jueves, mayo 21, 2009

dedo gordo del pie

The hips and the fury

Mi padre es una persona (hasta aquí todo correcto) que disfruta de la vida a su manera. 
La manera de su disfrute, el placer de su vida, es conocer, saber, más, no más que nadie en concreto sino más que él el día anterior. 
Mi padre disfruta preguntándose cosas continuamente, buscando respuestas, haciendo cálculos mi padre disfruta. Y no hay nada, nada, que a mi padre no le interese. 
Por ejemplo, si viera un partido de fútbol y algún jugador hiciese una chilena, se preguntaría por la fuerza usada, los músculos tensados, la presión sanguínea y el control de la gravedad de ese tipejo en posición acrobática. Luego se compraría libros que hablasen de fuerzas, músculos, presiones sanguíneas y gravedad. 
Otro ejemplo: si mirara un rascacielos, su cabeza de rayos x, la mente que quiere ver más allá, se preguntaría por la estructura, los cimientos, los materiales, el diseño. Luego se compraría libros que hablasen de rascacielos en esos términos. 
También, otro ejemplo, si mi padre le pregunta a un abuelo: ¿cómo estás? y el abuelo le responde: mis hijas, claro, y en la casa luego vamos a ir a la puerta a ver si vienen esos hombres que se han llevado las ollas, mi padre no se contentará con escuchar y desearle buenas noches sino que indagará en el porqué de esa respuesta, en el porqué del deterioro humano, en el porqué de envejecer. Y luego se comprará un libro en el que todos sus porqués estén respondidos de una manera clara que casi lo emocionará.

Todo este rollo quizá no viene a cuento. Da me igual. La cuestión es que ayer, en el concierto de Beyoncé, el espíritu de mi padre me poseyó por un momento, y lo noté y me dije: así empezaré la no-crónica del concierto de Beyoncé. 
Porque estándome yo sentado al lado de Sheila, las luces encendidas, antes de la aparición de la bestia parda sobre el escenario, mirábame yo todo el complejo escenarítico, todas las estructuras del Palau Sant Jordi me las miraba yo, también los bafles trailerianos colgantes del techo después de que Sheila me preguntara si alguna vez se habrían caído y yo respondido no lo sé, pero no me gustaría estar presente, también la pasarela del escenario principal a uno en medio del público, los focos preparados, los miembros de seguridad, todo eso me lo miraba yo a través de mi padre, o mi padre a través mío, y me decía, por dentro, cual jubilado ante la excavación de un parking de ocho plantas, cuánta gente debe haber detrás de todo esto. 
No lo sabremos. 
Mucha. Y todas y cada una de ellas, a su manera, viviendo por un mismo objetivo: 
que las caderas de Beyoncé retumben en la selva y ahuyenten a los espíritus.

Hay cosas que hay que hacer una vez en la vida. Y una de ellas es ver a Beyoncé en directo. 
Esta es una de las conclusiones que saco de mi chistera del día después de los conciertos.

(Estaba pensando, vagamente pienso a veces, que en poco más de una semana iré a tres conciertos que no pueden divergir más entre ellos: 
Beyoncé ayer, 
Carles Santos el domingo y 
Neil Young el sábado que viene. 
Como el Barça, un triplete histórico difícil de repetir.)

Me gustó Beyoncé. Es más guapa en persona que por la tele.

No te lo dije, había unas entradas VIP, unas entradas que costaban unos setecientos (700) euros (sic). Yo me pensé que por este precio quizá
a) te dejaban subirte a la chepa de la Beyoncé y arrearle con una fusta mientras gritas yiiihaaa, o 
b) que la diva introdujese el dedo gordo del pie en tu boca y luego derramara alguna bebida por sus muslacos, a ser posible leche (¡yo me pediría leche!, ¡yo leche, Beyoncé, aquí, el de la barba!), hasta que ésta desembocara en tu boca, que sería el morir, y tú con el dedo gordo de Beyoncé en la boca, ay, quién no quiere un dedo gordo de pie en la boca.
La cuestión es que las entradas VIP, además de conseguir algún souvenir agitanado, suponían estar apoyado en el escenario, en una especie de podium-de-mierda, diríase casi improvisado, y esperar a que la selvática te hiciera caso. Eso sí, cuando se acercaba le olían la entrepierna al acuclillarse. 
Ay, quién no quiere un dedo gordo de pie en la boca.

El concierto, en términos de espectáculo, fue soberbio, te gustase o no la música que hace la Knowles.
La voz de Beyoncé quizá es inigualable hoy en día.  
Para mi gusto, el volumen estaba un poco alto y distorsionábame y mezclábame todos los instrumentos que perreaban las chicas de la banda Sugar Mama.
Pero, a quién le importa el volumen cuando has venido a ver a la diosa de ébano (esa era otra, ¿no?). 
Pues, a quién le importa el volumen cuando tienes delante esas caderas. 

Pero dejadme, 
ay, 
que yo prefiera, 
la cadera, 
la cadera, 
la cadera.
La cadera tiene, 
qué sé yo, 
que sólo lo 
tiene la cadera.

Creo que todos los hombres que fueron al concierto, incluso los heteros, se dejarían golpear hasta la muerte por esas caderas. 
¡Párteme la columna, Beyoncé!, le gritaría yo, ¡y ahora que ya no siento las extremidades, destrózame el fémur, el peroné, así!, seguiría gritándole, en éxtasis, ¡las caderas no mienten! 

Viendo a Beyoncé, iluminada por un foco expresamente fabricado para ella, con luz traída de otros sitios para ella, encima del escenario, me preguntaba lo real del asunto. Y como a mi alrededor había niñas que no tendrían más de diez años, relacioné mis pensamientos, ahora lejos del pulgar en la boca, con el mundo de Disney. 

¿Era Beyoncé un personaje de Disney, un holograma proyectado por ese foco al que todos suponíamos la función de iluminar? 
¿Cuánto de verdad hay en las imágenes que veo?

Y haciéndome este tipo de preguntas llegué a la conclusión que yo mismo estaba esperando: a quién le importan las imágenes, justo ahora, con la columna rota a golpes de cadera. 
No es hora de preguntas. Disfruta de la rotura.
 
La libertad guiando al pueblo.

4 comentarios:

S. dijo...

Quién pudiera atracar una gasolinera bajo el anonimato de unas cámaras de seguridad para poder pagar con el botín unas entradas VIP a tus hijas y sus amiguitas.

Seguro que el patriarca quería el dinero de Repsol para eso.

houdini dijo...

¡plas, plas, plas!

¡Te ha salido un texto redondo! :-)

marta3 dijo...

Ooooh que envídia! yo fui al anterior concierto y a éste estuve a punto pero al final pasé de ir (aun sabiendo que me iba a arrepentir...)
En fin, otra vez será!
Con las entradas VIP creo que passabas al backstage y podías hablar con ella y hacerte una foto.
Molt fort!!!

elena cruz dijo...

Tu padre está "chalao del tó" y el mío, también.