miércoles, agosto 01, 2012

esquina lúgubre

Los niños de Córdoba.
Estaba escuchando esta mañana lo de los niños de Córdoba.
Ya sabes a lo que me refiero.
Los niños de Córdoba como quien dice lo de las torres gemelas.
Es algo nuestro ya. La tragedia es nuestra, la hacemos nuestra, la abreviamos. Para qué andarnos con rodeos si ya sabemos a lo que vamos: a hablar de lo nuestro, de la tragedia nuestra.
Lo de Auschwitz.
Y así resumimos nosotros la barbarie y el descenso a los infiernos del género humano.
Artículo+Preposición+Sustantivo.

Estaba escuchando esta mañana lo de los niños de Córdoba.
Remueven la tierra y buscan pistas en una finca del padre, en prisión preventiva, principal sospechoso de la desaparición de sus dos hijos, los niños de Córdoba.
Se barajan varias hipótesis, aunque la que toma más fuerza es la del asesinato y ocultación de los cuerpos. Todos los resultados parecen desembocar en un desenlace fatal y desagradable. Ya sólo se quiere que el padre diga qué hizo con los niños, que diga dónde están, vivos o muertos. Ya la probabilidad de que estén vivos es muy remota, según la policía.
Hace muchos meses ya era muy remota.
El terror representado por el padre que, a modo de venganza después de un divorcio, se llevó una tarde a los niños y nadie los volvió a ver. Él dice que desaparecieron en el parque, mientras jugaban. Escena tenebrosa también, si fuese verdad.
Es una situación dramática, la más terrible de las escenas que unos padres puedan imaginar. Ahora, siendo padre, es mucho más fácil ver el horror que eso representa. Un pozo sin fondo del que sería difícil salir.

De todas formas, escuchando esta mañana lo de los niños de Córdoba, he sentido el verdadero escalofrío. Y de eso te quería hablar.
Y ha sido una imagen fugaz por mi cabeza, un titular, mejor dicho, algo que nadie se plantea (ni yo tampoco, sólo es una ficción literaria, un giro del guión).

Te imaginas de lo que estoy hablando. Pregunto.

El verdadero escalofrío, el temblor que me ha sacudido y que sacudiría a todo un país y, quién sabe, a todo el mundo, es una vuelta de tuerca sencilla y macabra (aunque puede que incoherente con el relato de los hechos, no lo sé, no he seguido el caso día a día).
La ráfaga de viento helado que recorrería nuestras nucas, el aliento del monstruo a media noche, vigilándonos a los pies de la cama, el terror en estado puro sería
la noticia


de que el padre








no tuviera nada que ver.


La culpable sería la madre, que habría secuestrado, escondido, asesinado,... (sazonar al gusto).

Y aquí estaría el horror veraz, aquel que nos haría recostarnos para seguir escuchando la noticia.
Un espanto dantesco porque nadie relaciona a una madre con ese tipo de depravación absoluta. Es decir, la magnitud de la tragedia la habríamos fabricado nosotros mismos. Una magnitud que ahora, con este titular ficticio y demoledor, nos estalla en la cara, líquido y porquería entrando por nuestras fosas nasales, dejándonos sin respiración. La realidad, esa esquina lúgubre que nadie se digna a limpiar.

Nadie se imagina esto, está claro, a nadie se le pasa por la cabeza este vuelco inesperado de maldad y desesperanza.
Porque una madre, por naturaleza, nunca podría hacerle daño a sus hijos.
¿O sí?
¿Es la realidad tan segura como la creemos? ¿Tan segura como la ficción?
La respuesta es: no.
Por supuesto que no.

En fin, no sé a qué venía todo esto.
Pienso en este tipo de cosas cuando veo Tele5. Es Tele5 la culpable de mi mente putrefacta.
Vasile, tú has creado el monstruo que ahora escribe estos dislates.







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