lunes, diciembre 31, 2007
2007
Ver mapa más grande
adiós.
(De a Dios).
1. interj. U. para despedirse.
2. interj. U. para denotar que no es ya posible evitar un daño. ¡Adiós, lo que se nos viene encima!
3. interj. U. para expresar decepción. ¡Adiós, ya he perdido las llaves!
4. interj. U. para expresar incredulidad, desacuerdo o sorpresa.
5. m. Despedida al término de una conversación, misiva, etc.
domingo, diciembre 30, 2007
sábado, diciembre 29, 2007
diez libros
Estos son los diez libros del año según el suplemento Babelia.
1. Vida y destino. Vasili Grossman.
2. Tu rostro mañana/3. Veneno y sombra y adiós. Javier Marías.
3. Las benévolas. Jonathan Litell.
4. El canto de las sirenas. Eugenio Trias.
5. La carretera. Cormac McCarthy.
6. Exploradores del abismo. Enrique Vila-Matas.
7. Eros es más. Juan Antonio González-Iglesias.
8. El padre de Blancanieves. Belén Gopegui.
9. El gozo intelectual. Jorge Wagensberg.
10. El mundo clásico. Robin Lane Fox.
Y siguiendo con El País (no tengo comisión aunque lo parezca, criterio tampoco), aquí te dejo el calendario con las entregas de cine documental por un euro.
31 diciembre - Invisibles. (gratis)
2 enero - Caminantes.
3 enero - Grizzly man.
4 enero - Capturing the Friedmans.
7 enero - La pelota vasca.
8 enero - Misterios del Titanic.
9 enero - Buena vista social club.
10 enero - Ser y tener.
11 enero - Los espigadores y la espigadora.
14 enero - Born into brothels.
tigre verde
OCTUBRE. Se perfecciona la redondez del mundo. Los árboles son violines cuya música es el azul del cielo. El bosque juega con mi hijo como un tigre verde con un jilguero. Somos el interior de una lentísima manzana cayendo silenciosamente en el tiempo.
Mortal y rosa. (1975)
Francisco Umbral.
Mortal y rosa. (1975)
Francisco Umbral.
letargus retractilum
Acto I
Uaah
(Diego bosteza mientras se rasca los sobacos).
Bueno, ya estoy aquí de nuevo.
Acabo de llegar del médico.
Me había pasado una cosa bastante extraña.
Sé que no te lo vas a creer, pero es verdad.
(Diego se rasca la barba e intenta elegir las palabras para una mejor narración de los hechos. Luego piensa que no lo conseguirá. Aún así, él no desiste).
Bien, pues se ve que es más común de lo que pensaba, por lo que me ha dicho el médico. La cuestión es que mis dedos se introdujeron en mis manos. Así como lo lees. Imagínate un guante, pues igual. No me dolió ni nada, me pasó durmiendo y ya me desperté así. Lo único malo es el escribir y el recoger el cambio cuando vas a comprar.
Ayer te lo quise explicar pero no pude, lo intenté pero no pude, vamos, creo que no. Yo sí que entiendo lo que puse, ahora cuando lo leo, pero claro, reconozco que es difícil encontrar la entonación a las frases.
(Diego se rasca los genitales y mira hacia la pared de su habitación. Allí, Jack Nicholson amenaza a Shelley Duvall).
Pues lo que te iba diciendo, que es más normal de lo que parece. De hecho, la consulta estaba llena de gente con muñones por manos.
Había gente de todas las edades.
El médico me dijo que era un síntoma del exceso de comida en el estómago.
Pocas veces pasa pero sobre todo ahora, durante las fiestas navideñas, los dedos adoptan el llamado letargo retráctil (letargus retractilum). Es entonces cuando, a modo de preservar la salud de su dueño, los dedos se esconden para que éste no pueda coger de nuevo el cuchillo ni el tenedor quedando pues, eso sí, una mano, diríamos no fea, sino extraña.
La única opción posible ahora es comer del plato.
(Diego se vuelve rascar la barba y piensa en aquel día, en el puerto, observando aquella manada de peces deformes alimentados por cacahuetes y escupitajos).
Pero bueno, ya pasó. No me recetaron pastillas ni nada, el remedio es casero. Consiste en inflar globos y luego dejarlos desinflar en tu boca, de modo que tú te vayas inflando y así tus dedos vuelvan a aparecer. Otra vez vuelvo a utilizar el ejemplo de los guantes, soplar unos guantes de plástico, porque creo que es el más eficaz.
Parece raro, lo sé, y si lo llego a leer en algún blog yo tampoco me lo creo. Pero ya te digo que es totalmente cierto. ¿Por qué te iba a mentir? Y, además, ¿cómo iba yo a inventarme tal gilipollez?
(Diego se recosta en su silla pero se da cuenta de que está sentado en un taburete y es entonces cuando se cae hacia atrás.
Esto no le provoca risa. Aún así, se escuchan risas de fondo.
Doliéndose del golpe en la espalda, continúa su relato de los hechos).
Pues nada más.
(No sabe qué poner. El golpe le ha afectado. Se rasca ahora la cabeza. Risas tenues).
Creo que me voy a dormir. Me acabo de caer de la silla, del taburete en el que estaba sentado.
(Diego corrobora su caída a sus lectores sin saber que éstos ya se habían enterado gracias a mí).
Uaah
(Diego bosteza mientras se rasca los sobacos).
Bueno, ya estoy aquí de nuevo.
Acabo de llegar del médico.
Me había pasado una cosa bastante extraña.
Sé que no te lo vas a creer, pero es verdad.
(Diego se rasca la barba e intenta elegir las palabras para una mejor narración de los hechos. Luego piensa que no lo conseguirá. Aún así, él no desiste).
Bien, pues se ve que es más común de lo que pensaba, por lo que me ha dicho el médico. La cuestión es que mis dedos se introdujeron en mis manos. Así como lo lees. Imagínate un guante, pues igual. No me dolió ni nada, me pasó durmiendo y ya me desperté así. Lo único malo es el escribir y el recoger el cambio cuando vas a comprar.
Ayer te lo quise explicar pero no pude, lo intenté pero no pude, vamos, creo que no. Yo sí que entiendo lo que puse, ahora cuando lo leo, pero claro, reconozco que es difícil encontrar la entonación a las frases.
(Diego se rasca los genitales y mira hacia la pared de su habitación. Allí, Jack Nicholson amenaza a Shelley Duvall).
Pues lo que te iba diciendo, que es más normal de lo que parece. De hecho, la consulta estaba llena de gente con muñones por manos.
Había gente de todas las edades.
El médico me dijo que era un síntoma del exceso de comida en el estómago.
Pocas veces pasa pero sobre todo ahora, durante las fiestas navideñas, los dedos adoptan el llamado letargo retráctil (letargus retractilum). Es entonces cuando, a modo de preservar la salud de su dueño, los dedos se esconden para que éste no pueda coger de nuevo el cuchillo ni el tenedor quedando pues, eso sí, una mano, diríamos no fea, sino extraña.
La única opción posible ahora es comer del plato.
(Diego se vuelve rascar la barba y piensa en aquel día, en el puerto, observando aquella manada de peces deformes alimentados por cacahuetes y escupitajos).
Pero bueno, ya pasó. No me recetaron pastillas ni nada, el remedio es casero. Consiste en inflar globos y luego dejarlos desinflar en tu boca, de modo que tú te vayas inflando y así tus dedos vuelvan a aparecer. Otra vez vuelvo a utilizar el ejemplo de los guantes, soplar unos guantes de plástico, porque creo que es el más eficaz.
Parece raro, lo sé, y si lo llego a leer en algún blog yo tampoco me lo creo. Pero ya te digo que es totalmente cierto. ¿Por qué te iba a mentir? Y, además, ¿cómo iba yo a inventarme tal gilipollez?
(Diego se recosta en su silla pero se da cuenta de que está sentado en un taburete y es entonces cuando se cae hacia atrás.
Esto no le provoca risa. Aún así, se escuchan risas de fondo.
Doliéndose del golpe en la espalda, continúa su relato de los hechos).
Pues nada más.
(No sabe qué poner. El golpe le ha afectado. Se rasca ahora la cabeza. Risas tenues).
Creo que me voy a dormir. Me acabo de caer de la silla, del taburete en el que estaba sentado.
(Diego corrobora su caída a sus lectores sin saber que éstos ya se habían enterado gracias a mí).
viernes, diciembre 28, 2007
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sábado, diciembre 22, 2007
buena persona
Esta es la foto que acompañaba la felicitación de Navidad de mi profesora de Cuento.
Me ha gustado lo suficiente como para enseñártela.
Mira si soy buena persona.
A veces.
viernes, diciembre 21, 2007
un poco
Esto me ha hecho un poco de gracia.
anagrama
(Quizá en este texto hablo de Dios. Y hablo de cosas de mi vida que quizá no te interesen lo más mínimo. Lo digo por si tienes cosas que hacer. Aunque, ahora que lo pienso, si has entrado en este blog es porque no tienes nada más que hacer).
Hace unos días celebramos una misa por mi abuelo, porque se fue, te acuerdas que te lo dije.
Fuimos a la iglesia y lo único que recuerdo es que hacía frío. Las iglesias son siempre lugares fríos.
Mi abuelo no era muy religioso, por no decir nada. Supongo que la misa la quiso mi abuela. Yo hubiera preferido sentarme a ver crecer el césped. Pero bueno, son cosas que hay que hacer.
No lloré nada. No sé por qué, pero no lloré nada. Creo que es porque estuve casi toda la misa desconectado de lo que decía el cura. Sólo volvía en mí cuando el cura pronunciaba el nombre de mi abuelo, como si fuera un perro dormido al que llaman de lejos.
Me pasé casi toda la misa intentando hacer un anagrama con el letrero de SAGRARI. No sé si es que soy muy imbécil pero no pude hacer ninguno. ¿Puedes tú?
De fondo oía a gente cantar de vez en cuando. Y me levanté y me senté sin saber por qué unas ocho veces.
Luego está la cuestión de Dios.
Dios, ¿qué es Dios?
Intenta explicárselo a un niño de diez años, si es que levanta la vista de la PSP.
¿Cómo se puede explicar hoy en día a Dios? ¿Alguien que nos protege? ¿Un ser superior? ¿Pero que no podemos ver? ¿Por qué? ¿Acaso no existe? ¿Sí? ¿Pero si no lo puedo ver? ¿Está en todas partes? ¿Si no voy a trabajar, él irá por mí?
Escribe Dios en el guguel. Aparecerán unas 45.000.000 de entradas en menos de un segundo. Y la mayoría serán lo más parecido a una secta. ¿Es a eso a lo que se resume Dios?
Para mí, Dios es un momento.
Suele ser bueno.
Ese momento que se queda ahí, en tu memoria, para siempre.
Ese momento es Dios.
Hay más, seguro, pero estos, sin seguir un orden, son algunos de mis Dios en mi vida:
- Todos los meses de agosto con mi familia en los apartamentos Miró de Begur.
- El viaje a Collioure, a visitar la tumba de Machado, cuando escuché a Paco Ibáñez por primera vez. (Gracias Lumi y Adolfo).
- El once de septiembre de 2001 y I'm the ocean
- Los paseos por la noche con Tomás, el 7eleven.
- El momento en que mastico el arroz de mi abuela y la tortilla de patatas de mi madre.
- El verano del 97 en Almería con Ángel y su familia.
- El viaje a Londres con Mireia.
- El viaje a E.U.A. con mis padres y mi hermana.
- El día en que mi profesora Margarita nos contó una leyenda de Bécquer. (Gracias Margarita).
- Los viernes en casa de mi tía, durmiendo en el sofá plegable.
- El 23 de diciembre de 2006, por la noche, con el frío.
He dicho que hay muchos más, claro. No es que los que haya escrito sean los más importantes, sino los primeros que me vienen a la cabeza. No quiere decir que haya olvidado al resto de Dios de mi vida. Siempre dando explicaciones.
Y Dios es eso, he dicho.
Este fin de semana no voy a actualizar porque trabajo demasiadas horas como para considerarme ser humano.
Este fin de semana no será Dios, ya te lo digo ahora.
Estoy hasta los mismísimos cohones de Miguel Bosé y de Serrat y Sabina juntos. Si un día los veo por la calle espero que no se me acerquen porque los mato a patadas (esto es un guiño cinéfilo, ¿qué peli?).
Feliz Navidad, y todo ese rollo de siempre, del año nuevo y eso.
martes, diciembre 18, 2007
sin tantas tetas
Ayer fue lunes (ahora no sé si va con mayúsculas, joder), aunque para mí, personalmente para mí, fue martes o miércoles o mierda, porque cuando trabajas un domingo llega un momento en el que te da igual qué día estés viviendo.
Es penoso pero sé que hoy es martes porque dan Cuestión de sexo en Cuatroº, la única serie española que no se me hace bola.
Es penoso, vale, pero más penoso es trabajar un domingo.
Ayer fue lunes, dije, y Sheila y yo fuimos a cambiar el Guitar Hero III porque la guitarra no funcionaba.
Resultó ser que no habíamos apretado un botón.
Es penoso, lo sé, pero más penoso es trabajar un domingo.
Luego comimos algo en el nuevo bar de Fnac Triangle, de Farggi, un despropósito de lugar con gente inepta y sablazo incluido.
Yo me tomé una especie de mini bocadillo vegetal y Sheila una crêppe de chocolate con leche, pero como no había chocolate con leche se tuvo que conformar con azúcar por encima, de la crêppe, quiero decir.
Más tarde compramos la revista Benzina (la mejor revista cultural hoy en día en Catalunya triomfant tornarà a ser rica i plena) y la Esquire, por probar, con Bardem en la portada. Una caca considerable ésta. Nunca máis.
Luego fuimos a La Central. Sheila me dijo que los dependientes me estaban mirando. Supongo que despreciaban a alguien que cargase con una bolsa de Fnac con el Guitar Hero III dentro. Les hice un fakiu interiorizado. Y no me compré nada, porque no tenían el libro que buscaba.
Luego pasamos por LaPelu, la única peluquería con lema: sabes cómo entrarás pero no cómo saldrás.
Sheila decidió cortarse el flequillo, así, sin pedir hora ni nada, en plan estrella. Le dijeron que ok, que guay, que por supuesto, nena (ahí hablan así), y le cortaron el flequillo previo pago de diez euros.
Diez minutos, diez euros. Si estás pensando en abrir un negocio, ya sabes.
La esperé en la salita de espera leyendo el Muy interesante sin leer nada muy interesante.
El nuevo corte de pelo le queda increíble a Sheila. Ni tú y yo juntos estamos tan guapos. Empiezo a confiar en LaPelu. Ahora recuerda un poco a la hija de Guillermo Toledo en Cuestión de sexo pero sin tantas tetas.
Luego paseamos por Tallers hasta CdDrome. Me compré este disco:
Aún no lo he escuchado.
Salimos de CdDrome y fuimos a la Laie del CCCB, el lugar donde siempre me he gastado más dinero en el menos tiempo posible.
Ayer me compré dos libros y un muñeco que representa a Edgar A. Poe.
Los libros son estos:
-Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas.
-Vida y milagro de Sgt. Pepper's. Un disco para una época.
Luego nos fuimos a casa, cenamos pizza y vimos El bosque.
