domingo, marzo 29, 2009

no me acostumbro

Existió un tiempo, cuando fui pequeño, en el que podías ir a los nombres.
Así, ibas a la Lali a comprar pan, a la señora María a comprar Coca-cola, o al Cánovas a comprar los viernes.
También podía ser que fueses a la Carmen a estudiar piano, a la Merche a cortarte el pelo o al Aranzana si tenías fiebre.
¿Dónde están?
Y fue bonito ese tiempo, cuando fui pequeño, por eso escribo para recordarlo, en el que podías ir a los nombres, y quedarte allí a merendar si te gustaban las letras, deslizarte por el tobogán de la C mayúscula, jugar con alguna tilde o escalar la A y dormirse en la m minúscula, mucho más blandita que su mayúscula.
Fue bonito ese tiempo. Y no se me olvidará ese tiempo.
Aunque también podía haber algunos que te asustasen por las noches y sus letras terribles iluminadas allá donde mirases, en el techo y en la pared y, como en alguna película que verías, en el vaho del espejo del baño.
Qué miedo algunos nombres, qué tranquilidad otros.
¿Dónde están aquellos nombres?
Dormir en la tía María o comer en la yaya Ana. Pronunciar esas frases era matar a los monstruos dormidos bajo mi cama, llevar una capa invisible de superhéroe, saberte la lección leyéndola una vez, reírse ante las letras iluminadas del techo o la pared.
Qué miedo algunos nombres y qué tranquilidad otros.
Poder ir a los nombres. Y no hace tanto tiempo. O sí pero a mí no me lo parece.
¿Dónde están aquellos nombres hoy?
Poder ir a los nombres que sabes que te hacen bien y pedirle a aquel que tiene dos erres si es posible que te deje una durante unos días, que se la devolverás intacta, que sólo quieres probar cómo es tener una erre en el nombre. O preguntarle a aquel otro qué se siente al tener una y al final, una h al principio o una diéresis en la u.
Poder ir a los nombres, no hace tanto tiempo.
Pero eso ya pasó.

Ahora me tengo que conformar con ir a sitios y olvidarme de ellos en cuanto vuelvo a casa y alguien me pregunta dónde has estado y yo digo no sé cómo se llamaba el sitio, tiene un techo alto y lámparas en las mesas o las paredes azules o huele a ambientador de pino o tiene moqueta o hay un jardín muy bonito o las mesas no son de madera o los cristales no estaban muy limpios o había cerca una gasolinera o en los lavabos estuve cinco minutos para encontrar la luz o el postre, lo mejor, pero no recuerdo cómo se llama.
Y eso es lo que hago ahora: ir a sitios y olvidarme de ellos en cuanto vuelvo a casa.
No porque quiera, es que no me acostumbro.

Hoy busco esos nombres como quien busca aquella montaña en la que de pequeño descubrió el eco, y lo extraño que fue escucharse al otro lado gritándose a sí mismo, y quién era aquél que te había respondido, y las ganas de cruzar al otro lado y adentrarse en ese bosque en tu búsqueda, encontrar a ese niño perdido y reconocerte y aliviarte.

¿Dónde están aquellos nombres hoy,
cuando más los necesito?

1 comentario:

TSI-NA-PAH dijo...

Te noto muy prolifico estos tiempos,asi me gusta y siempre de calidad como tiene que ser,si señor.
Hey Hey ,My My.
Saludos