Este de aquí abajo es el ejercicio del jueves. Consistía en describir la atmósfera de un lugar en otro que no es el habitual de esta atmósfera. ¿Tú has entendido algo? No te preocupes, de eso se trata.
A mí no se me ocurrió otra cosa que esto que viene ahora.
Ataúdes en la pista.
El otro día pasé por delante del polideportivo de mi antiguo colegio. Hacía tiempo que no pasaba por esa zona y el otro día, mientras caminaba por delante de ese edificio, volví a recordar aquella tarde de invierno en la que fui a despedirme por última vez de mis compañeros.
Tengo algunos recuerdos difusos, imágenes sin ningún orden que aparecen de vez en cuando para que las ordene, como un macabro juego de memoria. Recuerdo a mi madre abotonándome el abrigo y colocando alrededor de mi cuello una bufanda. Mi madre no paraba de llorar, y lo hacía de una forma muy natural, si es que se puede llorar así. Quiero decir que lloraba continuamente, como quien habla continuamente o tose continuamente. Mi madre, esa tarde de noviembre, lloró continuamente. Yo entendía muy bien lo que había pasado aunque no lo acababa de asimilar y no porque tuviese ocho años sino porque estas cosas son difíciles de asimilar. Y lo que había pasado era que un autobús había sufrido un accidente, y que habían muerto todos sus ocupantes, y que esos ocupantes eran mis compañeros de clase y mi profesora. Yo estaba con gripe en la cama el día que eso sucedió. Por eso mi madre me tapaba la boca y la nariz con la bufanda mientras lloraba continuamente. Me dejó el pijama debajo de la ropa. Yo no quería pero ella insistió con un Hace mucho frío. Creo que fue lo único que me dijo ese día.
Cuando llegamos al polideportivo me senté en una de las butacas de la grada mientras mi madre se abrazaba con los padres de mis compañeros. Era un abrazo lento, podrías decir que se habían quedado dormidos a no ser porque de vez en cuando los escuchabas lamentarse y gemir. De fondo se escuchaba una música religiosa, muy lenta, que salía de unos altavoces grandes y negros, los mismos que utilizaban las niñas que hacían gimnasia rítmica.
Estuve un rato sentado mirando aquellos ataúdes en la pista. Estaban numerados, del uno al veinticuatro. Todos los ataúdes eran iguales, blancos, pequeños, excepto uno, marrón y más largo. Luego me até los cordones del zapato derecho. Mientras estaba así agachado observé pequeñas montañas de confeti agrupadas bajo los asientos y me acordé del cumpleaños del Sergio, que habíamos celebrado aquel sábado. Creo que fue ese día cuando me resfrié porque estuvimos jugando a fútbol y la calefacción del polideportivo estaba muy fuerte. Recuerdo que marqué dos goles: uno desde donde está el ataúd cuatro y otro desde donde está el once. Cogí un poco de confeti y me lo guardé en el bolsillo. Luego me puse de pie y comprobé que no se me viera el pijama por debajo de los pantalones. Bajé hasta la pista y caminé hacia los ataúdes donde se suponía estaban mis compañeros. Paseé por entre aquellas cajas blancas alineadas formando un triste y fácil laberinto mientras dejaba caer poco a poco el confeti de mi bolsillo.
Desde allí miré a la grada. Había algunas parejas. Casi todas apoyaban la cabeza en el hombro del otro. Ninguna miraba a ningún sitio.
Todas lloraban continuamente, como mi madre.
Aunque supuse que ellas llorarían durante más tiempo.
El otro día pasé por delante del polideportivo de mi antiguo colegio. Hacía tiempo que no pasaba por esa zona y el otro día, mientras caminaba por delante de ese edificio, volví a recordar aquella tarde de invierno en la que fui a despedirme por última vez de mis compañeros.
Tengo algunos recuerdos difusos, imágenes sin ningún orden que aparecen de vez en cuando para que las ordene, como un macabro juego de memoria. Recuerdo a mi madre abotonándome el abrigo y colocando alrededor de mi cuello una bufanda. Mi madre no paraba de llorar, y lo hacía de una forma muy natural, si es que se puede llorar así. Quiero decir que lloraba continuamente, como quien habla continuamente o tose continuamente. Mi madre, esa tarde de noviembre, lloró continuamente. Yo entendía muy bien lo que había pasado aunque no lo acababa de asimilar y no porque tuviese ocho años sino porque estas cosas son difíciles de asimilar. Y lo que había pasado era que un autobús había sufrido un accidente, y que habían muerto todos sus ocupantes, y que esos ocupantes eran mis compañeros de clase y mi profesora. Yo estaba con gripe en la cama el día que eso sucedió. Por eso mi madre me tapaba la boca y la nariz con la bufanda mientras lloraba continuamente. Me dejó el pijama debajo de la ropa. Yo no quería pero ella insistió con un Hace mucho frío. Creo que fue lo único que me dijo ese día.
Cuando llegamos al polideportivo me senté en una de las butacas de la grada mientras mi madre se abrazaba con los padres de mis compañeros. Era un abrazo lento, podrías decir que se habían quedado dormidos a no ser porque de vez en cuando los escuchabas lamentarse y gemir. De fondo se escuchaba una música religiosa, muy lenta, que salía de unos altavoces grandes y negros, los mismos que utilizaban las niñas que hacían gimnasia rítmica.
Estuve un rato sentado mirando aquellos ataúdes en la pista. Estaban numerados, del uno al veinticuatro. Todos los ataúdes eran iguales, blancos, pequeños, excepto uno, marrón y más largo. Luego me até los cordones del zapato derecho. Mientras estaba así agachado observé pequeñas montañas de confeti agrupadas bajo los asientos y me acordé del cumpleaños del Sergio, que habíamos celebrado aquel sábado. Creo que fue ese día cuando me resfrié porque estuvimos jugando a fútbol y la calefacción del polideportivo estaba muy fuerte. Recuerdo que marqué dos goles: uno desde donde está el ataúd cuatro y otro desde donde está el once. Cogí un poco de confeti y me lo guardé en el bolsillo. Luego me puse de pie y comprobé que no se me viera el pijama por debajo de los pantalones. Bajé hasta la pista y caminé hacia los ataúdes donde se suponía estaban mis compañeros. Paseé por entre aquellas cajas blancas alineadas formando un triste y fácil laberinto mientras dejaba caer poco a poco el confeti de mi bolsillo.
Desde allí miré a la grada. Había algunas parejas. Casi todas apoyaban la cabeza en el hombro del otro. Ninguna miraba a ningún sitio.
Todas lloraban continuamente, como mi madre.
Aunque supuse que ellas llorarían durante más tiempo.
2 comentarios:
Ejercicios de escritura. Qué recuerdos, vividos o no. ¿Escritura creativa UAB?
Esta mañana conferencia de Eloy Fernández Porta, al que recomiendas por ahí, como yo a la Arbus.
Interesante blog
Un saludo.
Hola Tomás.
No: Escola d'Escritura de l'Ateneu Barcelonès, donde todo huele a viejo millonario, y a viejo y a millonario.
El Eloy estará presentando el libro del Fdez. Mallo. Yo iré sólo por él. Me pone, en serio, me hace dudar de mi heterosexualidad ;)
He entrado unas cuantas veces en tu blog y me parece soberbio.
Un placer verte por aquí.
Un saludo.
Publicar un comentario