Es penoso pero sé que hoy es martes porque dan Cuestión de sexo en Cuatroº, la única serie española que no se me hace bola.
Es penoso, vale, pero más penoso es trabajar un domingo.
Ayer fue lunes, dije, y Sheila y yo fuimos a cambiar el Guitar Hero III porque la guitarra no funcionaba.
Resultó ser que no habíamos apretado un botón.
Es penoso, lo sé, pero más penoso es trabajar un domingo.
Luego comimos algo en el nuevo bar de Fnac Triangle, de Farggi, un despropósito de lugar con gente inepta y sablazo incluido.
Yo me tomé una especie de mini bocadillo vegetal y Sheila una crêppe de chocolate con leche, pero como no había chocolate con leche se tuvo que conformar con azúcar por encima, de la crêppe, quiero decir.
Más tarde compramos la revista Benzina (la mejor revista cultural hoy en día en Catalunya triomfant tornarà a ser rica i plena) y la Esquire, por probar, con Bardem en la portada. Una caca considerable ésta. Nunca máis.
Luego fuimos a La Central. Sheila me dijo que los dependientes me estaban mirando. Supongo que despreciaban a alguien que cargase con una bolsa de Fnac con el Guitar Hero III dentro. Les hice un fakiu interiorizado. Y no me compré nada, porque no tenían el libro que buscaba.
Luego pasamos por LaPelu, la única peluquería con lema: sabes cómo entrarás pero no cómo saldrás.
Sheila decidió cortarse el flequillo, así, sin pedir hora ni nada, en plan estrella. Le dijeron que ok, que guay, que por supuesto, nena (ahí hablan así), y le cortaron el flequillo previo pago de diez euros.
Diez minutos, diez euros. Si estás pensando en abrir un negocio, ya sabes.
La esperé en la salita de espera leyendo el Muy interesante sin leer nada muy interesante.
El nuevo corte de pelo le queda increíble a Sheila. Ni tú y yo juntos estamos tan guapos. Empiezo a confiar en LaPelu. Ahora recuerda un poco a la hija de Guillermo Toledo en Cuestión de sexo pero sin tantas tetas.
Luego paseamos por Tallers hasta CdDrome. Me compré este disco:
Aún no lo he escuchado.
Salimos de CdDrome y fuimos a la Laie del CCCB, el lugar donde siempre me he gastado más dinero en el menos tiempo posible.
Ayer me compré dos libros y un muñeco que representa a Edgar A. Poe.
Los libros son estos:
-Esto no es música. Introducción al malestar en la cultura de masas.
-Vida y milagro de Sgt. Pepper's. Un disco para una época.
Luego nos fuimos a casa, cenamos pizza y vimos El bosque.
domingo, diciembre 16, 2007
todo abierto
Pégame lo que no está dicho,
rocíame de gasolina
y fuma a mi lado.
No me hables en todo el año,
escúpeme si quieres,
méame,
cágame.
Hazme el favor de
no quererme,
como lo haces ya.
Engáñame,
tritúrame,
insúltame,
y a los niños también.
Ríete de mí
siempre,
mejor en familia.
Pero,
por favor,
hoy domingo,
que está todo abierto,
cómprame algo
en el centro comercial.
rocíame de gasolina
y fuma a mi lado.
No me hables en todo el año,
escúpeme si quieres,
méame,
cágame.
Hazme el favor de
no quererme,
como lo haces ya.
Engáñame,
tritúrame,
insúltame,
y a los niños también.
Ríete de mí
siempre,
mejor en familia.
Pero,
por favor,
hoy domingo,
que está todo abierto,
cómprame algo
en el centro comercial.
viernes, diciembre 14, 2007
oscuras golondrinas
Una de las cosas que más me molesta es el frío del jabón líquido cuando me estoy duchando, sobre todo en invierno.
¿No te pasa a ti también?
¿No podrían inventar jabón líquido caliente? ¿O que se calentase agitándolo, por ejemplo?
Se podría llamar Sheik Yerbouti, o Hot Shots!, o algo así, fácil de recordar.
No creo que sea tan difícil inventar algo así, joder.
¿O es que a nadie más le molesta el frío del jabón?
¿Seré yo?
Te lo digo, estoy por no usarlo en lo que queda de invierno, aumentando la dosis de colonia para esconder olores (q'cerdoeresjoderdiego), hasta que la primavera llegue con su buen tiempo y vuelvan las oscuras golondrinas en mi balcón sus nidos a colgar.
Seguramente a ti te molestan cosas más importantes.
Pero es que yo soy así, de simple y de todo.
jueves, diciembre 13, 2007
miércoles, diciembre 12, 2007
ayer fue el cumpleaños de Cristina
Cada día es el cumpleaños de alguien, pero hoy es el de alguien muy especial.
Esta frase la leí en una tarjeta de cumpleaños que me regalaron de pequeño.
Cristina es mi Amiga.
Se hace llamar Houdini y firma como tal.
Ahora está en Manchester, estudiando, o eso dice.
Hace unos días me dijo que el 11 de diciembre sería su cumpleaños, que no me olvidase.
Yo le dije que qué tonterías tenía, que no me iba a olvidar.
Ayer fue el cumpleaños de Cristina.
Se me olvidó felicitarla.
Cada día es el cumpleaños de alguien, pero ayer fue el de alguien muy especial.
Acabo de votar en mi encuesta.
conciërto
Edu Agudélico me informa de un concierto suyo de él que ofrecerá en la sala miscelänea.
La diéresis en la a ya deja entrever lo cool del lugar.
Pincha aquí para más información sobre el artista y la actuación.
P.D.: Edu, no sé si podré ir porque el viernes hago horario de tarde (16:00-22:00).
De todos modos, gracias por la invitación. Saludos.
martes, diciembre 11, 2007
en secreto
Hoy voy a L'Auditori, a ajustarme mis gafas de pasta.
Voy a escuchar bandas sonoras de películas de ciencia ficción tocadas por la OBC.
Aquí tienes más información, por si quieres ir.
Y aquí tienes una foto.
Un grupo de cinco hombres orientales uniformados, siguiendo una nueva moda de suicidio colectivo, se despiden de sus familias justo antes de ser arrollados por un tren.
El primero y el segundo por la izquierda mantenían una relación en secreto.
Voy a escuchar bandas sonoras de películas de ciencia ficción tocadas por la OBC.
Aquí tienes más información, por si quieres ir.
Y aquí tienes una foto.
Un grupo de cinco hombres orientales uniformados, siguiendo una nueva moda de suicidio colectivo, se despiden de sus familias justo antes de ser arrollados por un tren.
El primero y el segundo por la izquierda mantenían una relación en secreto.
El fotógrafo no se pudo salvar.
La cámara sí.
lunes, diciembre 10, 2007
dostoievski me salvó la vida
Aquí te dejo con mi nuevo hijo. Se trataba de crear un conflicto e ir hacia el final. Creo que ni una cosa ni la otra pero, ¿y lo bien que nos lo pasamos?
Ahí va, colegui.
Antes de salir de casa, Dionisio siempre cogía Crimen y castigo de su estantería y se lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, ése que quedaba a la altura de las costillas.
Nunca lo abría, no había leído ni una sola palabra de ese libro. Pero una vez le oyó esta frase a un escritor: Dostoievski me salvó la vida. Así que, poco después, Dionisio salió en busca de algún título de ese autor. Y a partir de ese día, siempre lo llevó consigo.
Dionisio tenía una vida tranquila, monótona, desacelerada, aunque no se podría llamar gris, al menos para él. Era feliz a su manera.
Todas las mañanas, Dionisio hacía el mismo recorrido: de su casa a la panadería, de la panadería al estanco de la plaza, del estanco a la parada de autobús y de la parada de autobús a su casa de nuevo. En la panadería compraba una barra de pan y un cruasán para desayunar; en el estanco, sobres y sellos para enviar cartas; en la parada de autobús charlaba unos minutos con Pedro, el conductor, antes de que iniciase la marcha.
Todo esto, siempre, con el ejemplar de Crimen y castigo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez en su casa, Dionisio se preparaba un tazón de leche y sumergía el cruasán por partes: primero los cuernos, luego el cuerpo.
Cada mañana igual.
Cuando acababa, limpiaba la mesa y escribía cartas a un hermano al que nunca veía. Todas las cartas empezaban de esta manera:
Hola, hermano menor.
Por aquí todo igual.
Vivo en el lugar donde las cosas no pasan.
Y así cada día.
Una mañana, después de salir del estanco, un hombre se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo. El agresor se dio a la fuga. Dionisio, sorprendido, se rascó la cabeza y recogió los sobres y la bolsa con el cruasán que habían caído al suelo. Una vez recuperado del susto, se sentó en el bordillo de la acera y se llevó la mano al interior de su chaqueta. Sacó el libro agujereado. El cuchillo había penetrado por la contraportada y había llegado hasta la página cinco de la introducción. Observó el ejemplar acuchillado como si esperase que, de un momento a otro, empezara a sangrar.
Al otro lado de la calle, una pareja que había visto lo sucedido lo miraba con preocupación. Le preguntaron si se encontraba bien. Dionisio les respondió: “Mejor que nunca”. Luego se levantó, volvió a meterse el libro en el bolsillo interior y fue hacia la parada. Cuando llegó, el autobús que conducía Pedro ya se había ido.
Una vez en casa, se preparó un tazón de leche y disfrutó del cruasán empapado, como hacía siempre. Hoy el libro agujereado descansaba encima de la mesa, a su lado. Quizá una manera de mostrarle gratitud.
Más tarde limpió la mesa y preparó la carta para su hermano.
La carta empezaba así:
Hola, hermano menor.
Hoy ha sido un día extraño.
Dostoievski me salvó la vida.
Ahí va, colegui.
Antes de salir de casa, Dionisio siempre cogía Crimen y castigo de su estantería y se lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, ése que quedaba a la altura de las costillas.
Nunca lo abría, no había leído ni una sola palabra de ese libro. Pero una vez le oyó esta frase a un escritor: Dostoievski me salvó la vida. Así que, poco después, Dionisio salió en busca de algún título de ese autor. Y a partir de ese día, siempre lo llevó consigo.
Dionisio tenía una vida tranquila, monótona, desacelerada, aunque no se podría llamar gris, al menos para él. Era feliz a su manera.
Todas las mañanas, Dionisio hacía el mismo recorrido: de su casa a la panadería, de la panadería al estanco de la plaza, del estanco a la parada de autobús y de la parada de autobús a su casa de nuevo. En la panadería compraba una barra de pan y un cruasán para desayunar; en el estanco, sobres y sellos para enviar cartas; en la parada de autobús charlaba unos minutos con Pedro, el conductor, antes de que iniciase la marcha.
Todo esto, siempre, con el ejemplar de Crimen y castigo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez en su casa, Dionisio se preparaba un tazón de leche y sumergía el cruasán por partes: primero los cuernos, luego el cuerpo.
Cada mañana igual.
Cuando acababa, limpiaba la mesa y escribía cartas a un hermano al que nunca veía. Todas las cartas empezaban de esta manera:
Hola, hermano menor.
Por aquí todo igual.
Vivo en el lugar donde las cosas no pasan.
Y así cada día.
Una mañana, después de salir del estanco, un hombre se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo. El agresor se dio a la fuga. Dionisio, sorprendido, se rascó la cabeza y recogió los sobres y la bolsa con el cruasán que habían caído al suelo. Una vez recuperado del susto, se sentó en el bordillo de la acera y se llevó la mano al interior de su chaqueta. Sacó el libro agujereado. El cuchillo había penetrado por la contraportada y había llegado hasta la página cinco de la introducción. Observó el ejemplar acuchillado como si esperase que, de un momento a otro, empezara a sangrar.
Al otro lado de la calle, una pareja que había visto lo sucedido lo miraba con preocupación. Le preguntaron si se encontraba bien. Dionisio les respondió: “Mejor que nunca”. Luego se levantó, volvió a meterse el libro en el bolsillo interior y fue hacia la parada. Cuando llegó, el autobús que conducía Pedro ya se había ido.
Una vez en casa, se preparó un tazón de leche y disfrutó del cruasán empapado, como hacía siempre. Hoy el libro agujereado descansaba encima de la mesa, a su lado. Quizá una manera de mostrarle gratitud.
Más tarde limpió la mesa y preparó la carta para su hermano.
La carta empezaba así:
Hola, hermano menor.
Hoy ha sido un día extraño.
Dostoievski me salvó la vida.
se acabaron
Ayer hizo tanto viento que las calles cambiaron de sitio.
Hoy han tenido que venir unas grúas enormes para dejarlas como estaban. Las que subían, ahora bajaban; las que iban, ahora venían.
Los semáforos también sufrieron los efectos. El verde cambió al lugar del rojo y el rojo voló por los aires.
También la gente que caminaba por la calle fue víctima del viento.
Brazos y piernas volaban por los aires y se intercambiaban de dueño. Todos tenían un poco de todos.
Hoy todavía se recogen niños de los árboles.
El viento también ha transportado palabras, y cosas que se dijeron bajito han acabado llegando a los oídos de las personas mencionadas.
Ayer se acabaron muchos secretos.
Hoy han tenido que venir unas grúas enormes para dejarlas como estaban. Las que subían, ahora bajaban; las que iban, ahora venían.
Los semáforos también sufrieron los efectos. El verde cambió al lugar del rojo y el rojo voló por los aires.
También la gente que caminaba por la calle fue víctima del viento.
Brazos y piernas volaban por los aires y se intercambiaban de dueño. Todos tenían un poco de todos.
Hoy todavía se recogen niños de los árboles.
El viento también ha transportado palabras, y cosas que se dijeron bajito han acabado llegando a los oídos de las personas mencionadas.
Ayer se acabaron muchos secretos.
hace ver
Una trabajadora de la limpieza barre una escalera.
Su hija, que no quiere saber nada de ella, sube con sigilo para que no la vea.
No se aprecia, pero la señora de la escoba está llorando.
Un joven, al notar la presencia del fotógrafo, cierra rápidamente todas las páginas webs porno que estaba mirando y hace ver que aprovecha el tiempo.
Allí, otro joven se rasca el tobillo.
Su hija, que no quiere saber nada de ella, sube con sigilo para que no la vea.
No se aprecia, pero la señora de la escoba está llorando.
Un joven, al notar la presencia del fotógrafo, cierra rápidamente todas las páginas webs porno que estaba mirando y hace ver que aprovecha el tiempo.
Allí, otro joven se rasca el tobillo.
domingo, diciembre 09, 2007
viernes, diciembre 07, 2007
moda pistolera
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jueves, diciembre 06, 2007
cosas que pasan
Aquí dejo un nuevo ejercicio. El tema era "objeto perdido". Ahí va.
Cuando el pequeño Martín se despertó aquella mañana, se dio cuenta de que le faltaba el pulgar. El pulgar de la mano derecha. No tenía ninguna señal que indicase que allí había habido un dedo, ninguna cicatriz, nada. Donde ayer había un pulgar hoy no había nada. Buscó entre las sábanas, debajo de la almohada, bajo la cama, todavía acostado. Pero no. Su mano derecha la formaban ahora cuatro dedos. Llamó a su madre desde la cama con un “¡mamá!” más entusiasta que preocupado. Ella le respondió desde la cocina con el mismo “¿qué?” gris de todas las mañanas. “¡Me falta un dedo, mamá!”, contestó el pequeño Martín. “¡Levanta y vístete, no quiero que llegues tarde al colegio hoy también!”, respondió la madre mientras acababa de prepararle el almuerzo. Martín hizo caso a su madre y dio un salto para salir de la cama. De camino al lavabo no hizo otra cosa que mirar su mano con cuatro dedos. Ya en el coche hacia el colegio, el pequeño Martín le hizo saber a su madre que no podría escribir, que el pulgar era importante. Su madre conducía con la mirada puesta en la carretera, sin prestar mucha atención a su hijo. “Pues escribes con la otra”, acabó por responderle cuando ya llegaban a su destino. La madre besó la frente de su hijo quien, ya desde la puerta del colegio, despidió a su madre con sus cuatro dedos. Ella le devolvió el saludo y se fue. Martín caminaba lentamente por los pasillos de la escuela con las manos dentro los bolsillos de su chaqueta, y se sentía grande, importante, diferente, como el explorador que guarda una nueva especie de mariposa en secreto, ahí, en su bolsillo. Todos los alumnos que se cruzaron con él no observaron nada raro. Pero él ya no era el mismo. Era mejor. Nadie se le podía comparar en ese momento, ni aquellos alumnos de último curso, aquellos que fumaban a escondidas, aquellos ya no eran héroes. Ni su profesora de dibujo, que podía dibujar en menos de un minuto cualquier animal existente. Tampoco ella era importante ahora. Ya en clase, Martín continuaba con su mano escondida, ahora en el bolsillo del pantalón. Mientras todos sus compañeros empezaban a colorear una lámina, él permaneció inmóvil, sonriendo, observándolos. Entonces la profesora le preguntó que por qué no pintaba y él respondió que le faltaba el dedo pulgar y que no podía coger el plastidecor. Mientras todos se reían de la barbaridad y se echaban las manos a la cabeza, como habían visto hacer a los mayores en estos casos, la profesora sentenció con una frase demasiado familiar para el pequeño Martín: “Pues pinta con la otra”.
¿De qué servía guardar en el bolsillo la más extraña de las mariposas si nadie quería verla?
Martín esperaba a su madre sentado en el banco de siempre, a las puertas del colegio. A su lado, un anciano contemplaba la tarde de otoño con las manos cruzadas en el regazo. A su mano derecha, como a la de Martín, le faltaba el pulgar. “Yo tampoco tengo pulgar”, se atrevió a decirle el pequeño, aún con las manos en los bolsillos. El viejo le miró: “Son cosas que pasan, hijo”.
Ya en casa, Martín cenó cogiendo el tenedor, el vaso y luego el cepillo de dientes con la mano izquierda. Una vez en la cama, con la luz apagada, su madre entró y le besó la frente deseándole buenas noches. Antes de que saliera de la habitación, Martín le dijo: “Mamá, tú me quieres igual, ¿verdad?”. Su madre, ya en el umbral de la puerta le contestó: “Claro, hijo, qué cosas tienes”.
Luego, ya solo, el pequeño sacó su mano derecha de debajo del edredón y la contempló a luz de la luna.
Son cosas que pasan, se dijo.
Cuando el pequeño Martín se despertó aquella mañana, se dio cuenta de que le faltaba el pulgar. El pulgar de la mano derecha. No tenía ninguna señal que indicase que allí había habido un dedo, ninguna cicatriz, nada. Donde ayer había un pulgar hoy no había nada. Buscó entre las sábanas, debajo de la almohada, bajo la cama, todavía acostado. Pero no. Su mano derecha la formaban ahora cuatro dedos. Llamó a su madre desde la cama con un “¡mamá!” más entusiasta que preocupado. Ella le respondió desde la cocina con el mismo “¿qué?” gris de todas las mañanas. “¡Me falta un dedo, mamá!”, contestó el pequeño Martín. “¡Levanta y vístete, no quiero que llegues tarde al colegio hoy también!”, respondió la madre mientras acababa de prepararle el almuerzo. Martín hizo caso a su madre y dio un salto para salir de la cama. De camino al lavabo no hizo otra cosa que mirar su mano con cuatro dedos. Ya en el coche hacia el colegio, el pequeño Martín le hizo saber a su madre que no podría escribir, que el pulgar era importante. Su madre conducía con la mirada puesta en la carretera, sin prestar mucha atención a su hijo. “Pues escribes con la otra”, acabó por responderle cuando ya llegaban a su destino. La madre besó la frente de su hijo quien, ya desde la puerta del colegio, despidió a su madre con sus cuatro dedos. Ella le devolvió el saludo y se fue. Martín caminaba lentamente por los pasillos de la escuela con las manos dentro los bolsillos de su chaqueta, y se sentía grande, importante, diferente, como el explorador que guarda una nueva especie de mariposa en secreto, ahí, en su bolsillo. Todos los alumnos que se cruzaron con él no observaron nada raro. Pero él ya no era el mismo. Era mejor. Nadie se le podía comparar en ese momento, ni aquellos alumnos de último curso, aquellos que fumaban a escondidas, aquellos ya no eran héroes. Ni su profesora de dibujo, que podía dibujar en menos de un minuto cualquier animal existente. Tampoco ella era importante ahora. Ya en clase, Martín continuaba con su mano escondida, ahora en el bolsillo del pantalón. Mientras todos sus compañeros empezaban a colorear una lámina, él permaneció inmóvil, sonriendo, observándolos. Entonces la profesora le preguntó que por qué no pintaba y él respondió que le faltaba el dedo pulgar y que no podía coger el plastidecor. Mientras todos se reían de la barbaridad y se echaban las manos a la cabeza, como habían visto hacer a los mayores en estos casos, la profesora sentenció con una frase demasiado familiar para el pequeño Martín: “Pues pinta con la otra”.
¿De qué servía guardar en el bolsillo la más extraña de las mariposas si nadie quería verla?
Martín esperaba a su madre sentado en el banco de siempre, a las puertas del colegio. A su lado, un anciano contemplaba la tarde de otoño con las manos cruzadas en el regazo. A su mano derecha, como a la de Martín, le faltaba el pulgar. “Yo tampoco tengo pulgar”, se atrevió a decirle el pequeño, aún con las manos en los bolsillos. El viejo le miró: “Son cosas que pasan, hijo”.
Ya en casa, Martín cenó cogiendo el tenedor, el vaso y luego el cepillo de dientes con la mano izquierda. Una vez en la cama, con la luz apagada, su madre entró y le besó la frente deseándole buenas noches. Antes de que saliera de la habitación, Martín le dijo: “Mamá, tú me quieres igual, ¿verdad?”. Su madre, ya en el umbral de la puerta le contestó: “Claro, hijo, qué cosas tienes”.
Luego, ya solo, el pequeño sacó su mano derecha de debajo del edredón y la contempló a luz de la luna.
Son cosas que pasan, se dijo.
miércoles, diciembre 05, 2007
taburete
Cuando era pequeño estaba en un bar dándole vueltas a un taburete giratorio de la barra. Entonces se acercó un hombre y me dijo niño, no hagas eso, que da mala suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con ese cabrón y preguntarle de dónde coño sacó eso.
Prácticamente todas las supersticiones son (para abreviar) una gilipollez: no pases por debajo de una escalera, ay si se te cae la sal, ay un gato negro,... pero la del taburete giratorio se lleva la palma, creo yo. ¿De dónde proviene? No lo encuentro en Google, es decir, es mentira.
Pero son las cosas estúpidas y sin respuesta las que aceptamos con más facilidad.
Por eso Desde ese día no he vuelto a hacer girar un taburete. Y ya me dirás para qué están los taburetes giratorios: para ser girados. Yo incluso los veo con carita triste cuando están quietos y riéndose cuando giran. Pero eso ya son cosas de mi medicación.
Hace unos días asesinaron a una cantante mexicana llamada Zayda Peña. La mataron unos sicarios enviados por unos narcos. En sus canciones, llamadas narcocorridos, se habla de amores y desamores y también de tiroteos y muerte.
Supongo que Zayda, de pequeña, fue a muchos bares, y en todos los que entraba hacía girar con fuerza los taburetes de la barra.
Quizá un día los hizo girar todos a la vez, como esos malabaristas que hacen girar platos encima de palos. Y así fue como acumuló toda la mala suerte que le explotó en la cara hace unos días.
Alguien se le tendría que haber acercado y haberle dicho niña, no hagas eso, que da mala suerte. Pero quizá la gente de esos bares no conocía esa superstición, o estaba demasiado cansada para atender los juegos de una niña.
Pero, ¿es mala suerte lo de Zayda Peña?
¿Qué cojones es la suerte?
Define suerte.
¿Te consideras una persona con suerte? Sí, tú.
Yo sí, aunque no sepa muy bien qué es.
Es más, diría que en mi vida sólo he tenido buena suerte.
Pero, ¿hago algo al respecto? Quiero decir, ¿influyo en mi suerte, en mi vida, o es el azar el que manda aquí más?
¿Puedo proponerme no tener buena suerte?
Y cuando digo suerte no me refiero a premios ni loterías ni mierdas así. Me refiero a suerte en general, por ejemplo que yo escriba esto y tú lo leas. Eso es para mí algo de esa suerte de la que hablo. (Y si dejas un comentario quizá se me empieza a empinar un poco de la emoción y todo. Pero ese ya es otro tema).
En definitiva, que la gente que te rodea te haga la vida más fácil. Y tú a ellos.
Eso sería un buen resumen de suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con el cabrón ese que me dijo lo del taburete giratorio para preguntarle de dónde se sacó esa historia y si sabe alguna más, para, quizá otro día, como hoy, que no sabía qué escribir, contarte una nueva superstición y pasar el rato como lo hemos hecho.
Me gustaría encontrarme algún día con ese cabrón y preguntarle de dónde coño sacó eso.
Prácticamente todas las supersticiones son (para abreviar) una gilipollez: no pases por debajo de una escalera, ay si se te cae la sal, ay un gato negro,... pero la del taburete giratorio se lleva la palma, creo yo. ¿De dónde proviene? No lo encuentro en Google, es decir, es mentira.
Pero son las cosas estúpidas y sin respuesta las que aceptamos con más facilidad.
Por eso Desde ese día no he vuelto a hacer girar un taburete. Y ya me dirás para qué están los taburetes giratorios: para ser girados. Yo incluso los veo con carita triste cuando están quietos y riéndose cuando giran. Pero eso ya son cosas de mi medicación.
Hace unos días asesinaron a una cantante mexicana llamada Zayda Peña. La mataron unos sicarios enviados por unos narcos. En sus canciones, llamadas narcocorridos, se habla de amores y desamores y también de tiroteos y muerte.
Supongo que Zayda, de pequeña, fue a muchos bares, y en todos los que entraba hacía girar con fuerza los taburetes de la barra.
Quizá un día los hizo girar todos a la vez, como esos malabaristas que hacen girar platos encima de palos. Y así fue como acumuló toda la mala suerte que le explotó en la cara hace unos días.
Alguien se le tendría que haber acercado y haberle dicho niña, no hagas eso, que da mala suerte. Pero quizá la gente de esos bares no conocía esa superstición, o estaba demasiado cansada para atender los juegos de una niña.
Pero, ¿es mala suerte lo de Zayda Peña?
¿Qué cojones es la suerte?
Define suerte.
¿Te consideras una persona con suerte? Sí, tú.
Yo sí, aunque no sepa muy bien qué es.
Es más, diría que en mi vida sólo he tenido buena suerte.
Pero, ¿hago algo al respecto? Quiero decir, ¿influyo en mi suerte, en mi vida, o es el azar el que manda aquí más?
¿Puedo proponerme no tener buena suerte?
Y cuando digo suerte no me refiero a premios ni loterías ni mierdas así. Me refiero a suerte en general, por ejemplo que yo escriba esto y tú lo leas. Eso es para mí algo de esa suerte de la que hablo. (Y si dejas un comentario quizá se me empieza a empinar un poco de la emoción y todo. Pero ese ya es otro tema).
En definitiva, que la gente que te rodea te haga la vida más fácil. Y tú a ellos.
Eso sería un buen resumen de suerte.
Me gustaría encontrarme algún día con el cabrón ese que me dijo lo del taburete giratorio para preguntarle de dónde se sacó esa historia y si sabe alguna más, para, quizá otro día, como hoy, que no sabía qué escribir, contarte una nueva superstición y pasar el rato como lo hemos hecho.
lunes, diciembre 03, 2007
llega o se va
Una espesa niebla puebla mi cabeza impidiéndome ver los pies. Todo está envuelto en niebla. Las ideas que pudiese tener, también. Cada una envuelta en niebla, como preparada entre algodones para realizar una mudanza. Así que echo mano de las fotos absurdas que habitan en el día a día.
Dos niños y dos niñas sufren una extraña enfermedad llamada Rostrus distorsionatus. En la foto los vemos en clase, con gente mayor que ha venido a reírse de ellos. Los niños no pueden contestar a los insultos porque no tienen boca.
Una chica sin medias ni nada debajo señala el lugar por donde le pasó una bala en un tiroteo cuando era pequeña y vivía en un suburbio de Los Angeles.
sábado, diciembre 01, 2007
frases gigantescas
Alguien balbuceaba cifras.
Deletreaba enigmas, frases gigantescas.
Hojas inertes, jirones kepis.
Luego llamó, muerte ninguneada, ñame oscura.
Pero quién rastreó, silencioso, terco.
Úlcera vacilante.
Wilfred, xenon; yo, zíngara.
Deletreaba enigmas, frases gigantescas.
Hojas inertes, jirones kepis.
Luego llamó, muerte ninguneada, ñame oscura.
Pero quién rastreó, silencioso, terco.
Úlcera vacilante.
Wilfred, xenon; yo, zíngara.
zambomba
Abajo bebía café. Detrás embotellaba fármacos.
Gritaba ¡hijos idiotas, joder!
Khan lucía llamativo mostacho, nunca ñoño.
Opaco, pálido, que ralentizaba siempre, todavía.
Una vida: Wendy.
Xilófono y zambomba.
Gritaba ¡hijos idiotas, joder!
Khan lucía llamativo mostacho, nunca ñoño.
Opaco, pálido, que ralentizaba siempre, todavía.
Una vida: Wendy.
Xilófono y zambomba.
fricción ganadora
Anda bajando calles deprisa, en fricción ganadora, haciendo ilusión jocosa, kilométrica.
Limando llagas, mordiendo nucas, ñues, osos.
Pero quiere reír siempre.
Todavía una vuelta, Wallace X.
Y zig-zaguea.
Limando llagas, mordiendo nucas, ñues, osos.
Pero quiere reír siempre.
Todavía una vuelta, Wallace X.
Y zig-zaguea.
espuma por la boca
Este osito se llama Amoham.
Antes de nada, excusarme por la ausencia de estos días. Estaba demasiado ocupado tosiendo y sonándome los mocos.
Si das un repaso a la actualidad es mejor que te lo tomes todo a cachondeo porque puedes acabar pensando que vives en el peor de los mundos posibles.
Empezando por la noticia de la pobre profe (dilo rápido muchas veces y te equivocarás) a la que no se le ocurre otra cosa que preguntarle a los niños de clase cómo quieren llamar a la nueva mascota, un osito de peluche. Los niños piensan esta se va a cagar, ya verás y gritan ¡Mahoma! . La profe, que aún cree (creía) en la democracia, dice muy bien, pues se llamará Mahoma. Ahora los padres quieren cortar a pedacitos a la profe, sin tener en cuenta que el nombre se lo han puesto sus propios hijos y que, si la profesora muriese (no quiero pensarlo), el osito continuaría llamándose Mahoma. Entonces tendrán que matar al osito, para que desaparezca, pero no, porque se llama Mahoma y quizá si lo matan, también matan a Mahoma, el que no duerme, el que todo lo ve.
Luego encuentras otro tipo de
noticia, no por ello menos escalofriante. Tampoco es una cosa que me extrañe mucho. Hoy en día a un jovenzuelo le pones delante: a) Fortunata y Jacinta o, b) el Guitar hero, y existe un 300% de probabilidades de que el chaval empiece a echar espuma por la boca de emoción viendo los colorines del mástil. Y si luego le preguntas por Pérez Galdós supongo que te dirá que es una rotonda o una parada de metro o algo así.
Siguiendo con el leer, The New York Times destaca Los detectives salvajes de Roberto Bolaño como una de las diez mejores novelas editadas en EE.UU. este 2007. ¿Por qué si lo dice USA parece mejor? ¿Me pasa sólo a mí, que soy un snob de cuidado? Creo que no estoy solo.
Aquí va la lista entera.
Supongo que hay más noticias interesantes pero ahora tengo ganas de rascarme los sobacos.
Antes de nada, excusarme por la ausencia de estos días. Estaba demasiado ocupado tosiendo y sonándome los mocos.
Si das un repaso a la actualidad es mejor que te lo tomes todo a cachondeo porque puedes acabar pensando que vives en el peor de los mundos posibles.
Empezando por la noticia de la pobre profe (dilo rápido muchas veces y te equivocarás) a la que no se le ocurre otra cosa que preguntarle a los niños de clase cómo quieren llamar a la nueva mascota, un osito de peluche. Los niños piensan esta se va a cagar, ya verás y gritan ¡Mahoma! . La profe, que aún cree (creía) en la democracia, dice muy bien, pues se llamará Mahoma. Ahora los padres quieren cortar a pedacitos a la profe, sin tener en cuenta que el nombre se lo han puesto sus propios hijos y que, si la profesora muriese (no quiero pensarlo), el osito continuaría llamándose Mahoma. Entonces tendrán que matar al osito, para que desaparezca, pero no, porque se llama Mahoma y quizá si lo matan, también matan a Mahoma, el que no duerme, el que todo lo ve.
Luego encuentras otro tipo de
noticia, no por ello menos escalofriante. Tampoco es una cosa que me extrañe mucho. Hoy en día a un jovenzuelo le pones delante: a) Fortunata y Jacinta o, b) el Guitar hero, y existe un 300% de probabilidades de que el chaval empiece a echar espuma por la boca de emoción viendo los colorines del mástil. Y si luego le preguntas por Pérez Galdós supongo que te dirá que es una rotonda o una parada de metro o algo así.
Siguiendo con el leer, The New York Times destaca Los detectives salvajes de Roberto Bolaño como una de las diez mejores novelas editadas en EE.UU. este 2007. ¿Por qué si lo dice USA parece mejor? ¿Me pasa sólo a mí, que soy un snob de cuidado? Creo que no estoy solo.
Aquí va la lista entera.
Supongo que hay más noticias interesantes pero ahora tengo ganas de rascarme los sobacos.
miércoles, noviembre 28, 2007
aprieta demasiado
Sobre una alfombra roja, un señor oriental se hace el fuerte y aprieta demasiado la mano de una anciana.
Un señor francés la mira y disfruta del sufrimiento.
A la anciana le entran ganas de ir al baño.
Intenta decirle al oriental que no le apriete tanto y que tiene ganas de orinar.
El hombre que aparece detrás del francés es el que traduce las palabras de la anciana.
Son casi las seis de la tarde. Todos quieren irse ya a casa.
Un señor francés la mira y disfruta del sufrimiento.
A la anciana le entran ganas de ir al baño.
Intenta decirle al oriental que no le apriete tanto y que tiene ganas de orinar.
El hombre que aparece detrás del francés es el que traduce las palabras de la anciana.
Son casi las seis de la tarde. Todos quieren irse ya a casa.
lunes, noviembre 26, 2007
yo no como raíces
Normalmente los fines de semana los dedico a hacer lo que hay entre paréntesis ( ). Pero este fin de semana fue diferente. Un fin de semana ocupado que aquí os muestro.
El sábado me levanté a las 10:30. Me duché y fui a cortarme el pelo. Tenía hora a las 12:00.
Mi peluquera se llama Sonia y está embarazada. Será niña. Le pregunté cómo se iba a llamar y me dijo Marta, yo a todas las muñecas que tenía de pequeña las llamaba Marta.
Tengo ganas de recordarle que un hijo no es un muñeco pero en cambio le digo está bien.
Luego me pregunta sobre mí y le digo que todo bien, porque es la verdad.
Pienso en un nombre para una peluquería: Dalila. Quizá ya exista alguna que se llame así.
A las doce y media ya me ha cortado el pelo.
Ahora me parezco más a la foto, sin el negro ni tanta sonrisa.
Salgo de la peluquería y entro en el Mediamarkt, que está a cuatro pasos contados. Me compro la edición especial de tres discos de The Host en dvd, una de las mejores pelis de este año.
De vuelta en casa como con mis padres y mi hermana y veo un rato la tele mientras hago tiempo para coger el autobús. He quedado a las cinco y media con T. en el centro de Barcelona.
Una vez allí damos una vuelta por los sitios de siempre, la ruta Tallers.
Antes, T. me ha regalado una recopilación. Es la persona con mejor indie-gusto musical que conozco.
En Cd-Drome compro dos entradas para Iron & Wine (14 enero 2008, Sala Apolo, recuerda). Luego caminamos por Tallers y después vamos a La Central del Raval, donde T. se compra el último de Quim Monzó.
La gente que trabaja en La Central del Raval roza la estupidez. Si no fuera porque encuentras prácticamente todo, no iría tanto. Las dependientas están siempre ocupadas, como si eso fuera una central nuclear y tuviesen que estar atentas a cualquier modificación de presión en cabina, o lo que sea que pueda pasar en una central nuclear. En serio, a mí a veces me dan ganas de comprar lo más rápido posible, no vaya a ser que estalle todo por los aires de un momento a otro.
Cuando salimos de la librería vamos al Teatre Borràs, en Pl. Urquinaona a comprar unas entradas para T. Luego subimos a Laie, en Pau Clarís, quizá la mejor librería de Barcelona. Al menos los que trabajan están más relajados y siempre me han atendido rozando la excelencia. Allí me compré Obabakoak, de Bernardo Atxaga, un libro que me tengo que leer para el curso de Cuento.
Luego fuimos a tomar un café a una cafetería de Consell de Cent y luego nos despedimos.
Yo bajé caminando a Pl. Catalunya, donde había quedado a las ocho con S. Llegó con un poco de retraso pero a mí me dio igual porque estaba guapísima. Cogimos el metro y fuimos a Razzmatazz, donde actuaban Explosions in the Sky y Spoon.
A S. le gustan los primeros, a mí los segundos.
Llegamos con el concierto empezado, quizá era la primera canción. Nos pusimos detrás de todo, en unas escaleras, para tener mejor visión.
Alrededor, gente que no para de hablar. A mí me daba un poco igual porque no habíamos pagado, nos habían apuntado en la lista de invitados. No me tendría que haber dado igual, pero me dio.
El concierto de Explosions... estuvo bien aunque a mí no me gusta en absoluto el post-rock. Luego empezaron Spoon.
El 95% de personas que nos rodeaban estaban hablando (no exagero). Pude reconocer algunas caras de periodistas musicales y de tele y de más gente que siempre entra invitada a los sitios y ya no valoran nada.
No te creas ninguna crítica que leas.
Los críticos musicales suelen estar bebiendo y hablando y ligando.
Dime lo contrario.
Aguanté tres canciones. Le dije a S. si no le importaba que nos fuéramos. Me dijo que no, y nos fuimos.
No odié a nadie, no tenía ganas ni de eso. Siento que ya no me lo paso bien en los lugares donde me lo tendría que pasar. Todo me da auténtica pereza.
Nunca he sido muy sociable. Ahora, mucho menos.
Aunque eran las diez y veinte de la noche, volvimos a casa en taxi. De vez en cuando hay que darse unos caprichos, que la vida son dos días y uno está nublado, dice mi madre.
El taxista hablaba demasiado. Desconecté al minuto. Volví a conectar cuando llegamos a casa, justo para despedirme de él antes de cerrar la puerta.
Compramos unas pizzas en un restaurante cercanísimo y nos las llevamos a casa donde no me acuerdo qué vimos en la tele, creo que el final de Robin Hood, no sé, salía Kevin Costner.
Luego nos acostamos. Yo empecé a tener frío de fiebre.
Hoy tengo fiebre y mocos y estoy al pie del cañón. Espero que mis padres estén orgullosos de su hijo, trabajando y en estado febril.
(Acabo de ir a una parafarmacia que hay en el centro comercial a comprarme un Frenadol o algo así, pero sólo venden remedios naturales. He estado a punto de decirle yo no como raíces. En vez de eso he comprado unas pastillas de vitamina c que no me están haciendo ningún efecto. Es más, creo que estoy peor).
El domingo me levanté a la una de la tarde.
Comimos una ensalada, todo muy de anuncio, menos mi aspecto. Luego fui a mi casa, me duché y fui a ver a mi abuela. Estuve un rato con ella, no llegó a dos horas. Me ofreció un vaso de leche cuatro veces y le dije que no las cuatro. La quiero. Le dije que el domingo que viene iré a comer. Me dijo que hará un arrocillo. La quiero y no se lo digo, no sé por qué.
A las ocho de la tarde fui al cine, donde había quedado con S.
Vimos [REC].
Bueno, qué quieres que te diga. Me gusta mucho más el tráiler que la peli. Tiene buenos sustos, sí, y algunos buenos efectos, también, pero la totalidad me defraudó. Esperaba pasar más miedo, sinceramente. Pasará a la historia como una peli de sustos.
Muchos diálogos no me convencieron, llámame snob o como quieras llamarme. Es una parte en la que me fijo cada vez más. Y en esta peli había algunos irrisorios si tenemos en cuenta la situación que se estaba viviendo.
Al lado nuestro se sentó un hombre (por llamarlo de alguna manera) que comía pistachos y tiraba las cáscaras al suelo, no disimuladamente sino como quien da de comer a las palomas.
En fin. Yo no digo nada.
Al salir fuimos caminando a casa.
Pasamos por un frankfurt donde, por casualidad, estaba mi hermana con un amigo. Habían ido a ver a Jorge Drexler y ahora ya estaban cenando. Mi hermana me dijo que precisamente estaba hablando de mí, cosa que me hizo ilusión aunque no se lo dije.
Existimos porque alguien piensa en nosotros.
Llegamos a casa y estuvimos un rato viendo la tele.
Vimos Medium y un trozo de Milenio 3 y otro trozo del debate de Gran Hermano.
Luego nos fuimos a dormir.
Me he despertado a cada hora, creo que por la tós.
Dentro de un rato saldré.
Iré a una farmacia y me compraré algún compuesto químico eficiente.
Luego, quién sabe luego.
El sábado me levanté a las 10:30. Me duché y fui a cortarme el pelo. Tenía hora a las 12:00.
Mi peluquera se llama Sonia y está embarazada. Será niña. Le pregunté cómo se iba a llamar y me dijo Marta, yo a todas las muñecas que tenía de pequeña las llamaba Marta.
Tengo ganas de recordarle que un hijo no es un muñeco pero en cambio le digo está bien.
Luego me pregunta sobre mí y le digo que todo bien, porque es la verdad.
Pienso en un nombre para una peluquería: Dalila. Quizá ya exista alguna que se llame así.
A las doce y media ya me ha cortado el pelo.
Ahora me parezco más a la foto, sin el negro ni tanta sonrisa.
Salgo de la peluquería y entro en el Mediamarkt, que está a cuatro pasos contados. Me compro la edición especial de tres discos de The Host en dvd, una de las mejores pelis de este año.
De vuelta en casa como con mis padres y mi hermana y veo un rato la tele mientras hago tiempo para coger el autobús. He quedado a las cinco y media con T. en el centro de Barcelona.
Una vez allí damos una vuelta por los sitios de siempre, la ruta Tallers.
Antes, T. me ha regalado una recopilación. Es la persona con mejor indie-gusto musical que conozco.
En Cd-Drome compro dos entradas para Iron & Wine (14 enero 2008, Sala Apolo, recuerda). Luego caminamos por Tallers y después vamos a La Central del Raval, donde T. se compra el último de Quim Monzó.
La gente que trabaja en La Central del Raval roza la estupidez. Si no fuera porque encuentras prácticamente todo, no iría tanto. Las dependientas están siempre ocupadas, como si eso fuera una central nuclear y tuviesen que estar atentas a cualquier modificación de presión en cabina, o lo que sea que pueda pasar en una central nuclear. En serio, a mí a veces me dan ganas de comprar lo más rápido posible, no vaya a ser que estalle todo por los aires de un momento a otro.
Cuando salimos de la librería vamos al Teatre Borràs, en Pl. Urquinaona a comprar unas entradas para T. Luego subimos a Laie, en Pau Clarís, quizá la mejor librería de Barcelona. Al menos los que trabajan están más relajados y siempre me han atendido rozando la excelencia. Allí me compré Obabakoak, de Bernardo Atxaga, un libro que me tengo que leer para el curso de Cuento.
Luego fuimos a tomar un café a una cafetería de Consell de Cent y luego nos despedimos.
Yo bajé caminando a Pl. Catalunya, donde había quedado a las ocho con S. Llegó con un poco de retraso pero a mí me dio igual porque estaba guapísima. Cogimos el metro y fuimos a Razzmatazz, donde actuaban Explosions in the Sky y Spoon.
A S. le gustan los primeros, a mí los segundos.
Llegamos con el concierto empezado, quizá era la primera canción. Nos pusimos detrás de todo, en unas escaleras, para tener mejor visión.
Alrededor, gente que no para de hablar. A mí me daba un poco igual porque no habíamos pagado, nos habían apuntado en la lista de invitados. No me tendría que haber dado igual, pero me dio.
El concierto de Explosions... estuvo bien aunque a mí no me gusta en absoluto el post-rock. Luego empezaron Spoon.
El 95% de personas que nos rodeaban estaban hablando (no exagero). Pude reconocer algunas caras de periodistas musicales y de tele y de más gente que siempre entra invitada a los sitios y ya no valoran nada.
No te creas ninguna crítica que leas.
Los críticos musicales suelen estar bebiendo y hablando y ligando.
Dime lo contrario.
Aguanté tres canciones. Le dije a S. si no le importaba que nos fuéramos. Me dijo que no, y nos fuimos.
No odié a nadie, no tenía ganas ni de eso. Siento que ya no me lo paso bien en los lugares donde me lo tendría que pasar. Todo me da auténtica pereza.
Nunca he sido muy sociable. Ahora, mucho menos.
Aunque eran las diez y veinte de la noche, volvimos a casa en taxi. De vez en cuando hay que darse unos caprichos, que la vida son dos días y uno está nublado, dice mi madre.
El taxista hablaba demasiado. Desconecté al minuto. Volví a conectar cuando llegamos a casa, justo para despedirme de él antes de cerrar la puerta.
