La semana pasada estuve unos días en París pero antes fui a cortarme el pelo. (15 palabras)
Hace años que voy al mismo sitio, a la misma peluquería, y no sé por qué, ya que casi nunca, por no decir nunca, me corta el pelo la misma persona. Y ese es el propósito de ir a la misma peluquería: que te atienda la misma persona que te dejó tan satisfecho de tu imagen que hace que vuelvas.
Y ese no es mi caso, casi nunca, por no decir nunca, dije.
Pero yo vuelvo a la misma peluquería, que ni siquiera queda cerca de casa, pero vuelvo como el gran loser que soy, por esa estúpida costumbre del más vale malo conocido.
Pues el otro día fui a la peluquería y me cortaron el pelo y me cobraron veintitrés euros (23 euros) por hacer algo que podría haber hecho yo y sin espejo, o mi prima de cinco años en una de esas tardes de juguemos a oficios, si es que los niños de hoy en día juegan a esas cosas.
Tienes que llamar y pedir hora, pero no puedes de un día para otro ni con una semana de antelación, dónde vas a parar. Tienes que llamar el mismo día.
Llegué a la hora citada.
El lugar estaba desierto pese a las pegas para concretar hora si puedes venir un poco antes porque a y media tengo a otro blablabla y cosas por el estilo.
Me atendió una mujer de mediana edad, ¿se dice así? cuando no quieres decir vieja, digo.
Pues era una mujer de mediana edad que se parecía a Pilar Bardem incluso en la voz (había escrito boz. Ahora que lo pienso, no estaría del todo mal diferenciar el tipo de voz: aguda=voz; pilarbardémica=boz)
Pilar se ofreció a guardarme la chaqueta.
Luego me preguntó que cómo lo quería. Le dije corto, arreglado. Estuve a punto de concretar con un anodino pero me vi dando explicaciones y me llené de pereza.
Pilar me lavó la cabeza como quien lava a un cachorro de perro en verano: sin darle demasiada importancia al asunto. Distraída, desbordándome el agua por el cuello y desembocándola en mis pezones y luego en mi barriga y luego en mi ombligo. Agua estancada en mi ombligo, agua de verano salpicada por un cachorro.
Luego Pilar empezó a cortarme el pelo.
Me preguntó si quería que me pasase la máquina. Estuve a punto de decirle ni soñarlo, pero opté con un no, mejor con las tijeras diplomático, democrático, correcto, señorial, estúpido y cobarde.
Pilar me cortaba el pelo como quien se lo corta a un cachorro de perro en verano: casi jugando. Pensaba la Bardem ya le crecerá. Pensaba yo no sé qué forma tomará mi cabeza con este pelo.
Me iba cortando el pelo y yo iba pensando en esos goles de falta a cámara lenta, en eso pensaba yo, en esos goles con efecto, en esas faltas que tiraba Koeman, o Beckham, desde ese ángulo que parece que la pelota se va a la grada, que se estampará en algún espectador, pero que en el último momento gira hacia la portería y entra y gol. Pensaba yo en esos goles, en un vídeo recopilatorio de esos goles, y esperaba que la Bardem fuese Beckham y en el último suspiro dijera ¡tachán! y yo dijera golazo.
Pero no.
Después de desembolsar los veintitrés euros (23 euros) con lágrimas en los ojos me dije no te quejes, es lo que querías, anodino.
Hoy mi madre lo ha rebautizado como un poco pueblerino.
Y no le he podido decir que no.
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