salido del infierno.
El 16 de agosto de 1971, un hombre entra en una librería de Nueva York. Se sienta en una silla vieja. Coge un libro al azar. Empieza a leer. nadie pudo hacer nada por el niño. Allí se quedó, en el fondo del pozo, mientras todos lo miraban como si fuera un ser extraño que hubiese vivido siempre allí, llorando y gritando y arañando las paredes, queriendo subir. La gente le tiraba comida, cubos de agua, juguetes. Allí estuvo diez años. Una noche, cuando todo el pueblo dormía, el muchacho salió del pozo y caminó hacia una de las casas más cercanas. Golpeó la puerta como lo haría un animal salido del infierno. La puerta se astillaba a cada golpe. Pasados unos segundos, alguien abrió. El animal salido del infierno jadeaba con la boca llena de
canciones al revés.
En Carcassone, a finales del s.XIX, un mendigo arrastraba sus pies por una plaza mientras cantaba una extraña canción que hablaba de una mujer que podía silbar una canción al revés. La mujer vivía a las afueras de un pueblo ruso. Tenía los ojos claros y un pañuelo de flores atado a la muñeca que le recordaba una tarde de primavera, sentada en el valle, acariciando la hierba, mientras silbaba canciones al revés, cuando él le dijo
cowboy killer.
José Saramago se subió los pantalones después de ir al baño. Afuera, una concurrida audiencia lo esperaba con entusiasmo contenido. En primera fila se había sentado un joven con una camiseta en la que se podía leer Alan is a cowboy killer. Saramago permaneció unos segundos releyendo esa frase tan absurda y tan enigmática a la vez. El joven se sintió observado por aquel viejo. Al poco rato, se levantó, fue hacia la mesa donde estaba sentado Saramago y le preguntó ¿tienes algún puto problema, viejo? Saramago le dijo que sí. Entonces sacó de su bolsillo una
ikea.
Sucedió en 1998. Luke y Mary estaban pasando el día en el Ikea. De pronto, un extraño sonido surgió de debajo de uno de los sofás donde Luke se había sentado mientras Mary decidía el color de las cortinas. Era un grito ahogado. Luke se levantó y miró debajo del sofá. Allí estaba. Una especie de
Rosalie y Friederich.
En el diario del ocho de febrero de 1956, en la sección de sucesos, una noticia llamó la atención de Rosalie, que en esos momentos estaba sentada, desayunando tostadas con mermelada mientras su gato Friederich restregaba el lomo contra sus pantorrillas desnudas. Marcus Peterson salía de su casa. Al volverse a cerrar la puerta con llave, una mano cayó sobre su cabeza y luego al suelo. Miró hacia arriba y luego a la mano. La cogió. Estaba helada. Le quitó el anillo y, comprobando que nadie mirase, tiró la mano al cubo de la basura. Vendió el anillo en el centro de la ciudad. Con el dinero que le dieron se compró un libro. Cuando regresó a casa, colocó el libro debajo de esa pata de la mesa que siempre bailaba. Sonrió al comprobar que ya no lo hacía. Rosalie sonrió también. Mientras tanto, Friederich se tumbaba al sol que entraba por la ventana de la cocina mientras se lamía una de sus patas y
1 comentario:
joder, qué intringulis y qué manera de
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