miércoles, marzo 07, 2007

ejercicio

Aquí os dejo el ejercicio que entregaré hoy. Se trataba de practicar el manejo del tiempo introduciendo dos flashbacks en el relato. Lo he hecho a última hora, lo acabo de terminar ahora mismo. Joder, sólo funciono si me apuntan en la cabeza.

El viejo Marcus camina quejumbroso por el pasillo de su casa. Detrás de él, vigilando sus torpes movimientos, camina su perra Laika. Se apoya en las paredes mientras respira con dificultad. Vive solo, todos ya se fueron, a ningún sitio, pero lejos de él. Su vida se apaga por momentos aunque para él, su vida acabó cuando Sophia murió. El cielo está totalmente tapado. Sophia le llama susurrando su nombre. Él se acerca y le acaricia la cabeza. Todo irá bien, ya verás, le dice. Ella pestañea lentamente como si estuviera debajo del agua, de un agua negra, oscura, final. Marcus le besa la frente con suavidad y, mientras lo hace, piensa en su nieta recién nacida hace dos meses, piensa en la fragilidad de todo, de lo nuevo y de lo viejo. Cuando separa sus labios de su frente, Sophia, con los ojos cerrados le murmura “en la caja”. Marcus la mira extrañado y le pregunta que qué quiere decir. Pero Sophia ya no respira. Él se queda inmóvil, mirándola durante dos horas y veinte minutos, hasta que su vecina Rose llama al timbre. Marcus llega al lavabo y se apoya en el marco de la puerta, respirando con dificultad. Se asea y se peina. En la calle luce un sol espléndido que lo riega y lo ilumina todo como una risa de niño en verano. ¿Por qué me peino? ¿Adónde voy? Marcus almuerza unas tostadas con mermelada mientras deja que los rayos del sol calienten sus pies. Hoy se cumplen diez años de la muerte de Sophia, diez años de soledad, de preguntas sin respuesta, diez años intentando averiguar qué quiso decir su esposa en el momento antes de morirse. Laika deja descansar su cabeza en los pies del viejo. Su pelo brilla iluminado por el sol y adquiere tonalidades mágicas. Los días se acaban, vieja, lo notas, ¿verdad? No sé quién de los dos se irá primero, pero si soy yo, acuérdate de apagar la luz, a ti no te hace falta. La perra ha levantado la cabeza de sus pies y lo mira con la lengua fuera. Sé que me entiendes, vieja, lo sé, me has ayudado mucho, sí, tú, pero al final no vamos a encontrar ninguna caja ni nada que se le parezca, ¿eh, vieja?, ¿o tú sí que sabes algo pero no me lo vas a decir? Marcus acaricia la cabeza de la perra y luego su lomo. Se levanta de la silla. Laika sale de la cocina antes que él. Ayudándose con la mesa, el viejo Marcus camina arrastrando los pies a lo largo de toda la cocina. Ya en el sillón mira un documental sobre criaturas abismales. Se queda dormido y sueña que Laika viene a sus pies con una caja en su boca. Él le pregunta dónde la ha encontrado, esperando que la perra pueda hablar, y la perra le dice “siempre ha estado aquí”. Marcus limpia el polvo acumulado encima de la caja. Tiene un cerrojo con la llave introducida. Sólo tiene que girar la llave y la caja se abrirá. Y eso es lo que hace. Marcus abre la caja y allí dentro encuentra una colección de cromos que perdió cuando era niño. Fue el abuelo Clay quien se los regaló, una tarde de verano, en el patio de casa. Mira, pequeño Marcus, en estos cromos están todos los países que puedes visitar durante tu vida, a todos puedes ir si te lo propones. Yo he visitado todos estos, cada cromo lo compré en el país al que corresponde. El abuelo Clay mostraba las ilustraciones al pequeño Marcus que, sentado en las rodillas de su abuelo, se sentía la persona más importante del mundo. Una suave brisa jugaba a colarse por entre las piernas del pequeño. Mientras tanto, la abuela preparaba la merienda. El olor a jazmín impregnaba el patio aquella tarde de verano, el mismo olor que brotó de la caja cuando Marcus la abrió. No pudo reprimir sus lágrimas. Allí estaban todos los países que él no había visitado, todo el tiempo perdido estaba dentro de esa caja. La muralla china, los Andes, el Nepal, Roma, París, Alaska, México. Las estampas mantenían su color, estaban nuevas, como esperando que alguien las devolviera a su lugar de origen. Pasó los dedos por encima del dibujo del Empire State y éste empezó a borrarse. Lo mismo pasó con el Big Ben, la torre Eiffel y la estatua de Buda. Todos se difuminaban hasta desaparecer. Sus cromos se estaban transformando en láminas en blanco. Fue entonces cuando Marcus se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor, el sol seguía iluminando la estancia, en la televisión aparecían unos peces de ciencia ficción y Laika dormía plácidamente a sus pies. En el suelo, delante de su hocico, había una caja.

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