Aquí te dejo los deberes para el jueves. El tema era la máscara, qué es lo real y qué no lo es. Aproveché una idea que quizá ya leíste hace un tiempo, la de la confusión de nombres hasta que el personaje adopta el nuevo, su falso nombre. Una gilipollez, vamos. He variado un poco la historia.
Aquí está.
Marta y Sergio
Conocí a mi mujer en un autobús. Estaba sentada al fondo. Se parecía a una antigua compañera de clase que se llamaba Marta. Ella me miraba desde su asiento y medio sonreía. Fui hacia ella y me senté a su lado. El autobús iba medio vacío. Al principio no nos dijimos nada. Pasados unos minutos, me atreví a preguntarle si se llamaba Marta, si era la Marta que fue conmigo al colegio. Ella me dijo que no, que se llamaba Laura, y luego me preguntó si yo me llamaba Sergio porque me parecía, también, a un antiguo compañero de clase. Le contesté que no, que mi nombre era David, y nos reímos con nuestras confusiones. Pasamos el resto del viaje sin hablarnos, haciendo ver que mirábamos algo por la ventana. Faltaban sólo dos paradas para que me bajase y decidí hacer la locura de preguntarle si nos podíamos ver otro día. Ella me dijo que sí, que no le importaba, y quedamos en el centro la semana siguiente. Al despedirme, antes de bajar del autobús, le dije Hasta pronto, Marta, y ella me contestó Nos vemos, Sergio. Al llegar a casa, lo primero que hice fue guardar su número de teléfono en mi móvil. Marta clase. La semana, hasta la cita, transcurrió lentísima. Al fin llegó el día. La tuve que esperar unos diez minutos pero no me importó. Fuimos a tomar un café y hablamos de nuestras vidas. Éramos muy diferentes, aunque quise creer que nos mentimos para no descubrir lo mucho en que nos parecíamos. Le pregunté si no le importaba que la llamase Marta y ella me dijo que no, que incluso le gustaba más que su nombre. Luego ella me preguntó si me podía llamar Sergio y yo le dije que encantado. Pasaron los días y nos fuimos viendo un día sí otro también. Una noche, quedamos para cenar en un restaurante, y luego me propuso ir a su casa para tomar la última copa. Una vez allí, me dijo que me fuera sirviendo algo, que ella tenía que ir al lavabo. Me paseé por el pequeño piso. Observé algunas fotos en las estanterías, una figura de un dios hindú y una tarjeta de cumpleaños en la que se podía leer ¡Felicidades Laura! Me pregunté quién podría ser esa Laura y por qué tenía Marta su tarjeta de cumpleaños ahí. Luego pasamos la noche bebiendo, charlando y haciendo el amor. Más adelante nos fuimos a vivir juntos y luego nos casamos y luego Marta se quedó embarazada. Un día me dijo que teníamos que ir pensando algún nombre para nuestro futuro bebé. Le propuse que si era niño lo llamásemos Sergio y si era niña, Marta. Me contestó que le parecía bien. El bebé nació. Fue niño y le llamamos Sergio. En una comida familiar, mi padre me preguntó que por qué ese nombre. Yo le contesté que el niño se llamaba como su padre. Recuerdo que mi padre me miró extrañado y, aunque me molestó un poco la pregunta, no le quise dar mucha importancia, siempre había sido bastante olvidadizo con los nombres. Más tarde, antes de irnos, mi madre me dio algunas cartas del banco que todavía seguían llegando a esa dirección. Me di cuenta de que los apellidos del destinatario eran iguales a los míos pero no así el nombre: David.
De todas formas, aunque esas cartas no eran para mí, le di las gracias a mi madre y me las llevé.
No quise preocuparla.
Estaba ya muy mayor.
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