Siempre hacíamos el mismo recorrido de vuelta a casa.
Mi padre, mi hermano y yo.
Y siempre pasábamos por aquellos bloques de pisos.
Un día mi hermano señaló uno de los bloques y me dijo: "En el piso once vive una mujer que sólo sale de noche. Mira, ahora todas las ventanas están bajadas porque aún son las seis y hay luz. Pero cuando se hace oscuro, sube las persianas, sale al balcón y aúlla. Y así todas las noches".
Recuerdo que yo era muy pequeño y aquella historia me turbó durante un tiempo.
No le pedí ninguna explicación a mi hermano: ni por qué aullaba aquella mujer, ni por qué no salía de día, ni cómo lo sabía él, ni siquiera por qué me había explicado eso. Los dos permanecimos en silencio hasta llegar a casa.
No sentí miedo sino fascinación. Al fin y al cabo era algo tan extraño que llegaba a ser hermoso.
Poco después nos mudamos a otra ciudad al norte del país y aquellos bloques de pisos dejaron de ser parte de nuestro día a día. Aunque aquella mujer, pese a sólo existir en mi imaginación, se quedó conmigo durante toda la vida.
¿Y si mi hermano sólo lo hizo para asustarme? Nunca se lo pregunté, no sé por qué. Supongo que no quise que me dijera que todo era una broma.
Hoy, cincuenta años después, he vuelto a pasar por la misma carretera de entonces. He aparcado en la cuneta y me he quedado contemplando el paisaje, esos bloques de pisos que formaron parte de mi infancia, de lo que soy ahora.
He buscado el bloque en cuestión, he contado once pisos y he fijado la vista en él.
Allí estaban, las persianas bajadas, era mediodía. Como no tenía nada que hacer me he quedado en el coche hasta que ha oscurecido.
Durante la espera he pensado que estaba haciendo una estupidez, que habían pasado cincuenta años, que la mujer habría muerto, que quizá ese piso ya tenía nuevos inquilinos, mil cosas.
De todas formas he pasado más de siete horas metido en mi coche aun sabiendo que cometía una estupidez y que estaba perdiendo el tiempo.
Hay veces que no podemos hacer nada sino perder el tiempo.
Ha oscurecido completamente a las siete y cuarenta.
Entonces he salido del coche y me he apoyado en el capó. He encendido un cigarrillo. He movido una piedra con el pie, pisándola y desplazándola, haciendo dibujos en la tierra. Soplaba un viento frío.
Poco a poco se han ido encendiendo las luces de casi todos los pisos. Ahora los bloques parecían naves a punto de despegar.
Y entonces, a las nueve y cuarto, el piso once ha subido la persiana que daba al balcón.
1 comentario:
Bonita historia, bonito momento para dejarla. Me ha recordado al final de "Sideways" y de "Antes del atardecer".
Lo que me han pagado por hacer la careta es lo mismo que me pagan cada mes; soy grafista fijo en una productora de TV.
Publicar un comentario