Compramos unas pizzas en un restaurante cercanísimo y nos las llevamos a casa donde no me acuerdo qué vimos en la tele, creo que el final de Robin Hood, no sé, salía Kevin Costner.
Luego nos acostamos. Yo empecé a tener frío de fiebre.
Hoy tengo fiebre y mocos y estoy al pie del cañón. Espero que mis padres estén orgullosos de su hijo, trabajando y en estado febril.
(Acabo de ir a una parafarmacia que hay en el centro comercial a comprarme un Frenadol o algo así, pero sólo venden remedios naturales. He estado a punto de decirle yo no como raíces. En vez de eso he comprado unas pastillas de vitamina c que no me están haciendo ningún efecto. Es más, creo que estoy peor).
El domingo me levanté a la una de la tarde.
Comimos una ensalada, todo muy de anuncio, menos mi aspecto. Luego fui a mi casa, me duché y fui a ver a mi abuela. Estuve un rato con ella, no llegó a dos horas. Me ofreció un vaso de leche cuatro veces y le dije que no las cuatro. La quiero. Le dije que el domingo que viene iré a comer. Me dijo que hará un arrocillo. La quiero y no se lo digo, no sé por qué.
A las ocho de la tarde fui al cine, donde había quedado con S.
Vimos [REC].
Bueno, qué quieres que te diga. Me gusta mucho más el tráiler que la peli. Tiene buenos sustos, sí, y algunos buenos efectos, también, pero la totalidad me defraudó. Esperaba pasar más miedo, sinceramente. Pasará a la historia como una peli de sustos.
Muchos diálogos no me convencieron, llámame snob o como quieras llamarme. Es una parte en la que me fijo cada vez más. Y en esta peli había algunos irrisorios si tenemos en cuenta la situación que se estaba viviendo.
Al lado nuestro se sentó un hombre (por llamarlo de alguna manera) que comía pistachos y tiraba las cáscaras al suelo, no disimuladamente sino como quien da de comer a las palomas.
En fin. Yo no digo nada.
Al salir fuimos caminando a casa.
Pasamos por un frankfurt donde, por casualidad, estaba mi hermana con un amigo. Habían ido a ver a Jorge Drexler y ahora ya estaban cenando. Mi hermana me dijo que precisamente estaba hablando de mí, cosa que me hizo ilusión aunque no se lo dije.
Existimos porque alguien piensa en nosotros.
Llegamos a casa y estuvimos un rato viendo la tele.
Vimos Medium y un trozo de Milenio 3 y otro trozo del debate de Gran Hermano.
Luego nos fuimos a dormir.
Me he despertado a cada hora, creo que por la tós.
Dentro de un rato saldré.
Iré a una farmacia y me compraré algún compuesto químico eficiente.
Luego, quién sabe luego.
viernes, noviembre 23, 2007
rapto
Una niña de nueve meses es cogida en brazos por su raptor quien, disimuladamente, se la lleva mientras su padre, en primer plano, no está seguro de haber cerrado el gas.
Las mujeres a su espalda esperan la respuesta con impaciencia.
Mientras, un testigo directo del rapto se sacude la oreja intentando extraer el agua que le entró esta mañana, cuando buceaba en la piscina municipal.
Las mujeres a su espalda esperan la respuesta con impaciencia.
Mientras, un testigo directo del rapto se sacude la oreja intentando extraer el agua que le entró esta mañana, cuando buceaba en la piscina municipal.
antes de pinzarlas
Aquí dejo el cuarto ejercicio. Sigo sin poder explicaros qué nos pedían. O este año me están pidiendo cosas demasiado raras o soy yo, que las complico. Se trataba de mostrar un paso del tiempo a través de objetos, sensaciones, etc. Yo he acabado haciendo un flashback en toda regla y todos tan contentos. A ver si me van a catear al final.
Aquí va. A la de una, a la de dos y aladeee
La pinza y el leñador.
Cuando llego a su casa, mi abuela está tendiendo la ropa.
Todavía utiliza esas pinzas, esas que compró el día que aprendí a atarme los cordones. Siempre se lo digo y ella me dice que cómo me puedo acordar de ese día. Yo le respondo que hay días que, por mucho que te esfuerces, no se olvidan nunca. Y ese día, por la mañana, acompañé a mi abuela a la mercería y, por la tarde, me enseñó a atarme los cordones. Han pasado ya casi veinte años y sigue utilizando las mismas pinzas.
También recuerdo que, de vuelta a casa, me compró un muñeco Playmobil vestido de leñador con el que sólo jugué una vez. Luego desapareció.
Yo de pequeño quería ser leñador. Hoy no sabría decir por qué, cosas de niños, pero cuando pasé por delante del escaparate y vi aquel muñeco, con su hacha y su camisa de cuadros, me quedé inmóvil y señalé hacia el cristal. Mi abuela se detuvo al ver que me había parado y me preguntó si me pasaba algo. Entonces siguió la dirección que señalaba mi pequeño índice y sonrió.
Ya en casa abrí la caja y jugué haciendo ver que cortaba palillos y los amontonaba formando leña. Luego, cuando empezaba a oscurecer, mi abuela me dijo que íbamos a jugar a atarnos los cordones. Al principio me costó un poco y quise rendirme, pero una vez conseguí atar uno, no quise parar en toda la tarde. Descordé mis zapatos unas treinta veces, para volverlos a atar otras tantas. Luego hice lo mismo con los de mi abuela y, más tarde, con los de la vecina que venía a visitarla a veces. Estaba en trance.
Recuerdo aquella tarde como un acontecimiento importante.
Pero quizá también la recuerdo porque al volver a mi habitación, ya de noche, el Playmobil leñador no aparecía por ningún sitio. Mi abuela me dijo que no tenía que preocuparme, que ya aparecería. Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones, decía.
Pero el juguete no apareció. Y nunca más lo volví a ver. Fue algo extraño. La caja abierta todavía estaba ahí, encima de la cama. Pero el leñador había desaparecido sin dejar rastro. Pensé que se había puesto triste por no prestarle atención y dedicarme a atar zapatos durante toda la tarde. Ahora pienso que se debió extraviar entre la ropa que mi abuela tenía amontonada encima de la cama. Quizá fue eso. Y luego se caería por alguna rendija o se metería debajo de cualquiera de los inmensos armarios del salón.
Mi abuela me pregunta si quiero desayunar algo. La miro antes de contestar. Sólo le quedan dos toallas por tender. Las sacude antes de pinzarlas. Le digo que ahora desayunaré con ella, que no se preocupe. Entonces me asomo por la ventana, a su lado, y miro el paisaje. Antes había árboles, ahora pisos. A mi abuela se le escapa una pinza que cae al vacío antes de aterrizar en el patio interior, el cementerio de pinzas, como lo llama ella. Me fijo dónde ha caído y, al lado, veo una figurita, polvorienta, de la que todavía se puede adivinar una camisa de cuadros y un hacha en la mano. Era la última pinza, dice mi abuela. Yo le digo que no importa, que luego saldremos a comprar más.
Acompaño a mi abuela a la cocina dejando que se ayude con mi brazo. Luego nos sentamos y desayunamos como reyes.
Las tostadas están crujientes.
El sol ilumina mis zapatos.
Los cordones están bien atados.
Aquí va. A la de una, a la de dos y aladeee
La pinza y el leñador.
Cuando llego a su casa, mi abuela está tendiendo la ropa.
Todavía utiliza esas pinzas, esas que compró el día que aprendí a atarme los cordones. Siempre se lo digo y ella me dice que cómo me puedo acordar de ese día. Yo le respondo que hay días que, por mucho que te esfuerces, no se olvidan nunca. Y ese día, por la mañana, acompañé a mi abuela a la mercería y, por la tarde, me enseñó a atarme los cordones. Han pasado ya casi veinte años y sigue utilizando las mismas pinzas.
También recuerdo que, de vuelta a casa, me compró un muñeco Playmobil vestido de leñador con el que sólo jugué una vez. Luego desapareció.
Yo de pequeño quería ser leñador. Hoy no sabría decir por qué, cosas de niños, pero cuando pasé por delante del escaparate y vi aquel muñeco, con su hacha y su camisa de cuadros, me quedé inmóvil y señalé hacia el cristal. Mi abuela se detuvo al ver que me había parado y me preguntó si me pasaba algo. Entonces siguió la dirección que señalaba mi pequeño índice y sonrió.
Ya en casa abrí la caja y jugué haciendo ver que cortaba palillos y los amontonaba formando leña. Luego, cuando empezaba a oscurecer, mi abuela me dijo que íbamos a jugar a atarnos los cordones. Al principio me costó un poco y quise rendirme, pero una vez conseguí atar uno, no quise parar en toda la tarde. Descordé mis zapatos unas treinta veces, para volverlos a atar otras tantas. Luego hice lo mismo con los de mi abuela y, más tarde, con los de la vecina que venía a visitarla a veces. Estaba en trance.
Recuerdo aquella tarde como un acontecimiento importante.
Pero quizá también la recuerdo porque al volver a mi habitación, ya de noche, el Playmobil leñador no aparecía por ningún sitio. Mi abuela me dijo que no tenía que preocuparme, que ya aparecería. Lo que no se llevan los ladrones, aparece por los rincones, decía.
Pero el juguete no apareció. Y nunca más lo volví a ver. Fue algo extraño. La caja abierta todavía estaba ahí, encima de la cama. Pero el leñador había desaparecido sin dejar rastro. Pensé que se había puesto triste por no prestarle atención y dedicarme a atar zapatos durante toda la tarde. Ahora pienso que se debió extraviar entre la ropa que mi abuela tenía amontonada encima de la cama. Quizá fue eso. Y luego se caería por alguna rendija o se metería debajo de cualquiera de los inmensos armarios del salón.
Mi abuela me pregunta si quiero desayunar algo. La miro antes de contestar. Sólo le quedan dos toallas por tender. Las sacude antes de pinzarlas. Le digo que ahora desayunaré con ella, que no se preocupe. Entonces me asomo por la ventana, a su lado, y miro el paisaje. Antes había árboles, ahora pisos. A mi abuela se le escapa una pinza que cae al vacío antes de aterrizar en el patio interior, el cementerio de pinzas, como lo llama ella. Me fijo dónde ha caído y, al lado, veo una figurita, polvorienta, de la que todavía se puede adivinar una camisa de cuadros y un hacha en la mano. Era la última pinza, dice mi abuela. Yo le digo que no importa, que luego saldremos a comprar más.
Acompaño a mi abuela a la cocina dejando que se ayude con mi brazo. Luego nos sentamos y desayunamos como reyes.
Las tostadas están crujientes.
El sol ilumina mis zapatos.
Los cordones están bien atados.
a dos manos
Puedo ver este vídeo cien veces seguidas y las cien me reiré como un anormal.
Es de esas cosas superior a uno.
Lo que a veces me pregunto, casi siempre justo antes de irme a dormir, cuando más me asaltan este tipo de dudas, es si este buen hombre está enfadado o eufórico.
¿Tú qué dices?
Porque tanto puede ser la reacción ante un robo arbitral como la del gol de Messi ante el Getafe, ya que sus palabras son (en castellano): ¿lo habéis visto?, ¿lo habéis visto?, ¡la madre que nos parió!.
Ya ves cuáles son mis principales preocupaciones a esta hora de la mañana.
Creo que Lipovetsky y Umberto Eco están preparando un ensayo a dos manos sobre esta reacción en concreto.
Diría que por hoy nada más.
jueves, noviembre 22, 2007
caca
Un cartel molón que encontré en Google.
Hoy no he hecho caca por la mañana.
Perdona si soy desagradable, pero un día sin hacer caca por la mañana no se presenta como un buen día. Al menos para mí. No sé para ti.
Aunque no siempre es así.
A veces encuentras un mail que te dice que uno de tus músicos favoritos estará en tu ciudad y sólo en tu ciudad. Y entonces te olvidas de la caca y del dolor de muelas (papa, espero que se te haya calmado) si es que lo tuvieses.
Iron & Wine
Sala Apolo (Barcelona), 14 enero
Raül Moya: 20.45h
Iron & Wine: 22h
Precio único: 23 euros
Puntos de venta: Discos Castelló, Revólver, CD Drome, Iguapop Gallery, Serviticket y www.livenation.es
Hoy no he hecho caca por la mañana.
Perdona si soy desagradable, pero un día sin hacer caca por la mañana no se presenta como un buen día. Al menos para mí. No sé para ti.
Aunque no siempre es así.
A veces encuentras un mail que te dice que uno de tus músicos favoritos estará en tu ciudad y sólo en tu ciudad. Y entonces te olvidas de la caca y del dolor de muelas (papa, espero que se te haya calmado) si es que lo tuvieses.
Iron & Wine
Sala Apolo (Barcelona), 14 enero
Raül Moya: 20.45h
Iron & Wine: 22h
Precio único: 23 euros
Puntos de venta: Discos Castelló, Revólver, CD Drome, Iguapop Gallery, Serviticket y www.livenation.es
miércoles, noviembre 21, 2007
sostiene Carey
He tartado una hora y cuarenta y cinco minutos en descubrir el frasco de perfume que Mariah Carey sostiene en su mano derecha.
No me hagas caso, hoy estoy espeso y bochornoso, como el día.
La Carey sonriendo, sin nada en la mano izquierda.
No me hagas caso, hoy estoy espeso y bochornoso, como el día.
La Carey sonriendo, sin nada en la mano izquierda.
martes, noviembre 20, 2007
reflejo de mi nuca
En el lavabo había un armario con tres espejos.
Así, cuando me miraba en el central, situado encima del grifo, el resto me ofrecía tres partes de mí diferentes: la oreja izquierda, la derecha y la nuca.
Según cómo abriese el armario podía observarme de una u otra manera.
Me gustaba cepillarme los dientes mientras me miraba la nuca. Era algo que rozaba lo fantástico.
Entonces vivía solo con mi madre. A ella no le gustaban tantos espejos, aunque el armario lo puso ella. Decía que los reflejos no son buenos. Nunca le pregunté por qué.
Un día, por la noche, antes de acostarme, fui al lavabo a lavarme la boca. Mientras tanto, mi madre leía en la cocina.
Como siempre, miraba mi nuca mientras me cepillaba. Luego miré un rato mi oreja izquierda, roja por haber estado leyendo apoyado en ella, y por último la derecha.
Me enjuagué la boca y escupí.
Al levantar la cabeza de nuevo observé que el reflejo de mi nuca se iba.
No es que desapareciese, sino que se movió y salió del plano. Mientras, el reflejo de mis dos orejas seguía en su sitio. Me las toqué para comprobar que mi mano también entraba en el reflejo, y así fue. Era sólo el reflejo de la nuca el que se había ido.
Salí del lavabo y volví a entrar.
Nada, mi nuca no existía.
Apagué la luz y la encendí, pero el reflejo de mi nuca no aparecía por ningún sitio.
Me quedé apoyado en el mármol, mirándome fijamente, quizá esperando que el reflejo apareciese de un momento a otro, como quien espera a un amigo que llega tarde.
Pero no.
Ahora sólo tenía dos reflejos en un armario de tres espejos. Por supuesto, nadie me iba a creer.
Permanecí mirándome unos minutos.
Al poco rato, escuché a mi madre hablar con alguien en la cocina.
