lunes, septiembre 08, 2008

estrellas pixeladas


El viernes fuimos a la Pedrera, a ver la exposición gratuita de Ukiyo-e.
Mi ignorancia de extrarradio pensaba que Ukiyo-e era un autor, pensaba que se exponían grabados japoneses de ese autor, ese tal Ukiyo-e, eso es lo que pensaba hasta que Sheila se rió conmigo y de mí y me explicó que -e significa imagen en japonés, y ukiyo, mundo efímero.
Pido perdón a todos aquellos que hayan sentido vergüenza ajena ante mi ignorancia, al leer sobre mi ignorancia. Ahora, sobre todo gracias a Sheila, que ha estudiado japonés, y al haber asistido a esa exposición, mi ignorancia de extrarradio es ya sólo ignorancia poligonera. Poco a poco me acerco a la ignorancia metropolitana.

Y el sábado fuimos al Palau Sant Jordi al concierto no gratuito de Coldplay.
Un buen concierto. Se lo tengo que agradecer a Sheila, que estuvo atenta con las entradas.
Son los nuevos U2. Cuántas veces habré escuchado y leído esto. Pero es la verdad. U2 ya tienen sucesores. Salvando las distancias de discos publicados y años de carrera y blablabla.
El telonero fue Albert Hammond Jr., guitarrista de The Strokes, o un ex The Strokes, no sé si se han separado ni qué es de sus vidas. Lo que cambia el mundo en unos años.
Pues hubiera preferido la música ambiental más alta que al Hammond en el escenario.
Inapropiado, insípido, desganado y desalmado.
Salvo excepciones en las que sorprende y convence, el telonero es aquella persona que actúa mientras la gente va a comprar bebidas y bocadillos.
No hay niño viviente que le diga a su madre: mamá, quiero ser telonero. No hay.
En fin.
Luego Coldplay hicieron bien su trabajo: entretener y hacer saltar a la gente.
Hubo un momento clave, brillante y delirante a la vez, cuando la banda sale corriendo del escenario por un lateral hasta la esquina opuesta del escenario, a escasos diez metros nuestros, sube las gradas y monta un mini escenario consistente en un micro para cantar The Sciencist en acústico, a dos palmos (literales) de la gente. Memorable.
Ahí acaba mi crítica. No sirven para nada las críticas de conciertos, ya lo tengo dicho miles de veces.

La cuestión es que durante estas dos experiencias, la del viernes y la de ayer, se me ocurrieron (risas) dos temas a tratar en este bendito blog:

a) la gratuidad en la cultura, ¿bendición o herejía?

b) el i was there o el imperio de lo efímero o las nuevas tecnologías en concierto.

Empezaré por el principio.

La gratuidad en la cultura, ¿bendición o herejía?
Es un tema escabroso, peliagudo, áspero; tan blando por fuera que se diría de algodón.
Cultura gratis. No puede sonar mejor la cosa. Cultura gratis. Suena bien, no me digas. Cultura gratis. Pone a cualquiera. Cultura gratis. Me estoy tocando, ahora escribo sólo con la zurda. Cultura gratis. Dámela toda. Cultura gratis. Sí. Cultura gratis. Ya.
No seré yo quien diga no a la cultura gratis. No seré yo. Pero a veces me dan ganas.
¿En realidad la gente quiere cultura gratis? ¿O simplemente lo que queremos es todo gratis?
Porque si empezamos con la cultura, ¿por qué no acabamos con la leche? Más básico que eso no hay nada en la cadena alimenticia. Leche gratis.
¿Por qué la cultura debe ser gratis y, por ejemplo, un piso no?
Porque hay que pagarle al constructor, a los albañiles, al yesero, al carpintero, etc, me dirás. Claro. Y la cultura sale de una planta (culturis sphinxea sp.) que se puede encontrar en cualquier parque infantil, brotando debajo de los columpios, justo en el trozo de tierra en el que los niños frenan con los pies.
¿Por qué la cultura debe ser gratis?
Pues porque es necesario para que una sociedad avance. Es necesario poner al alcance de cualquier mano, sobre todo de niños/as, cualquier tipo de expresión cultural. Es necesario para el desarrollo del individuo. Es necesario.
Pero, ¿qué ocurre con la gratuidad de las cosas? Un claro ejemplo son los diarios gratuitos: puedes ver papeleras llenas, gente que lo coge de manos del repartidor y que lo tira en la papelera de la próxima esquina. ¿Por qué? Porque es gratis.

