sábado, agosto 25, 2007

francis kapranov

Durante unos meses estuve trabajando en una perfumería de Mannheim, una ciudad a las afueras de Frankfurt. Era un lugar tranquilo, rodeado de bosques y castillos.
La perfumería estaba ahí, como sin saber qué hacer exactamente. Si hubiese tenido hombros, estaría encogiéndolos continuamente. No sé a quién se le ocurriría poner una perfumería en un lugar como ese.
No teníamos mucha clientela: una anciana adinerada de la zona, un joven amante, algún que otro turista despistado y Francis Kapranov, un viejo vagabundo ruso que había recalado en Mannheim en busca de un supuesto tío del que iba a heredar un castillo. Nunca nadie vio a ese tío.
Pero eso era lo de menos. Lo que desde el principio me pareció realmente enigmático de Francis era que cada día, a las seis de la tarde, entraba en la perfumería, cogía siempre el mismo perfume de mujer y dejaba caer algunas gotas sobre su cuello. Ninguno de nosotros le decía nada, de hecho, es algo que un cliente puede hacer con total libertad.
Había algo en sus ademanes, algo extrañamente mágico; puede que la parsimonia con la que elegía los gestos, esos gestos que se convertían en una ceremonia cada día, a las seis de la tarde. Luego, cuando acababa, nos sonreía y salía cauteloso y elegante. Nos sonreía a mi y a Claudette, la dueña de la perfumería, una elegante francesa que vino hace quince años de visita a Mannheim y se quedó "hasta que me canse y tenga ganas de enamorarme de otro lugar".
Pasaban los días, los meses, y Francis Kapranov continuaba apareciendo cada tarde, a las seis, para recrear su ceremonia con el perfume. Mientras, cada tarde igual, Claudette y yo dejábamos lo que estuviéramos haciendo y sucumbíamos ante la gestualidad de Francis.
Uno de los primeros días de estar trabajando allí, le pregunté a Claudette si sabía algo de ese vagabundo que entraba cada tarde. Me explicó lo del supuesto tío y la herencia del castillo. Pero cuando le pregunté por qué siempre hacía lo mismo, con el mismo perfume, a la misma hora, Claudette se quedó callada. Más tarde me dijo "algún día te lo contaré, hoy no quiero ponerme triste".
Con gran impaciencia estuve esperando ese día, aunque nunca presioné a Claudette para que me lo contase. Y ese día llegó.
Una tarde, poco después de que el viejo Francis saliera de la perfumería, Claudette se me acercó mientras yo estaba ordenando unos pequeños frascos.
"Son los pequeños detalles los que nos ayudan a vivir".
Su voz sonó tranquila y pausada. Me incorporé y me di la vuelta. Allí estaba Claudette, con las manos cruzadas sobre su vientre. No dije nada y dejé que continuase hablando.
"Ese era el perfume que usaba su mujer. Murió en un accidente, hace ya cinco años. El anciano no pudo superar su muerte y se abandonó por completo. Empezó a vivir en la calle, en esos bancos cerca de la estación. Hasta hoy."
Claudette hizo una pausa. Afuera empezaba a oscurecer y el frío viento del norte hacía danzar las ramas de los árboles.
"Su mujer usaba ese perfume. Supongo que es una manera de tenerla cerca, rodeándole el cuello, cada tarde. Francis necesita saber que aquí, en esta perfumería, de una u otra manera, vive su mujer. Dentro de ese frasco de perfume habita su gran amor. Y cada tarde, a las seis, la hora de su muerte, el anciano reanimará ese cuerpo, recordará tiempos pasados y vivirá otros nuevos. Cada tarde saldrán a pasear. Ella le explicará lo que hizo hoy antes de que él viniese y él le propondrá mil lugares a donde ir. Luego se quedará dormido en su banco y soñará con ella. Al día siguiente se despertará antes de las seis y la vendrá a buscar de nuevo."
Claudette esquivaba la mirada por pudor a que me fijara en sus ojos vidriosos.
"Todos vivimos gracias a pequeños detalles, aunque no nos demos cuenta, pequeñas supersticiones, pequeños ritos que construimos día tras día. Son necesarios. Sin ellos, la vida sería insoportable."
Nos quedamos en silencio durante un largo rato.
Continué ordenando los pequeños frascos de perfume.
Luego Claudette abrió la puerta y dejó pasar el aire frío.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Chapeau! Precioso, sin más.

Anónimo dijo...

Cada día me gustas más

Anónimo dijo...

Me has hecho llorar