Hace un tiempo leí una entrevista a Javier Bardem.
No recuerdo exactamente la pregunta, supongo que era la típica "cuándo te diste cuenta de que querías ser actor", o alguna otra idiotez por el estilo.
No sé si era esa, digo, la cuestión es que Bardem decía que cuando vio Toro salvaje por primera vez, pensó que De Niro era realmente un boxeador.
Luego descubrió que no, que se trataba de un actor, claro. Antes no había Google, recuerda.
La cuestión es que ayer vi, por fin, No es país para viejos. Y me acordé de esa entrevista a Bardem y pensé que él había conseguido lo mismo conmigo que lo que logró De Niro con él hace años.
Porque no era el actor que hizo de parapléjico, ni el que hizo de homosexual, ni el que le chupó las tetas a la Pe, no, no era ese actor.
Era Anton Chigurh, era el auténtico Anton Chigurh que Cormac McCarthy había ideado. Un personaje de su novela había cobrado vida y estaba allí, frente a una sala abarrotada y cagada de miedo.
No era Bardem, era un puto monstruo que una de las cosas que consiguió fue que, a la salida del cine, caminando, le preguntase a Sheila si no tenía la sensación de que nos iban a disparar en cualquier momento y ella me dijera que sí.
¿Estará orgulloso McCarthy? Yo creo que sí.
No sé si ganará el Oscar esta noche, supongo que sí. No sé si se lo merece respecto al resto de actores secundarios, no he visto el resto de películas, no puedo opinar.
Lo único que sé es que Bardem elabora un personaje en una actuación soberbia, excepcional. Fabrica un auténtico monstruo, un monstruo loco como dios manda, sin un atisbo de sentimientos, sin remordimientos, salido de la oscura nada de la que nacen los monstruos.
Y ese lugar de nacimiento, esa oscura nada, quizá, es la que hace que siempre tengan los ojos vidriosos.
Aunque sepas que nunca se van a poner a llorar.
1 comentario:
sé que javier lee este blog y quería aprovechar para felicitarle: ¡Enhorabuena por ese merecido Oscar, monstruo!
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