sábado, mayo 31, 2008

parís será una fiesta

Un viaje siempre es algo positivo.
A cualquier sitio.
Un viaje siempre es una experiencia y, por tanto, algo útil para la persona.
Y hablo de viajar físicamente pero también a través de la literatura, la música, el cine.
Un viaje sirve para descubrir cosas de nosotros que no sabíamos, sirve para desmontar prejuicios, para buscarnos y para perdernos.

Un viaje es algo necesario, vital.
No se puede crecer sin viajar.
Y crecer es aprender a decir adiós.
Despedirse de lugares y darle la bienvenida a otros,
despedirse de personas y abrazar a otras.
Viajar es decir adiós.
Viajar, perder países, dice Vila-Matas.
Un viaje es para siempre.
Y pocas cosas lo son.

Hace un par de semanas fui con Sheila a París, no sé si te lo dije.
Estuvimos cuatro días, de miércoles a sábado.
Esta es una especie de crónica del viaje. Sería interesante si yo fuese Kapuscinski o Steinbeck y lo que sigue fuera, por ejemplo, Ébano o Viaje a Rusia.
¿Has leído esos libros? Léelos y deja esto que sigue, es una recomendación.
Pero como ni soy ni quiero ser Kapucinski ni Steinbeck, lo que narraré aquí serán nuestros cuatro días en París, pocos días para París.
Introduciré algo de ficción para hacerlo más real.

Llegamos a París a las 16:00 del miércoles 14 de mayo, después de un viaje en avión en el que nos ofrecieron comida (pagando) y caramelos (gratis).
Hacía bastante calor cuando llegamos al hotel. El aire acondicionado de la habitación marcaba 19 ºC.
Nuestro hotel, muy nuevo, estaba situado cerca del cementerio de Père Lachaise, al este de la ciudad. La parada de metro era Avron. Es la línea azul, la que cruza de este a oeste, la segunda (o la penúltima) parada, queda a la derecha del mapa.

Dejamos las maletas y fuimos a dar una vuelta por los alrededores.
Llegamos al cementerio de Père Lachaise. Allí están enterrados, entre otros, Edith Piaf, Marcel Proust, Oscar Wilde, pero, ¿a quién le importan estos personajes irrelevantes si podemos ver también la tumba de Jim Morrison? Parece que a nadie.
Creo que nos preguntaron cinco veces en diez minutos por la tumba del de los Doors, a nosotros, acabados de llegar, acabados de hacer.
Turistas preguntándose entre ellos, esa es la viva imagen del fin del mundo para mí.
Cuando llegue el fin del mundo sólo habrá turistas preguntándose unos a otros dónde están los lugares de interés antes de que desaparezcan.
Después de algunas vueltas inútiles por el mismo lugar, llegamos a la tumba de Jim Morrison.

¿No parece como si la hubieran profanado? A mí me dio esa sensación y ahora que la miro otra vez pienso lo mismo. Parece que está movida, como puesta ahí mismo, con prisas. Normalmente una tumba, una lápida, transmite tranquilidad, paz, serenidad. Mira la de al lado, por ejemplo. Pero ésta no. Es como si el nervio aún diera coletazos y moviese la tierra que le rodea.
Después de estar un rato más merodeando por el cementerio, precioso, por cierto, salimos a la calle, a la vida, dando un paseo sin rumbo fijo.
Entramos en un super y compramos galletas y cacahuetes y alguna bebida. La nutrición ante todo. Cuando salimos empezaba a llover. Nos quedamos un rato debajo de un balcón como si nunca antes hubiéramos visto llover o como si aquello fuera lluvia ácida. La verdad es que llovía bastante y sin rumbo fijo aún parece que llueva más.
Sin rumbo fijo hay cosas buenas pero otras no tanto.
Cuando paró de llover caminamos de nuevo hacia el hotel.
Estuvimos viendo la tele y comiendo cacahuetes, patatas y galletas. En la tele daban una especie de O.T. Era lo mejor que hacían.

El jueves no nos levantamos muy temprano.
Fuimos a St.-Germain-Des-Prés y estuvimos paseando un rato otra vez sin rumbo fijo. Pasamos por Les Deux Magots, uno de los cafés preferidos de Hemingway. Me quedé mirando a la gente que había sentada en las terrazas y pensé que no tenían nada que ver con él. Así que nos fuimos porque no hay nada que hacer en un sitio que ya no es.
Como no habíamos almorzado, comimos directamente. De St. Germain fuimos hacia los alrededores de Notre-Dame y nos metimos en un restaurante. Comimos bien.
Al salir fuimos a la catedral. Todas las catedrales a las que he entrado están llenas de turistas, de niños y de ancianos. Son las tres especies que siempre puedes encontrar en una catedral.
Luego subimos a ver las gárgolas, que era una de las cosas que más ilusión me hacía. Para subir tienes que pisar 387 escalones, tienes que levantar los pies 387 veces.