Así, cuando me miraba en el central, situado encima del grifo, el resto me ofrecía tres partes de mí diferentes: la oreja izquierda, la derecha y la nuca.
Según cómo abriese el armario podía observarme de una u otra manera.
Me gustaba cepillarme los dientes mientras me miraba la nuca. Era algo que rozaba lo fantástico.
Entonces vivía solo con mi madre. A ella no le gustaban tantos espejos, aunque el armario lo puso ella. Decía que los reflejos no son buenos. Nunca le pregunté por qué.
Un día, por la noche, antes de acostarme, fui al lavabo a lavarme la boca. Mientras tanto, mi madre leía en la cocina.
Como siempre, miraba mi nuca mientras me cepillaba. Luego miré un rato mi oreja izquierda, roja por haber estado leyendo apoyado en ella, y por último la derecha.
Me enjuagué la boca y escupí.
Al levantar la cabeza de nuevo observé que el reflejo de mi nuca se iba.
No es que desapareciese, sino que se movió y salió del plano. Mientras, el reflejo de mis dos orejas seguía en su sitio. Me las toqué para comprobar que mi mano también entraba en el reflejo, y así fue. Era sólo el reflejo de la nuca el que se había ido.
Salí del lavabo y volví a entrar.
Nada, mi nuca no existía.
Apagué la luz y la encendí, pero el reflejo de mi nuca no aparecía por ningún sitio.
Me quedé apoyado en el mármol, mirándome fijamente, quizá esperando que el reflejo apareciese de un momento a otro, como quien espera a un amigo que llega tarde.
Pero no.
Ahora sólo tenía dos reflejos en un armario de tres espejos. Por supuesto, nadie me iba a creer.
Permanecí mirándome unos minutos.
Al poco rato, escuché a mi madre hablar con alguien en la cocina.
lunes, noviembre 19, 2007
conoce
¿Conoce Beyoncé los cómics de Robert Crumb?
Lo dudo.
¿Conoce Robert Crumb a Beyoncé?
Seguro.
Y supongo que la adora.
¿Acabará Beyoncé convirtiéndose en una ilustración de Robert Crumb?
Una sonriente Beyoncé mostrando sus hombros descubiertos.
Ilustración de Crumb, vicioso.
Lo dudo.
¿Conoce Robert Crumb a Beyoncé?
Seguro.
Y supongo que la adora.
¿Acabará Beyoncé convirtiéndose en una ilustración de Robert Crumb?
Una sonriente Beyoncé mostrando sus hombros descubiertos.
Ilustración de Crumb, vicioso.
domingo, noviembre 18, 2007
voy a hacer unas rosas
Un día soñé que subía la marea y yo estaba con mi hermana y mis primos y teníamos cara de estúpidos, como ahora, la cara que se te suele poner cuando ves subir la marea y empieza a anegarlo todo.
Entonces alguien dijo: sólo el yayo sabe.
Un abuelo es el ser más extraordinario y paranormal con el que nos podemos encontrar de niños. Una persona que siempre ha sido vieja.
Luego te enseñarán fotografías de tu abuelo cuando era joven. Pero no te las creerás. No querrás creértelas.
No recuerdo el primer día que vi a mi abuelo. Supongo que porque no hubo un primer día. Mi abuelo ha estado siempre ahí. Y, por supuesto, antes de mis padres. De hecho, sin él, mis padres no serían. Yo no sería.
Es algo irracional, difícil comprender de dónde ha salido esa persona.
Un abuelo es una leyenda viviente, un superhéroe, alguien superior a cualquier persona que se le acerque a saludarlo, incluso superior al abuelo de tu mejor amigo.
Es el que todo lo sabe porque ya lo ha vivido. Es el que puede decirte cuál es el camino correcto antes de que tú se lo preguntes.
Un abuelo es un mito.
A mi abuelo todo el mundo le hablaba de usted. Y todo el mundo significa todo el mundo. No era algo escrito, ninguna norma establecida. Igual que se sabía que el sol calentaba, todo el mundo sabía que a mi abuelo había que tratarlo de usted. Porque a los mitos se les trata de usted.
Mi abuelo sabía hacerlo todo. Y aquello que no sabía hacer era porque no le hacía falta. Lo que demuestra una inteligencia superior.
Hace falta una caseta para el perro, me gustaría una canasta para jugar en el patio de la yaya, hay un enchufe que no va, necesito un llavero para todas estas llaves, se ha roto un cristal, esta tubería está atascada, aquí se podrían plantar tomates, este domingo me apetecen unas “migas”.
¿Qué más hace falta? Nada más. Pues vamos a hacer unas “rosas”.
Mi abuelo llamaba “rosas” a las palomitas de maíz. Supongo que la primera vez que dijo “voy a hacer unas rosas” lo miré como quien mira a un nuevo Dios. Alguien capaz de crear una flor no puede ser una persona normal. Luego venía riéndose con un plato enorme en el que rebosaban palomitas de maíz y decía “venga, que hay que acabárselas”. Y mirábamos alguna película o lo que hicieran en la tele. Qué más daba.
Cuando era pequeño, una de las cosas que más me fascinó de mi abuelo fue lo valiente que era con los perros. En casa, en el huerto, siempre han habido dos o tres. Algunos han sido perros enormes. Y más para un niño pequeño. Entonces, cuando iba a darles de comer yo lo observaba de lejos, esperando un ataque feroz de aquellas bestias. Pero no. Él se acercaba, les ponía la comida en sus cuencos y luego les acariciaba la cabeza mientras comían. Creo que los perros, a su manera, también lo trataron de usted.
Mi abuelo siempre se sentaba presidiendo la mesa en las comidas familiares. No era algo que hubiese impuesto él. Simplemente todos nos íbamos sentando en nuestro sitio, todos debemos saber cuál es el nuestro. Y ése era el de mi abuelo.
Mi abuelo sabía tocar la guitarra. Cuando era joven tocaba el laúd en las fiestas del pueblo. Aprendió de oído. Un día los nietos le regalamos uno y él lloró de alegría y yo más. No era su cumpleaños, ni su santo, ni nada. Fue un regalo a él, por ser. Y eso fue lo mejor.
Mi abuelo condujo hasta los ochenta años, quizá un poco más. Iba a comprar, te acompañaba a la estación, te llevaba a cualquier sitio y luego subía las escaleras de casa de dos en dos.
Mi abuelo siempre bebía vino en porrón. Decía que el vino en las comidas es lo mejor que hay. Nunca recuerdo verle bebiendo agua. Sí alguna horchata, en verano, en el patio de casa, mientras jugábamos al dominó.
Mi abuelo se podía acordar de cualquier día de su vida. Era la mejor clase de historia. Del día que conoció a tal, de lo que le pasó otro día en el tranvía, de lo que le dijo aquel hombre del pueblo.
Mi abuelo dijo una vez: “una mano lava a la otra, las dos lavan la cara”.
Mi abuelo a veces movía las manos mientras dormía la siesta, como deshilachando una bufanda invisible.
Mi abuelo se fue el otro día.
Así me lo dijo mi padre en un sms: el yayo se ha ido hace cinco minutos.
Supongo que tendrá que hacer una caseta de perro en alguna parte, o arreglar algún cristal roto de un balonazo, o hacer un llavero, o quizá alguien le dijo que le apetecían unas “migas”.
Quizá está haciendo bajar la marea.
No lo sé. Ya vendrá.
Y cuando vuelva nos sentaremos a escuchar la radio en el patio y echaremos el toldo y jugaremos unas partidas al dominó y luego se acordará de alguna fecha y luego le cambiaremos la comida a los canarios y se irá haciendo de noche pero dará igual porque luego tocará canciones al laúd y dirá “no me acuerdo bien, es que hace muchos años” y vendrá mi abuela a escucharlo y luego mi tía y luego mis primos y luego mis padres y luego todos y, cuando estemos todos, sólo entonces, dirá “voy a hacer unas rosas”.
Yayo, si algún día tengo un nieto que me quiere la mitad de lo que le he querido yo a usted, me daré por satisfecho.
Entonces alguien dijo: sólo el yayo sabe.
Un abuelo es el ser más extraordinario y paranormal con el que nos podemos encontrar de niños. Una persona que siempre ha sido vieja.
Luego te enseñarán fotografías de tu abuelo cuando era joven. Pero no te las creerás. No querrás creértelas.
No recuerdo el primer día que vi a mi abuelo. Supongo que porque no hubo un primer día. Mi abuelo ha estado siempre ahí. Y, por supuesto, antes de mis padres. De hecho, sin él, mis padres no serían. Yo no sería.
Es algo irracional, difícil comprender de dónde ha salido esa persona.
Un abuelo es una leyenda viviente, un superhéroe, alguien superior a cualquier persona que se le acerque a saludarlo, incluso superior al abuelo de tu mejor amigo.
Es el que todo lo sabe porque ya lo ha vivido. Es el que puede decirte cuál es el camino correcto antes de que tú se lo preguntes.
Un abuelo es un mito.
A mi abuelo todo el mundo le hablaba de usted. Y todo el mundo significa todo el mundo. No era algo escrito, ninguna norma establecida. Igual que se sabía que el sol calentaba, todo el mundo sabía que a mi abuelo había que tratarlo de usted. Porque a los mitos se les trata de usted.
Mi abuelo sabía hacerlo todo. Y aquello que no sabía hacer era porque no le hacía falta. Lo que demuestra una inteligencia superior.
Hace falta una caseta para el perro, me gustaría una canasta para jugar en el patio de la yaya, hay un enchufe que no va, necesito un llavero para todas estas llaves, se ha roto un cristal, esta tubería está atascada, aquí se podrían plantar tomates, este domingo me apetecen unas “migas”.
¿Qué más hace falta? Nada más. Pues vamos a hacer unas “rosas”.
Mi abuelo llamaba “rosas” a las palomitas de maíz. Supongo que la primera vez que dijo “voy a hacer unas rosas” lo miré como quien mira a un nuevo Dios. Alguien capaz de crear una flor no puede ser una persona normal. Luego venía riéndose con un plato enorme en el que rebosaban palomitas de maíz y decía “venga, que hay que acabárselas”. Y mirábamos alguna película o lo que hicieran en la tele. Qué más daba.
Cuando era pequeño, una de las cosas que más me fascinó de mi abuelo fue lo valiente que era con los perros. En casa, en el huerto, siempre han habido dos o tres. Algunos han sido perros enormes. Y más para un niño pequeño. Entonces, cuando iba a darles de comer yo lo observaba de lejos, esperando un ataque feroz de aquellas bestias. Pero no. Él se acercaba, les ponía la comida en sus cuencos y luego les acariciaba la cabeza mientras comían. Creo que los perros, a su manera, también lo trataron de usted.
Mi abuelo siempre se sentaba presidiendo la mesa en las comidas familiares. No era algo que hubiese impuesto él. Simplemente todos nos íbamos sentando en nuestro sitio, todos debemos saber cuál es el nuestro. Y ése era el de mi abuelo.
Mi abuelo sabía tocar la guitarra. Cuando era joven tocaba el laúd en las fiestas del pueblo. Aprendió de oído. Un día los nietos le regalamos uno y él lloró de alegría y yo más. No era su cumpleaños, ni su santo, ni nada. Fue un regalo a él, por ser. Y eso fue lo mejor.
Mi abuelo condujo hasta los ochenta años, quizá un poco más. Iba a comprar, te acompañaba a la estación, te llevaba a cualquier sitio y luego subía las escaleras de casa de dos en dos.
Mi abuelo siempre bebía vino en porrón. Decía que el vino en las comidas es lo mejor que hay. Nunca recuerdo verle bebiendo agua. Sí alguna horchata, en verano, en el patio de casa, mientras jugábamos al dominó.
Mi abuelo se podía acordar de cualquier día de su vida. Era la mejor clase de historia. Del día que conoció a tal, de lo que le pasó otro día en el tranvía, de lo que le dijo aquel hombre del pueblo.
Mi abuelo dijo una vez: “una mano lava a la otra, las dos lavan la cara”.
Mi abuelo a veces movía las manos mientras dormía la siesta, como deshilachando una bufanda invisible.
Mi abuelo se fue el otro día.
Así me lo dijo mi padre en un sms: el yayo se ha ido hace cinco minutos.
Supongo que tendrá que hacer una caseta de perro en alguna parte, o arreglar algún cristal roto de un balonazo, o hacer un llavero, o quizá alguien le dijo que le apetecían unas “migas”.
Quizá está haciendo bajar la marea.
No lo sé. Ya vendrá.
Y cuando vuelva nos sentaremos a escuchar la radio en el patio y echaremos el toldo y jugaremos unas partidas al dominó y luego se acordará de alguna fecha y luego le cambiaremos la comida a los canarios y se irá haciendo de noche pero dará igual porque luego tocará canciones al laúd y dirá “no me acuerdo bien, es que hace muchos años” y vendrá mi abuela a escucharlo y luego mi tía y luego mis primos y luego mis padres y luego todos y, cuando estemos todos, sólo entonces, dirá “voy a hacer unas rosas”.
Yayo, si algún día tengo un nieto que me quiere la mitad de lo que le he querido yo a usted, me daré por satisfecho.
rabbit
Uno de los vídeos más bizarros que he visto en mucho tiempo.
Una siniestra forma de aprender inglés.
Más información y vídeos del autor en runwrake.com
radiohead-ceremony (new order)
Por petición pop de la escapista Houdini.
sábado, noviembre 17, 2007
predicador frustrado
Varias cosas quiero decir. Cosas varias quiero decir. Quiero decir cosas varias. Decir cosas varias quiero.
Una. A partir de ahora no usaré la segunda persona de plural para dirigirme a vosotros, lectores, sino la segunda del singular. Es decir que no os hablaré a vosotros como estaba haciendo hasta ahora, en plan predicador frustrado. Te hablaré a ti. Será mejor para todos, para vosotros, para mi y para ti.
Dos. Este libro, por si no sabes qué regalarme.
Tres. Felicita a la abuela blogger si la ves por la calle, y ayúdale con las bolsas.
Cuatro. El año musical acaba cuando sale tu disco favorito. Aquí van mis diez mejores del año. Mañana serán otros, pero eso ahora no importa.
Cinco. ¿Por qué Jorge Garbajosa tiene una columna en El País? No me importa lo que le pase en la NBA. Menos lloriqueos.
Seis. Cuestión de sexo (martes noche en Cuatroº) es una serie respetable, y nacional.
Siete. Mara Torres (la 2 noticias, 0:00) es mi presentadora favorita de todos los tiempos. Ya lo sabes.
Ocho. Lee el blog de Rafael Reig. Te gustará.
Si no te gusta, no lo leas.
Nueve. Hasta el trece de enero tienes de tiempo para ir a ver Bodies.
Diez. Un día soñé que subía la marea y yo estaba con mi hermana y mis primos y teníamos cara de estúpidos, como ahora, la cara que se te suele poner cuando ves subir la marea y empieza a anegarlo todo.
viernes, noviembre 16, 2007
miércoles, noviembre 14, 2007
en su boca, sal
Aquí os dejo con el tercer ejercicio. No sé explicaros lo que nos pidieron. Creo que la he cagado. Ahí va.
El mar borró tu nombre.
Sólo Marcus Green sabe por qué se lanzó al mar. Pero ese acto, esa fracción de segundo, le convirtió en la persona que ahora es.
