jueves, junio 25, 2009

la vida es unicéjala

El otro día, no sé cuándo fue, por eso digo el otro día, porque me vale para decir ayer y hace un par de años, por eso utilizo el otro día, porque es útil, y porque le da a todo esto un tiempo indeterminado que, a veces, me gusta, otras no, otras prefiero decir el martes pasado, o hace dos días, pero hoy especialmente quiero darle a todo este asunto un tiempo indeterminado, ya lo dije, como si todo esto fuese un cuento, el otro día es la versión contemporánea del había una vez, también me gusta usar el otro día, además de porque no deja marcas que puedan evidenciar su uso excesivo, porque deja en el aire si lo que voy a decir es verdad o no, ni siquiera yo mismo sé si esto que voy a contar, si es que voy a contar algo, que creo que no, es verdad o no, en cambio, si dijera ayer a las dos de la tarde hice una hora de cola para montarme en el Furius Baco, en Port Aventura, suena más real, y hoy te puedo decir: si algún día vas a Port Aventura, pasa del Furius Baco, no vale la pena tentar a la suerte, si quieres romperte una vértebra puedes hacerlo saltando de un coche en marcha, no hace falta hacer una hora de cola, ni siquiera ir a Port Aventura, llamas por teléfono a un taxi, que te recoja en casa, le dices siga recto esta carretera, ya le indicaré, y tu indicación será abrir, abril-cerral, la puerta y saltar en marcha, pues estando en el Furius Baco (espero con impaciencia el día en que me cruce con su creador por la calle, a ser posible una calle desierta a las tres de la mañana), no sé cuánto tiempo estuve, no sé si fueron diez segundos o me desmayé y estuve tres horas, se me pasó (también es correcto me se pasó) la vida por delante, se detuvo enfrente, vestida como se pintaba Frida Kahlo, yo a la vida me la imagino así vestida, con todos esos colores y esa única ceja, la vida es unicéjala, si Dios está representado por un solo ojo, por qué la vida no puede estar representada por una sola ceja, pues mi vida Kahlo se me paró delante y, viéndome en ese estado en el que me encontraba sumido, dando vueltas, tirabuzones, golpeándome las orejas con los protectores de la cabeza, sólo pudo pronunciar una palabra: patético, no la escuché debido a los gritos de chicas a mi alrededor, ya que los chicos no gritamos cuando subimos a este tipo de atracciones, porque los chicos somos hombres y ser hombre significa muchas cosas buenas pero, sobre todo, no gritar tan agudo como lo pudiera hacer tu madre, así que por culpa de los gritos de las chicas no pude escuchar a mi vida Kahlo decirme patético, pero sí leerle los labios y, aunque se me hizo difícil descifrar las sílabas té-ti, debido a su dentalidad y su poco bilabialismo, supuse que mi vida Kahlo me había dicho eso, quizá porque era lo único que podía decirme en ese momento.
La cuestión de la que yo quería hablarte es que el otro día, buscando fotos para relacionarlas con pinturas, me encontré con esta de aquí abajo, titulada Muerte de Inejiro Asanuma (1960).
Yasushi Nagao, el que apretó el gatillo y detuvo el instante, la vida y la muerte, ganó el Pullitzer por esta foto y fue el primer periodista japonés en ganarlo.
La instantánea muestra el momento en el que Otoya Yamaguchi, un estudiante de diecisiete años, militante de la derecha japonesa, se dispone a clavarle una katana (o ya se la ha clavado) a Inejiro Asanuma, político socialista que estaba pronunciando un discurso.
La foto, terrorífica, no deja de ser grandiosa, no sólo por mostrar un instante totalmente impredecible sino por la poética de la imagen, la plasticidad. 
La brutalidad alumbrada con un flash parece más terrible, una capa de barniz de terror.
La rabia concentrada en el estudiante, los ojos clavados en su objetivo, los dientes apretados, las piernas ligeramente flexionadas y esos pantalones manchados en las rodillas, manchas de un rezo que precede al pecado.
El miedo del asesinado. El título de la fotografía ya lo asesina. Las gafas a punto de caerse, se caerán porque es inevitable, porque en ese momento no importan las gafas, de hecho, poco importa en ese preciso momento. La soledad del asesinado. Con las manos por delante, como queriendo evitar un chorro de agua o parar un balón de playa en verano jugando con su hijo. Todo menos poder evitar la hoja de una espada.
El hombre con gafas, a la izquierda de la imagen, como intentando calmar la furia de un niño a quien le han pinchado la pelota nueva.
También a la izquierda, de espaldas y sólo visible un trozo de cuerpo, este hombre, el más cercano al objetivo, quizá otro fotógrafo o un cámara de televisión. Aunque yo quiero creer que en las manos sostiene una flauta y que en ese momento toca una extraña melodía traída de un lugar y un tiempo indeterminado. Había una vez una extraña melodía. 
Pero, sobre todo, esa hoja de papel, que caerá al suelo lentamente, ajena a todo lo que está pasando a su alrededor. Esa hoja de papel que contenía un discurso inacabado, inútil. Esa hoja de papel que, pasado todo el suceso, alguien recogerá del escenario y leerá sin entender y preguntará a otra persona qué hacemos con esto y la otra persona contestará tírala, ya no sirve.

Aquí tienes el vídeo del asesinato.
Quizá es porque sabes que va a ocurrir algo de un momento a otro, pero desde el principio se puede percibir la tragedia.

No hay comentarios: