Imagina que te encierran en tu habitación.
Cada día durante seis horas.
Imagina también que de vez en cuando entra alguien y te pregunta si tienes zapatillas de estar por casa y tú se las enseñas.
Más tarde, al cabo de largos minutos, entra otra persona y te pide camisetas, y tú le enseñas las camisetas que tienes en tu armario, en el armario que hay en tu habitación, en esa habitación donde pasas cada día seis horas de tu vida.
Mientras no entra nadie, te dedicas a planchar con la palma de la mano aquella arruga que se resiste en la sábana.
Hay ocasiones en las que alguien tarda tanto en entrar que ya no sabes dónde estás ni cuánto tiempo ha pasado desde la última visita.
También hay gente que entra y no te pide nada, simplemente desordena tus camisetas, tus calzoncillos y tus calcetines, mueve el despertador de la mesita de noche y deja pisadas. Pero eso a ti te da igual porque tienes mucho tiempo libre.
Cuando se van, ordenas las camisetas, los calzoncillos y colocas correctamente el despertador. Luego, como te sobra tiempo, coges la fregona y limpias las pisadas.
Piensas en tu vida cuando no hay nadie en tu habitación. Piensas en cómo sería trabajar en una tienda, por ejemplo, lo bonito que sería eso, más entretenido al menos.
Piensas en tu futuro pero alguien entra y pide corbatas. Tú le dices que no tienes corbatas y él te pregunta que dónde puede encontrar. Le dices el nombre de un conocido que sabes que usa, que vaya a su habitación que seguro que encuentra. Cuando se va y vuelves a quedarte solo, vuelves a planchar la sábana y mueves el despertador, ya que nadie lo hace, para ponerlo de nuevo correctamente en su sitio. Miras por la ventana y ves el muro de siempre, con su grieta de siempre y su mancha de humedad de siempre.
Vas al lavabo, no porque tengas ganas, sino para matar el tiempo.
Pero es el tiempo quien te mata a ti.
Luego empiezas a pensar de nuevo en tu futuro.
Pero entonces ya es la hora de irse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario