Que la mama te ha comprado esto para que te portes bien, ¿eh?
Eso es lo que le acaba de decir una madre a su hijo de cuatro años, no más tenía, y esto es una mierda de película de dibujos que el niño no va a descubrir hasta los catorce años cuando, durante una mudanza, encuentren la bolsa de la compra de hoy. Ahora mismo lo estoy oyendo berrear por el pasillo del centro comercial exigiendo un Scalextric. La abuela lo coge en brazos y le besa la cabeza en un gesto que muchas veces significa no llores que luego te lo compro yo cuando tu madre no me vea.
De aquí a unos años el niño crecerá y le llamará vieja gorda a su madre y pesada a su abuela. Pero hoy, ahora mismo, esta mañana soleada de sábado, eso es lo de menos.
Vamos a cambiar de tema, mejor será.
Llámame inculto, fuera de onda, poco despierto o lo que se te ocurra, pero no había oído hablar en mi vida, en mi vida, repito, del ajedrecista Bobby Fischer.
Yo pensaba que los ajedrecistas eran rusos todos, no islandeses. Vuélveme a llamar lo que se te ocurra, a estas horas me da un poco igual todo.
Ahora lo sabremos todo sobre Fisher.
(Recomiendo este artículo de Rafael Reig. Me ha parecido entrañable, que no es poco hoy en día).
¿No te da pena descubrir a personas cuando mueren? A mí más de lo que piensas.
Primero porque, aunque quisieses, nunca las podrás llegar a conocer o, al menos, agradecerles a tu manera lo que han significado para ti. Es importante agradecer.
Y segundo porque su muerte te hace sentir un completo ignorante del mundo que te rodea.
Y digo yo: ¿por qué toda esta información sobre Fischer que se recoge hoy en El País (por ejemplo), no salió publicada hace unos años, aunque no hubiese ningún motivo para ello?
¿No es posible hacer un balance de una vida hasta que dejas de existir?
Leo que Fischer ha muerto con sesenta y cuatro años, el número de casillas de un tablero de ajedrez.
A mí me ha parecido bastante bonito, no sé a ti.
1 comentario:
una bonita casualidad
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