jueves, noviembre 20, 2014

a mí me quemáis

Un gato en el motor del coche, hacía días que olía algo raro al salir de él, cuando lo aparcaba a la puerta de casa, sobre todo, pero luego me fijé que también desprendía ese olor cuando lo aparcaba en otro lugar, donde quiera que fuese, así ese olor se me fue metiendo en las fosas nasales y fue formando parte de mi rutina diaria durante casi una semana, un gato en el motor del coche, desde cuándo, por qué, buscando el calor en la noche fría supongo, mi coche bostezó y un gato se metió en su motor buscando el calor de sus entrañas, cuántos gatos tendremos durmiendo en el suelo del estómago, cuántas veces habremos abierto la boca al bostezar tan fuerte que nuestros ojos se cierran y  durante unos segundos no vemos nada de lo que pasa a nuestro alrededor y, entonces, como en un cuento de Cortázar, el gato aprovecha para zambullirse en nuestra barriga, quién nos puede asegurar que no tenemos un gato o dos durmiendo en el suelo de nuestro estómago, quizá ya muertos, de ahí el mal aliento, muchas veces el mal aliento viene de problemas de estómago, cuántas veces hemos oído esta frase, y si todo se resume a un gato que se metió a dormir en nuestro estómago, por ser el suelo tan acolchado, y murió allí, de viejo o de aburrimiento, qué puede hacer un gato en un estómago, a no ser que sepamos que vive ahí y nos traguemos de vez en cuando un ovillo de lana para que juegue, para que no muera de aburrimiento, que persiga ese ovillo y lo desenrede, su único consuelo, pero nunca sabremos si un gato se coló en nuestro estómago ni en el motor de nuestro coche hasta que muera y algún insecto deposite huevos en el cadáver y de esos huevos nazcan larvas que empiecen a devorar a aquel gato que se coló de madrugada buscando el calor de un motor recién apagado, y entonces ese olor, el olor a sangre humana no se me quita de los ojos, por qué supe que pertenecía a algo en descomposición, dónde he vivido para saber eso, de dónde provengo, así acabaremos todos, me dijo mi padre de camino al taller donde abrieron los bajos del coche, es una pena pero así acabaremos todos, y yo creía que se refería a muertos en un motor de un coche, pero él estaba hablando de comidos por los gusanos, a mí me quemáis, me aconsejó de camino al taller y, una vez allí, el hombre encargado de la faena, como en una película de Tarantino, se puso manos a la obra, entró en un despacho del taller, esperé que saliera con unos guantes o una mascarilla o algo más seguro que ese mono azul de manga corta que llevaba, pero salió del despacho con un cigarro recién encendido, colocó el coche en la guía, lo aupó con el elevador hidráulico y se dispuso a desenroscar los tornillos de la tapa inferior del motor, cigarro en boca, ceniza alargada, humo en sus ojos, reducidos a dos grietas, y ahí está, o estaba, el gato que se coló mientras el coche bostezaba, cubierto por miles de gusanos, que caían al suelo del taller y seguían con su movimiento ancestral, alimento de nuestras angustias, ese contoneo macabro, significado del final de todo lo vivo, y el hombre tira lo que queda del gato a un cubo de basura negro y lo rocía con desinfectante y le dice a su compañero que le ayude a cargar el cubo hasta el container de la esquina y allí lo vacían entero y vuelven con el cubo vacío y después, durante una hora, el hombre se esmera en limpiar aquella pieza con una dedicación absoluta mientras yo camino de aquí para allá como un padre en la sala de espera de un parto y al final coloca de nuevo los tornillos y ajusta la pieza en la base del coche y lo baja con el elevador hidráulico mientras que el compañero va apagando algunas luces del taller, le pago y le agradezco el trabajo y me monto en el coche, que ya ha perdido ese olor que me estuvo acompañando estos últimos días y, todavía como personaje secundario de la película de Tarantino, en el CD empieza a sonar Will you still love me tomorrow, de The Shirelles, esa recopilación de las doscientas mejores canciones de los '60 según Pitchfork que me grabó Tomás y que cogí hace tres días de la que fue mi habitación en casa de mis padres y así, envuelto en esta melodía conduzco hasta un centro comercial y la pantalla se funde en negro y aparecen los títulos de crédito y el volumen de la música sube.

1 comentario:

S. dijo...

Sólo se me ocurre decir: pobre gato :(. (Me encanta que blogger me diga "¡Demuestra que no eres un robot!")