miércoles, agosto 05, 2009

la cámara

ahora hay un conejo en una bolsa dentro de un congelador, con piel y todo, eso es lo que vi en una casa de pueblo este fin de semana, un conejo durmiente, el lomo le pude ver, la señora abrió el congelador, la cámara, como ella llamaba a eso, un gran ataúd blanco para animales en el que podrías meter a tu familia en caso de un ataque nuclear, y allí pude ver el lomo grisáceo y marrón de un conejo, dentro de una bolsa, rodeado de otras bolsas, esta tiene sardinas, mira, me dijo, cordero aquí, gambas, seguía hablando la mujer, pero yo sólo pude ver a ese conejo, que ya no era un conejo, al estar muerto, igual que un hombre muerto ya no es un hombre, es un hombre muerto, un cadáver, una cosa, igual que mi abuelo, por ejemplo, cuando se murió, ya no era mi abuelo, porque esa cosa a la que vistieron rápido-antes-de-que-se-quede-rígido-que-luego-se-pueden-romper-huesos _supongo que con lágrimas en los ojos_ para que estuviera elegante dentro del ataúd, esa cosa supongo que elegante dentro del ataúd ya no era mi abuelo, porque una persona es lo que hace y lo que dice, y esa cosa supongo que elegante no hacía ni decía nada, y esa no era la forma de actuar de mi abuelo, así que, simplemente mi abuelo dejó de ser él, igual que me pasará a mí y a todos, que dejaremos de ser nosotros para ser una cosa elegante en un ataúd, igual que ese no-conejo, ahí debe de estar todavía, mientras escribo esto, envuelto en una bolsa de plástico, dentro de un ataúd blanco, ahí tengo un conejo, mira, me dijo la señora, y entonces me fijé en el lomo gris y marrón, las orejas plegadas hacia atrás y el cuerpo arqueado, con la cara mirando al fondo del ataúd, de la cámara, como si intentara escarbar un agujero a través de bolsas de animales congelados para no llegar a ninguna parte, como este texto mismo, yo sólo quería recomendarte unos libros y me acordé de aquel no-conejo del congelador, de la cámara, y por qué me lo tuvo que enseñar esa mujer a mí, toda aquella cantidad de comida, así somos las personas, me dije, necesitamos sentirnos a salvo, y otro día irás a casa de alguien que te enseñará su colección de soldados de plomo y pensarás lo mismo porque, quieras o no, un congelador lleno de comida y una colección de soldados de plomo son, al fin y al cabo, la misma cosa: protección, y esa mujer me mostró su colección de soldados de plomo, pintados por mí, me podría haber dicho, todos los detalles, mira ese, las medallas también, por mí, me diría, y entonces, en ese caso, quizá no me hubiese preguntado por qué me ha enseñado su colección de soldados de plomo, porque simplemente sería eso, una colección de soldados de plomo, pero esa mujer me enseñó un ataúd blanco, un congelador, la cámara, llena de animales en bolsas, y aquello, en ese momento, en aquella casa, en aquel pueblo, tan lejos de todo, no me pareció un simple congelador, una cámara, quizá en otro momento no le hubiese dado importancia pero, sin duda alguna, ese lomo grisáceo y marrón de conejo se vendrá conmigo a muchos sitios, durante mucho tiempo.
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Ahora sí.
Tres de los cincuenta y cinco o cincuenta y cinco mil libros que estoy abriendo a la vez durante estos días, leyendo una página de este y luego dos de aquel y más tarde cuatro del otro, me están queriendo decir, cada uno a su manera, que los recomiende.

_"El miedo" - G. Chevallier
_"Mi último suspiro" - L. Buñuel
_"Los subterráneos" - J. Kerouac

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