jueves, febrero 07, 2008

ella se fija

Aquí te dejo el ejercicio de esta semana.
Se trataba de ponerse en la piel de un mito en la actualidad. Me resultó un poco coñazo, la verdad, y el resultado puede que lo refleje.
Según Sheila "no es tu mejor trabajo, los he leído mejores". Y supongo que tiene razón, o no.
Lo único que sé es que la profe me corrije más cosas en cada nuevo ejercicio.
¿Vamos a peor o qué pasa? ¿Somos hombres o payasos?
O es que cada vez escribo peor o es que ella se fija más. Mama, la profe me tiene manía, dile algo, denúnciala o algo, ¿no?
En fin, ya está por hoy.
Ahí va, colegui.

Una placa con mi nombre.
Esta mañana recibí un sobre, un sobre que contenía una placa con mi nombre, un sobre que me ha hecho recordar aquel día de septiembre, recordar a todos los que ya no están y, a su vez, lo afortunado que soy. Ahora tengo en mi mente ese día como si fuese ayer.
Me levanté más temprano de lo habitual pese a haber estado hasta altas horas de la madrugada tomando algo con Ariadne en ese bar de moda entonces, ese que estaba cerca de Bleecker St. Minotaire creo que se llamaba. Estuvimos hablando de todo y nada, como se hace siempre en los bares, le pregunté por sus hijos y cómo llevaba lo de la separación. Me dijo que bien, que mejor de lo que esperaba. Siempre pensé que Ariadne era más fuerte de lo que aparentaba y recuerdo que la conversación de aquella noche fortaleció mi idea, aunque he de reconocer que los combinados ayudaron a magnificarlo todo.
Pues como decía, ese día de septiembre, ese martes que amaneció soleado y magnífico, me levanté más temprano de lo habitual y llegué a la oficina casi una hora antes. En el ascensor sólo éramos cinco y me pude ajustar la corbata, la placa con mi nombre y comprobar todos los botones de la camisa y de la americana mirándome en el espejo.
Me tomé un café tranquilamente mientras ojeaba los periódicos del día. La gente empezaba a llegar a borbotones, saliendo escupidos del ascensor y dispersándose a sus oficinas. Un día cualquiera en la torre sur.
Pero entonces sucedió, el primer impacto, lo que todo el mundo ya sabe. Fue algo realmente extraño, no sabría definirlo, no sólo por el sonido de la explosión sino por la sensación de que estaba ocurriendo algo fuera de lo normal. No hacía falta que nos asomásemos a ninguna ventana porque todo a nuestro alrededor eran ventanas. Petrificados, contemplamos la torre norte humeante. Recuerdo que los primeros minutos nos mirábamos en silencio pero más tarde ya se empezó a escuchar gente correr por los pasillos. Estuve comentando con Martin y con Julie lo que teníamos tras el ventanal. Nadie sabía muy bien lo que pasaba.
Un cuarto de hora más tarde el segundo avión, el “nuestro”, siempre lo he llamado así, hizo tambalear la estructura del edificio al estrellarse en él. Una ola de calor ascendió y nos golpeó a todos los que allí seguíamos. Era como si el infierno hubiese abierto las puertas. Subimos a la azotea, envueltos en humo y terror. Perdí de vista a Martin y Julie por la escalera, todos pisábamos a todos. Una vez arriba fui consciente de que nadie esperaba salvarse, era algo que podías notar en las miradas, simplemente habíamos subido a despedirnos de aquel cielo tan azul, de aquel martes de septiembre. Sólo buscábamos a alguien para decirle adiós.
Fue entonces cuando salté al vacío.
Cuando estaba por los aires noté cómo el imperdible de mi placa se abría y se desprendía de mi americana.
Ahora no sé quién me la envía, cómo me han localizado, quién la encontró, dónde.
Siempre me ha parecido raro leer tu propio nombre en cualquier sitio.
Ahora leo el mío en una placa dorada: Icarus Dedalson-Assistant Manager.
Está intacta, con su imperdible, su brillo, las letras bien marcadas.
Supongo que estas cosas suceden de vez en cuando.
Cosas extrañas que es mejor dejarlas como están.

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