jueves, enero 31, 2008

cinco o seis o siete pasos

Al principio tenía la sensación de seguir a las personas, de que ellas pensasen que las estaba siguiendo, de creer pensar lo que ellas estaban pensando en ese momento.
Si alguna vez crucé la mirada con alguien en el metro, en el autobús, en un semáforo, y luego salí por la misma salida, bajé en la misma parada, caminé detrás durante un rato después de que el semáforo se pusiera en verde, siempre tuve la sensación de que aquella persona estaría pensando que la estaba siguiendo.

Un día, hace ya unos años, imaginándome que una mujer estaba pensando que la estaba siguiendo, aceleré el paso para adelantarla, por su izquierda, como se debe hacer, con mi brazo derecho pegado a mi espalda, por si la rozaba o si ella pensaba que la había rozado. Pero en cuanto aceleré el paso para adelantarla y así la mujer dejase de pensar lo que yo creía que estaba pensando, ella aceleró también el paso mantiendo conmigo, entonces, la misma distancia de unos cinco metros.
Cinco zancadas nos separaban continuamente.
Mantuvimos el mismo paso durante unos cien metros. Más tarde ella se cansó y pude reducir un metro de distancia con su cuerpo ya que yo seguía al mismo ritmo, que mantenía gracias a una canción cantada en mi cabeza.
Quería decirle que no la estaba siguiendo, pero prefería decírselo cara a cara, no desde atrás, como esos que nos asustan por las noches.
Viendo que había ganado un metro, aceleré un poco más el paso y noté cómo ganaba otro más reduciendo a sólo tres mi distancia y la suya. Si hubiera empezado a correr la habría alcanzado en un segundo, pero no quería asustarla, no quería que se sintiera más acosada ya que no era mi intención.
Pude mantener esos tres pasos de distancia durante un minuto, porque la mujer ladeó disimuladamente la cabeza, aunque yo me percaté del gesto, y vio lo cerca que estaba ya de ella. Fue entonces cuando volvió a acelerar su marcha, siempre caminando deprisa, nunca corriendo, siempre manteniendo un pie en el suelo, nunca volando del todo. Me di cuenta de que ahora nos separaban unos diez pasos ya que ella iba el doble de rápido que yo. Me empezaba a fatigar pero no quería que la mujer se fuese con la impresión de que la había estado siguiendo durante todo este tiempo.
Pasaron los minutos, los metros, las horas, los kilómetros.
Estábamos ya fuera de la ciudad, caminando por el arcén de una autopista, ella con su ritmo acelerado pero sin correr.
Y así pasaron los días, los meses y los años, todos estos años, siguiendo a una mujer para sólo decirle que no la estaba siguiendo, que sólo quería decírselo, ser amable como siempre lo había sido hasta ahora.

Esta mañana, en un país desconocido, rodeados de bosques y señales de tráfico que no entendía, esta mañana, después de tantos años de querer hablar con esa mujer y decirle que no la estaba siguiendo, ella se ha detenido, en seco, en un camino de piedras por el que estábamos caminando desde hace unas horas.
Al verla quieta me he asustado y me he parado yo también, manteniendo esa distancia de cinco o seis pasos, esa distancia que nos ha unido durante todo este tiempo.
Ahora la tengo ahí, de espaldas, sin querer girarse y mirarme y al menos preguntarme qué quiero, la tengo ahí, una espalda que conozco de memoria porque ha sido lo único que he visto durante estos largos años.
Y ahora que la tengo ahí, ahora que tengo ocasión de caminar cinco o seis o siete pasos y así avanzarla y ponerme delante de ella, cara a cara, ahora que la tengo ahí, quieta, no puedo decirle nada, no quiero decirle nada, no quiero decirle que la he estado siguiendo todo este tiempo sólo para decirle que no la estaba siguiendo, porque sé que no me entendería, la conozco demasiado, sé que no va a entender que alguien como yo pueda estar siguiendo a una mujer como ella durante todo este tiempo sólo para decirle una cosa así.

Así que nos quedamos quietos los dos, yo detrás y ella delante, de espaldas a mí.
Y pasarán los años y seguiremos así, sin hablarnos, sin mirarnos, siempre manteniendo una distancia de cinco o seis pasos, una distancia que hace que existamos.

Y allí, entre nuestros dos cuerpos inmóviles, entre esos cinco o seis o siete pasos, transcurrirá la vida.
Como un ligero soplo de aire que anuncia una tormenta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

:-0 oh!

Anónimo dijo...

chapeau!