viernes, julio 24, 2009

cambio de identidad

6. El secreto de la pirámide
Cuando fui pequeño los videoclubs eran lugares útiles.
Ahora ya no. 
Ahora abrir un videoclub tiene las mismas consecuencias que abrirte la cabeza y no pedir ayuda.
Éramos socios de uno cercano a nuestra casa. 
Videoclub Pedro, se llamaba. 
Porque el dueño se llamaba así. 
Simple is beautiful.
Íbamos muy de vez en cuando, sobre todo porque yo, sinceramente, no tenía mucho tiempo de ver películas debido a las cadenas que me ataron a un piano desde los seis años. Unas cadenas que, por otro lado, me gustaría recuperar. No todas las cadenas aprietan. Para mí, algunas son necesarias.

En verano era cuando más tiempo libre había. 
Casi siempre recuerdo haber ido con mis primos Dani y Mar (la artista antes conocida como Mª del Mar. Mª del Mar, deja el facebook un segundo y escúchame: siempre me resistiré a llamarte Mar, lo siento, igual que Prince será siempre Prince. Conmigo no cuentes para tu cambio de identidad), que vivían en el piso de arriba, lo que vulgar y rápidamente diríamos encima mío. 

El verano, lo bueno y lo malo que tiene es el exceso de tiempo libre.
Hoy tampoco parece un problema: te pones a mirar vídeos en youtube y uno te lleva a otro y mira este qué ostia se pega, joder, a ver, clico aquí, joder, ¿todo eso le cabe ahí?, y se te han pasado las horas y ya toca cenar.
Pero en los ochenta's no busques internet. Es más, no busques un ordenador. O, al menos, no uno en cada casa.
Por eso un videoclub en los ochenta era algo importante. 
Digamos que el videoclub fue a los ochenta's lo que internet es a los dosmil. Más o menos. No exageremos.
Y allí estábamos nosotros tres en verano, dos o tres veces por semana. 

Casi todas las películas las escogíamos entre los tres aunque mi primo, al ser el mayor, tenía la última palabra. Y no le culpo, yo hubiera hecho lo mismo. Así que casi todas las películas las escogía él. Y a nosotros ya nos estaba bien. Su criterio era válido. Porque no teníamos otro cerca para comparar.
El Videoclub Pedro tenía una sola copia de cada película, lo que convertía en una verdadera hazaña encontrar disponible la película que venías buscando. Muchas tardes, por tanto, alquilamos películas que no veníamos buscando.

Y ahora no sabría decirte si El secreto de la pirámide fue una peli deseada o un accidente de borrachera de polines. Lo único que puedo decirte es que la recuerdo con cariño y que la vimos unas cuantas veces antes de devolverla. A lo mejor incluso la alquilamos más de una vez.

Una de las escenas que más me impactó fue esta que te dejo. 
(No lo he contrastado, me da pereza ahora, pero leo: primer personaje en 3D, aunque de apariencia plana, aparecido en una película).

Dardos alucinógenos, visiones, misterios, tardes de verano en los ochenta.


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