lunes, diciembre 10, 2007

dostoievski me salvó la vida

Aquí te dejo con mi nuevo hijo. Se trataba de crear un conflicto e ir hacia el final. Creo que ni una cosa ni la otra pero, ¿y lo bien que nos lo pasamos?
Ahí va, colegui.

Antes de salir de casa, Dionisio siempre cogía Crimen y castigo de su estantería y se lo guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, ése que quedaba a la altura de las costillas.
Nunca lo abría, no había leído ni una sola palabra de ese libro. Pero una vez le oyó esta frase a un escritor: Dostoievski me salvó la vida. Así que, poco después, Dionisio salió en busca de algún título de ese autor. Y a partir de ese día, siempre lo llevó consigo.
Dionisio tenía una vida tranquila, monótona, desacelerada, aunque no se podría llamar gris, al menos para él. Era feliz a su manera.
Todas las mañanas, Dionisio hacía el mismo recorrido: de su casa a la panadería, de la panadería al estanco de la plaza, del estanco a la parada de autobús y de la parada de autobús a su casa de nuevo. En la panadería compraba una barra de pan y un cruasán para desayunar; en el estanco, sobres y sellos para enviar cartas; en la parada de autobús charlaba unos minutos con Pedro, el conductor, antes de que iniciase la marcha.
Todo esto, siempre, con el ejemplar de Crimen y castigo en el bolsillo interior de su chaqueta.
Una vez en su casa, Dionisio se preparaba un tazón de leche y sumergía el cruasán por partes: primero los cuernos, luego el cuerpo.
Cada mañana igual.
Cuando acababa, limpiaba la mesa y escribía cartas a un hermano al que nunca veía. Todas las cartas empezaban de esta manera:
Hola, hermano menor.
Por aquí todo igual.
Vivo en el lugar donde las cosas no pasan.
Y así cada día.
Una mañana, después de salir del estanco, un hombre se abalanzó sobre él y le clavó un cuchillo. El agresor se dio a la fuga. Dionisio, sorprendido, se rascó la cabeza y recogió los sobres y la bolsa con el cruasán que habían caído al suelo. Una vez recuperado del susto, se sentó en el bordillo de la acera y se llevó la mano al interior de su chaqueta. Sacó el libro agujereado. El cuchillo había penetrado por la contraportada y había llegado hasta la página cinco de la introducción. Observó el ejemplar acuchillado como si esperase que, de un momento a otro, empezara a sangrar.
Al otro lado de la calle, una pareja que había visto lo sucedido lo miraba con preocupación. Le preguntaron si se encontraba bien. Dionisio les respondió: “Mejor que nunca”. Luego se levantó, volvió a meterse el libro en el bolsillo interior y fue hacia la parada. Cuando llegó, el autobús que conducía Pedro ya se había ido.
Una vez en casa, se preparó un tazón de leche y disfrutó del cruasán empapado, como hacía siempre. Hoy el libro agujereado descansaba encima de la mesa, a su lado. Quizá una manera de mostrarle gratitud.
Más tarde limpió la mesa y preparó la carta para su hermano.
La carta empezaba así:
Hola, hermano menor.
Hoy ha sido un día extraño.
Dostoievski me salvó la vida.

2 comentarios:

S. dijo...

Me encanta. Por textos como este deberías dedicarte a lo de las letras (más en serio).

(L)

Anónimo dijo...

me ha encantado...