Es decir, acabas cagándote en las gárgolas, en el constructor, en Charles de Gaulle, en Roland Garros y en París entero. Cuando llegas arriba te tiemblan las piernas y tienes el puño cerrado en busca del culpable o, simplemente, de alguien que se esté riendo. Siempre da rabia que alguien se esté riendo cuando a ti te cuesta respirar y te tiemblan las piernas.
De todas formas, una vez arriba, compruebas que ha valido la pena el esfuerzo.

Papeleras por si vas a vomitar.

Las vistas desde allí arriba, desde el hogar del jorobado, son bastante buenas por no decir muy buenas. Puedes hacer fotos como la de abajo, aun sabiendo que 99 de cada 100 personas que suban ahí arriba, harán la misma.
Hay veces en las que me da igual ser un turista más. ¿Qué puedo hacer ante esta panorámica? ¿Qué se puede hacer cuando tienes delante algo que has visto mil veces?
Fotografiarlo.

Un camaleón a punto de cazar a una libélula puntiaguda.

Bajar escaleras es aburrido. Te cansa de lo aburrido que es. Eso es lo que pensaba mientras deshacía los 387 escalones gastados por suelas extranjeras.
Ya en la superficie terrestre, entramos en una pequeña librería inglesa llamada Shakespeare & Co. Me di una vuelta por dentro. Es tan pequeña que rozas en todas las estanterías, en todos los pasillos, en EL pasillo. Dentro hay un agujero en el suelo, una especie de pozo, ni eso, como un bache. Está vallado con una mini valla para que no te tropieces. Dentro había monedas. Dentro quiero decir que las puedes coger, te agachas y las coges. Pero no, como están en un bache vallado ya no. Es como aquel experimento de dejar en la acera un monedero: alguien lo acababa cogiendo. En cambio, si ese mismo monedero estaba rodeado con un círculo de tiza, como si fuese una prueba de un crimen, nadie lo tocaba.
Me dieron ganas de comprarme cien libros aunque apenas lea en inglés. El lugar es entrañable.

Caminando de aquí para allá, cruzando calles por su debido paso de peatones, me di cuenta de que éstos no sirven para nada en París. Para nada. ¿He dicho para nada? Para nada quería decir. En Roma o en México la gente conduce desquiciada pero al menos ya lo ves, eres testigo de las aberraciones al volante. Pero en París, todo tan oh la la, mon amour, mon cherri, Amélie, blablablá, y cuando vas a cruzar no se para ni el más educado. Creo que sólo paran si te oyen sangrar. Si te oyen sangrar, digo, que sería si te oyen sangritar.

sangritar: v. gritar al ver o suponer sangre.
Ej.: La mujer se golpeó la cabeza con el bordillo, se incorporó y sangritó.

Luego fuimos caminando hacia la Torre Eiffel.
Otra vez algo mil veces visto. Cómo fotografiar algo mil veces mostrado. Por qué fotografiarlo.


En fin, que estuvimos un rato debajo de esa estructura de metal viendo cómo policías a bicicleta perseguían a vendedores ambulantes que te ofrecían una torreiffelita de llavero. Algo gravísimo. Esa es la imagen que traje de la Torre Eiffel, el perro y el gato.

Luego compramos unos crêpes, Sheila de azúcar y yo de chocolate, y nos sentamos en un banco con vistas a la torre. Compartimos nuestros crêpes con algunos gorriones que venían a comer de nuestra mano. Hubiese comprado otro crêpe sólo para dárselo a los pájaros. Que un gorrión venga a comer de tu mano me parece algo fuera de lo normal, hoy en día. Pruébalo aquí, en este bendito país. Sólo se te acercarán palomas mugrientas. En cambio, en prácticamente el resto de Europa, los gorriones se acercan a los humanos. Por ejemplo, en Hyde Park en Londres, vienen las ardillas a tu mano. Intenta encontrar una sola ardilla aquí. Es más, intenta verla. Supongo que es algo genético. Si un animal nace aquí ya trae un software incorporado, una especie de anti-virus, que lo aleja de los humanos.
Caminamos largo y tendido y llegamos al Arco de Triunfo (no sé por qué lo he escrito en mayúsculas). Hola y adiós. Todos los arcos de triunfo me parecen una estupidez.

