Algunas noches los dientes se me mueven.
No hablo de moverse en el sentido de que estén a punto de caer. Digo que los dientes se me mueven, se cambian de sitio, pasean por mi paladar y por mi lengua. Y esto lo sé porque a veces me despierto de madrugada y los noto correr volviendo a sus sitios.
Cuando era pequeño no me preocupaba, pensaba que era algo normal. Pero ahora sé que lo que me pasa no es habitual.
Hace unos años fui al médico y le expliqué lo que me sucedía. El médico pensó que le estaba tomando el pelo y me recetó unas pastillas para dormir. Creo que necesitas descansar, sentenció, y su sonrisa escribió “no me hagas perder el tiempo, niñato”. Salí de la consulta y tiré la receta en la primera papelera que encontré.
No me atreví a contárselo a mis padres hasta hace bien poco. Eso debe ser que lo sueñas, me tranquilizó mi madre. La verdad es que no había oído nada parecido, se extrañó mi padre. Esa noche oí hablar a mis padres a través de la pared de su habitación. Mi madre dijo algo así como “deberíamos decírselo”, y mi padre respondió “bueno, mañana con más calma”.
Al día siguiente fui con mis padres a visitar a mi abuelo al hospital. Me senté a su lado, en un pequeño sillón, y miré la tele con él. Mis padres estuvieron un rato y al poco se fueron. Me dijeron que más tarde volverían a por mí. En la tele estaban retransmitiendo carreras de caballos. Era lo único que le gustaba a mi abuelo. Siempre que acababa una carrera decía lo mismo: “mira, ha ganado el que yo pensaba”. Pero ese día no decía nada. Transcurrieron tres carreras hasta que al fin habló. “¿Se te mueven los dientes?”. Al principio no sabía de dónde procedía esa voz, pero luego fui consciente de que no había nadie más en esa habitación y la relacioné con mi abuelo. Lo miré y le dije sí. “A mí también me pasaba. No hay nada que hacer”, me dijo con tranquilidad. “Me pasa desde los cinco años. Bueno, ahora ya no”, y señaló con la cabeza hacia la mesita de noche y el vaso que contenía su dentadura postiza. “¿Por qué pasa esto, abuelo?”, le pregunté sin mucha esperanza. Y él me respondió que nadie lo sabía. “He visitado a médicos de todo el mundo para que me respondieran a lo que acabas de preguntarme y ninguno me ha sabido dar una explicación. Todos lo achacaban a cuestiones mentales. Y supongo que es lo que te ha pasado a ti”. Asentí y continué mirando las carreras. “He leído libros de medicina, de odontología, de fenómenos extraños, de sueños, y nada. En ninguno de ellos he descubierto nada. Ya digo, no hay nada que hacer”. Estuvimos un rato en silencio oyendo al comentarista de las carreras hípicas con el cabalgar de fondo. Al fin, mi abuelo dijo: “Ya que nadie sabe nada, intenta explicártelo tú mismo, es lo que hice yo. No pensé que fuera nada malo, al contrario. Imagina que eres un diente. Toda la vida en la misma posición, haciendo lo mismo, día tras día. ¿Acaso no te moverías y buscarías nuevas experiencias en cuanto pudieses? Eso es lo que hacen ellos” Le escuchaba con atención y no pude hacer otra cosa que reírme imaginándome como diente. “Los incisivos, siempre ahí, en primera línea, llevándose todos los golpes cuando somos pequeños, helándose de frío en verano con los helados, mordisqueando galletas, ¿no crees que deben estar cansados? Los caninos, siempre con esa fama de desgarradores, arrancándolo todo desde que el hombre tiene uso de razón. ¡Nadie les ha dado la oportunidad de ser más pacíficos! Los molares, siempre triturando, haciendo el trabajo sucio, siempre trabajando en la sombra de la cueva. Supongo que es eso lo que pasa. Los dientes quieren vivir nuevas sensaciones, quieren saber qué hubiera pasado si hubiesen nacido en otro lugar. Es igual que cuando de pequeño te cambiabas de sitio en clase por un día, lo veías todo diferente, incluso tú no te creías el mismo por un momento. Quizá es eso, quizá el incisivo quiere saber lo que se siente al triturar y el molar lo que se siente al cortar. Aunque todos sepan que luego tendrán que volver a su sitio. Quizá a los dientes les pasa lo mismo que a todos nosotros. Y por eso nadie ha sabido darnos una explicación a lo que nos pasaba por las noches. Porque no hay nada que explicar. Así es la vida”.
Mi abuelo acabó su explicación y siguió mirando la carrera hípica. Yo hice lo mismo y, con la lengua, fui palpando mis dientes, comprobando que todos estuvieran en su sitio.
Entonces me dormí.
3 comentarios:
Bien escrito, me gustan tus historias...
Suelo leer tu blog, me gustan tus detalles, disfruto con ellos. Y si permites que te dé un consejo, no dejes de escribir, en mi inexperto y sincero punto de vista, lo haces de maravilla.
Un saludo
Muchas gracias hambru, muchas gracias delmoral.
Nos leemos.
Un saludo ;)
Publicar un comentario