo que es: ¡un capullo como la copa de un pino! Pese a ello, acapara con el mayor descaro todos los premios y distinciones imaginables que es capaz de concederle esa caterva de subnormales que se llama "la cultura".
1 comentario:
Yo vi un ciclo sobre Herzog y otro sobre kinski, siempre me encanto este personaje. Mi preferida "Fitzcarraldo", sabes que fue Mick Jagger el que hizo al principo el papel, pero no soporto las condicones del rodaje. hay un documental sobre la relacion amor/odio entre Herzog y Kinski que tienes que ver absolutamente.
un abrazo
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