Más tarde cogimos el metro de vuelta al hotel. Una vez por allí, cerca del hotel, cenamos en una pizzería desierta ya que serían las nueve de la noche. Creo que le pizzero nos timó. Cuando a un francés le dices que eres español, te tima. Por eso, cuando vayas a Francia, di que eres, por ejemplo, de Timor oriental si quieres ahorrarte algunos euros.
De la pizzería fuimos al hotel. Supongo que vimos un rato la tele. Me gustó la visión de la cama hecha, de todo en su sitio, ¿a quién no le gusta esa visión? Pensé que había venido mi madre y eso me hizo sentir bien. Mama, pensar en ti me hace sentir bien, ¿has visto? Para que luego digas que nunca hablo de ti. Pensar en ti me hace sentir bien.
No me acuerdo de mucho más. La pizza me confunde, ya tú sabes.

El viernes nos levantamos un poco más temprano que el jueves pero tampoco es que viéramos amanecer.
Fuimos a la Sainte-Chapelle por petición de Sheila.
Yo hubiese ido a darle crêpes a los gorriones, pero no me importó.
Hicimos un buen rato de cola turística porque aún no estaba turísticamente abierta.
El lugar vale la pena visitarlo.
Quince vidrieras con más de mil escenas religiosas. Luis IX construyó esta capilla en 1248 para guardar la corona de espinas de Cristo aunque hoy en día, la corona se guarda en Notre-Dame.
Esto lo he puesto de memoria. Es una de las dos cosas que me sé de memoria: lo de la Sainte-Chapelle y la alineación del dream team del Barça. No me pidas más.

A la salida de ese caleidoscopio religioso, y al no haber almorzado todavía, fuimos a comer directamente a un italiano, ya que estábamos en París.
Comimos con vistas a Notre Dame.
Desde mi silla veía a la gente paseándose por las galerías de las gárgolas.

Después de comer, fuimos al cementerio de Montparnasse.
Yo quería visitar la tumba de Cortázar, básicamente, pero cuando a la entrada nos dieron una guía con las tumbas de la gente enterrada ahí, no me lo creía. Era un poco como cuando sale a la luz pública el cartel de un festival y dices ¿este grupo también actuará? ¡Joooder!
Algo así sentí, qué quieres que te diga.
Mira, por ejemplo allí están enterrados, entre otros: Baudelaire, Beckett, Cioran, Citroën, Marguerite Duras, Serge Gainsbourg, Ionesco, Larousse, Man Ray, Saint-Saëns, Sartre, Jean Seberg, Tristan Tzara.
Nunca habrá tanta cultura viva en ninguna ciudad como la hay muerta en este cementerio, pensaba mientras le hacía una foto a la tumba de Cortázar antes de dejarle un billete de metro bajo una piedra.

Empezaba a chispear. Era un poco como en las películas: si sale un cementerio, llueve.
Cogimos el metro y fuimos a Montmartre, de sur a norte.
Subimos por calles estrechas repletas de turistas y llegamos hasta el Sacré-Coeur.

Todo París, todo el planeta está lleno de turistas.
¿Cómo es posible desvincular un lugar de la gente que está allí?
No es posible.
Una ciudad es la gente que la habita.
Por ejemplo, Barcelona= guiris.
En Barcelona no preguntes por una calle, pregunta por un Starbucks.
¿Hay algún lugar en el mundo donde no haya turistas?
Es que estoy seguro que incluso en la franja de Gaza hay algún japonés haciendo una foto. Estoy casi seguro.
¿Es posible visitar una ciudad y no parecer turista?
Nosotros lo intentamos. Llevábamos la guía escondida en la mochila y sólo la sacábamos a escondidas, detrás de algún árbol, dentro de alguna cabina.
Ahora que lo pienso, llevábamos mochila. Mierda.

En fin, que entramos en la iglesia llena de grupos de jubilados que, arrastrando los pies, seguían a una chica con un paraguas levantado. ¿No es ésta la clara representación del apocalipsis?
Luego bajamos hacia el centro del barrio y nos tomamos un café delante del Moulin Rouge, siendo conscientes de que aquello iba a escocer.
Un café con leche (café creme) y una coca-cola (formidable), no nos excedimos.
Cuando nos trajeron la cuenta le iba a decir al camarero que se había equivocado de mesa. Pero vi que no, que era la nuestra.
Con ese precio pensé que sería leche materna de Monica Bellucci y que la coca-cola estaba exprimida directamente de la fruta tropical del mismo nombre.
Te tienes que tomar a risa esta vida porque si no la vida te va a tomar a risa a ti.

Al acabarnos el manjar, cogimos el metro y nos fuimos hacia el hogar (rima).
Compramos unos sandwiches en una panadería y cenamos en la habitación viendo auténtica basura televisiva.