Cuando embarcó en el crucero, Marcus estaba viviendo la etapa más brillante de su vida, en todos los sentidos.
Fue en junio. El barco zarpaba mientras él veía alejarse el puerto, la ciudad, las montañas, todo lo sólido. Por la noche, solo, en la cubierta, gritó de alegría.
Cada mañana, Marcus se recostaba en la baranda de estribor y contemplaba el mar. Concentrada la vista, las olas desaparecían, y con ellas el barco y todo lo que le rodeaba, quedándose solo en la inmensidad.
Una noche, después de cenar, cuando todo el mundo se distraía bailando al son de la orquesta, Marcus cogió un chaleco salvavidas y se lanzó al mar oscuro. Nadie vio nada. Ahora flotaba en un océano. El barco se alejaba y con él su música y sus luces y todo lo sólido. Al principio estaba feliz. Pasados unos minutos le invadió el terror. ¿Por qué he hecho esto? Las olas lo balanceaban a su antojo. El mar, aun en calma, se movía mucho más de lo que había imaginado desde cubierta. Fue este balanceo lo que le durmió.
Le despertaron los primeros rayos de sol. Miró a su alrededor. Todo era azul. Quizá demasiado. En su boca, sal. Y en su nariz y en sus manos y en su todo. Algo rozó su pie izquierdo, luego el derecho y luego de nuevo el izquierdo. Se incorporó y miró, pero no vio nada. Algunas gaviotas sobrevolando su cabeza. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó un caramelo, perdido y mojado, como todo ahora. Cerró los ojos, saboreándolo. Luego pensó en su vida, en qué día sería. Y más tarde la noche, implacable, oscura y helada.
Algo golpeó su cabeza. Se volvió asustado y alargó los brazos para protegerse. Sin luna, la oscuridad no le dejaba ver ni sus manos. Tanteó la estructura de madera. Parecía una barca, era una barca. Gritó ¿hay alguien ahí? pero no hubo respuesta. Golpeó con los nudillos la madera mojada. Nada. Ya dentro de la barca se despojó del chaleco. Se acurrucó y lloró y se durmió.
Cuando la mañana lo despertó, sus ropas se habían secado. Dentro de la barca no había nada, sólo maderas viejas. Quizá pasó allí cinco días. Al sexto, un barco pesquero hizo sonar su bocina.
Un joven le ayudó a subir a cubierta. Le dieron de comer y lo abrigaron. Con gestos, le preguntaron qué le había pasado, cómo había llegado hasta ahí, de dónde era, cuánto tiempo llevaba a la deriva. Se inventó las respuestas.
Ya en tierra firme, los pescadores se despidieron del extraño náufrago. Comprobó que no estaba en su ciudad, ni siquiera en su país. Quizá no estaba ni en su mundo. ¿Cuál era su mundo, ahora?
Leyó letreros sin entenderlos, escuchó voces extrañas, vagando por las calles de esa ciudad pesquera. Por la noche se metió en una cafetería. Pidió un vaso de leche señalando la botella que la camarera tenía a su espalda. Luego se sentó y miró la televisión que colgaba en la esquina. Vio imágenes sin mirarlas, oyó las voces sin escucharlas. Su cuerpo continuaba balanceándose, sentado en la silla.
Más tarde se quedó dormido, la cabeza entre sus brazos, encima de la mesa.
Y soñó.
El mar borró tu nombre.
Sólo Marcus Green sabe por qué se lanzó al mar. Pero ese acto, esa fracción de segundo, le convirtió en la persona que ahora es.
Cuando embarcó en el crucero, Marcus estaba viviendo la etapa más brillante de su vida, en todos los sentidos.
Fue en junio. El barco zarpaba mientras él veía alejarse el puerto, la ciudad, las montañas, todo lo sólido. Por la noche, solo, en la cubierta, gritó de alegría.
Cada mañana, Marcus se recostaba en la baranda de estribor y contemplaba el mar. Concentrada la vista, las olas desaparecían, y con ellas el barco y todo lo que le rodeaba, quedándose solo en la inmensidad.
Una noche, después de cenar, cuando todo el mundo se distraía bailando al son de la orquesta, Marcus cogió un chaleco salvavidas y se lanzó al mar oscuro. Nadie vio nada. Ahora flotaba en un océano. El barco se alejaba y con él su música y sus luces y todo lo sólido. Al principio estaba feliz. Pasados unos minutos le invadió el terror. ¿Por qué he hecho esto? Las olas lo balanceaban a su antojo. El mar, aun en calma, se movía mucho más de lo que había imaginado desde cubierta. Fue este balanceo lo que le durmió.
Le despertaron los primeros rayos de sol. Miró a su alrededor. Todo era azul. Quizá demasiado. En su boca, sal. Y en su nariz y en sus manos y en su todo. Algo rozó su pie izquierdo, luego el derecho y luego de nuevo el izquierdo. Se incorporó y miró, pero no vio nada. Algunas gaviotas sobrevolando su cabeza. Introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó un caramelo, perdido y mojado, como todo ahora. Cerró los ojos, saboreándolo. Luego pensó en su vida, en qué día sería. Y más tarde la noche, implacable, oscura y helada.
Algo golpeó su cabeza. Se volvió asustado y alargó los brazos para protegerse. Sin luna, la oscuridad no le dejaba ver ni sus manos. Tanteó la estructura de madera. Parecía una barca, era una barca. Gritó ¿hay alguien ahí? pero no hubo respuesta. Golpeó con los nudillos la madera mojada. Nada. Ya dentro de la barca se despojó del chaleco. Se acurrucó y lloró y se durmió.
Cuando la mañana lo despertó, sus ropas se habían secado. Dentro de la barca no había nada, sólo maderas viejas. Quizá pasó allí cinco días. Al sexto, un barco pesquero hizo sonar su bocina.
Un joven le ayudó a subir a cubierta. Le dieron de comer y lo abrigaron. Con gestos, le preguntaron qué le había pasado, cómo había llegado hasta ahí, de dónde era, cuánto tiempo llevaba a la deriva. Se inventó las respuestas.
Ya en tierra firme, los pescadores se despidieron del extraño náufrago. Comprobó que no estaba en su ciudad, ni siquiera en su país. Quizá no estaba ni en su mundo. ¿Cuál era su mundo, ahora?
Leyó letreros sin entenderlos, escuchó voces extrañas, vagando por las calles de esa ciudad pesquera. Por la noche se metió en una cafetería. Pidió un vaso de leche señalando la botella que la camarera tenía a su espalda. Luego se sentó y miró la televisión que colgaba en la esquina. Vio imágenes sin mirarlas, oyó las voces sin escucharlas. Su cuerpo continuaba balanceándose, sentado en la silla.
Más tarde se quedó dormido, la cabeza entre sus brazos, encima de la mesa.
Y soñó.
martes, noviembre 13, 2007
LaMuerte y UnAmigo
Con la segunda seta viajé a otro lugar. En él me encontré a LaMuerte y a UnAmigo.
Por la tarde T. y yo salimos a pasear. Resultó que también existían. Estaban observando una partida de ajedrez gigante.
Hablaban sin mirarse, atentos a la jugada.
Les hice esta foto.
Y esto fue lo que dijeron.
LaMuerte: No está jugando bien.
UnAmigo: No sabe.
LaMuerte: Sí que sabe. Lo sé. Pero ahora no está jugando bien. No se está esforzando.
UnAmigo: Estará cansado.
LaMuerte: Pues entonces que no juegue. No hay que jugar si no se quiere ganar.
UnAmigo: Bueno, yo no le daría tanta importancia, sólo es un juego.
LaMuerte: Yo sí que le doy importancia.
UnAmigo: Pero, ¿a ti qué más te da?
LaMuerte: No me hables así.
UnAmigo: Perdona, quería decir que por qué te preocupas tanto.
LaMuerte: No estoy preocupado.
UnAmigo: Pues lo pareces.
LaMuerte: Yo soy así.
UnAmigo: ¿Dónde vas luego?
LaMuerte: No lo sé. Aquí y allá. No lo tengo pensado. No pienso en esas cosas.
UnAmigo: Yo iré al bar de Rose, lo digo por si te quieres venir.
LaMuerte: El bar de Rose ya no está.
UnAmigo: ¿Qué quieres decir?
LaMuerte: Lo que has oído, que el bar de Rose ya no está, no hay bar de Rose.
UnAmigo: Pero eso no puede ser, ayer estuve allí.
LaMuerte: Ayer fue ayer. Hoy es hoy.
UnAmigo: ¿Es lo único que se te ocurre decir?
LaMuerte: No me hables así, te lo repito.
UnAmigo: Quiero decir que si no sabes nada más sobre el bar de Rose.
LaMuerte: Que no está. Creo que es suficiente.
UnAmigo: De acuerdo, me voy al bar de Rose.
LaMuerte: No está.
UnAmigo: Bueno, me lo inventaré.
LaMuerte: Eso es una estupidez.
UnAmigo: Tienes razón.
LaMuerte: ¿Eres un estúpido?
LaMuerte: Entonces no digas estupideces.
UnAmigo: ¡Eh! ¿Por qué has hablado dos veces seguidas?
LaMuerte: Porque soy LaMuerte y puedo hacer lo que quiera.
UnAmigo: Está bien.
LaMuerte: Ya está. Jaque mate.
UnAmigo: Es cierto.
LaMuerte: Me voy.
UnAmigo: Yo me quedaré un rato más.
Por la tarde T. y yo salimos a pasear. Resultó que también existían. Estaban observando una partida de ajedrez gigante.
Hablaban sin mirarse, atentos a la jugada.
Les hice esta foto.
Y esto fue lo que dijeron.
LaMuerte: No está jugando bien.
UnAmigo: No sabe.
LaMuerte: Sí que sabe. Lo sé. Pero ahora no está jugando bien. No se está esforzando.
UnAmigo: Estará cansado.
LaMuerte: Pues entonces que no juegue. No hay que jugar si no se quiere ganar.
UnAmigo: Bueno, yo no le daría tanta importancia, sólo es un juego.
LaMuerte: Yo sí que le doy importancia.
UnAmigo: Pero, ¿a ti qué más te da?
LaMuerte: No me hables así.
UnAmigo: Perdona, quería decir que por qué te preocupas tanto.
LaMuerte: No estoy preocupado.
UnAmigo: Pues lo pareces.
LaMuerte: Yo soy así.
UnAmigo: ¿Dónde vas luego?
LaMuerte: No lo sé. Aquí y allá. No lo tengo pensado. No pienso en esas cosas.
UnAmigo: Yo iré al bar de Rose, lo digo por si te quieres venir.
LaMuerte: El bar de Rose ya no está.
UnAmigo: ¿Qué quieres decir?
LaMuerte: Lo que has oído, que el bar de Rose ya no está, no hay bar de Rose.
UnAmigo: Pero eso no puede ser, ayer estuve allí.
LaMuerte: Ayer fue ayer. Hoy es hoy.
UnAmigo: ¿Es lo único que se te ocurre decir?
LaMuerte: No me hables así, te lo repito.
UnAmigo: Quiero decir que si no sabes nada más sobre el bar de Rose.
LaMuerte: Que no está. Creo que es suficiente.
UnAmigo: De acuerdo, me voy al bar de Rose.
LaMuerte: No está.
UnAmigo: Bueno, me lo inventaré.
LaMuerte: Eso es una estupidez.
UnAmigo: Tienes razón.
LaMuerte: ¿Eres un estúpido?
LaMuerte: Entonces no digas estupideces.
UnAmigo: ¡Eh! ¿Por qué has hablado dos veces seguidas?
LaMuerte: Porque soy LaMuerte y puedo hacer lo que quiera.
UnAmigo: Está bien.
LaMuerte: Ya está. Jaque mate.
UnAmigo: Es cierto.
LaMuerte: Me voy.
UnAmigo: Yo me quedaré un rato más.
peligro constante
Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de oscuridad completa. Peligro constante. No es seguro volver con vida.
Es decir, vivir un invierno en Barcelona.
La expo mola.
Vamos.
Es decir, vivir un invierno en Barcelona.
La expo mola.
Vamos.
lunes, noviembre 12, 2007
chutando latas
El otro día paseaba por la plaza de la catedral de Barcelona.
Había un hombre vestido de payaso haciendo pompas de jabón rodeado de niños y mayores.
Los niños peleaban por destrozarlas antes de que se elevasen demasiado. Los mayores observaban las que se alejaban, pintándose de negro noche, hasta desaparecer.
Leo que ha empezado una nueva huelga en EE.UU.: la de tramoyistas. (Se llama tramoyista a la persona que se encarga de cambiar decorados, de los efectos especiales, telón, etc, de un teatro o de un plató de televisión. Digo esto porque yo no sabía exactamente lo que significaba. Perdonadme).
Huelga que se une a la comenzada hace unas semanas por los guionistas.
Hasta ahora, en un mundo dominado por la maquinaria, lo de huelga de trabajadores sonaba a chiste de Forges.
Pero esta vez no. Esta vez el chiste lo dibuja El Roto, o Quino, o Krahn.
Las huelgas de guionistas y tramoyistas en EE.UU. a mí me sirven para eso: el hombre tiene límites, pero las máquinas también.
Los guionistas no escriben una palabra y Jay Leno se queda sin chistes en su late show. Los tramoyistas dicen hasta aquí hemos llegado y El Rey León y El fantasma de la ópera ahora están en Central Park, chutando latas de refresco vacías, con las manos en la espalda, mirando dentro de las papeleras y del cambio de las cabinas de teléfono. Puedes ver a El Rey León paseando a siete perros por la Quinta Avenida mientras que El fantasma de la ópera se esmera en dorar bien tu perrito caliente.
¿Llegará un día en el que un ordenador escriba el guión de una serie, de un programa, de una película? Oscar al mejor guión original escrito por un Mac. Recoge el premio...Steve Jobs
Quizá no es tan descabellado, ahora que lo escribo.
Da igual, quiero pensar que no será posible, estoy en mi derecho.
Quiero pensar que, pasen los siglos que pasen, siempre habrá una persona vestida de payaso haciendo pompas de jabón, siempre habrá niños destrozándolas, siempre habrá padres que sonrían mientras las ven elevarse hasta desaparecer, quizá imaginándose la vida dentro de una de ellas.
Ese tipo de cosas es en lo que quiero pensar ahora.
domingo, noviembre 11, 2007
Al y Nicolai
Hace unos años fui a visitar a mi amigo T. a Holanda, donde estaba de Erasmus. Visitamos Amsterdamm durante tres días.
Compramos setas.
En uno de mis viajes aparecieron estos dos personajes, que luego resultaron ser dos hombres a los que me encontré por la calle y fotografié en un momento de conversación.
Nicolai Burbenko, el que escucha, y Albertus Green, el que habla.
Y esto fue lo que hablaron:
Albertus: Esta mañana salí a desayunar, como cada mañana, al bar de Rose. Pero ya no estaba allí. No es que estuviera cerrado, es que no estaba, no había nada.
Nicolai: Eso no puede ser, Al, las cosas no desaparecen de un día para otro.
Albertus: Te lo juro, Nicolai, allí no había bar de Rose, no había nada de nada.
Nicolai: Pero estarían las ruinas, los escombros, algo.
Albertus: No. No había nada.
