viernes, enero 22, 2010

cimientos

Nunca te he hablado de Billie Jean. No me refiero a la canción sino a la gata. Billie Jean, la gata.
Le voy a dedicar unas entradas, algo parecido a un homenaje en vida, porque tengo la sensación de que en la nueva casa un día abriremos la puerta, se irá y no volverá.
Es algo triste, sí, pero no nos engañemos, nadie nos dijo que esto iba a ser fácil.
Vamos a empezar a asumir la pérdida por los cimientos.

Lo peor de tener a un animal de compañía es que un día se morirá. Y, entendiendo que el ciclo biológico siga su curso con normalidad, se morirá antes que tú.
Una mascota no es un hijo. Es, a nivel afectivo, algo más cruel: la verás nacer, crecer, envejecer y morir. Y todo esto ya lo sabes en el momento de aceptarla en casa pero, aún así, aceptas la contemplación de esta vida en cámara rápida.
Por supuesto, sería enfermizo si pensara en este tema continuamente pero, de vez en cuando, sí que lo hago. Sobre todo mientras miro cómo duerme.

Estos días estamos de mudanza. Empezaremos a vivir (vaya inicio de frase) en la nueva casa a finales de la semana que viene, el último fin de semana de enero.
La casa, como te puedes imaginar, tiene puertas y ventanas, y por ellas, Billie Jean saldrá en cuanto vea un ligero resplandor de libertad, en un abrir y cerrar de ojos Billie Jean, silenciosa como todos los gatos, viajará en el espacio y, al girarnos para cerrar la puerta, nos saludará desde la verja, con su patita diciendo adiós, o hasta luego. Los gatos, siempre educados.
La llamaremos para que vuelva a casa, haremos sonar un ratón-sonajero para que vuelva a casa, sacudiremos el paquete de comida para que vuelva a casa, pero creo que Billie Jean ya tiene el futuro decidido, escrito en un diario secreto que esconde debajo de la cama, queridos amos, empezaría así, no puedo negar que me tratáis como a una reina, pero, miradme: soy una gata, no una reina. Así que, lo único que os pido es que: me dejéis subir a esos árboles, caminar sobre los tejados, resbalar los días de lluvia y ponerme a cuatro patas de nuevo, escapar de las fauces del Perro, maullar imitando a otros gatos, pensar mientras camino por la noche, pensar mientras camino por la noche, pensar, pensar caminando entre la noche.

A Billie Jean la encontró la madre de Sheila en una riera al lado de su casa.
Cuando la encontró no se llamaba así sino "una gata".
Nos dijo si la queríamos, ya que ella tenía un perro en casa y no creía que se fueran a llevar bien. Le dijimos que sí y nos la llevamos.
Eso fue el día del funeral de Michael Jackson.

A mí nunca me hicieron gracia los gatos. Siempre los vi como algo salvaje, indomable, incomprensible para el hombre. Y, sobre todo, antipáticos.
Los gatos, antes de Billie Jean, no me producían ni el más mínimo gesto de ternura.
Ahora ya pienso un poco diferente, he cambiado de opinión en algunos aspectos. En otros (salvajismo), sigo fiel a mi primera impresión.

A veces miro a Billie Jean y me pregunto qué estará pensando.
¿Echará de menos a su madre, a sus hermanos?
¿Será consciente de su orfandad?
¿Recordará la noche en la que caminaba perdida por la riera?
¿Alguien la abandonó y piensa en lo que hizo mal para que esto sucediera?
¿En qué piensa un gato?
¿En qué piensa Billie Jean?

Nunca lo sabré.

2 comentarios:

Natsuki dijo...

Qué bella la Billie...! ^^

marta3 dijo...

No sabia que tenías gata! yo tengo dos, Choco y Olivia. Qué mal se pasa pensando en ese momento... los míos no salen nunca, no quiero que se escapen, solo salen si los puedo controlar.