El sábado era el día previsto para visitar el Louvre.
Dejamos las cosas en consigna y salimos hacia el museo.
Antes pasamos por el Olympia, que es un lugar que quería ver.

Le hice esta foto que es POR y PARA Adolfo.
Para nadie más.
Adolfo, sé que me lees.
Fui al Olympia e hice esta foto para ti.
Tampoco es gran cosa, lo sé, pero bueno.
Espero que te guste.

Después caminamos un rato hasta el Louvre.
No hicimos cola, que era lo que más temía. Entramos ligeros como un arroyo.

El Louvre es tan inmenso que necesitas dos o tres días para verlo entero y correctamente.
Nosotros sólo vimos una parte. Estuvimos más de tres horas y no vimos ni la cuarta parte.
Pensaba, caminando por el Louvre, que lo único que le faltaba al museo eran las flechas como en Ikea, flechas en el suelo que te digan Atajo a Mona Lisa.
Es lo único que quiere ver la gente que va ahí.
La gente quiere ver algo que ha visto mil veces.
Es una forma de sentirse a salvo, supongo.
No hace falta nada nuevo, queremos ver La Gioconda, queremos ver el puto cuadro de mierda más sobrevalorado de la historia, queremos verlo con nuestros propios ojos simplemente por verlo, nada más, no por contemplar la textura, ni por poder descubrir posibles trazos de pincel, no, una mierda, no me interesa nada de esa mierda, yo quiero ver La Gioconda para luego llegar a mi país, a mi ciudad, a mi barrio, a mi bloque de pisos, llamar a la puerta de mi vecino y decirle ¿sabes qué? he visto La Gioconda.
Y ya está.
Y que tu vecino cierre la puerta y tú vuelvas a tu casa con esa satisfacción propia del perdedor nato, del incompetente supremo en el que te has convertido con los años.

Paseando por el Louvre me topé con esto.
Pensé que un sitio como el museo del Louvre no podía tener goteras.
¿Cómo es posible que un lugar que alberga tal cantidad de obras de arte pueda tener goteras?
Pensé en las goteras y en que si el Louvre tiene goteras, qué será de nosotros.
Todos tenemos goteras, en algún u otro lugar.
Supongo que, si no puedes taparlas, al menos está bien señalizarlas.

Sheila se cogió una audio-guía y estuvo una hora en la galería de los pintores italianos.

(Odio las audio-guías. Es como volver al colegio otra vez.
A mi padre le encantan, porque siempre quiere aprender cosas, quiere aprenderlo todo y cuando lo tiene todo aprendido, desaprenderlo para aprenderlo otra vez, mejor, de otra manera. Mi padre está en continuo aprendizaje y me da envidia y lo quiero por eso y por todo lo demás).

Yo miraba a Sheila en secreto desde un banco.
Estaba guapísima con esos auriculares, haciéndose la interesante para intentar ligar conmigo.
Y está guapísima ahora, mientras escribo esto, jugando al Grand Theft Auto y asesinando por dinero.

Nos quedaron muchas cosas por ver en París pero, como dice mi padre, siempre hay que dejar cosas por ver en una ciudad.
Que es como decir poseer es ya no desear.

Volvimos al hotel a recoger nuestras cosas y fuimos al aeropuerto.
El avión estaba lleno de niños y niñas que volvían de Disneyland.
Delante nuestro se sentó la Clara y detrás el Jan.
Se iban preguntando qué hacían cada tres segundos.
Luego a la Clara su madre le compró patatas fritas y las compartió con Jan. Como su brazo corto de niña de seis años no llegaba a Jan, me ofrecí a pasárselas yo un par de veces hasta que la madre le dijo no molestes más a este señor. Y lo de señor no me gustó.

Luego aterrizamos y la azafata dijo que no nos olvidásemos de recoger nuestros efectos personales pero yo quise entender defectos personales, que no nos olvidásemos de cogerlos. Imagínate que en un avión te pudieses dejar tus defectos personales y que en el próximo vuelo los siguientes pasajeros los adoptaran como suyos y tú hubieras cogido los que dejaron los del vuelo anterior.
Viajar sería un cambio continuo. Volverías a tu casa siendo otra persona.
Eso sí, quizá ya no fueses vago, aunque ahora podrías ser antipático.
Fui a París siendo vago y volví siendo antipático.

Y así viajaríamos
continuamente
en busca de aquellos defectos
tan nuestros
que una vez nos dejamos
en un avión.

2 comentarios:

elena cruz dijo...

:-)

me encanta leerte...

Anónimo dijo...

Muchas gracias Diego, me ha emocionado.
Seguimos galopando.