Nicolai: No puede no haber nada en un sitio. Sobre todo si ayer sí que estaba. Siempre queda algo, alguna señal que nos dice que en ese lugar ha existido algo. ¿No había ni una miserable servilleta?
Albertus: Por Dios, Nicolai, te estoy diciendo que no había nada. Lo único que quería era tomarme un café y una galleta, de esas que prepara, que preparaba Rose, sólo eso, quería disfrutar del café y la galleta, es el único momento del día que tengo para disfrutar, y me encuentro con esto.
Nicolai: Bueno, Al, no te preocupes, tiene que haber una explicación. Las cosas no pasan porque sí. Un bar no puede desaparecer de un día para otro sin dejar ni rastro. Ni un bar ni nada puede hacer eso.
Albertus: Bueno, si tú lo dices.
Nicolai: No es que lo diga yo, Al, es que hay cosas que no pueden ser.
Albertus: Supongo que tienes razón.
Nicolai: Así que ahora ven que te invite a un tazón de chocolate caliente, te sentará bien.
Albertus: Gracias, Nicolai, pero creo que no me apetece, estoy demasiado triste.
Nicolai: No tienes por qué preocuparte, Al, ya te he dicho que todo tiene una explicación, y lo del bar también. Ya verás como mañana mismo sale en los periódicos.
Albertus: Pero si tú lo hubieras visto, Nicolai, si tú te hubieses encontrado delante de esa nada, sabrías de lo que hablo.
Nicolai: Vamos, empieza a hacer frío.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Sí que te creo, Al, pero ahora empieza a hacer mucho frío, debemos resguardarnos. Vamos.
Albertus: ¿Por qué no me acompañas al bar de Rose? Así te lo creerás.
Nicolai: Venga, Al, ya iremos mañana, con más tranquilidad.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Al, ya te he dicho que sí. Ahora vamos a por el tazón, empieza a oscurecer.
Albertus: De acuerdo, Nicolai, vamos a por el tazón.
Compramos setas.
En uno de mis viajes aparecieron estos dos personajes, que luego resultaron ser dos hombres a los que me encontré por la calle y fotografié en un momento de conversación.
Nicolai Burbenko, el que escucha, y Albertus Green, el que habla.
Y esto fue lo que hablaron:
Albertus: Esta mañana salí a desayunar, como cada mañana, al bar de Rose. Pero ya no estaba allí. No es que estuviera cerrado, es que no estaba, no había nada.
Nicolai: Eso no puede ser, Al, las cosas no desaparecen de un día para otro.
Albertus: Te lo juro, Nicolai, allí no había bar de Rose, no había nada de nada.
Nicolai: Pero estarían las ruinas, los escombros, algo.
Albertus: No. No había nada.
Nicolai: No puede no haber nada en un sitio. Sobre todo si ayer sí que estaba. Siempre queda algo, alguna señal que nos dice que en ese lugar ha existido algo. ¿No había ni una miserable servilleta?
Albertus: Por Dios, Nicolai, te estoy diciendo que no había nada. Lo único que quería era tomarme un café y una galleta, de esas que prepara, que preparaba Rose, sólo eso, quería disfrutar del café y la galleta, es el único momento del día que tengo para disfrutar, y me encuentro con esto.
Nicolai: Bueno, Al, no te preocupes, tiene que haber una explicación. Las cosas no pasan porque sí. Un bar no puede desaparecer de un día para otro sin dejar ni rastro. Ni un bar ni nada puede hacer eso.
Albertus: Bueno, si tú lo dices.
Nicolai: No es que lo diga yo, Al, es que hay cosas que no pueden ser.
Albertus: Supongo que tienes razón.
Nicolai: Así que ahora ven que te invite a un tazón de chocolate caliente, te sentará bien.
Albertus: Gracias, Nicolai, pero creo que no me apetece, estoy demasiado triste.
Nicolai: No tienes por qué preocuparte, Al, ya te he dicho que todo tiene una explicación, y lo del bar también. Ya verás como mañana mismo sale en los periódicos.
Albertus: Pero si tú lo hubieras visto, Nicolai, si tú te hubieses encontrado delante de esa nada, sabrías de lo que hablo.
Nicolai: Vamos, empieza a hacer frío.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Sí que te creo, Al, pero ahora empieza a hacer mucho frío, debemos resguardarnos. Vamos.
Albertus: ¿Por qué no me acompañas al bar de Rose? Así te lo creerás.
Nicolai: Venga, Al, ya iremos mañana, con más tranquilidad.
Albertus: No me crees, ¿verdad, Nicolai?
Nicolai: Al, ya te he dicho que sí. Ahora vamos a por el tazón, empieza a oscurecer.
Albertus: De acuerdo, Nicolai, vamos a por el tazón.
miércoles, noviembre 07, 2007
exceso
El exceso de tiempo libre puede ser tan peligroso.
Mi hermana pequeña me envía un mail con este link.
Qué miedo, ¿eh o no?
martes, noviembre 06, 2007
elefantes blancos
Aquí os dejo el segundo ejercicio del curso, que sé que estabais ansiosos.
Se trataba de contar una historia, o parte de ella, con dos narradores, como si contásemos algo que nos contaron (!). En fin, que es mucho más fácil de como lo he explicado. Ahí va. A la de una, a la de dos y a la de
Me lo contó así, con su vocecilla de pájaro, como si a mí me tuviese que importar, aunque luego me pareció curioso, la verdad. Me explicó todo aquello que pasó con ese chaval de su curso, sí, ese. Al final lo expulsaron, claro, aunque yo no lo hubiera expulsado, me parece una tontería. En realidad, de una u otra manera, todos estamos plagiando continuamente. Nadie hace ya nada original.
Me dijo que todo empezó un día de temperatura elevada, ya sabes cómo era él para esto del tiempo.
Estábamos en clase, me explicaba, y la profesora empezó a pasar lista y así cada uno iba leyendo su relato. Cuando llegó a Eloy, que siempre se sentaba en la última fila, todos nos volvimos para escuchar atentamente el relato maravilloso que nos esperaba. Así había sido hasta ahora. Pero no sé por qué, yo me quedé mirando a la profesora, esperando ver lágrimas de emoción ante la lectura de Eloy.
Así me lo contaba, te lo juro, ya lo conociste, me dijo eso de las “lágrimas de emoción” y estoy seguro de que esperaba ver llorar a su profesora y llorar con ella y fundirse en un abrazo con sus compañeros de curso y sollozar “qué bonito es todo” o alguna cosa por el estilo. Él era así, ya lo sabes. Bueno, pues eso, él se quedó mirando a la profesora pero la profe, en vez de ponerse a llorar de alegría, como él quería, empieza a fruncir el ceño de una manera desorbitada. Bueno, desorbitada, ya me entiendes, que empieza a fruncir el ceño y abre un libro de los muchos que se apilaban en su mesa.
Y entonces la profesora, me contaba, comienza a leer lo mismo que está leyendo Eloy. Todos se volvieron rápidamente, molestos, no porque estuviera leyendo lo mismo que Eloy, sino porque estaba interrumpiendo la lectura del alumno. Al principio nadie se dio cuenta de que la profesora estaba leyendo lo mismo pero, pasados unos segundos, todos se pusieron una mano en la boca y no sabían a dónde mirar, si a la profesora o al alumno. Las miradas iban y venían como en un partido de tenis, del fondo del aula hasta la mesa de la profesora, y luego empezamos a mirarnos entre nosotros, extrañados, engañados, diría yo
Así me dijo, la profe le pilló de lleno. Se ve que este chaval había copiado un cuento entero de Hemingway, Colinas como elefantes blancos, me acuerdo que era ése. Creo que el ejercicio consistía en practicar un diálogo o algo así. En serio, el chaval lo copió exactamente igual. No hay que ser muy listo, la verdad. No sólo porque no te sirva de nada, sino porque estás hablando de Hemingway y tú estás en un curso de escritura. Pero espera, se ve que el tal Eloy se había estado copiando todos los textos que había escrito durante el curso, en serio, me lo explicó luego.
En la siguiente clase, me dijo, la profesora apareció con un montón de folios y otro de libros. Apenas podía cargarlos. Los dejó sobre la mesa y, sin decir nada, ni buenas tardes ni nada, empezó a leer los textos de Eloy y luego, abriendo los libros que había depositado sobre la mesa, así me lo dijo, leía el mismo texto. Se había copiado textos de Salinger, de Carver, de Coover y de Barthelme, entre otros. No nos lo podíamos creer. Y él estaba tan tranquilo, ahí, en la última fila, ni reía, ni lloraba, ni decía nada, como si no fuese con él.
Eso fue lo que me contó. Yo le dije que la culpable de todo este rollo era la profesora y tendrían que haberla expulsado a ella por no conocer esos textos y no a Eloy.
Él me dijo “sí, quizá tienes razón”.
Pero lo dijo de una forma que no me lo creí.
Se trataba de contar una historia, o parte de ella, con dos narradores, como si contásemos algo que nos contaron (!). En fin, que es mucho más fácil de como lo he explicado. Ahí va. A la de una, a la de dos y a la de
Me lo contó así, con su vocecilla de pájaro, como si a mí me tuviese que importar, aunque luego me pareció curioso, la verdad. Me explicó todo aquello que pasó con ese chaval de su curso, sí, ese. Al final lo expulsaron, claro, aunque yo no lo hubiera expulsado, me parece una tontería. En realidad, de una u otra manera, todos estamos plagiando continuamente. Nadie hace ya nada original.
Me dijo que todo empezó un día de temperatura elevada, ya sabes cómo era él para esto del tiempo.
Estábamos en clase, me explicaba, y la profesora empezó a pasar lista y así cada uno iba leyendo su relato. Cuando llegó a Eloy, que siempre se sentaba en la última fila, todos nos volvimos para escuchar atentamente el relato maravilloso que nos esperaba. Así había sido hasta ahora. Pero no sé por qué, yo me quedé mirando a la profesora, esperando ver lágrimas de emoción ante la lectura de Eloy.
Así me lo contaba, te lo juro, ya lo conociste, me dijo eso de las “lágrimas de emoción” y estoy seguro de que esperaba ver llorar a su profesora y llorar con ella y fundirse en un abrazo con sus compañeros de curso y sollozar “qué bonito es todo” o alguna cosa por el estilo. Él era así, ya lo sabes. Bueno, pues eso, él se quedó mirando a la profesora pero la profe, en vez de ponerse a llorar de alegría, como él quería, empieza a fruncir el ceño de una manera desorbitada. Bueno, desorbitada, ya me entiendes, que empieza a fruncir el ceño y abre un libro de los muchos que se apilaban en su mesa.
Y entonces la profesora, me contaba, comienza a leer lo mismo que está leyendo Eloy. Todos se volvieron rápidamente, molestos, no porque estuviera leyendo lo mismo que Eloy, sino porque estaba interrumpiendo la lectura del alumno. Al principio nadie se dio cuenta de que la profesora estaba leyendo lo mismo pero, pasados unos segundos, todos se pusieron una mano en la boca y no sabían a dónde mirar, si a la profesora o al alumno. Las miradas iban y venían como en un partido de tenis, del fondo del aula hasta la mesa de la profesora, y luego empezamos a mirarnos entre nosotros, extrañados, engañados, diría yo
Así me dijo, la profe le pilló de lleno. Se ve que este chaval había copiado un cuento entero de Hemingway, Colinas como elefantes blancos, me acuerdo que era ése. Creo que el ejercicio consistía en practicar un diálogo o algo así. En serio, el chaval lo copió exactamente igual. No hay que ser muy listo, la verdad. No sólo porque no te sirva de nada, sino porque estás hablando de Hemingway y tú estás en un curso de escritura. Pero espera, se ve que el tal Eloy se había estado copiando todos los textos que había escrito durante el curso, en serio, me lo explicó luego.
En la siguiente clase, me dijo, la profesora apareció con un montón de folios y otro de libros. Apenas podía cargarlos. Los dejó sobre la mesa y, sin decir nada, ni buenas tardes ni nada, empezó a leer los textos de Eloy y luego, abriendo los libros que había depositado sobre la mesa, así me lo dijo, leía el mismo texto. Se había copiado textos de Salinger, de Carver, de Coover y de Barthelme, entre otros. No nos lo podíamos creer. Y él estaba tan tranquilo, ahí, en la última fila, ni reía, ni lloraba, ni decía nada, como si no fuese con él.
Eso fue lo que me contó. Yo le dije que la culpable de todo este rollo era la profesora y tendrían que haberla expulsado a ella por no conocer esos textos y no a Eloy.
Él me dijo “sí, quizá tienes razón”.
Pero lo dijo de una forma que no me lo creí.
lunes, noviembre 05, 2007
casi seguro
No sé si habéis visto una película llamada 9 songs. No se tradujo. Es una peli de 2004, dirigida por Michael Winterbottom. Aunque eso no tiene la más mínima importancia.
La peli se hizo famosa por sus escenas de sexo explícitas.
Todos los que la hemos visto ha sido por ese motivo.
Luego, a otra mucha gente le gustó la banda sonora, formada por grupos alternativos sin mucho o ningún interés.
Pero entre polvo y concierto aparecen unas imágenes del Ártico, donde el protagonista se va a analizar hielo y a pensar en su relación con la chica así, en plan poeta, cosa que chirría un poco después de haber visto una mamada hace diez segundos. Pero bueno, es un buen experimento visual, sí.
Trabajo en un centro comercial que podría estar en cualquier sitio. De hecho, si no existiese este centro comercial, seguiría estando en cualquier sitio.
En mi centro comercial puedes encontrar de todo. Menos cordura.
Te puedes vestir, comer, ver una peli, comprar el diario, comerte un helado, comprarte un video-juego, un disco, una peli, comprar comida, bebida, folios, impresoras, ordenadores, teléfonos móviles, grapas, clips, bolsas de basura, y todo lo que necesites aunque no lo necesites.
En mi centro comercial también hay una tienda de animales a los que les ponen una música suave en la que se oye un piano. Es para que los animales se relajen. A la misma vez, los niños golpean los cristales de sus jaulas, unos cristales en los que cuelga un cartel en el que se puede leer "No golpear el cristal".
Pero esos niños no saben leer porque son demasiado pequeños. Sus padres sí, pero hay que desconfiar de un padre que lleva a su hijo a que vea animales en venta.
Los sábados, en mi centro comercial hay tanta gente que a veces comprendo a los asesinos en masa. Aunque sea por una ráfaga de segundo, los comprendo.
Y muchas veces, en esos momentos de sábado, me quiero ir a otra parte, me quiero ir a analizar hielo.
Entonces pienso en el Ártico.
Pienso en cómo sería estar rodeado de nadie.
Y hoy en día, el único motivo por el que me gusta 9 songs es por esas imágenes del Ártico.
Lo digo en serio.
Miradla si podéis.
Sus escenas de sexo no me excitan, aunque reconozco que me gusta cómo están filmadas.
Los actores no me caen excesivamente bien. Sobre todo él, porque tiene un pene más grande que el mío. Y que el tuyo también, casi seguro.
Pero las escenas del Ártico de esa película, de verdad, son lo mejor de ella.
De forma inevitable, cada sábado que trabaje en mi centro comercial me vendrá a la mente la peli 9 songs y su hielo.
Y, en serio, no pensaré en sus escenas de sexo.
para mi abuelo
Hay hombres que luchan un dia y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay los que luchan toda la vida.
Esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht
domingo, noviembre 04, 2007
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