Lo gratis tiende a perecer bajo los escombros.
No le damos valor a algo que no nos ha costado nada.

Lo mismo pasa en las exposiciones.
Si la exposición de Ukiyo-e a la que fui el viernes no hubiera sido gratuita, ¿hubiese ido? Probablemente no.
Es decir, que me incluyo en la masa que me molesta.
La gente me molesta pero yo formo parte de esa gente.
Yo soy el otro.
Demasiada gente en las exposiciones gratuitas que no dejan disfrutar como es debido del trabajo que tienes delante.

Y lo mismo pasa en los conciertos gratuitos.
Mira, Siniestro Total vienen al BAM. Es un grupo que me apetecería ver, no lo niego. Pero es que ni me voy a acercar a Barcelona durante esos días.
¿Por qué? Porque todo será gratuito y, por tanto, con tendencia a perecer bajo los escombros.

¿Lo gratis es peor que lo privado? No. Pero tiende a pudrirse antes.

La masificación que provoca lo gratuito lo convierte en aborrecible y vulgar.

El I was there o el imperio de lo efímero o las (inútiles) nuevas tecnologías en concierto.
Esta es la era de lo inmediato.
Me importa una mierda qué harás mañana y qué hiciste ayer. Quiero saber lo que haces ahora.
Me importa muy poco quién serás mañana y quién fuiste ayer. Quiero ver quién eres ahora.
No me importa en absoluto dónde estarás mañana y dónde estuviste ayer. Necesito saber dónde estás ahora.
Y ahora estoy en un concierto.
Yo estuve allí.
Tú no.
Yo soy mejor que tú.
Gané.
Perdiste.
Acéptalo.

Observando a la multitud que coreaba las canciones de Coldplay el sábado, comprobé que el ochenta por ciento (80%), y creo que no exagero, estaba fotografiando un instante o grabando una canción, creando así un bonito mar de estrellas pixeladas.

Antes, la masa que se coloca a los pies del grupo, ese mar de gente que hace cola horas y horas antes para conseguir un buen sitio, antes, digo, saltaba al unísono siguiendo el compás.
Ahora están demasiado angustiados consiguiendo una mejor instantánea o una buena grabación.
Y ahora, hoy en día, gran parte de la masa permanece inmóvil, metáfora quizás de una sociedad aburrida y acomodada que prefiere filmarlo y fotografiarlo todo a vivir el momento, a evadirse.

Centrándonos ahora en las grabaciones, con móvil o con vídeo cámara, da igual.
¿Qué sentido tienen?
Supongo que es más sentimental que artístico. Lo digo por lo que viene ahora.
Mira, por ejemplo, aquí te dejo con la grabación de una canción del pasado sábado.




¿Qué te ha parecido?
Bien podría ser el Palau Sant Jordi o bien un bar de Las Ramblas en un Manchester Utd-Liverpool.

Youtube está lleno de vídeos así. ¿Qué finalidad tienen?
¿Alguien que quiere mostrar al mundo su arte?
Lo dudo.
¿Alguien que quiere aparecer en la red y, por tanto, existir?
Ahí ya no te digo que no.

Hacemos las cosas no para el resto del mundo sino para nosotros.
Este espectador no ha subido el vídeo para que el resto del planeta pueda ver a Codplay en el concierto del pasado sábado en Barcelona.
No.
Este espectador ha subido el vídeo para acordarse de que él estuvo allí.

Necesitamos el continuo recuerdo de nuestros actos para reconocernos dentro de una sociedad que lo engulle todo.
Una imagen, millones de píxeles, son ya nuestra tabla de salvación.
Ha llegado el día en que sólo a través de imágenes grabadas somos capaces de confirmarnos.

Y también ha llegado la hora de que me vaya a dormir.
Grabaré mi sueño en el móvil.

No hay comentarios: